sábado, 1 de noviembre de 2008

La red de los problemas que hay en el mundo

El mundo se entiende como una máquina, y como tal, la estabilidad del ser humano, de los animales, de la naturaleza y del cosmos en todo el sentido de la palabra, importan muy poco para unos cuantos que tienen el poder económico en el planeta.

Hoy en el planeta existe un sistema de valores que parecieran justificarse por sí mismos: la expansión, la competitividad y la explotación. Estos tres valores que los grandes dominadores de los mercados plantean en el mundo contemporáneo como fines del ser humano, bien pueden sintetizar a uno de los principales cánceres del planeta en la actualidad: las transnacionales comerciales y su poder casi total sobre los Estados y sobre las sociedades mismas.

Tomaremos a las transnacionales comerciales para este análisis porque son uno de los factores que encajan perfectamente para explicar la red de los problemas que hay en el mundo. Estas transnacionales, y con ellas la supremacía del mercado, la crisis del Estado y de las sociedades, y la consecuente mecanización de la vida, son las principales causas que originan los problemas más graves que sufre el planeta en la actualidad.

Las transnacionales comerciales, como oligopolio que son, buscan su crecimiento desenfrenado a toda costa, sin importar el maltrato a los trabajadores en los países del Tercer Mundo, ni el enorme gasto de energía que generan con sus plantas de producción y con sus maquinarias de explotación de los recursos naturales.

Transnacionales norteamericanas como la Drummond y la Occidental Petroleum Corporation, hacen un gasto desenfrenado de energías no renovables, de combustibles fósiles como el carbón y el petróleo, incrementando las emisiones de dióxido de carbono (CO2), de residuos tóxicos y radiactivos, y por tanto contaminando los suelos, las aguas, el aire, y causando una proliferación de enfermedades.

Al contaminar el aire, estas transnacionales generan todo tipo de gases que destruyen la capa de ozono y producen el efecto invernadero. Con el efecto invernadero se altera el clima, configurando el famoso y terrible calentamiento global. Esto trae consigo la alteración de las lluvias y la disminución de la humedad del suelo, cuyo efecto práctico más palpable es la pérdida de tierras aptas para el cultivo. Esto implica una consecuencia gravísima: la disminución en la producción de alimentos, y la consecuente desnutrición y el hambre.

Esta disminución en la producción de alimentos se agrava aún más con el asunto de los biocombustibles, pues con el agotamiento que sufrirá el petróleo, las grandes extensiones de tierra que se destinaban para producir alimentos, ahora se tienen para producir biocombustibles que puedan suplir al “oro negro”.

Adicional a esto, el efecto invernadero trae consigo la muerte de animales, la subida del nivel del mar y con ella la probable inundación de zonas costeras.

Así, las transnacionales – tomadas para este análisis como protagonistas porque de verdad que son grandes configuradoras de la red de los problemas que hay en el mundo –, a partir del aprovechamiento ineficiente de la energía, generan para ellas mismas y para el país donde se establecen un crecimiento económico insostenible a largo plazo, puesto que con tales niveles de degradación del medio ambiente, las futuras generaciones tendrán que vivir en un mundo en el que la existencia será prácticamente una utopía.

Pero las transnacionales que explotan los recursos minerales no son las únicas culpables de toda esta degradación ambiental. Las que se lucran de los recursos vegetales, como las transnacionales madereras, tampoco se quedan atrás.

Para su producción industrial, estas transnacionales utilizan plaguicidas y otros productos químicos que contaminan enormemente los suelos y las aguas. Mediante la tala de árboles, también se encargan de ejecutar una acción terrible para cualquier manifestación de vida: la deforestación.

Con la deforestación suceden la erosión de los suelos, los deslizamientos y las inundaciones. Implica también la muerte de los bosques, quedando amplias zonas que son utilizadas para los narcocultivos y el posterior narcotráfico. Además, la deforestación trae consigo la desertización, problema gravísimo para la producción de alimentos.

Por supuesto, todos estos daños los generan las transnacionales principalmente en los países del Tercer Mundo, pues en los países de donde son originarias no les permiten producir tales niveles de contaminación. Además, los gobernantes les hacen unas exigencias tributarias y salariales tan grandes, que a estas compañías no les queda de otra que salir corriendo a instalarse en los países subdesarrollados.

En países como Colombia las exigencias tributarias y salariales son mínimas, puesto que al presidente de la República lo único que le interesa es “aumentar la confianza inversionista”, que no es otra cosa que servirles en bandeja el territorio, los recursos naturales y hasta la misma población a estas transnacionales para que hagan y deshagan en el país, todo con la excusa de generar empleo y potenciar el crecimiento económico.

Sin embargo, contrario a los fines altruistas que arguye el Gobierno Nacional para defender los grandes privilegios que se les dan en Colombia a las transnacionales, además de los daños ambientales y sociales ya mencionados, estas compañías en realidad no hacen sino generarle pobreza a nuestro país y al Tercer Mundo en general.

Después de hacer una enorme presión sobre los recursos naturales, de explotarlos y de lucrarse de cuenta de algo que no les pertenece, estas empresas sacan sus enormes ganancias del país explotado y se las llevan para sus países de origen. Así, el tan publicitado crecimiento económico sí se da, claro, puesto que, en gran parte, éste se mide por el Producto Interno Bruto del país, es decir, por el crecimiento que presenten todas las empresas que se hallan dentro del país.

En este sentido, las transnacionales crecen mucho económicamente, y al estar dentro del país, contribuyen enormemente al crecimiento del Producto Interno Bruto. Ahí radica una de las grandes falacias del crecimiento económico, pues las ganancias de estas compañías extranjeras jamás se ven retribuidas en Colombia.

Por el contrario, estas transnacionales, en general, explotan a los trabajadores colombianos. Ahí está el caso de los trabajadores de la Drummond, que afortunadamente tienen un sindicato fuerte que obliga a la compañía a respetarles sus derechos. Pero aunque la empresa conoce la vehemencia del sindicato, de todos modos trata de explotar a sus trabajadores y hace que éstos se declaren en huelga constantemente.

Pero además de explotar a los trabajadores, estas compañías extranjeras, con su único objetivo de lucrarse con base en la producción industrial desenfrenada, imponen sus enormes maquinarias e incumplen el compromiso de generar empleo a gran escala. Con ello, lo que se genera son mayores niveles de desempleo y se profundizan las problemáticas sociales existentes en los países subdesarrollados.

Y hablando de problemáticas sociales profundas, hay que decir que la manera como estas transnacionales explotan a los trabajadores, hace que los grupos guerrilleros aprovechen la situación y se infiltren en los sindicatos de estas compañías para motivar la sublevación general ante la explotación de los trabajadores por parte de los empresarios.

Un ejemplo de esto fue lo sucedido en el Urabá antioqueño donde, según una de las teorías manejadas por la Central Unitaria de Trabajadores (CUT), principal central obrera del país, se crearon los sindicatos gracias a las presiones y a la influencia guerrillera en la zona, puesto que estos grupos insurgentes se oponían a la explotación de los trabajadores por parte de las empresas bananeras.

En este sentido entonces, las transnacionales también generan una sensación de inseguridad en la zona en que se establecen, y a partir de esta inseguridad, generan armamentismo y conflictos.

Con la presencia de la guerrilla, con el supuesto fin altruista de reivindicar a los trabajadores colombianos ante las explotaciones por parte de los empresarios extranjeros, también se dio pie a la presencia del paramilitarismo y su consecuente legitimidad otorgada por los mismos empresarios extranjeros que se veían “asfixiados” por la guerrilla.

Este conflicto armado entre guerrilla y paramilitares, con las transnacionales de por medio, genera grandes problemáticas sociales, como el desplazamiento forzado, la violación continua de los derechos humanos, y hasta la misma necesidad de que la población afectada se refugie en otro país.

Pero el conflicto no se queda en el ámbito interno; llega incluso a convertirse en un conflicto geopolítico, porque las grandes potencias del mundo siempre están pendientes de los recursos naturales que puedan saquear de los países subdesarrollados.

Esta situación se presentó con la Occidental Petroleum Corporation en Colombia, iniciando la década de 2000 puesto que, según lo describe el periodista Germán Castro Caycedo en su libro Con las manos en alto, desde las plantas de producción de esta compañía en los Llanos Orientales se elevaban los helicópteros del Ejército estadounidense para bombardear poblaciones donde presuntamente se hallaban guerrilleros de las Farc. Es decir, la presencia militar estadounidense no era sólo para colaborar con la ejecución del Plan Colombia, sino también para mantener controlada la explotación del petróleo en el oriente del país.

Debido a este conflicto social y armado, el Estado se ve en la obligación de hacer grandes inversiones en el campo militar, soslayando las inversiones sociales que son más apremiantes que las militares, puesto que las problemáticas sociales son el origen del conflicto armado.

A partir de esta falta de inversión en lo social, aumenta la pobreza en los países subdesarrollados, el analfabetismo, la falta de atención sanitaria, el déficit en el sistema hospitalario, la insuficiencia en la planificación familiar y por tanto los embarazos en las adolescentes, la elevada mortalidad de las madres, la explosión demográfica y el trabajo infantil. Esta explosión demográfica genera consecuentemente un déficit de vivienda, que lleva a que muchas familias vivan hacinadas en tugurios en condiciones indignas para cualquier ser humano.

En este análisis se han tomado a las transnacionales como eslabón protagonista en la red de los problemas que hay en el mundo. Lógicamente estas poderosas compañías no son las únicas culpables de los gravísimos problemas que padece el mundo. El individuo mismo y la sociedad en su conjunto tienen una gran cuota de responsabilidad en las catástrofes que vive el planeta. Sin embargo, hablamos aquí de las transnacionales porque ellas representan perfectamente la visión mecanicista del mundo que predomina en las personas más poderosas de la Tierra.

La vida vista desde la codicia, desde el egoísmo, desde el pensamiento único en la expansión y la competitividad de mi negocio a costa de la explotación de lo que sea, incluso poniendo en riesgo la vida de las generaciones futuras y agrediendo el cosmos hasta el punto de enfurecerlo y sentir sus castigos implacables.

Pero, ¿qué hacer ante esa visión mecanicista del mundo? La respuesta puede estar en la filosofía moral. Que el individuo piense y actúe de acuerdo con el deber ser tanto en lo privado como en lo público. Es la necesidad de humanizar, de pensar en el sufrimiento del otro como si fuera mi propio sufrimiento. Pero también se trata de armonizar, de ubicarnos como un átomo dentro de todo el universo, de reconocer que el planeta no es sólo para el ser humano, sino para todas las fuerzas del cosmos: la de la naturaleza, la humana, la de la cultura y la de la trascendencia.

A partir de ese reconocimiento, buscar la armonía con todas las fuerzas del cosmos y pensar no sólo en los que estamos, sino en los que estarán en esta casa y también merecen encontrar en ella la posibilidad de vivir.

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