La globalización económica puede no ser mala como sistema, en el sentido de que significa la oportunidad para vender productos y servicios que no me compran en Colombia, y para adquirir aquéllos que no consigo o son muy costosos en el país.
Sin embargo, el problema de este sistema está en el sometimiento del Estado por parte del mercado. En otras palabras, el problema radica en el imperio del neoliberalismo económico y la consecuente crisis del Estado.
En una escala general de valores, se supone que la sociedad debe estar por encima de sus dos construcciones: el Estado y el mercado. Por debajo de la sociedad estaría el Estado, como construcción para la organización social, política, económica y jurídica de la sociedad. Y el Estado debería estar por encima del mercado para controlarlo, para ponerle límites.
Pero no. Hoy sucede exactamente al contrario. Primero está el mercado, entendido éste como las grandes empresas, sus dueños, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, organizaciones estas dos últimas que sólo les sirven de cómplices a los países ricos del mundo y a las transnacionales comerciales.
El mercado está primero porque mediante fuertes presiones se ha impuesto sobre el Estado. ¿Presiones de qué tipo? Por ejemplo, un empresario le dice a un político: “Si me llena de impuestos, mi empresa no va a ser rentable, entonces voy a tener que despedir trabajadores y el desempleo va a aumentar”. Y mediante el consumismo ha sometido a la sociedad.
Además, el mercado representa el poder económico, y es este poder el que quita y pone en la política en la mayoría de los Estados del mundo. Así, el Estado está sometido por el mercado que, ceñido a la doctrina del neoliberalismo, es completamente libre y puede manejarse solo. Para citar un caso concreto, recordemos la furia de los empresarios colombianos cuando se dio la crisis política entre los gobiernos de Colombia y Venezuela. A ambos presidentes les tocó “agachar la cabeza” porque el mercado binacional se los exigió.
Y en el tercer lugar de las prioridades está la sociedad, que es importante mientras consuma y sea explotada por las grandes empresas. Asuntos sociales como la educación, la salud, el empleo digno, el ejercicio de los derechos humanos, y la vivienda digna, importan muy poco ante los ojos del neoliberalismo económico.
Además, el mercado exige libertades absolutas, pero ¿las personas tienen estas mismas libertades para trabajar en cualquier parte del mundo? Se habla de una globalización económica, pero ¿está globalizado también el desarrollo humano?
Con la crisis del Estado entonces, éste ha perdido legitimidad ante las sociedades, que son sus constructoras. Por ello se dan los intentos de separatismos y de autonomías en Bolivia, España, con el País Vasco; China, con el Tíbet; Rusia, con Chechenia, entre otros Estados del mundo.
También por esta crisis del Estado surgen grupos armados ilegales que recurren al terror para alcanzar sus objetivos: Farc, AUC, Águilas Negras, IRA, ETA, por citar algunos ejemplos.
Por la inconformidad de la sociedad con el Estado, estos ejércitos ilegales reciben cierto apoyo por parte de diferentes sectores sociales. De esta manera, la crisis del Estado generada en gran parte por su sometimiento ante el mercado, deviene también en profundas rupturas sociales.
El mercado ha sometido al Estado y a las sociedades, pero también al medio ambiente, pues las transnacionales comerciales explotan los recursos naturales–principalmente de los países subdesarrollados– y contaminan a su antojo. Con este sometimiento al medio ambiente se ha generado la más grave crisis ambiental de la historia, materializada en el calentamiento global.
Y también somete a las culturas, porque, a través de la globalización mediática, pretende imponer en todos los lugares del mundo la cultura norteamericana, que fundamentalmente es la cultura del consumo. Peligra entonces la diversidad cultural del mundo, uno de los aspectos más propios de la humanidad en su manera de habitar el planeta.
Ante esta situación, el camino que propongo es ubicarnos en la escala ideal de valores, donde la sociedad y el medio ambiente sean lo más importante, y el Estado se encargue de controlar al mercado.
Que se permita la iniciativa individual para crear empresa, pero que también existan controles e impuestos fuertes por parte del Estado, para que esas empresas tengan ganancias, pero no todas las ganancias, sino que haya una redistribución de la riqueza a los sectores sociales más deprimidos, con miras a potenciar la iniciativa individual en aquella gente que, dejada a la deriva, definitivamente no cuenta con las oportunidades para acceder al progreso económico y al desarrollo humano.
Al ser la sociedad más importante que sus construcciones políticas y económicas, se debe buscar el mantenimiento de la diversidad de culturas, y no tratar de imponer la cultura norteamericana para todo el mundo.
Sin embargo, el problema de este sistema está en el sometimiento del Estado por parte del mercado. En otras palabras, el problema radica en el imperio del neoliberalismo económico y la consecuente crisis del Estado.
En una escala general de valores, se supone que la sociedad debe estar por encima de sus dos construcciones: el Estado y el mercado. Por debajo de la sociedad estaría el Estado, como construcción para la organización social, política, económica y jurídica de la sociedad. Y el Estado debería estar por encima del mercado para controlarlo, para ponerle límites.
Pero no. Hoy sucede exactamente al contrario. Primero está el mercado, entendido éste como las grandes empresas, sus dueños, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, organizaciones estas dos últimas que sólo les sirven de cómplices a los países ricos del mundo y a las transnacionales comerciales.
El mercado está primero porque mediante fuertes presiones se ha impuesto sobre el Estado. ¿Presiones de qué tipo? Por ejemplo, un empresario le dice a un político: “Si me llena de impuestos, mi empresa no va a ser rentable, entonces voy a tener que despedir trabajadores y el desempleo va a aumentar”. Y mediante el consumismo ha sometido a la sociedad.
Además, el mercado representa el poder económico, y es este poder el que quita y pone en la política en la mayoría de los Estados del mundo. Así, el Estado está sometido por el mercado que, ceñido a la doctrina del neoliberalismo, es completamente libre y puede manejarse solo. Para citar un caso concreto, recordemos la furia de los empresarios colombianos cuando se dio la crisis política entre los gobiernos de Colombia y Venezuela. A ambos presidentes les tocó “agachar la cabeza” porque el mercado binacional se los exigió.
Y en el tercer lugar de las prioridades está la sociedad, que es importante mientras consuma y sea explotada por las grandes empresas. Asuntos sociales como la educación, la salud, el empleo digno, el ejercicio de los derechos humanos, y la vivienda digna, importan muy poco ante los ojos del neoliberalismo económico.
Además, el mercado exige libertades absolutas, pero ¿las personas tienen estas mismas libertades para trabajar en cualquier parte del mundo? Se habla de una globalización económica, pero ¿está globalizado también el desarrollo humano?
Con la crisis del Estado entonces, éste ha perdido legitimidad ante las sociedades, que son sus constructoras. Por ello se dan los intentos de separatismos y de autonomías en Bolivia, España, con el País Vasco; China, con el Tíbet; Rusia, con Chechenia, entre otros Estados del mundo.
También por esta crisis del Estado surgen grupos armados ilegales que recurren al terror para alcanzar sus objetivos: Farc, AUC, Águilas Negras, IRA, ETA, por citar algunos ejemplos.
Por la inconformidad de la sociedad con el Estado, estos ejércitos ilegales reciben cierto apoyo por parte de diferentes sectores sociales. De esta manera, la crisis del Estado generada en gran parte por su sometimiento ante el mercado, deviene también en profundas rupturas sociales.
El mercado ha sometido al Estado y a las sociedades, pero también al medio ambiente, pues las transnacionales comerciales explotan los recursos naturales–principalmente de los países subdesarrollados– y contaminan a su antojo. Con este sometimiento al medio ambiente se ha generado la más grave crisis ambiental de la historia, materializada en el calentamiento global.
Y también somete a las culturas, porque, a través de la globalización mediática, pretende imponer en todos los lugares del mundo la cultura norteamericana, que fundamentalmente es la cultura del consumo. Peligra entonces la diversidad cultural del mundo, uno de los aspectos más propios de la humanidad en su manera de habitar el planeta.
Ante esta situación, el camino que propongo es ubicarnos en la escala ideal de valores, donde la sociedad y el medio ambiente sean lo más importante, y el Estado se encargue de controlar al mercado.
Que se permita la iniciativa individual para crear empresa, pero que también existan controles e impuestos fuertes por parte del Estado, para que esas empresas tengan ganancias, pero no todas las ganancias, sino que haya una redistribución de la riqueza a los sectores sociales más deprimidos, con miras a potenciar la iniciativa individual en aquella gente que, dejada a la deriva, definitivamente no cuenta con las oportunidades para acceder al progreso económico y al desarrollo humano.
Al ser la sociedad más importante que sus construcciones políticas y económicas, se debe buscar el mantenimiento de la diversidad de culturas, y no tratar de imponer la cultura norteamericana para todo el mundo.
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