sábado, 15 de noviembre de 2008

La Casa de las dos Palmas

NARRATIVA, POESÍA E IDENTIDAD CULTURAL EN UNA OBRA MAYOR DE LA LITERATURA COLOMBIANA


“Hasta el vagabundo superior tendría que llevar consigo sus raíces. Los antepasados también fueron uno mismo, identificados en la tierra; buscar una identidad como su geografía, su sangre, y saber danzas y leyendas y canciones que danzaran y cantaran quienes tenían ritmo en el nervio, y esperanza. Para no continuar siendo el extranjero, palabra detestable en un mundo tan pequeño, tan de todos, tan de nadie”.
(Efrén Herreros)






En la academia se pregona que la forma más ortodoxa de escribir un ensayo es en tercera persona, pero en esta ocasión me van a perdonar los ortodoxos por escribir este texto en primera persona. Veo en ésta la mejor forma para expresar de una manera más clara y más honesta mis conceptos sobre una obra con la que sentí verdadera intimidad, me identifiqué y me emocioné mientras la leía.

En La Casa de las dos Palmas confluyen la narrativa y la poesía de una manera verdaderamente excepcional. Siempre pintando un grupo humano, una casta, un pueblo, una cultura: la antioqueña.

“El hombre no puede carecer de una patria pequeña porque carecerá de antecedentes, de la amistad verdadera. Carecerá de lenguaje”. Esta frase pronunciada por Efrén Herreros, el protagonista de la obra, refleja la preocupación de don Manuel Mejía por encontrar las raíces de esa patria pequeña que es la región, Antioquia. Región en la que se forjan los grupos humanos, su cultura y a partir de ésta la identidad del ser para relacionarse con el mundo.

Ser antioqueño

Esa tradición paisa tan alardeada pero tan poco precisada por quienes la sacan a relucir en todo momento, sí se muestra claramente en esta novela. En ella se concreta lo que es ser antioqueño.

Con la precisión de la poesía y la fuerza de la narrativa de don Manuel, el lector conoce la cultura antioqueña, y en el caso de aquellos que nacimos en estas tierras, rodeados de unas tradiciones fuertes y duras como las montañas que caracterizan esta geografía, nos sentimos identificados, con amor propio y nostalgia al mismo tiempo, por reconocer a medida que pasaban las páginas nuestra propia existencia.

Ése fue mi caso. Con La Casa de las dos Palmas tuve una experiencia íntima en la lectura. Cuando leí esta obra mi mente estuvo puesta en Belmira. Seguramente el Balandú de don Manuel es en realidad Jericó, Andes, Jardín o cualquier otro poblado del Suroeste. Y los farallones probablemente sean los famosísimos de La Pintada.

Pero sentí que Balandú era Belmira. Y al Norte estaban las tierras altas del páramo de Santa Inés. Y al Occidente, cruzando la cordillera, las tierras calientes de Sopetrán y Olaya, bordeadas por el imponente río Cauca.

Y es que ése es el escenario que expone el escritor. Unas tierras altas donde está la casona, y unas llanuras al pie del Cauca donde está la Casa de las Cadenas.

En medio Balandú, que por su descripción geográfica, por su entorno y su ambiente, me remitió de inmediato a Belmira. Los vientos fríos que bajan del páramo, la mula, el arriero, las alforjas, los zamarros, los estribos, el zurriago, el olor a leña, el tinto en la cocina a la par de unos buenos relatos que, hablen de realidades o fantasías, lo importante es que sirvan para recrear la palabra y con ella el recogimiento y el calor de hogar.

En su pueblo, don Manuel nos presenta unos rasgos tradicionales que también son propios de mi pueblo y de muchas otras aldeas que conservan la cultura antioqueña. Y son rasgos cuya función esencial es identificar al antioqueño, mediante ellos el ser humano comunica que es de estas tierras.

Los cuchicheos de las viejas chismosas del pueblo son uno de ellos. En Balandú como en Belmira es como si el aire hablara. Pasás y escuchás comentarios como de un coro. Y deliberadamente don Manuel escribe los diálogos de los cuchicheos sin especificar quién dice qué, como representando que en el chismorreo nunca se sabe quién hace los comentarios.

Y en estos cuchicheos a Zoraida Vélez se le trata de “perdida” porque Medardo Herreros la abandonó. Se decía que, con la ida de su marido, esta mujer había montado un prostíbulo en su casa.

Así es en Belmira. El prejuicio es protagonista. Y es protagonista también el cura del pueblo, que tiene la potestad de maldecir a quien crea necesario, de juzgar y señalar los malos actos.

El padre Tobón le negó la entrada a la iglesia a Zoraida Vélez. Maldijo a Efrén Herreros y a toda su descendencia. Y es que la maldición de un cura, según dicen en Belmira, toca hasta la quinta generación de la descendencia de la persona maldecida.

Cuentan los vientos fríos del Belmira que el pueblo fue maldecido por un padre. Dicen que a mediados del siglo pasado había en el pueblo un sacerdote – curiosamente de apellido Tobón también –. El caso es que el cura vivía muy ofendido porque unas viejas hablaban muy mal de él. Y su rabia la pagó todo el pueblo, porque cuando él fue trasladado por la Diócesis, dijo que algún día el río se crecería y arrasaría con el pueblo, por chismoso y envidioso.

Así que en Belmira tenemos esa maldición encima, y cada que caen tempestades el pánico invade a la gente, de pensar que se puedan cumplir las palabras del padre Tobón.

Porque la maldición viene acompañada de un enorme sentimiento de culpa en el maldecido. Fue el caso de Efrén Herreros, que pensaba que todas las desgracias que le sucedían a su familia (los problemas entre Zoraida y Medardo, la temprana muerte de Lucía y el sufrimiento de Evangelina al lado de José Aníbal Gómez) se debían a la maldición del padre Tobón de Balandú, y que esa maldición había sido proferida por su culpa, porque él se enfrentó con el cura e incluso lo amenazó con un revólver.

También sufría al recordar el enfrentamiento que tuvo con su padre, don Juan Herreros, cuando éste quiso llevar a su moza, Etelvina López, y a su hijo Juancho López a su propia casa, para que acompañaran a su esposa. Efrén reaccionó furioso y no permitió lo que consideraba una ofensa contra su madre.

Además en Antioquia se cree que el padre tiene que pagar los errores de sus hijos o viceversa. El caso es que una persona debe pagar las consecuencias de los actos de otra. Efrén Herreros creía que tenía que pagar el error de su hijo Medardo al abandonar a Zoraida, que comenzaba a quedarse ciega.

El sufrimiento. El antioqueño tradicional lo entiende como un deber. “Tenemos el sufrimiento como un deber cívico”, le dijo alguna vez Medardo a su primo Roberto.

Pero es que también el antioqueño siempre tiende a echarle la culpa de sus actos a otras situaciones. Efrén Herreros pensaba que “alguien nos está conduciendo mal”. En el fondo, él pensaba que ese “alguien” era la maldición proferida por el padre Tobón.

Así se pinta al antioqueño tradicional en el libro: como alguien sufrido, terco, y orgulloso. Lo de orgulloso se demostró en la pelea entre Efrén Herreros y el padre Tobón, donde a Herreros no le importó la furia del cura.

Por su orgullo, por lo general el antioqueño no se la lleva bien con sus hermanos medios. Sobre todo entre hombres. Esto sucedía entre Efrén Herreros y Juancho López. Efrén percibía el parecido de su hermano medio con su padre y con él mismo y esto lo hacía odiarlo más.

Esto, sumado a la costumbre que se tiene en Antioquia de no darles el apellido paterno a los hijos que se tienen por fuera del hogar, para no mancillar la honra de la familia y la buena imagen que ha configurado ante la sociedad, con base en las apariencias. Por eso Juancho López y Escolástica García no llevaban el apellido Herreros sino el de sus madres.

Pero también hay orgullo en el amor. Alguna vez Medardo le dijo a Zoraida que era la primera vez que una mujer lo rechazaba, y Mariano Herreros, cuando fue alcalde, se quedó ciego pero por su orgullo no le pedía ayuda a nadie ni le gustaba que la gente de Balandú se enterara de su ceguera.

Ramón también se sentía orgulloso de que sus viejos cruzaron esas cordilleras y trabajaron el campo.

La dureza de la montaña

La Casa de las dos Palmas también tiene aspectos de la colonización antioqueña. Y el caserón del páramo es el símbolo del poderío de esa colonización.
Esa empresa terca de nuestros ancestros, que partieron hacia el Suroeste y se asentaron en el Viejo Caldas y hasta en el norte del Valle del Cauca y del Tolima. Es la tozudez propia del antioqueño en sus empresas, la terquedad que en don Juan Herreros hizo que, incluso sin existir la mina de oro con la que pensaba financiar la construcción del caserón, la pudiera llevar a cabo.

Y el amor por la tierra. El antioqueño es muy apegado a la tierra. “Tierra, única herencia del hombre”, les decía don Juan Herreros a sus hijos.

La historia de don Juan Herreros resume el proceso de colonización antioqueña: …“el poderoso de esas regiones, colonizador, aventurero en trances bravos, sometió tierras y gentes, buscó amigos y enemigos, dominó”.

“Tumben monte, siembren pastos”, ordenaba en los campos por los que pasaba. “Extendía su mirada de agrimensor veterano. Había baldíos aún, viejas montañas del indio, desplazados cada vez más hacia otras selvas; el avance era un derecho tomado, no dolía la injusticia al practicarlo, también la tierra y el hombre debían pagar su tributo obligatorio, imponían la ley del arrasamiento creador, según su ángulo de enfoque”.

Y esa agresividad del antioqueño proviene de su timidez. El antioqueño es tremendamente tímido.

Por esta dificultad para expresar el afecto, el antioqueño se hace duro, agresivo incluso, como una manera de comunicar sus sentimientos. Es la timidez propia de quien vive rodeado de montañas. Muy diferente al carácter de un costeño o de un llanero.

El antioqueño habla y habla sobre su trabajo, sobre sus anécdotas, pero cómo le cuesta expresar con palabras el afecto, decirle a otra persona “te quiero”, porque desde nuestros ancestros se ha dicho que “eso es de niñas, de maricones, y el hombre no está para güevonadas, el hombre tiene que demostrar que es un varón”.

Y en ese “demostrar que es un varón”, el antioqueño se ha configurado como una persona machista. Y quien irrumpa en el espacio privado de un macho tendrá que someterse a un duelo a muerte con él. Por eso cuando el toro quiso entrar a la Casa de las Cadenas, José Aníbal Gómez lo entendió como un desafío y lo mató a tiros.

Pero el hecho de que desde nuestros ancestros nos hayan formado con una personalidad machista es entendible. Ellos se abrieron su propio espacio en Antioquia “a la brava”, en un territorio montañoso y difícil. Y la mujer estaba para los oficios de la casa y la crianza de los niños. Para lo demás estaba el hombre, que tenía que marcar diferencia con la mujer y demostrar ser más fuerte y resistente que ella. Y el machismo era la mejor forma para ello.

El hogar antioqueño es contradictorio. Es matriarcal, en el sentido de que es la mujer quien lleva las riendas de todo: de los hijos, de la plata, del mercado que hay que comprar. Pero el hombre es machista, suele tener mujeres e hijos por fuera y aunque dice querer mucho a su mujer y es ella la que orienta el hogar, cuando él habla se cumple su orden y la esposa pasa a ser un adorno.

Merceditas, la esposa de Efrén Herreros, era la fiel representación de la señora tradicional antioqueña: rezandera, más preocupada por la vida que había después de la muerte que por la que estaba viviendo, casi una santa, enseñándoles a rezar el Rosario a sus hijos y aguantando encerrada en la casa, nunca le hacía un reclamo a Efrén Herreros por sus constantes salidas.

Entonces esa agresividad sirve para tapar la timidez que hay en el fondo. Por tener dificultad para expresar su afecto con palabras, el antioqueño comunica mucho con su mirada. Por eso en la furia de Efrén Herreros en la Casa de las Cadenas algún peón dijo: “Dios y el diablo se asoman por esos ojos”. Es decir, era una mirada bondadosa pero al mismo tiempo llena de cólera en ese momento.

También comunica sus sentimientos mediante las flores, como lo hacía Efrén Herreros con Isabel, que hasta le tenían significado a cada flor en su relación. Las cartas eran otra herramienta comunicacional en esta relación. La joven era inocente y tímida, y el hombre también sentía cierto recelo por tratarse de una muchachita muchos años menor que él. Por eso recurrían a las cartas para expresar allí la ternura y el amor que sentían.

Y ante su timidez, el paisa comunica mediante su vanidad, mediante la buena presentación personal. A ello se debía la vanidad de Efrén Herreros para presentarse ante Isabel. Tenía pena el día que Isabel llegó a la Casa de las dos Palmas de improviso, porque lo vería sin afeitar.

De puertas para adentro

Pero si bien el antioqueño se caracteriza por su dureza en sus decisiones desde la misma colonización, también hay que decir que es un ser generoso y acogedor. Efrén Herreros le regaló un pedazo de tierra a la madre de Isabel y le gustaba ayudar a quien lo necesitaba.

“En esta casa nadie será forastero. Caminante, siempre habrá un sillón, una cama, un vaso para tu fatiga”. Este letrero plasmado en el dintel del portón principal de la Casa de las dos Palmas refleja el espíritu acogedor del antioqueño tradicional.

En un hogar antioqueño los vecinos se reúnen a comer y departir. En la Casa de las dos Palmas la gente de Efrén Herreros se reunía con don Matías, don Isidro, don Rafael, nombres por cierto muy populares en la cultura antioqueña.

En las conversaciones salían a relucir expresiones típicamente paisas, como el pa’. Quienes somos de estas tierras decimos, por ejemplo, “pa’ qué me necesitás”.
Y como buenos antioqueños, en estas tertulias se daban gusto con la buena comida: postres, jaleas, pasteles de guayaba y cidra, que preparaban Gabriela y Zoraida.

Aparecían los bambucos, las coplas y trovas que componía Roberto, acompañadas del tiple y la guitarra, música tradicional en la cultura antioqueña.

Se tomaba aguardiente para celebrar. Por ejemplo, había que celebrar cuando el maestro Bastidas y su ayudante Julián decidieron quedarse en la casona mientras restauraban la capilla.

En estas conversaciones nocturnas al calor de la chimenea se hablaba de espantos, costumbre que aún se mantiene en muchos hogares tradicionales antioqueños. Se hablaba del Judío Errante. Así se le llamaba al forastero misterioso que apareció en el páramo, por la Casa de las dos Palmas, que al parecer era Asdrúbal. Esta leyenda del Judío Errante todavía se menciona mucho en los hogares antioqueños. A veces los abuelos suelen decir: “Aquél parece un judío errante”.

Como sucede en la actualidad, se iba transmitiendo la tradición oral. Los mitos y leyendas eran transmitidos por los viejos a los niños.

Y salía a relucir el refranero en las conversaciones en la casona. Salían refranes sobre todo de las bocas de Gabriela, Escolástica y Natalia. El antioqueño dice que los refranes “son muy sabios”. Por eso recurre a ellos constantemente. Por ejemplo, Natalia dijo: “La letra con sangre entra”, refiriéndose a que Zoraida, por desobedecer las recomendaciones, se había caído en el pedrero.

Creencias

Se hablaba de fantasmas y de las brujas del Puente de las Brujas incluso siendo tan católicos y creyentes en Dios como eran. Se invocaba a las ánimas benditas del purgatorio, se les rezaba un Padrenuestro a las que estuvieran penando, “para que Dios las saque de pena y las lleve a descansar”. Se tenía la creencia en que los muertos vuelven a comunicarse con los vivos. Todas estas prácticas aún vigentes en muchos hogares antioqueños, sobre todo en noviembre, el mes de las ánimas.

La mitología está presente en el libro: la llorona, el caballo de don Juan Herreros que galopa de noche, el árbol que no se nombra, la creencia en que el canto del currucutú anuncia la muerte. En su lecho de enferma, Lucía se sobresaltaba cuando oía cantar al animal.

Esa superstición los llevó incluso a pensar que los movimientos de las palmas de la entrada de la casa tenían significados particulares: que se iba a morir alguien, que llegaría algún visitante, que llegaría un nuevo integrante de la familia.

Aunque era gente muy católica, acudía a la brujería. Escolástica le contaba a Zoraida la leyenda del Ánima Sola y le explicaba la oración que debía rezar si quería tener a Medardo a su lado. También se recurría a las plantas para curar las heridas.

El antioqueño tradicional cree en las brujas, los duendes y el diablo con la misma fuerza que cree en Dios.

Y la creencia en Dios era tan fuerte en la novela, que la esposa de Efrén Herreros decía: “Mis hijas deben ser sanas de cuerpo y limpias de alma. Mejor llévatelas, Dios mío, si han de ofenderte”. Es decir, esta señora prefería que sus hijas murieran antes que ofendieran a Dios.

El antioqueño tradicional tiene una creencia tan fuerte en Dios que a veces en las peleas parece poner a Dios de por medio, e incluso en ocasiones parece enfrentarse a Él. Esto se vio en el fuerte alegato que tuvieron monseñor Pedro José Herreros y el padre Tobón. El asunto central fue quién tenía más poder para maldecir. Y monseñor Herreros sentenció que el cura Tobón se había enfrentado a Dios al utilizar su nombre para maldecir injustamente a la familia Herreros.

La novia de don Juan Herreros también puso a Dios en medio de sus decisiones. No fue capaz de desprenderse de la misa diaria y de la Salve que rezaba en su pueblo junto a su madre. Por ello no se casó con don Juan.

Se tenía la idea de que el colegio de monjas de Balandú era lo mejor. Por ello Efrén Herreros mandó a su ahijada Isabel a estudiar allí, y quería hacer lo mismo con Natalia cuando ésta tuviera la edad suficiente. Para el antioqueño tradicional, los colegios de monjas y de curas siguen siendo los mejores, porque se entiende que allí se fomentan los buenos valores y el comportamiento moral.

Pensando en la moral se vestían las mujeres en aquella época de comienzos del siglo XX. Por ello el vestido que usaba Isabel: falda larga blanca, con pintas negras. Esos vestidos largos eran usados por las antioqueñas como muestra de su recatamiento, de su decencia. En esta costumbre tenía mucho que ver la influencia de la Iglesia.

El antioqueño piensa mucho en la moral, pero en un momento de furia la moral se va al carajo. En medio de su furia y sus ansias de venganza, Efrén Herreros se embruteció e hizo que José Aníbal Gómez y Juancho López se marcaran entre sí como si fueran reses. “Ante los hechos de nada sirve la moral”, reconoció Efrén Herreros en ese momento.

Aunque estaba maldecida, la familia Herreros contaba con un sacerdote también: monseñor Pedro José Herreros. Y es que para una familia antioqueña tradicional, uno de los mayores orgullos es tener un hijo cura, porque se entiende como signo de mayor cercanía de Dios con la familia.

Efrén Herreros quería reconstruir la capilla para obtener el perdón de Dios por la maldición del padre Tobón. Es la costumbre del antioqueño, de ofrecer algo, hacer un sacrificio por el perdón de Dios.

Y se acude a Dios ante el peligro. La madre de Isabel rezó el Magníficat en la tormenta que hubo mientras Efrén Herreros estaba de visita en su casa. Esto lo acostumbran hacer las señoras antioqueñas, junto con la quema de los ramos benditos del Domingo de Ramos y el encendimiento del cirio pascual.

El antioqueño tradicional tiene la creencia de que antes de morir, la persona hace un recorrido mental por los lugares y las situaciones más importantes de su vida. “Deshacer los pasos”, se le llama comúnmente a esta despedida de la vida, en la que la persona le pide perdón a Dios por sus pecados para morir en gracia con Él y alejar los espíritus malignos. Esto lo hizo monseñor Pedro José Herreros antes de morir.

También está el agua bendita con que el padre Tobón roció las cenizas del incendio de la casa de Zoraida, porque creía que de allí podían surgir espíritus demoníacos. En muchos hogares antioqueños se acostumbra tener una botella con agua bendita para usar en las enfermedades, en las tempestades o incluso cuando llega una visita indeseada a la casa.

Y hablando de los espíritus demoníacos, hay que recordar que la vitrola de Efrén Herreros fue vista por el padre Tobón como el demonio, porque “tiene voz pero no tiene alma”. Era entendida como algo pecaminoso porque su música emocionaba a las mujeres.

Mediante todos estos rasgos el ser humano oriundo de estas tierras logra comunicar su cultura, comunica que es antioqueño. Y con todos ellos me identifiqué porque los experimenté en ese Balandú propio que es Belmira, pueblo frío, tímido y generoso, donde el viento helado del páramo susurra los secretos que nacen en las cocinas y en las salas de las casas.

De Macondo a Balandú

Veo en La Casa de las dos Palmas algunas similitudes con Cien años de soledad: la soledad de sus personajes, la presencia de la guerra en la trama de la novela, un pueblo imaginario como escenario, también el realismo mágico en las invocaciones, la brujería, los espejos que absorben las imágenes, la intensidad en la narración, el protagonismo de una familia grande: los Buendía en la obra de Gabriel García Márquez y los Herreros en la de don Manuel Mejía Vallejo, y el paso fluido del tiempo narrativo a lo largo de las generaciones de estas familias.

Los Herreros, una familia tradicional antioqueña de poderío económico que controló todos los poderes sociales: tuvieron el Alcalde, el párroco, el juez, el Coronel en la Guerra de los Mil Días y el gran arriero de Balandú. Cada uno dominaba en su campo. Hoy, por ejemplo, los Uribe Vélez también hacen algo similar: Álvaro Uribe tiene el poder político en Colombia, y su hermano Santiago es uno de los principales ganaderos del país.

En una familia pudiente de un pueblo de fuertes tradiciones antioqueñas, algunos de los hijos se van a la universidad, preferiblemente a estudiar Derecho o Medicina, los otros se dedican a reemplazar al padre en la administración de las tierras y los animales. Esto sucedió con los Herreros: Rodrigo se hizo abogado en la ciudad y Efrén reemplazó a su padre en el mando de las tierras altas y bajas.

Se creía que una familia de clase alta debía mezclarse con una familia igualmente prestigiosa. Los Herreros, respetados como nadie en el campo, se mezclaron con los Gómez, prestigiosos en la ciudad. Sin embargo, los Gómez habían sido ricos pero estaban en la quiebra, y sólo querían arrimarse a los Herreros a ver qué ganancias podían sacar de esa alianza. Y José Aníbal Gómez se casó con Evangelina Herreros, pero la hizo sufrir impresionantemente.

Fuerza narrativa

"La Casa de las dos Palmas: novela de excepcionales atributos estéticos y humanos”. (Otto Morales Benítez)

Además de todo su trabajo en la aclaración y el fortalecimiento de la identidad cultural, esta obra de don Manuel es grande por su narrativa. Las descripciones, con la precisión de la poesía. Expresiones como el “cristal helado”, para referirse al río del páramo, y la “noche diurna” de Zoraida, aludiendo a su ceguera, me emocionaron y me hicieron percibir una gran belleza en el estilo del escritor.

Su profundidad al entrar en el alma de los personajes. Se puede ver nítidamente la honestidad de Efrén Herreros, su verraquera, su hombría, también la brutalidad de José Aníbal Gómez, la gallardía de Zoraida Vélez, la inocencia de Isabel, el orgullo propio de monseñor Pedro José Herreros para enfrentarse con el padre Tobón, incluso habiendo en medio una maldición contra su familia, y el heroísmo de Enrique Herreros en la Guerra de los Mil Días.

Narrativa poderosa la de don Manuel para mantener al lector aferrado al libro, con cambios de personajes como brincando por un empedrado. Y a veces complejo y exigente con el lector, le exige concentración suma, paciencia, porque no es una obra para leer a la carrera, y hasta especulación, porque es inevitable especular en los diálogos, tratar de descifrar quién está hablando, y la plenitud cuando se cree haber cogido la idea en el diálogo, haber prácticamente adivinado quién había hablado y qué quería decir con lo que dijo. Son estos entramados otro aspecto fascinante en la obra de don Manuel.

Sentar a Efrén Herreros en la sala de la casona a recordar a Medardo, y en la evocación, mostrarnos a su vez qué recordaba éste de su madre. Es decir, narrarnos los recuerdos que tenía un hombre acerca de los recuerdos de otro. La evocación permanente, el onirismo, son cualidades propias de los personajes de La Casa de las dos Palmas, y a su vez técnicas del escritor para poner al lector a imaginar e interpretar, para llevarlo por las ramas de un árbol que no es sólo una familia sino un pueblo: el pueblo antioqueño.

El hecho de que deje cabos sueltos en la novela se puede criticar, pero también es cierto que un entramado tan maravilloso como el creado por don Manuel merece desarrollarse lentamente en muchas más páginas, si es posible en otros libros. Cabos sueltos como las ansias de venganza de José Aníbal Gómez, las ganas de Escolástica de regresar a la Casa de las Cadenas, y el niño de Evangelina que recién nace, serían retomados por Mejía Vallejo en Los invocados.

Estos cabos sueltos son utilizados como “amarres” para el lector, para motivarlo a seguir conociendo la obra grande de don Manuel.

La precisión de la poesía

Esta novela de Mejía Vallejo es grande porque además de su aspecto humano está cargada de la fuerza y la estética de la poesía. Poesía en los diálogos, casi siempre difíciles de comprender por estar puestos ahí, en el aire, aparentemente sin saber de dónde vienen ni para dónde van, sin una boca explícita que los pronuncie, pero en el fondo con una capacidad reveladora impresionante. Con la fuerza de esos diálogos cortos, Mejía Vallejo plasma el ambiente sosegadamente nostálgico que se vive en la casona del páramo o el infierno terrenal de la Casa de las Cadenas en la tierra caliente.

No suele enunciar al hablante, creo yo, porque tiene la intención de que las ideas de sus diálogos no sean comprendidas como las de un personaje literario, sino como las del ser humano en su condición existencial universal.

Hablar por ejemplo del remordimiento y de la desazón de Efrén Herreros al haber hecho mucho en su vida y a la vez no haber logrado nada, más que plasmar el desasosiego de un personaje literario, es indagarse por la angustia existencial del ser humano.

Y la poesía en las descripciones de la naturaleza, del monte, de la noche, de las piedras, de las matas que sembraba Efrén Herreros a la entrada de la casona, de los pájaros, de los atardeceres, de la lluvia, de la niebla, del viento, de las vacas, del toro que sufrió el odio y la brutalidad de José Aníbal Gómez, de las cavilaciones de Zoraida, las de Efrén, las del maestro Bastidas en su dedicación perpetua al labrado de la madera. Poesía en las descripciones de la vida. La vida.

La vida es la que siente plenitud al leer maravillas como ésta. En mi experiencia íntima con la novela, casi tuve un enamoramiento de Isabel y su sinceridad, sus “juguetes” con Efrén, descifrando el significado de las plantas; de Natalia y sus destellos de amor hacia Francisco; de Zoraida y su tortura silenciosa al imaginarse a Efrén amándose con Isabel.

Revive este libro el sentimiento de culpa, el temor a Dios, el remordimiento, el desasosiego permanente del ser humano en estas tierras escarpadas. Y es que el antioqueño piensa mucho en la muerte y en lo que vendrá después de ella, pero a la vez se aferra a la vida, a los suyos, como Efrén en sus últimos días.

Eran los últimos días de un amante de la naturaleza, de los pájaros, de las mariposas, de las vacas, de los caballos, de la montaña, de las piedras, de los ríos, de su familia. Generoso y varón. Sabía que iba a morir y lo aceptó. Quería la vida pero aceptó la llegada de su hora final. Murió tranquilo porque le trajo al doctor Morales a su hija Evangelina, para que la atendiera en el parto. Tranquilo porque respondió hasta el final. Eran los últimos días de un hombre, los últimos días de un antioqueño.











Manuel Mejía Vallejo (Jericó, 1923 - El Retiro, 1998). Escritor y periodista.

El gran insumo con el que trabajó fue la rica tradición oral del pueblo antioqueño. Y La Casa de las dos Palmas es quizás el gran legado que le dejó a Antioquia, Colombia y América Latina. Sus virtudes principales son el conocimiento de su propia cultura, la intensidad en la narración, la fuerza de la descripción y la lucidez de su poesía.

sábado, 1 de noviembre de 2008

¿Qué papel juegan los medios de comunicación en la "sociedad del conocimiento" hoy?


Lo que tenemos hoy es la sociedad de la información, en la que se da una sobreoferta de información por todos los medios de comunicación, especialmente por la Internet y las transmisiones satelitales de radio y televisión.

Sin embargo, esta información, aunque masiva, suele ser también poco rigurosa, con poco análisis y discernimiento, convirtiéndose muchas veces en un instrumento de manipulación por parte de los poderes político y económico.

El ideal de la sociedad del conocimiento consiste en que estos elementos informativos dejen de ser una avalancha de datos indiferenciados y pasen a ser comprendidos por todos los humanos, siendo de verdadera utilidad en su vida diaria y en el desarrollo de las sociedades y las culturas.

En la sociedad del conocimiento lo más importante no es la cantidad de la información, sino la productividad que se pueda alcanzar con ella en tanto se convierta en conocimiento para las sociedades.

En este sentido, el papel de los medios de comunicación consiste en que, en tanto procesadores de la información, se conviertan en productores de conocimiento. ¿Cómo? Discerniendo la información, analizándola, tratándola con criterio, siendo críticos, no simplemente siendo portavoces de los poderes, amplificadores de las informaciones que éstos emiten, como sucede con muchos medios en la actualidad.

Si los medios logran el procesamiento de la información explicado en el párrafo anterior, seguramente sus informaciones se convertirán en conocimiento para las sociedades, porque no serán instrumentos de los poderes para manipular a los pueblos, sino productos pensados en función de su utilidad para las sociedades.

Así, las informaciones de los medios no serán datos momentáneos que se olvidan al llegar una nueva información, sino que serán conocimientos duraderos, servirán como documentos históricos para explicar la evolución de las generaciones pasadas hasta llegar a las sociedades actuales, y para servir como guía en el andar de las sociedades futuras, buscando que no se cometan los mismos errores y que los pueblos persigan su desarrollo enfocados en dos conceptos: el ser humano y las culturas, entendidas éstas no aisladas, sino en relaciones en red con otras culturas del mundo y en armonía con el medio ambiente de nuestro planeta Tierra.

Ensayo sobre el cine colombiano

Entre la mirada social y el aprovechamiento artístico del lenguaje cinematográfico


Este ensayo alude a producciones colombianas de la década del 90 y de lo que va de la década del 2000.

En estos últimos tiempos – como lo señala Oswaldo Osorio en su libro Comunicación, cine colombiano y ciudad –, el cine colombiano definitivamente se está desarrollando en el ámbito urbano, salvo algunas excepciones, como Karmma (Orlando Pardo, 2006), que tiene escenario y personajes rurales.

En este sentido de lo urbano, lo que predomina en nuestro cine en este último período son las miradas sociales. Son fundamentalmente eso: miradas que recrean algunos sectores sociales o a lo sumo reflexionan sobre ellos, pero no se trata de críticas ni de cuestionamientos.

Y es que la gran mayoría de las películas de estas últimas dos décadas tiene fines predominantemente comerciales, nada que ver con los planteamientos de aquel Tercer Cine argentino de la década de los 60, según los cuales lo más importante era generar la discusión política en pro del beneficio para la colectividad.

Se trata entonces de miradas cuyo objeto ha sido principalmente la clase media-baja colombiana, reflejada en películas como La pena máxima (Jorge Echeverri, 2001), Como el gato y el ratón (Rodrigo Triana, 2002), y La estrategia del caracol (Sergio Cabrera, 1993). De este enfoque, el tema más recurrente es la vida familiar y barrial de esa clase media-baja de nuestro país.

Otra temática que predomina en el cine nacional en estas últimas dos décadas es la depresión social generada por el narcotráfico, mostrada en filmes como La vendedora de rosas (Víctor Gaviria, 1998), La Virgen de los sicarios (Barbet Schroeder, 2000) y Sumas y restas (Víctor Gaviria 2004).

Además, ha habido temáticas novedosas para el cine colombiano, como la inocencia pícara de los niños, que incluso puede llegar a ser perversa, recreada en Los niños invisibles (Lisandro Duque, 2001), y el horror psíquico, desarrollado en Al final del espectro (Juan Felipe Orozco, 2006).

Con el riesgo que implican las generalizaciones, hay que decir que las películas de estos últimos tiempos se han caracterizado por tener, en su mayoría, narrativas convincentes, puesto que han logrado contar historias atrapantes que cuentan con sus propios universos. Tal es el caso de La estrategia del caracol, que además de tener un argumento muy cercano al espectador porque le señala la problemática de la vivienda para mucha gente en Colombia, la puesta en escena y los diálogos logran crear todo un universo propio de un inquilinato como en el que se desarrolla la historia.

Estas últimas producciones también han tratado de desarrollar estilos propios, con el lenguaje, por ejemplo, que suele ser muy familiar para el colombiano “del común”. Del mismo modo, se percibe una identificación del espectador con los personajes, que encarnan estereotipos típicamente colombianos, sobre todo de esa clase media-baja tan abordada en nuestro cine últimamente. Son ejemplos de esto los personajes de La pena máxima y las familias que se enfrentan en Como el gato y el ratón.

En cuanto a la estética, las películas colombianas de este último período son bastante aceptables, si bien no todas son completamente originales en su manejo estético. Tal es el caso de Al final del espectro, que está muy bien narrada visualmente puesto que la fotografía y especialmente el manejo del color son muy funcionales en la historia; pero con ese intento de producir horror en el espectador con base en la saturación de efectos especiales y trucos, tan propio de la industria de Hollywood, se puede evidenciar cierta falta de creatividad.

De resto, en general, como se dijo anteriormente, son producciones con una estética aceptable, pues logran crear universos cercanos a las vivencias y a la realidad con las que se encuentra constantemente el colombiano promedio. En este sentido, unos buenos ejemplos son La vendedora de rosas y Sumas y restas, que configuran el universo de la depresión social causada por el narcotráfico en Medellín, reflexionando, por una parte, sobre los jovencitos de los barrios más deprimidos de la ciudad, que se ven obligados a trabajar; y por otra, sobre la bola de nieve en la que se convirtió el fenómeno del narcotráfico, involucrando a muchísima gente, incluso a profesionales serios como el personaje principal de Sumas y restas.

Ahora, si bien el cine colombiano de los últimos tiempos tiene estos puntos a favor, además de que el volumen de la producción se mantiene en un promedio de cuatro películas anuales, aún se siguen presentando algunas falencias técnicas en ciertas películas. Tal es el caso del defectuoso sonido en algunas escenas de Karmma.

Pero lo que sí resulta completamente detestable es lo que hace una película como Muertos del susto (Dago García y Harold Trompetero, 2007), que constantemente está promocionando en su rol independiente de humorista a uno de sus actores principales. A lo largo de la película, en repetidas ocasiones aparece en escena un carro con una valla promocionando explícitamente a “Don Jediondo”. Resulta inaudito que un filme de 2007 haga esto, con lo que deteriora su estética, su funcionalidad como comedia y su calidad en general.

A pesar de estos detalles, el cine colombiano de los 90 y de estos ocho años del siglo XXI, en términos generales, pasa el examen en cuanto al aprovechamiento artístico del lenguaje cinematográfico; pero nos queda debiendo en aspectos técnicos, como el sonido principalmente, y en su función como plataforma para lanzar críticas al sistema social y cuestionamientos a los poderes.

Amélie

La comunicación transforma la cotidianidad


La película Amélie es una buena muestra de la fuerza de la comunicación para transformar situaciones de la vida, incluso en circunstancias que aparentemente son tan simples pero que suelen ser en últimas tan complejas, como la cotidianidad, la rutina.

Esta cinta expone el poder de la comunicación para transformar incluso realidades que parecen muy arraigadas en la historia de las personas, como su propia personalidad.

En este sentido, el primer asunto fuerte que se le presenta a la protagonista son los problemas de comunicación interpersonal en su hogar. Su padre la aisló del mundo exterior, porque supuestamente ella padecía una enfermedad cardíaca, cuando lo que le sucedía a Amélie era que, como su padre rara vez se le acercaba, cuando lo hacía, el ritmo del corazón de la niña se alteraba y los latidos se hacían mucho más fuertes.

Este aislamiento de Amélie desde niña, generado por las falsas deducciones de su padre, hizo que la pequeña creciera en un ambiente de soledad y represión. Además, su madre había muerto, por lo que se debía someter a las reglas de su padre.

El encierro que vive Amélie en su infancia es el mismo que experimenta Raymond, el pintor, que se dedica a estar en su apartamento con sus pinturas, pero con una profunda angustia: no poder comunicarlas al exterior.

La película enfatiza en el encierro de estos personajes, dando a entender que el encierro, en tanto aislamiento, es uno de los principales obstáculos que encuentra la comunicación, y consecuentemente, uno de los principales problemas para el ser humano a la hora de buscar momentos de felicidad.

Pero estas situaciones problemáticas comienzan a transformarse cuando Amélie decide atreverse a conocer el mundo, mediante diferentes formas de comunicación. Esto, teniendo en cuenta que si no hay comunicación, no se conoce al otro, y por ello se crean tantos prejuicios y temores con respecto a las demás personas.

Amélie comenzó a comunicarse con el exterior con la palabra hablada, que la utilizó para describirle el entorno al ciego y crearle imágenes mentales. También se valió de videos, con los que Raymond logró abrir su mente y desligarse del cuadro de Renoir, que era su obsesión.

Mediante un gnomo de madera que le fascinaba a su padre, Amélie logró que éste por fin decidiera emprender un viaje por el mundo. Aquí la película muestra el principio fundamental de la comunicación: llevar a la acción. La estrategia de comunicación empleada por Amélie obtuvo la respuesta esperada de su padre, que en este caso era el perceptor del mensaje.

La palabra escrita también fue utilizada por Amélie como forma de comunicación con el exterior. Ella la empleó para transmitirle sus mensajes a Nino, aquel muchacho que tanto le interesaba.

A propósito de Nino, hay que señalar que él encontraba la comunicación de una manera curiosa: coleccionando las fotografías que sobraban en los fotomatones. Estas fotografías le comunicaban a Nino ideas fuertes y por eso las coleccionaba. Con ellas se explicaba diferentes cuestiones de la vida.

Estas fotografías, los videos que Amélie le regaló a Raymond, la palabra escrita, y el cofrecito que encontró Amélie en su apartamento y que contenía objetos de un hombre que había vivido hacía 40 años allí, constituyen formas de preservar la memoria, de tomar pedazos de la existencia y congelarlos, de modo que representen, más que el recuerdo, el mismo instante vivido.

Estas formas de preservar la memoria, de quitarle algunas vivencias al recorrido vertiginoso del tiempo, de tratar de dejarlas para nosotros mismos en vez de dejar que Cronos se las trague, constituyen formas importantes de comunicación, porque generalmente llevan a la acción, ya sea al llanto, la risa, la burla, la reacción rabiosa, al recogimiento de una familia o de un pueblo entero alrededor de un monumento o una tradición.

Así, la película muestra cómo de diversas formas, la comunicación transforma la cotidianidad y la vida misma del ser humano, en este caso visto desde los ojos de unos personajes con angustias basadas fundamentalmente en problemas de comunicación.

Por ejemplo Hipólito, el escritor, se sentía frustrado porque sus escritos no lograban comunicar nada. Y se emocionó cuando vio una de sus frases pintada en una pared de la calle: “Sin ti, las emociones de hoy no serían más que la piel muerta de las emociones de ayer”.

El hombre que había dejado su cofrecito enterrado en el apartamento de Amélie también se sintió pleno al recuperarlo, porque se trataba de una maravillosa herramienta de comunicación, puesto que le permitió nada menos que recuperar también una parte de su memoria, de su existencia.

La comunicación también ayudó a atenuar un poco la angustia natural que mantenía el ciego al encontrar todo el tiempo su entorno convertido en tinieblas. Mediante la palabra hablada, Amélie le describió el entorno, le creó imágenes mentales que al menos le dieron al ciego un poco de seguridad y alegría al saber qué estaba sucediendo a su alrededor. Así, la comunicación de Amélie logró disminuir un poco la angustia existencial del ciego.

Pero con Amélie pasaba algo particular: ella facilitaba la comunicación a los demás y, con esto, les propiciaba momentos de felicidad. Sin embargo, a la hora de comunicar sus propios sentimientos y buscar su propia felicidad, le era más difícil. Esto sucedió cuando ella se interesó en Nino. Ahí, ella prefería un encuentro casual con él a una presentación directa. Era tímida en ese sentido.

No obstante, mediante la palabra escrita, ella estableció una buena comunicación con Nino, y por tanto logró la respuesta esperada de ese perceptor del mensaje. De esta manera, Amélie pudo comunicar sus propios sentimientos y alcanzar momentos de felicidad.

Y la comunicación también fundamental para transformar su cotidianidad, para dejar ese encierro permanente en que se mantenía, esa soledad constante, y poder conocer el mundo exterior y por tanto conocerse mejor a sí misma.

Pero además de mostrar cómo la comunicación transforma la cotidianidad, Amélie es una película que comunica de diversas y muy poderosas formas, como la voz en off, esa narración permanente que describe situaciones y lleva el hilo conductor de la historia; la caracterización de los personajes, que los hace muy cercanos a los comportamientos reales del ser humano; y la fotografía estética e impactante, caracterizada por la fuerza de los colores y el contraste entre la oscuridad y la luz.

En lo que constituye quizás la más grande especulación, hay que decir que con este contraste permanente entre la oscuridad y la luz, Amélie pareciera representar la transición de la Edad Media al Renacimiento.

Esta película expone personajes encerrados en lugares en los que prima la oscuridad, como la misma Amélie y el pintor Raymond. Esta oscuridad, pero a nivel intelectual, fue la misma que predominó en la Edad Media, época dominada por la Iglesia Católica y en la que aquél que pensara distinto a ella era perseguido.

En su encierro, antes de descubrir las maravillas de la comunicación con el mundo exterior, Amélie se refugiaba en su imaginación y por ello sentía temores frente a la realidad. Vivía en un ambiente de soledad y represión, represión que se vivió en grados extremos en la Edad Media.

Similar a lo que sucedió en la transición de la Edad Media al Renacimiento, Amélie sentía temor para enfrentarse a la realidad, pero poco a poco fue conociendo el mundo. Se asombraba con detalles tan pequeños como meter la mano en un bulto lleno de granos.

No le gustó el sexo que tuvo con sus novios. En la Edad Media el sexo no era bien visto, era señal de pasión descontrolada, de descuido del alma, y por tanto remitía al concepto de pecado.

Pero el hallazgo de Amélie de ese cofrecito que estaba enterrado en su apartamento hacía 40 años, parece representar el clímax en la transición de la Edad Media al Renacimiento.

Con la aparición del cofrecito, Amélie comienza a ilusionarse, a despejar tantas tinieblas de su vida. Partiendo de la entrega del cofre a su dueño, ella pensaba ayudarles a muchas personas a ser felices. Y efectivamente lo logró, porque mediante las formas de comunicación que implementó con personas como el ciego y Raymond, ayudó a que ellos tuvieran momentos de felicidad.

La comunicación entre Amélie y las personas de su entorno, representó para todos lo que representó para el ser humano el Renacimiento: la llegada de la luz, del conocimiento, volver a nacer intelectualmente después de un período de oscuridad y represión.

Entonces: desde la demostración de que la comunicación transforma la cotidianidad e incluso la vida entera de las personas, demostración hecha a través de las situaciones de la historia, de la caracterización profundamente humana de los personajes, y de la extraordinaria fotografía; hasta la posible representación que hace de la transición de la Edad Media al Renacimiento, Amélie constituye una película protagonizada por lo comunicacional.

Desde la comunicación interpersonal, hasta la utilización de medios técnicos como la fotografía y el video, pasando por las angustias existenciales de las personas, generadas por problemas de comunicación, Amélie es un filme que expone la importancia de la comunicación en tanto proceso que motiva la respuesta del perceptor, su acción. Y a partir de ahí, transforma la vida de los sujetos participantes en el proceso.

Welcome to Sarajevo


Cuando los periodistas humanizan la guerra


Por lo general, la mayoría de los medios de comunicación les dan un cubrimiento poco ético y poco riguroso a las guerras. Suelen abordarlas desde el sitio de meros espectadores, informando a veces sobre el número de bajas en los bandos en conflicto y ensañándose con el morbo que se pueda despertar por la sangre y la crueldad propias de los enfrentamientos armados.

Pero los sufrimientos, los dramas de la población civil afectada directamente por la guerra, pocas veces los comprendemos en la verdadera magnitud que se presentan.

Basta con mirar un ejemplo internacional como la invasión de Estados Unidos y sus aliados a Iraq. Permanentemente la CNN nos muestra unos bombardeos nocturnos en Bagdad y nos habla sobre los soldados norteamericanos muertos y los “terroristas” iraquíes, “simpatizantes o cómplices del Al Qaeda”, dados de baja en los enfrentamientos.

Pero no conocemos la situación, por ejemplo, de las mujeres iraquíes. Aquellas señoras que pierden a sus esposos en la guerra y ahora tienen el drama de criar a sus hijos solas, como Alá les ayude.

Y para no ir más lejos, está el caso del Cañón de las Hermosas, en los límites entre el Tolima y el Valle del Cauca. Las informaciones de los medios afines al Gobierno Nacional (Canal RCN) nos dicen que cerca de ocho mil soldados están en la zona, enfrentados con los hombres de “Alfonso Cano”, máximo líder de las Farc.

Sin embargo, nadie nos habla del drama de los campesinos de la región. Tomando por cierta la versión de los medios oficialistas, al ser acordonada la zona por el Ejército, los campesinos que viven en ella tienen muchas dificultades para entrar sus alimentos, medicamentos, para mandar a sus hijos a estudiar y para desarrollar su propio trabajo agropecuario.

Además, el hecho de contar con miles de hombres de uno y otro bando combatiendo en este territorio, hace que el desplazamiento forzado sea inevitable. Por presiones de un lado o del otro, los campesinos se ven obligados a dejar su tierra, su casa, sus animales, y lo más grave, su entorno natural y sus tradiciones.

Es decir, lo que se presenta en un episodio como éste del conflicto armado en Colombia es una grave crisis humanitaria de la que tenemos muy poco conocimiento en las ciudades.

Por ello lo que observamos en Welcome to Sarajevo representa un cambio radical en la actuación de los medios de comunicación y en especial de los periodistas en la guerra.

En esta película los periodistas trascendieron su papel de meros espectadores e informadores “fríos” de los hechos, y se convirtieron en denunciantes de las atrocidades que se vivían en la guerra, generando opinión pública internacional sobre lo que sucedía en Bosnia-Herzegovina. Incluso intervinieron en el conflicto prácticamente como socorristas, tratando de salvar los niños que se encontraban refugiados en el orfanato.

Henderson, el periodista protagonista, le da a conocer al mundo la tragedia que viven estos niños, pero no se queda en lo contemplativo, sino que se plantea adoptar a una de las chiquillas.

Estos periodistas denunciaron el exterminio sistemático de la población musulmana a manos de los serbios, durante el cerco que éstos le hicieron a Sarajevo. También pusieron a conocimiento del mundo la constante violación de los derechos humanos que se presentaba en esta confrontación, que hizo parte de las denominadas “guerras yugoslavas”, una serie de conflictos en el territorio de la antigua Yugoslavia, que se sucedieron entre 1991 y 2001.

Estos conflictos obedecieron a causas políticas (se dio la secesión de la antigua Yugoslavia, derivando en varias repúblicas independientes), económicas y culturales, así como a la tensión religiosa y étnica.

Las guerras se dieron principalmente entre los serbios, por un lado, y los croatas, bosnios y albaneses por el otro. Éstos han sido los conflictos más sangrientos de Europa desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Unos trescientos mil muertos y varios millones de desplazados y refugiados.

Pero si bien estos conflictos exhibieron una crueldad monstruosa, en el que los serbios persiguieron a los musulmanes de Bosnia-Herzegovina, de acuerdo con lo observado en Welcome to Sarajevo, los medios de comunicación y especialmente los periodistas se jugaron incluso su propia vida tratando de darle cierto grado de humanización a la guerra.

En esta película de 1997, dirigida por Michael Winterbottom, los periodistas humanizaron la guerra porque dejaron a un lado su papel contemplativo e intervinieron directamente en ella como denunciantes de los abusos que allí se estaban presentando. Además, no se dedicaron a resaltar la actuación de los bandos en contienda, sino que se centraron en la población civil, en sus dramas, en los problemas del ciudadano del común, cuya única parte en las guerras es el sufrimiento, el dolor, el horror.

Y no sólo se centraron en estos dramas humanos para sacar provecho informativo de ellos, sino que trataron de ayudarle a la población civil en la medida de sus posibilidades.

Batman: el caballero de la noche


La actualización de la tragedia y la comedia griegas



Los griegos concibieron la tragedia como el resultado del rompimiento de los valores y los principios éticos del ser humano, y por tanto el predominio de la confusión, el caos, y el profundo dolor; y crearon la comedia como la mejor forma para burlarse de los gobernantes y criticar sus malas obras, o criticar los comportamientos incorrectos de los ciudadanos en general.

Partiendo de estas concepciones de la tragedia y la comedia griegas, se puede decir que Batman: el caballero de la noche, película de 2008 dirigida por Christopher Nolan, es una muy buena actualización de la comedia y la tragedia, los dos grandes géneros del drama que constituyeron el teatro griego.

Hay que comenzar diciendo que, aunque la comedia es permanente en la película, al final prima la tragedia, porque es el desorden, el dolor generado por el Guasón lo que termina venciendo en la historia.

Luego de afirmar que la tragedia termina predominando en este filme, resulta pertinente en aras de sustentar esta posición, desglosar los rasgos de tragedia que contiene esta película, tanto en sus personajes como en las situaciones que se presentan a lo largo de la trama.

El primer elemento trágico de esta historia es el Guasón, personaje sin escrúpulos y sin valores. Sus principios son el caos, la anarquía, el azar. Su obsesión es el sufrimiento de los demás. Él pretende demostrar que todo el mundo puede ser empujado hacia el mal, que todo valor se puede romper; en suma, que toda situación se puede convertir en tragedia. Y efectivamente demuestra su teoría, al manipular psicológicamente a Harvey Dent en el hospital hasta eliminarle sus valores y llevarlo a actuar desde el mal.

Sin embargo, como su mismo nombre lo indica, el Guasón también es un burlón de tiempo completo, y en este sentido constituye también un elemento de comedia en la historia, pero esto se explicará más adelante cuando se toquen los rasgos de comedia que hay en la película.

Otra situación típicamente trágica de la película es el dilema permanente en que vive Batman: esperar a que el Estado haga justicia o hacerla por sus propios medios. Pero Batman decide hacer justicia por sus propios medios, con lo que quebranta el principio, que dice que la justicia la debe aplicar el Estado.

En estas confusiones internas de Batman aparece Alfred Pennyworth, su viejo amigo, que representa el papel de esos mensajeros de la tragedia que aconsejan a los hombres para que actúen de acuerdo con la virtud y no hagan enfurecer a los dioses.

Pennyworth escucha las angustias de Batman, pero también le habla al oído acerca de lo que debe y no debe hacer, con miras a buscar el bien común en Ciudad Gótica.

La presencia de la mafia también es otro elemento de tragedia en la película. Esta gente representa el rompimiento de los valores y los principios éticos del ser humano, y a partir de ahí la generación del caos y el padecimiento de un enorme dolor.

Conjuntamente con la mafia, en Ciudad Gótica está presente el delito: el robo, el homicidio, el chantaje, todos éstos, señales de que los valores se han quebrantado en esta ciudad.

La presencia permanente de la noche, de la oscuridad, hace más propicio el escenario para la tragedia, puesto que la noche en sí misma tiene la connotación de sordidez, de espacio para lo prohibido, para el despliegue desenfrenado de las pasiones; y en estas condiciones los valores y los principios generalmente se tiran al tarro de la basura. Como los tiraron los policías corruptos que secuestraron a Rachel y a Harvey Dent y los metieron a dos bodegas llenas de explosivos.

Otro elemento trágico de esta historia es la transformación que experimenta Harvey Dent, quien luego de ser promocionado como el héroe de la ciudad por Batman y el comisionado Gordon, fue manipulado psicológicamente por el Guasón y se convirtió en un asesino.

Dent, enceguecido por las ansias de venganza tras sufrir esas terribles quemaduras y soportar la muerte de su novia Rachel, también quiebra sus propios valores y principios y comienza a actuar como un demente, dejando las vidas de las otras personas en manos del azar, azar que determinaba el lado para el que caía la moneda y por tanto la ejecución o la salvación de su víctima.

Todo este caos hizo que se rompiera el valor de la mistad entre Dent y Batman, entre Dent y Gordon, y entre Gordon y Batman.

Mucho dolor, muerte, sufrimiento, causados por el caos propiciado por el rompimiento de los valores. Todo esto, propio de la tragedia griega.

El único incorruptible en sus principios fue Batman. Y por eso el Guasón dice que nunca lo matará, porque le parece un tipo divertido. Es divertido porque tiene un comportamiento diferente al del resto de la gente de Ciudad Gótica. Lo común allí es el rompimiento de los valores y los principios éticos del ser humano. Y Batman no quebranta los suyos y por eso es diferente, por eso es divertido.

El hecho de que el Guasón y Batman no se maten entre sí representa un elemento propio de la tragedia: lo bueno es bueno en tanto exista lo malo. Batman es héroe gracias a la perversidad del Guasón, y el Guasón es villano gracias a la incesante persecución de Batman. Un poco más concreto: Álvaro Uribe ha llegado a ser lo que es gracias a la demencia de las Farc.

Y es que en la tragedia, la virtud y el vicio se necesitan entre sí. ¿A qué se hubieran dedicado los dioses en Antígona, la tragedia de Sófocles, de no existir un Creonte que desobedeciera sus órdenes al no permitir los honores fúnebres para Polinices? Tal vez los dioses mismos tomarían esas virtudes en sus manos y las soplarían hasta desvanecerlas por completo en lo gaseoso de la eternidad.

La virtud es tal gracias al vicio y viceversa. Esta constante necesidad entre los dos polos es lo que origina los dilemas, que a su vez suelen llevar al rompimiento de los valores, que en últimas no se romperían, o no existirían siquiera, si no fuera por la maldad y todos sus congéneres.

Por ello entonces el Guasón no mata a Batman. Pero cuando le dice que nunca lo matará porque le parece un tipo divertido, al tiempo que le confiesa que lo necesita para poder ser, se mofa de él, se burla de lo que el Guasón entiende como un comportamiento incorrecto de Batman, y es el hecho de que éste actúe ceñido a planes, a programaciones, en vez de ser “correcto”, que bajo la percepción del Guasón, consistiría en dejarse llevar por el azar para actuar, no medir tanto las consecuencias de sus actos sino descargar toda la fuerza de la voluntad en lo que se hace.

Mejor dicho: para el Guasón es incorrecto que Batman trate de ser excesivamente correcto, y por eso se burla de él.

Y esta burla es la esencia de la comedia, que se hace presente también de manera permanente en la película.

Uno de los elementos de comedia más fuertes en este filme lo constituye el comportamiento de Batman, que implícitamente se burla del Estado al reconocer que la policía es incapaz de mantener el orden en Ciudad Gótica.

De esta actitud cómica se genera una tragedia, pues Batman viola el principio legal al intentar hacer justicia por sus propios medios, tanto que al final la policía termina persiguiéndolo.

Batman se puede comparar con los paramilitares: piensa hacer justicia por sus propios medios, su actuación inicialmente se percibe como colaboración a la policía, y al final termina perseguido por la fuerza pública, porque “él no es un héroe; es un vigilante, un guardián protector, un caballero, el caballero de la noche”.

Como se mencionó en los primeros párrafos de este ensayo, el Guasón también materializa fuertemente la comedia. Con sus actos, este personaje se burla constantemente de las fuerzas estatales. También se burla de los mafiosos, cuando les dice que están equivocados al perseguirlo a él, que lo que tienen que hacer es matar a Batman, y que él lo puede hacer.

Se está burlando de los mafiosos, primero, porque así se libra él de la persecución en su contra; segundo, porque les está diciendo “brutos” de frente, por perseguirlo a él en vez de a Batman; tercero, porque implícitamente los trata de ineptos al decirles que él es quien puede matar a Batman; y cuarto, porque en realidad lo que él menos quiere es matar a Batman.

El Guasón también se burla de los mafiosos al decirles que para ellos sólo interesa el dinero y al prenderles fuego a los billetes que le pertenecían a él. Les dice a los mafiosos que para él son más importantes cosas baratas, como la pólvora y la dinamita.

Se burla además de los ciudadanos en general, cuando dice que a ellos sólo les interesa seguir planes al pie de la letra, mientras que a él le encanta es el azar, el caos, la anarquía. Por ello se burla de Batman cuando éste no es capaz de matarlo, y le dice que está programado para seguir una directriz: no matar.

Pero también se dan burlas por parte de la ciudadanía. Por ejemplo, cuando Dent estaba pronunciando su discurso y el auditorio comenzó a gritar que no quería más a Batman, que quería saber su verdadera identidad. Es una crítica de la ciudadanía, pero en el fondo es una burla contra Batman, por lo que el auditorio entiende como errores en su comportamiento.

El mismo Harvey Dent también protagonizó situaciones de comedia en la película, cuando pretendió matar al hijo del comisionado Gordon. Dent puso a sufrir a Gordon y se burló de él, tratando de cobrarle al Comisionado sus errores que condujeron a la muerte de Rachel.

Así, Batman: el caballero de la noche, pone más actuales que nunca a la tragedia y la comedia griegas, esas dos formas de comunicación tan poderosas que constituyeron el drama y con él el teatro, esa tremenda herramienta comunicacional que le dejaron los griegos a la humanidad.

Los días de la elaboración de este texto coinciden con los de la muerte de Fanny Mickey, esa dama verraca que sí supo de tragedias y comedias, que impulsó el Festival Iberoamericano de Teatro, que se desarrolla en Bogotá, hasta convertirlo en el más importante del mundo.

Que sirvan estas líneas, en las que se habla del teatro como herramienta poderosa de comunicación, para hacerle un pequeñísimo pero sincero homenaje a Fanny Mickey, ella sí entendió perfectamente el asunto de la comunicación mediante el teatro.

Hay comunicación mientras se mueva a la acción a quien percibe el mensaje. Y el Festival Iberoamericano de Teatro logró mover nada menos que a una metrópoli como Bogotá, desaparecer barreras socioeconómicas y congregar gente de todos los estratos y todos los barrios de la capital en torno a las tablas, a los escenarios, instaurando así una verdadera democracia cultural, así fuera por pocos días.

La comunicación del teatro griego invitaba a la prudencia en el comportamiento, a cumplir las leyes divinas. Y la comunicación del teatro griego proyectado en Batman: el caballero de la noche, invita a repensar el asunto del rompimiento de los valores y sus consecuencias azarosas, la cuestión de lo bueno y lo malo, invita a burlarse incluso de las propias tragedias de la sociedad.

Este filme con esencia teatral, especialmente trágica y con bastantes situaciones cómicas también, invita a insistir en el cine como poderosa herramienta comunicacional, pero fundamentalmente a mantener presentes esas formas básicas del teatro, gran aporte griego a las comunicaciones que hoy, casi 2.500 años después, continúa mostrando su vigencia como forma de expresión de los imaginarios del ser humano y como impulso que lleva a la acción.

Sobre la globalización económica

La globalización económica puede no ser mala como sistema, en el sentido de que significa la oportunidad para vender productos y servicios que no me compran en Colombia, y para adquirir aquéllos que no consigo o son muy costosos en el país.

Sin embargo, el problema de este sistema está en el sometimiento del Estado por parte del mercado. En otras palabras, el problema radica en el imperio del neoliberalismo económico y la consecuente crisis del Estado.

En una escala general de valores, se supone que la sociedad debe estar por encima de sus dos construcciones: el Estado y el mercado. Por debajo de la sociedad estaría el Estado, como construcción para la organización social, política, económica y jurídica de la sociedad. Y el Estado debería estar por encima del mercado para controlarlo, para ponerle límites.

Pero no. Hoy sucede exactamente al contrario. Primero está el mercado, entendido éste como las grandes empresas, sus dueños, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, organizaciones estas dos últimas que sólo les sirven de cómplices a los países ricos del mundo y a las transnacionales comerciales.

El mercado está primero porque mediante fuertes presiones se ha impuesto sobre el Estado. ¿Presiones de qué tipo? Por ejemplo, un empresario le dice a un político: “Si me llena de impuestos, mi empresa no va a ser rentable, entonces voy a tener que despedir trabajadores y el desempleo va a aumentar”. Y mediante el consumismo ha sometido a la sociedad.

Además, el mercado representa el poder económico, y es este poder el que quita y pone en la política en la mayoría de los Estados del mundo. Así, el Estado está sometido por el mercado que, ceñido a la doctrina del neoliberalismo, es completamente libre y puede manejarse solo. Para citar un caso concreto, recordemos la furia de los empresarios colombianos cuando se dio la crisis política entre los gobiernos de Colombia y Venezuela. A ambos presidentes les tocó “agachar la cabeza” porque el mercado binacional se los exigió.

Y en el tercer lugar de las prioridades está la sociedad, que es importante mientras consuma y sea explotada por las grandes empresas. Asuntos sociales como la educación, la salud, el empleo digno, el ejercicio de los derechos humanos, y la vivienda digna, importan muy poco ante los ojos del neoliberalismo económico.

Además, el mercado exige libertades absolutas, pero ¿las personas tienen estas mismas libertades para trabajar en cualquier parte del mundo? Se habla de una globalización económica, pero ¿está globalizado también el desarrollo humano?

Con la crisis del Estado entonces, éste ha perdido legitimidad ante las sociedades, que son sus constructoras. Por ello se dan los intentos de separatismos y de autonomías en Bolivia, España, con el País Vasco; China, con el Tíbet; Rusia, con Chechenia, entre otros Estados del mundo.

También por esta crisis del Estado surgen grupos armados ilegales que recurren al terror para alcanzar sus objetivos: Farc, AUC, Águilas Negras, IRA, ETA, por citar algunos ejemplos.

Por la inconformidad de la sociedad con el Estado, estos ejércitos ilegales reciben cierto apoyo por parte de diferentes sectores sociales. De esta manera, la crisis del Estado generada en gran parte por su sometimiento ante el mercado, deviene también en profundas rupturas sociales.

El mercado ha sometido al Estado y a las sociedades, pero también al medio ambiente, pues las transnacionales comerciales explotan los recursos naturales–principalmente de los países subdesarrollados– y contaminan a su antojo. Con este sometimiento al medio ambiente se ha generado la más grave crisis ambiental de la historia, materializada en el calentamiento global.

Y también somete a las culturas, porque, a través de la globalización mediática, pretende imponer en todos los lugares del mundo la cultura norteamericana, que fundamentalmente es la cultura del consumo. Peligra entonces la diversidad cultural del mundo, uno de los aspectos más propios de la humanidad en su manera de habitar el planeta.

Ante esta situación, el camino que propongo es ubicarnos en la escala ideal de valores, donde la sociedad y el medio ambiente sean lo más importante, y el Estado se encargue de controlar al mercado.

Que se permita la iniciativa individual para crear empresa, pero que también existan controles e impuestos fuertes por parte del Estado, para que esas empresas tengan ganancias, pero no todas las ganancias, sino que haya una redistribución de la riqueza a los sectores sociales más deprimidos, con miras a potenciar la iniciativa individual en aquella gente que, dejada a la deriva, definitivamente no cuenta con las oportunidades para acceder al progreso económico y al desarrollo humano.

Al ser la sociedad más importante que sus construcciones políticas y económicas, se debe buscar el mantenimiento de la diversidad de culturas, y no tratar de imponer la cultura norteamericana para todo el mundo.

La red de los problemas que hay en el mundo

El mundo se entiende como una máquina, y como tal, la estabilidad del ser humano, de los animales, de la naturaleza y del cosmos en todo el sentido de la palabra, importan muy poco para unos cuantos que tienen el poder económico en el planeta.

Hoy en el planeta existe un sistema de valores que parecieran justificarse por sí mismos: la expansión, la competitividad y la explotación. Estos tres valores que los grandes dominadores de los mercados plantean en el mundo contemporáneo como fines del ser humano, bien pueden sintetizar a uno de los principales cánceres del planeta en la actualidad: las transnacionales comerciales y su poder casi total sobre los Estados y sobre las sociedades mismas.

Tomaremos a las transnacionales comerciales para este análisis porque son uno de los factores que encajan perfectamente para explicar la red de los problemas que hay en el mundo. Estas transnacionales, y con ellas la supremacía del mercado, la crisis del Estado y de las sociedades, y la consecuente mecanización de la vida, son las principales causas que originan los problemas más graves que sufre el planeta en la actualidad.

Las transnacionales comerciales, como oligopolio que son, buscan su crecimiento desenfrenado a toda costa, sin importar el maltrato a los trabajadores en los países del Tercer Mundo, ni el enorme gasto de energía que generan con sus plantas de producción y con sus maquinarias de explotación de los recursos naturales.

Transnacionales norteamericanas como la Drummond y la Occidental Petroleum Corporation, hacen un gasto desenfrenado de energías no renovables, de combustibles fósiles como el carbón y el petróleo, incrementando las emisiones de dióxido de carbono (CO2), de residuos tóxicos y radiactivos, y por tanto contaminando los suelos, las aguas, el aire, y causando una proliferación de enfermedades.

Al contaminar el aire, estas transnacionales generan todo tipo de gases que destruyen la capa de ozono y producen el efecto invernadero. Con el efecto invernadero se altera el clima, configurando el famoso y terrible calentamiento global. Esto trae consigo la alteración de las lluvias y la disminución de la humedad del suelo, cuyo efecto práctico más palpable es la pérdida de tierras aptas para el cultivo. Esto implica una consecuencia gravísima: la disminución en la producción de alimentos, y la consecuente desnutrición y el hambre.

Esta disminución en la producción de alimentos se agrava aún más con el asunto de los biocombustibles, pues con el agotamiento que sufrirá el petróleo, las grandes extensiones de tierra que se destinaban para producir alimentos, ahora se tienen para producir biocombustibles que puedan suplir al “oro negro”.

Adicional a esto, el efecto invernadero trae consigo la muerte de animales, la subida del nivel del mar y con ella la probable inundación de zonas costeras.

Así, las transnacionales – tomadas para este análisis como protagonistas porque de verdad que son grandes configuradoras de la red de los problemas que hay en el mundo –, a partir del aprovechamiento ineficiente de la energía, generan para ellas mismas y para el país donde se establecen un crecimiento económico insostenible a largo plazo, puesto que con tales niveles de degradación del medio ambiente, las futuras generaciones tendrán que vivir en un mundo en el que la existencia será prácticamente una utopía.

Pero las transnacionales que explotan los recursos minerales no son las únicas culpables de toda esta degradación ambiental. Las que se lucran de los recursos vegetales, como las transnacionales madereras, tampoco se quedan atrás.

Para su producción industrial, estas transnacionales utilizan plaguicidas y otros productos químicos que contaminan enormemente los suelos y las aguas. Mediante la tala de árboles, también se encargan de ejecutar una acción terrible para cualquier manifestación de vida: la deforestación.

Con la deforestación suceden la erosión de los suelos, los deslizamientos y las inundaciones. Implica también la muerte de los bosques, quedando amplias zonas que son utilizadas para los narcocultivos y el posterior narcotráfico. Además, la deforestación trae consigo la desertización, problema gravísimo para la producción de alimentos.

Por supuesto, todos estos daños los generan las transnacionales principalmente en los países del Tercer Mundo, pues en los países de donde son originarias no les permiten producir tales niveles de contaminación. Además, los gobernantes les hacen unas exigencias tributarias y salariales tan grandes, que a estas compañías no les queda de otra que salir corriendo a instalarse en los países subdesarrollados.

En países como Colombia las exigencias tributarias y salariales son mínimas, puesto que al presidente de la República lo único que le interesa es “aumentar la confianza inversionista”, que no es otra cosa que servirles en bandeja el territorio, los recursos naturales y hasta la misma población a estas transnacionales para que hagan y deshagan en el país, todo con la excusa de generar empleo y potenciar el crecimiento económico.

Sin embargo, contrario a los fines altruistas que arguye el Gobierno Nacional para defender los grandes privilegios que se les dan en Colombia a las transnacionales, además de los daños ambientales y sociales ya mencionados, estas compañías en realidad no hacen sino generarle pobreza a nuestro país y al Tercer Mundo en general.

Después de hacer una enorme presión sobre los recursos naturales, de explotarlos y de lucrarse de cuenta de algo que no les pertenece, estas empresas sacan sus enormes ganancias del país explotado y se las llevan para sus países de origen. Así, el tan publicitado crecimiento económico sí se da, claro, puesto que, en gran parte, éste se mide por el Producto Interno Bruto del país, es decir, por el crecimiento que presenten todas las empresas que se hallan dentro del país.

En este sentido, las transnacionales crecen mucho económicamente, y al estar dentro del país, contribuyen enormemente al crecimiento del Producto Interno Bruto. Ahí radica una de las grandes falacias del crecimiento económico, pues las ganancias de estas compañías extranjeras jamás se ven retribuidas en Colombia.

Por el contrario, estas transnacionales, en general, explotan a los trabajadores colombianos. Ahí está el caso de los trabajadores de la Drummond, que afortunadamente tienen un sindicato fuerte que obliga a la compañía a respetarles sus derechos. Pero aunque la empresa conoce la vehemencia del sindicato, de todos modos trata de explotar a sus trabajadores y hace que éstos se declaren en huelga constantemente.

Pero además de explotar a los trabajadores, estas compañías extranjeras, con su único objetivo de lucrarse con base en la producción industrial desenfrenada, imponen sus enormes maquinarias e incumplen el compromiso de generar empleo a gran escala. Con ello, lo que se genera son mayores niveles de desempleo y se profundizan las problemáticas sociales existentes en los países subdesarrollados.

Y hablando de problemáticas sociales profundas, hay que decir que la manera como estas transnacionales explotan a los trabajadores, hace que los grupos guerrilleros aprovechen la situación y se infiltren en los sindicatos de estas compañías para motivar la sublevación general ante la explotación de los trabajadores por parte de los empresarios.

Un ejemplo de esto fue lo sucedido en el Urabá antioqueño donde, según una de las teorías manejadas por la Central Unitaria de Trabajadores (CUT), principal central obrera del país, se crearon los sindicatos gracias a las presiones y a la influencia guerrillera en la zona, puesto que estos grupos insurgentes se oponían a la explotación de los trabajadores por parte de las empresas bananeras.

En este sentido entonces, las transnacionales también generan una sensación de inseguridad en la zona en que se establecen, y a partir de esta inseguridad, generan armamentismo y conflictos.

Con la presencia de la guerrilla, con el supuesto fin altruista de reivindicar a los trabajadores colombianos ante las explotaciones por parte de los empresarios extranjeros, también se dio pie a la presencia del paramilitarismo y su consecuente legitimidad otorgada por los mismos empresarios extranjeros que se veían “asfixiados” por la guerrilla.

Este conflicto armado entre guerrilla y paramilitares, con las transnacionales de por medio, genera grandes problemáticas sociales, como el desplazamiento forzado, la violación continua de los derechos humanos, y hasta la misma necesidad de que la población afectada se refugie en otro país.

Pero el conflicto no se queda en el ámbito interno; llega incluso a convertirse en un conflicto geopolítico, porque las grandes potencias del mundo siempre están pendientes de los recursos naturales que puedan saquear de los países subdesarrollados.

Esta situación se presentó con la Occidental Petroleum Corporation en Colombia, iniciando la década de 2000 puesto que, según lo describe el periodista Germán Castro Caycedo en su libro Con las manos en alto, desde las plantas de producción de esta compañía en los Llanos Orientales se elevaban los helicópteros del Ejército estadounidense para bombardear poblaciones donde presuntamente se hallaban guerrilleros de las Farc. Es decir, la presencia militar estadounidense no era sólo para colaborar con la ejecución del Plan Colombia, sino también para mantener controlada la explotación del petróleo en el oriente del país.

Debido a este conflicto social y armado, el Estado se ve en la obligación de hacer grandes inversiones en el campo militar, soslayando las inversiones sociales que son más apremiantes que las militares, puesto que las problemáticas sociales son el origen del conflicto armado.

A partir de esta falta de inversión en lo social, aumenta la pobreza en los países subdesarrollados, el analfabetismo, la falta de atención sanitaria, el déficit en el sistema hospitalario, la insuficiencia en la planificación familiar y por tanto los embarazos en las adolescentes, la elevada mortalidad de las madres, la explosión demográfica y el trabajo infantil. Esta explosión demográfica genera consecuentemente un déficit de vivienda, que lleva a que muchas familias vivan hacinadas en tugurios en condiciones indignas para cualquier ser humano.

En este análisis se han tomado a las transnacionales como eslabón protagonista en la red de los problemas que hay en el mundo. Lógicamente estas poderosas compañías no son las únicas culpables de los gravísimos problemas que padece el mundo. El individuo mismo y la sociedad en su conjunto tienen una gran cuota de responsabilidad en las catástrofes que vive el planeta. Sin embargo, hablamos aquí de las transnacionales porque ellas representan perfectamente la visión mecanicista del mundo que predomina en las personas más poderosas de la Tierra.

La vida vista desde la codicia, desde el egoísmo, desde el pensamiento único en la expansión y la competitividad de mi negocio a costa de la explotación de lo que sea, incluso poniendo en riesgo la vida de las generaciones futuras y agrediendo el cosmos hasta el punto de enfurecerlo y sentir sus castigos implacables.

Pero, ¿qué hacer ante esa visión mecanicista del mundo? La respuesta puede estar en la filosofía moral. Que el individuo piense y actúe de acuerdo con el deber ser tanto en lo privado como en lo público. Es la necesidad de humanizar, de pensar en el sufrimiento del otro como si fuera mi propio sufrimiento. Pero también se trata de armonizar, de ubicarnos como un átomo dentro de todo el universo, de reconocer que el planeta no es sólo para el ser humano, sino para todas las fuerzas del cosmos: la de la naturaleza, la humana, la de la cultura y la de la trascendencia.

A partir de ese reconocimiento, buscar la armonía con todas las fuerzas del cosmos y pensar no sólo en los que estamos, sino en los que estarán en esta casa y también merecen encontrar en ella la posibilidad de vivir.

viernes, 31 de octubre de 2008

LA LUNA VERDE DE ATOCHA

COMUNICACIONES Y CATOLICISMO ENMARCADOS EN EL ENCUENTRO DE LAS CULTURAS


La luna verde de Atocha es una obra que toca diversos elementos de la vida humana. Desde las situaciones familiares cotidianas pero a la vez desconcertantes, matizadas con humor pero también desarrolladas dentro de planteamientos filosóficos sobre Dios y sobre la existencia humana, pasando por las actividades económicas de los personajes envueltos en la trama, e incluso dándoles un contexto político, porque la historia se desarrolla en el marco de la Guerra Civil española, en los años 30 del siglo XX.

José Guillermo Anjel logra una novela que bien puede mostrar la vida de unos grupos humanos en una época determinada, pero que por estar cargada de elementos culturales también adquiere carácter intemporal. Además, por reflejar la condición desconcertante y disparatada propia del ser humano, sus tristezas, enamoramientos, celos y envidias, se convierte en una obra prácticamente universal.

Porque si bien es cierto que la historia se desarrolla en España principalmente, con las situaciones de una familia católica en las que intervienen personajes moros, judíos y gitanos, también es cierto que por los sentimientos y las vivencias que se dan a lo largo de la trama, cualquier ser humano se puede ver reflejado allí.

Pero aunque este libro toca diversos aspectos de la vida humana, su énfasis está en el poder de las comunicaciones en sus múltiples formas, y específicamente en el poder de las comunicaciones en el Catolicismo, teniendo como marco para el desarrollo de la historia el encuentro de las diferentes culturas.

La fuerza de la comunicación

Sobre las comunicaciones, el libro toca desde medios masivos y convencionales como los periódicos, las revistas y la fotografía, pasando por formas de comunicación interpersonales más privadas, como la carta, hasta formas de comunicación no verbal, como el cuerpo, los gestos y las miradas.

En la historia se da una forma de comunicación muy común en nuestra tierra, que es el chismorreo. La manera como van surgiendo las opiniones acerca de los diferentes temas (sobre los temas privados principalmente), mediante el “voz a voz” entre los vecinos, los parientes y los conocidos.

Las historias sobre las dos Barcelonas, una abierta para todo el mundo y otra oculta, que contó el tío abuelo Teodoro, también son otra forma de comunicación poderosa dentro de la trama del libro, sobre todo las historias ocultas, que pusieron a Pilar en la tarea de armarlas y a veces descifrarlas. En estas historias Teodoro comunicaba sus alucinaciones, sus tristezas y sus sueños.

En sus historias secretas de Barcelona, el tío abuelo Teodoro muchas veces fabulaba para escapar de sus miedos. Había inventado que un hombre se había levantado tres veces del ataúd como negándose a ser enterrado todavía. Esto lo inventaba como para superar ese miedo a la muerte, por ello en la historia proponía que incluso de la muerte es posible levantarse.

Teodoro escribió estas historias secretas de acuerdo con sus sentimientos. Había historias escritas con letra pequeña, amontonada y casi ilegible, mientras en otras la letra era elegante y de trazos muy finos. Esto evidencia la minuciosidad del personaje para comunicar sus historias.

Eufrasia, la cirquera, había pasado por los lugares que había recorrido su padre y conocía sus historias porque los testigos de estas anécdotas aún las recordaban y se las habían contado. Desde Barcelona y otros lugares, ella se encargó de escribir cartas para sus hermanas solteras, narrando las andanzas de su padre. Estas cartas también constituyen un elemento comunicacional dentro del libro.

Pero Carmina no creía en las historias contadas por Eufrasia. Decía que ella era una puta que odiaba mucho a su padre y por ello inventaba esos cuentos. Esta reacción de Carmina es propia de la tragedia griega, porque muestra lo que sucede cuando se han quebrantado los valores y predomina el caos, la confusión y hasta las agresiones, en este caso entre las hermanas.

Y es que la envidia entre las hermanas es un aspecto evidente en el libro y constituye otra forma de expresión de la tragedia griega, porque agrede el principio del cariño entre hermanas. Por ejemplo, Milagros le tenía envidia a Pilar porque estableció una relación amorosa con Benedicto, y a Carmina porque se casó con Scarli, mientras ella seguía envejeciendo sola y se iba convirtiendo en solterona.

La tragedia y la comedia griegas, formas básicas del teatro, y éste a la vez como poderosa herramienta de comunicación, son tocados en La luna verde de Atocha, lo que refuerza el énfasis que este libro tiene en las múltiples formas de la comunicación.

Otra muestra de la presencia de la tragedia griega en la trama del libro es la actitud de Pilar, cuando sólo esperaba que su padre muriera para contar todas las historias secretas de Barcelona, es decir, para “adueñarse de su padre”, para contar lo que sabía y si era necesario inventar detalles para hacer más fascinantes las historias. Igual ella era la única que las conocía.

Es muestra de la tragedia, porque Pilar sólo esperaba la muerte de su padre, para vivir de cuenta de sus historias secretas de Barcelona. El interés económico de Pilar sobrepasó al amor por su padre, lo que evidencia un rompimiento de los valores.

Ese interés económico tal vez era la motivación de su hermana Dolores para estar al lado de su padre. Dolores era la única que parecía no inmutarse ante los dolores que padecía Teodoro en las piernas. Ella tal vez pensaba que mientras a su padre no le dolieran las manos para darle el dinero que ella le pedía, todo estaba bien.

También son trágicos los cambios radicales en el comportamiento de Benedicto. De ser un soldado católico condecorado, pasó a dedicarse a los bares y a las putas. Llegó un momento en que le resbalaban las bendiciones de su madre. Lo que sucedió con Benedicto fue el rompimiento de sus propios valores católicos, inculcados desde la niñez, y este rompimiento de los valores es propio de la tragedia.

Como también es una clara representación de la tragedia el hecho de que Victorino y su mujer se dedicaran a negociar con reliquias sagradas de la Iglesia Católica, quebrantando sus propios principios morales, pues ellos decían pertenecer a esta religión.

Con respecto a la comedia, hay que decir que ésta fue creada por los griegos como la mejor forma para burlarse de los gobernantes, de las autoridades, o criticar los comportamientos incorrectos de los ciudadanos en general.

En el libro, la comedia está representada, por ejemplo, en que Benedicto, burlándose de sus superiores militares, se dedicó a leer a escondidas y a estudiar los textos sagrados del Judaísmo, cuando esto estaba prohibido en el ejército.

También son cómicos los comentarios que hizo el cura del pueblo acerca de la familia de Teodoro. Dijo que esta familia se iría al infierno, porque era gente que no se confesaba y apenas si iba a la iglesia. Manifestó también que en esta familia las mujeres hacían lo que les daba la gana, incluso andaban con sus amantes y los mostraban en público.

En este sentido, el cura del pueblo estaba criticando lo que para él eran comportamientos incorrectos de la familia de Teodoro. Por ello sus comentarios son una muestra de la comedia en el libro.

El contrabando de telas y otros productos, con los que negocian Benedicto y Abraham Srugo, es un elemento de comedia y tragedia al mismo tiempo. Es cómico porque constituye una burla a las autoridades gubernamentales al evadir sus controles e impuestos. Y es trágico porque demuestra que se han quebrantado valores y principios éticos en la sociedad, como pagarle impuestos al Estado para poder esperar inversiones que contribuyan a mejorar la calidad de vida de la población.

Así, el libro contiene muestras de la tragedia y la comedia griegas, formas básicas del teatro. Y es que el teatro se plantea como una fuerte herramienta comunicacional. Con su enfermedad en la pierna, que a veces se decía que era fingida, Teodoro parecía un actor de teatro. De la misma manera se destaca el oficio de Eufrasia, que trabajaba en un teatro de Buenos Aires.

Las alucinaciones de Teodoro, acompañado algunas veces por su esposa Concepción, de Benedicto y su amigo Abraham Srugo, parecían interpretaciones de libretos de actores de teatro.

Estas alucinaciones e imaginaciones de estos personajes (que aunque la mayoría de los personajes del libro alucinaban, eran ellos cuatro los que más lo hacían) son otro elemento comunicacional fuerte dentro de la trama de la historia. Imaginaciones que surgían cuando “Dios se contraía”, es decir, cuando lo real desaparecía y sólo quedaba el vacío, la nada. Son un elemento comunicacional fuerte porque estas alucinaciones de los personajes llevan a acciones importantes en la historia. Por ejemplo, Teodoro y Concepción fueron todos los días a la estación de Atocha, durante seis meses, a esperar que la luna estuviera verde para poder viajar a Buenos Aires.

Los colores de las manchas de sangre de los calzoncillos de Teodoro también parecían propios de alucinaciones e imaginaciones de sus hijas. Estos colores cambiaban de acuerdo con las emociones de Teodoro: azul, amarillo, verdoso. Las almorranas se le alborotaban cuando se enfurecía. Así, estos colores eran elementos comunicacionales, pues a partir de ellos las hijas de Teodoro interpretaban la situación emocional de su padre.

Y así como los colores, el cuerpo también comunica mucho a lo largo de la historia: que si tal es coja, que la otra es chiquita, que el otro es flaco como un alambre, que la otra es gorda, que la rubia alemana es alta y cuadrada…El cuerpo comunica la personalidad del personaje. Por ejemplo, del profesor de Física que se ennovió con Lucía, que era flaco y “carichupado”, se podía deducir que era débil de carácter y por eso se amedrentaba ante las órdenes de Teodoro para que lo empujara en la silla de ruedas.

Claro que así no quisiera, tenía que empujarlo, porque las palabras de Teodoro eran una sentencia. Todo lo que decía el tío abuelo constituía una herramienta comunicacional muy poderosa. No valía la pena contradecir sus palabras ni buscarles explicación. Lo que decía, así era.

El profesor de Física tuvo que empujarle la silla de ruedas a regañadientes, porque Teodoro se lo ordenó, y como Teodoro le dijo a Concepción que saldrían para Buenos Aires cuando la luna estuviera verde, la mujer le hizo caso y efectivamente todos los días, durante seis meses, fueron a la estación de Atocha a esperar el fenómeno que nunca se dio, pero como el tío abuelo lo había dicho, había que cumplirlo.

Y esta fuerza comunicacional en las palabras también la empleó Lucía, que conocía los pecados de la gente del pueblo y a veces soltaba una que otra frase certera que hacía que los envidiosos que iban al almacén nada más a cuestionar la prosperidad de su familia, se bajaran de sus intenciones y la miraran con odio.

Los contadores de historias sobre la guerra también dominaban el arte de la comunicación a través de las palabras. Estos personajes, que contaban las historias incluso en los hospitales, tenían la habilidad para poner tristes o felices a quienes los escuchaban, mediante historias que a veces eran reales pero en la mayoría de las ocasiones estaban arregladas con invenciones surgidas de los intereses de la guerra y manejadas hábilmente por los contadores.

Los bandos en guerra también comunicaban mediante la propaganda, la imagen y las coplas, pues los dos bandos avanzaban cantando coplas y llevando carteles consigo.
La guerra fue comunicada mediante los periódicos. Así se enteraba Eufrasia, desde Buenos Aires, de los acontecimientos bélicos que sucedían en España.

A su vez, Eufrasia se comunicaba con su familia mediante cartas en las que pegaba fotografías de ella y de su marido, postales de Suramérica y recortes de revistas donde hablaban del espectáculo que representaban.

En este asunto de las cartas, Victorino tenía un método muy particular para comunicarse con su mujer. Los datos secretos sobre el negocio de las reliquias sagradas, negocio prohibido, Victorino los escribía con jugo de limón en las cartas que le enviaba a su mujer. Las cartas había que pasarlas por encima de una llama para que las letras aparecieran. Este método comunicacional se empleaba para burlar la censura.

Victorino escribía estas cartas hasta con un axioma comunicacional: lo que está escrito, así sea mentira, adquiere carácter de verdad. Esto, porque la mujer de Victorino sentía ganas de quemar las cartas porque le daba miedo de que alguien las viera, pues podrían fusilar a su marido. Pero no las quemaba porque en ellas él le decía que la quería y la necesitaba mucho. Y dice el escritor del libro: “Seguro mentiras, pero escritas”.

La carta como medio de comunicación también fue utilizada por el hermano médico de Benedicto, que le escribió a éste invitándolo a visitar a su familia. Benedicto sentía mucho miedo de reencontrarse con una familia que sentía demasiado lejana, pues hay que tener presente que Benedicto fue criado en un orfanato. Lo que revela la reacción de Benedicto es un problema de comunicación entre él y su familia.

Pero el temor de Benedicto a reencontrarse con su familia no era infundado. Después de la guerra, en general las relaciones personales de la gente se habían tornado muy frías, los abrazos y los encuentros ya eran manifestaciones escasas. Cuando Victorino regresó de la milicia, su mujer lo saludó levantando las cejas y bostezando. Era como si en la guerra esas manifestaciones de cariño sí fueran importantes, y ahora que había terminado, no.

Y dentro de estas formas de comunicación caracterizadas por las palabras, también aparecen en La luna verde Atocha los libros que leía Benedicto, como la Cábala y la Filosofía religiosa de los hebreos, libros escritos en hebreo y arameo, lenguas antiquísimas que constituyen elementos comunicacionales poderosos.

Abraham Srugo, judío de origen griego y profesor de hebreo, se convirtió en una gran ayuda comunicacional para Benedicto en la lectura de estos textos. Srugo le ayudó a comprender textos en hebreo como el Zóhar, le enseñó a leer despacio porque no todo se podía comprender leyendo vertiginosamente, y además le ayudó a responderle las cartas a la Insaciable.

Uno de los cinco tomos del Zóhar debía permanecer abierto para que sus letras actuaran como talismanes. El simbolismo de estos libros sagrados comunica su importancia para las diferentes culturas y para la humanidad en general.

Y es que Benedicto deseaba saber cosas nuevas, entender lo que había oculto en las letras de los libros y en la historia de las calles y casas por donde iba. Era un buscador del conocimiento, a pesar de que en su oficio como soldado se le prohibían estas labores intelectuales. Con sus intereses intelectuales descritos anteriormente, bien se podría decir que era un investigador de las comunicaciones.

Comunicaciones que se expresan en sus múltiples formas en La luna verde de Atocha. Además de las ya mencionadas, los gestos también están presentes en el libro como elemento comunicacional. Mediante ellos, la esposa de Teodoro, sentada al pie de la ventana, les daba órdenes a sus hijas, como que organizaran la casa.

La esposa de Teodoro sabía las situaciones que ocurrían en la casa con base en mirarles los ojos a sus hijas y a su marido. Es decir, un detalle que puede parecer tan simple, como una mirada, también le estaba comunicando algo a Concepción.

Una acción como el escupitajo que lanzaba Milagros al suelo en la boda de Carmina y Scarli, cada vez que veía a Benedicto, era una forma de comunicarle a éste quizás la repulsión que le causaba o, por el contrario, él le gustó a ella y ésta era una manera de llamar su atención.

La coquetería es otra herramienta comunicacional dentro de la trama del libro. Pilar les hacía “ojitos” y caras amables a los soldados, pero de ahí no pasaba. Durante la guerra, Pilar se maquilló, se embelleció, se vistió elegantemente, con zapatos de tacón alto y coqueteó.

Esta coquetería era parecida a la vanidad del tío abuelo Teodoro, que se engominaba su bigote y quería pasearse en el coche de Victorino por los lugares donde estaba la gente que lo conocía.

Cuando Dolores entró en la depresión que la llevó a quererse parecer a Cleopatra, Pilar fue su cómplice y se dedicaron a hacer movimientos de baile por toda la casa. Estos movimientos divirtieron a su madre, incluso le sacaron una sonrisa. Es decir, fueron expresiones comunicacionales fuertes, puesto que llevaron a la madre a la sonrisa, acción que casi nunca realizaba.

La madre se la pasaba tejiendo o bordando, y cuando estaba deprimida o molesta con algo, como cuando supo que su marido se iría a Buenos Aires, optaba por estar en un silencio que la hacía casi impenetrable. Así, ese silencio de la madre le comunicaba a su familia su estado de ánimo.

Y además de plasmar la comunicación en múltiples formas, en La luna verde de Atocha se relaciona a la comunicación con el mercadeo y se plantean incluso elementos propios de esta actividad comercial.

La presencia de los militares en el pueblo en los días de la guerra, por ejemplo, fue vista por las hijas de Teodoro como una oportunidad para incrementar las ventas en el almacén de hilos, ampliando la oferta con lencería y bisutería. Es decir, se vio como una oportunidad para diversificar el negocio.

Pensando en aprovechar las comunicaciones y el mercadeo, Victorino recomendó poner a unas mujeres a desfilar las prendas íntimas y Pilar aconsejó proyectarles películas a los militares, en las que no sólo se exhibieran las prendas, sino que pasaran cosas aún más excitantes para ellos.

Efectivamente los militares compraron muchas prendas de lencería supuestamente para llevarles a sus mujeres.

Durante la guerra, Benedicto y Srugo utilizaron en el comercio las estrategias de la batalla. Se dedicaron a vender telas y remedios (que era lo más necesario debido al frío intenso que se daba por esos días) incluso a los rojos, el bando enemigo. “Había que tener amigos en todos los bandos porque la guerra no se gana sino en el último minuto”, le decía la Insaciable a Benedicto.

Sin embargo, la muchacha de Salónica, parienta de Srugo, le recomendó a éste que negociaran con sal y azúcar, elementos que faltaban en las cocinas de las casas. No era un negocio fácil, pues había que entrar en contacto con proveedores móviles y con muchos intermediarios, pero a Abraham Srugo le pareció interesante porque llamaba menos la atención que el de las telas y los remedios, pues en estos productos “las autoridades metían las manos como si fuera una pesca milagrosa”.

Victorino, por su parte, se hizo reclutar, más que para ir a combatir, para aprovechar las oportunidades de negocio que ofrecía la guerra: lencería, licores, perfumes, y hasta reliquias sagradas. Comenzó a comprar y a revender reliquias sagradas que quedaban de las iglesias y conventos destruidos.

Además, Victorino diseñó otras dos estrategias de mercadeo: enganchar los clientes de la lencería fina con la perfumería cara, pues él decía que ésta llevaba a aquélla. Y señalar a Madrid como centro de operaciones de su nuevo negocio en compañía de Pilar, “porque todo debía salir de Madrid para que creyeran más en las mercancías”.

Como estrategia de mercadeo también, Milagros se fue para Argentina, pero no a trabajar en un teatro o en un circo como lo hacía su hermana Eufrasia, sino a ampliar el negocio de la lencería y los perfumes. Así lo había acordado con Pilar y Victorino.

De esta manera, La luna verde de Atocha expone la comunicación en general en múltiples expresiones, inclusive su relación con el mercadeo. Y ya de forma específica, este libro resalta elementos importantes de comunicación que se dan en el Catolicismo.

Una religión con poder comunicacional

El Catolicismo es una religión de gran poder comunicacional. A lo largo de los siglos ha estado profundamente vinculada con la imagen, específicamente con la pintura y la arquitectura. Tantos y tantos cuadros y figuras de yeso que le están recordando constantemente al católico la presencia de Dios, de la Virgen y de todos los santos. Y en cuanto a la arquitectura, la Iglesia Católica se centró en el concepto de la monumentalidad, para comunicar el poder de Dios y de la Iglesia misma con la imponencia de los templos.

La familia de Teodoro, que protagoniza la historia de La luna verde de Atocha, es una familia católica española. Sus integrantes emplean recurrentemente elementos del Catolicismo que están cargados de comunicación y de superstición a la vez: bendiciones, maldiciones, creencias en castigos divinos por los pecados cometidos, remordimientos.

Por ejemplo, para el tío abuelo Teodoro, aguantar que su hija Pilar manejara carro, significó una manera de purgar sus pecados viejos.

La forma como el médico hijo de Bernardino organizó a la mujer que “charlaba” con el Alcalde cuando ella murió, con las manos cruzadas encima de la barriga, es otro elemento comunicacional del Catolicismo.

Como todos los católicos españoles y de los pueblos colonizados por los españoles, los integrantes de esta familia revelan en su comportamiento una fuerte influencia del Islam, porque todo lo que les sucede lo vinculan con Dios y recurren a la bendición en todo momento. Se evidencia esa especie de “fanatismo” que le dio la influencia del Islam al Catolicismo español; caso diferente del Catolicismo francés, por ejemplo, que no es tan apasionado.

De manera recurrente, el autor del libro insinúa la doble moral de los católicos. Por ejemplo, dice que las hijas solteras de Teodoro tenían pensamientos morbosos constantemente. Como quien dice, se bendecían mucho pero también tenían una buena cantidad de pensamientos morbosos.

A modo de especulación, se podría decir que el autor utiliza el nombre Benedicto de manera sarcástica, porque la novela tiene claras alusiones al Catolicismo, y el personaje que lleva este nombre lo pone como hereje. Hay que tener presente que Benedicto es un nombre simbólico para los católicos, puesto que fue el que tomó el cardenal Joseph Ratzinger cuando lo eligieron Papa.

De esta manera entonces, desde la especulación repito, el autor del libro estaría remarcando esa doble moral de los católicos, pues el personaje que lleva el nombre de Benedicto en la novela, siendo católico, es un putero que regala las medallas de la Iglesia en los bares y prostíbulos, y lee los libros sagrados del Judaísmo, con la tentación permanente de convertirse a las creencias del pueblo judío.

Claro que cuando Benedicto sufrió la depresión, la Insaciable, que lo conocía bien, ordenó que para ayudarle a superar esa depresión, era necesario pasearlo por cada calle como si fuera una procesión de Semana Santa. Esto significa que, aunque parecía convertirse poco a poco al Judaísmo, Benedicto era un tipo católico y quería comunicárselo a la gente.

La doble moral de los católicos, incluso de los ministros de la Iglesia, vuelve a ser insinuada cuando el autor dice que Benedicto consideraba un “vicio santo” el hecho de que a los frailes les gustara el vino y lo almacenaran en las bodegas del convento.
Se da a entender esa misma doble moral con el hecho de que el sacristán comprara bragas y sostenes con dinero de la Iglesia.

Además, el cura del pueblo le compraba a Victorino algunas de las reliquias sagradas que éste vendía, y este negocio era un pecado grave “permitido” sólo en tiempos de guerra. Porque se decía que en los días difíciles de la guerra, “los pecados tenían poca penitencia”. Como quien dice, era válido pecar.

Las hijas de Teodoro, junto con Victorino (que representaba todo lo relacionado con el pecado), decidieron vender lencería en el almacén de hilos, cuando la lencería se tenía como algo pecaminoso.

Cuando supo lo de la lencería, el tío abuelo Teodoro dijo que jamás permitiría que se vendiera algo así en el almacén (como buen católico, bastante conservador). Pero sus hijas le desobedecieron y vendieron las prendas íntimas al escondido. Ésta es otra muestra de la doble moral de los católicos.

Y Teodoro también ejerció la doble moral. Cantaleta para sus hijas porque andaban con tales o cuales hombres, pero de él se dijo que se había metido con la mora que lo empujaba en la silla de ruedas a unos olivos a “hacer cosas”. Un grave pecado porque era un hombre casado.

Claro que con Teodoro pasaba lo que pasa con muchos católicos: era muy católico en apariencia, pero en el fondo su fe era poca. Por eso sorprendió el día que despidió a Eufrasia y Milagros para Buenos Aires porque les dio la bendición, y dijo que sus dos hijas necesitaban de la bendición de la madre también.

Algo parecido sucedió con Pilar, que se casó con Benedicto por ella misma, mediante un ritual en la habitación del hotel. Esto demuestra el poco respeto que le tenía Pilar a la Iglesia Católica, a pesar de que ella y su familia aparentaban ser tan católicos y creyentes en Dios (al menos eso se deduce por todas las bendiciones que se daban y por las ansias de Concepción para que todas sus hijas se casaran).

Este asunto de la doble moral de los católicos se puede resumir en la conocida frase “el que peca y reza, empata”. El autor lo explica así en el libro: “Al principio la mujer de Victorino se asustó con el nuevo negocio de las reliquias sagradas, lo que la llevó a oír misa diaria durante casi un mes”. Claro que “al final se le convirtió en otro negocio más, y de utilidades sólo para ella y su marido”.

En La luna verde de Atocha también se expone la creencia de que los muertos se les aparecen a los vivos incluso en los sueños, y que esos sueños comunican ideas importantes. Esta creencia es muy fuerte en los católicos.

También se mencionan conceptos como ánimas, purgatorio, cielo e infierno, conceptos propios del Catolicismo y con gran poder comunicacional. Desde el Catolicismo tradicional español de la época de la novela (años 30 del siglo XX), a quienes tenían otras creencias religiosas (en el caso de la novela a los moros, judíos y gitanos) se les llamaba herejes.

La misma contundencia tenían los pronósticos de guerra que hacía el padre Alirio López, que eran sagrados para Esther, su ama de llaves.

Cuando Benedicto, por no prestarle a su compañero del ejército el libro que estaba leyendo, le dijo que era en latín, el compañero le respondió que si el libro que estaba leyendo era en latín, tenía que ser un misal. Esto significa que se identifica el latín con el Catolicismo, lo que es importante para la Iglesia porque cuenta con una lengua para comunicar sus dogmas y postulados en todo el universo, con lo que se supone que todos los católicos deberíamos poder comunicarnos mediante el latín.

La luna verde de Atocha se centra en el Catolicismo y la historia se desarrolla principalmente en España, pero muchos aspectos parecieran tomados de la vida de los hogares tradicionales antioqueños y de la cultura que en ellos se tiene.

Un reflejo de la cultura antioqueña

La familia que protagoniza la historia es muy similar a la familia tradicional de los pueblos antioqueños: católica, muy creyente en Dios y la Virgen, sus integrantes se dan bendiciones constantemente, creen también en las maldiciones, hay vecinas chismosas que opinan sobre los problemas de la familia, se cree en las brujas (en el libro, sorguiñas), se cree fuertemente en los castigos para los blasfemos, el papá mantiene a las hijas solteronas y también les colabora a las casadas con sus obligaciones, y son bastantes hijas. “Yo puedo criar viudas y locas pero no putas”. Frase pronunciada por Teodoro, típica de los abuelos antioqueños.

Continuando con la relación de esta familia con la familia tradicional antioqueña, hay que decir que al tío abuelo Teodoro le gustaba mirarles la cara a las personas y a partir de ella detectar su personalidad. Esto es propio también de los abuelos antioqueños, que hablan de la necesidad de mirar a las personas siempre a los ojos, “eso es de verracos”, dicen. Puede ser señal de verracos o al menos sí de respeto por la otra persona y de seguridad en la relación con ella, el caso es que tratar de detectar la personalidad del otro con sólo mirarle la cara también es un acto inocente, porque a partir de una cara se puede deducir que la persona es buena, sin serlo.

Teresa Oreja era bruja, y al tiempo que leía las líneas de la mano y el residuo del café, adoraba imágenes de los santos. Así, se mezclan santería y brujería, aspecto propio en los antioqueños tradicionales, porque hay que ver por ejemplo en un pueblo como Belmira cómo se cree en Dios, la Virgen y todos los santos, pero a la vez con qué fuerza se cree en las brujas y los duendes. Es más, cuando una vaca está caída, antes que pensar en el médico veterinario, el ganadero pide que le traigan a una bruja o un duende del pueblo, para que le pare la vaca.

Teodoro pensaba que Ta-Lin era una mujer extraña por no estar bautizada. En algunos pueblos de Antioquia todavía se piensa de esta manera. Es más, si un niño está en peligro de muerte y no ha sido bautizado, en lo primero que se piensa es en bautizarlo, porque sin bautizar, “es un animalito que va a parar al limbo”.

Otro elemento común entre la familia de Teodoro y la cultura antioqueña es la creencia de que las consecuencias de nuestros actos les caen a otras personas. Lucía llegó a creer que sus actos y los de sus hermanas le podían caer a su madre y empeorar su salud. En Antioquia se tiene la creencia de que si un cura maldice a una persona, posiblemente las consecuencias las pagarán descendientes de hasta la quinta generación de esta persona (tataranietos). Esta misma creencia aplica cuando se trata de maldiciones proferidas por el papá o la mamá a alguno de sus hijos.

Antes de partir al frente de batalla de Aragón, Victorino le enseñó a Pilar a manejar su carro. ¡Oh pecado grave!, porque en ese pueblo, en esa cultura tan conservadora, no había nada peor visto que el hecho de que una mujer manejara carro, y peor aún si lo hacía sola.

Esto también tiene relación con la cultura antioqueña. La historia del libro se desarrolla en los años 30 del siglo XX. Y según Isabel Ángel Ángel, de 81 años, habitante del barrio Laureles, en la década de 1950, no más de 20 mujeres manejaban carro en Medellín.

Cuando Benedicto llegó donde su familia, su madre, su hermano y su cuñada (María Teresa, la mujer del hermano médico) le tenían lista una mujer para que se casara: Guadalupe. Esto también se ve en la cultura antioqueña. Cuando un hombre se va haciendo mayor y sigue soltero, en su familia se encargan de buscarle una mujer “que valga la pena”, para que se case con ella.

Por su parte, el tío abuelo Teodoro vendió su ganado: ovejas, cerdos, cabras y mulas. “Lo único que conservó fueron las tierras, ‘que la tierra no se puede vender porque no es de nadie’ ” (cosa rara: no es de nadie, pero él sí la podía tener). Los abuelos antioqueños también son muy aferrados a la tierra.

Otro punto relacionado con la cultura antioqueña es el que tiene que ver con el hijo preferido. Para Teodoro, era Dolores, que le lloraba todo el tiempo para que su padre le diera dinero. Estas preferencias y los consecuentes reclamos por parte de los otros hijos son típicos en los hogares antioqueños.

El gran arrepentimiento de las hijas solteras al ver la enfermedad que tenía su padre en las piernas y que lo había llevado a la silla de ruedas. Ellas lloraban parejo, en especial Milagros, que sentía mucho remordimiento por todo lo que discutía con él. Ese intenso remordimiento también es frecuente en los hogares antioqueños tradicionales.

Lucía, por su parte, charlaba con un profesor de Física, y el tío abuelo Teodoro decía que ese hombre debía ser un “degenerado”. Esta expresión también es típica en los hogares antioqueños tradicionales.

Concepción, entretanto, no descansaría hasta ver que sus siete hijas estuvieran casadas. “Siete hijas parí y siete se van a casar. Cuando case la última, puedo morir en paz”. En los hogares antioqueños también es muy frecuente esta preocupación de las madres por casar a sus hijas. Eso sí, “bien casadas”, es decir con un marido “que valga la pena”.
Y no se podían quedar por fuera de este paralelo entre la familia de Teodoro y la cultura antioqueña las viejas chismosas que cuchichearon cuando vieron que Pilar besó a Benedicto. Estas viejas eran supuestamente muy católicas y se la pasaban criticando a la gente. Esto es común en la cultura antioqueña, tanto en la ciudad como en los pueblos y el campo.

En la cultura antioqueña también es típico que el cura se encargue de juzgar los comportamientos morales de la gente, como lo hizo el padre del pueblo en el que vivía la familia de Teodoro, que trató de hereje a esta familia porque sus integrantes no se confesaban y apenas si iban a la iglesia, y tildó de inmorales a las hijas de Teodoro, por andar con sus amantes y mostrarlos en público.

La envidia general de la gente del pueblo porque a las hermanas les estaba yendo muy bien en el almacén de hilos y los animales de Teodoro se habían multiplicado. La gente iba al almacén y parecía preguntarles mentalmente a las hijas de Teodoro: “Cuéntennos cómo se han enriquecido y de qué se valieron para que los animales se multiplicaran así, claro que lo que digan no lo vamos a creer”. Esta envidia general de la gente también es típica en los pueblos de Antioquia, cuando a alguien le está yendo bien en su vida.

Pero además del Catolicismo – que es tema central en la obra y ahí radica en gran parte la relación de las situaciones de la novela con la cultura antioqueña –, la historia tiene como escenario el encuentro de esta religión con otras culturas: Judaísmo, Islam y Gitanismo.

El baile de las culturas

Benedicto es una muestra del encuentro cultural que se da en La luna verde de Atocha. Siendo un soldado español, católico y condecorado, tenía miedo de que se dieran cuenta de que poco a poco se iba motivando con el Judaísmo (leía la Cábala) y trataba de aprender hebreo y arameo (leyó la Filosofía religiosa de los hebreos).

En la lectura de estos libros contó con la ayuda de Abraham Srugo, que se convirtió en el mejor amigo de Benedicto a pesar de que, por ser judío, éste lo tendría que haber perseguido en la guerra.

Pero también están el Islam y el Gitanismo, representados al mismo tiempo por Mohamed Cortez, un hombre hijo de madre gitana (de ahí el apellido Cortez) y padre moro.

Al ser gitano moro, Mohamed Cortez podía vivir en una continua contradicción: lo gitano le pedía gastar, ser amplio, pero lo moro le pedía ahorrar, ser avaro.

Y es que sobre los moros se tenían prejuicios. Por ejemplo, Carmina les dijo a Lucía y Milagros que no coquetearan con los soldados moros, “son camelleros y lo único que cargan son enfermedades”.

Y Carmina misma se encargó de echar de su casa a la mora que empujaba a Teodoro en la silla de ruedas, pues entre las hermanas se tenía el prejuicio de que a esta mujer islámica se le podía decir “haz esto”, y lo hacía. Ellas insinuaban que si Teodoro le pedía que se acostara con él, ella accedería. Además, las hijas de Teodoro se armaron una película en la cabeza: que la mora se le había metido en la sangre a Teodoro “como una sífilis”, y planeaba llevárselo a América “para certificar allí que era su hija y después envenenarlo para heredarle la fortuna”. Por eso, antes de que ejecutara el supuesto plan, Carmina la echó de la casa.

Pero además de los prejuicios, también se describen algunos elementos culturales de los moros: la caravana, las maderas, las esencias, los cueros curtidos de camellos y ovejas, las botellas con agua de colonia, y las joyas de los zocos del norte de África, que rodeaban a la Insaciable en sus recorridos por el Sahara detrás de Benedicto.

Y el libro también muestra los prejuicios que se tenían sobre los judíos. Los judíos son los que andan por el mundo de un lugar a otro. Al menos así lo dio a entender Teodoro cuando le dijo a Srugo: “Yo no salgo de este país. No soy un judío”. Le dijo esto porque Srugo le había propuesto que fuera a Buenos Aires a visitar a Milagros y Eufrasia.

De esta manera, José Guillermo Anjel logra una obra caracterizada por la comunicación en sus múltiples expresiones, teniendo en el Catolicismo un tema central y enmarcando la historia en el encuentro de las culturas.

En este libro el autor deja ver particularidades de su estilo narrativo, como su habilidad para jugar con los tiempos de la narración. Sobre todo para ir al futuro y adelantar “cositas” de lo que va a suceder, dar pinceladas, y luego volver al presente e irlo desarrollando hasta llegar a ese futuro que había esbozado.

También maneja unos símiles tremendos. Por ejemplo, que en la sala de espera del hotel, Pilar, al ver a Benedicto, se quedó estática como si estuviera dando medio paso en el baile de un tango.

Pero además emplea recursos válidos en la narración pero que hacen que la lectura sea un poco confusa, como que en la mayoría de los diálogos no identifica a la persona que habla.

Así, La luna verde de Atocha aparece como una obra diferente para el medio colombiano, pues se sale de los temas del conflicto armado que predominan en nuestra literatura. Es más, aunque la historia tiene el contexto de la Guerra Civil española, es interesante ver cómo el escritor menciona este acontecimiento pero no se centra en él, sino que se centra en la cotidianidad de una familia, de un pueblo, de unas personas que seguían su vida de manera paralela a la guerra.

Es un texto divertido, ameno para leer, interesante en tanto aborda aspectos de las diferentes culturas, diferentes formas que adopta el ser humano para habitar el mundo. Y su fuerza principal radica en la comunicación, que es “la negación de la guerra”, según una definición muy del gusto del propio escritor del libro.

Y efectivamente en esta novela se aplica esa definición. La comunicación está como la negación de la guerra. Gracias a su presencia permanente, a pesar de que sabemos que se vive la Guerra Civil española, no percibimos sus horrores, porque el autor decide enfocarse en las expresiones de comunicación que se dan entre unos personajes tragicómicos, lo que equivale a centrarse en la fuerza de la vida.