Ensayo sobre El tren de los dormidos, de José Guillermo Ánjel Rendó.
A través de sus 43 historias de Berlín, El tren de los dormidos, de José Guillermo Ánjel, entrega nueve símbolos clave, con los que, perfectamente, se podría configurar una cultura: la cultura de la distancia.
La cultura de la distancia tiene como primer símbolo o elemento esencial la soledad.
La soledad que lleva a un tipo a que alucine con que una mujer lo visita cada tanto a su apartamento, con la misma rutina de ir hasta la ventana de su cuarto a mirar el patio y se va (primera historia); la misma que es uno de los problemas de Rajél, la oyente de ópera (historia 10); que lleva al doctor en teología (historia 12) a la desesperación, y que genera problemas de mala comunicación, como el de la historia 13, donde una mujer les muestra a varios judíos un diente y una estrella de seis puntas que, según ella, había encontrado en un campo de concentración, pero los judíos no le piden una explicación, sino que se dedican a especular sobre la verdad del comentario de la mujer y sus intenciones para hacerlo.
Esa soledad que, junto a su enfermedad, pretende ser combatida por el pianista (historia 17) con un disco, disco que el músico le regaló al autor de El tren de los dormidos con el fin de que lo recordara, lo mantuviera cerca y a la vez, mediante el objeto, poder aconsejar y conversar con el escritor en todo momento. Soledad que acompaña a Martín en su encierro (historia 29). Él vive solo y encerrado, pero trata de que su soledad no sea absoluta, invitando a sus familiares muertos al apartamento.
Es también la misma soledad la que, junto al aguante y el olvido, genera en el portero (historia 31) una desesperación que lo lleva a comer, fumar, orinar y hasta recibir la visita de tres mujeres, a las que manosea, al escondido.
Esta soledad, en la cultura de la distancia, se evidenciaría en que en una misma casa tres hermanos se encierren, cada uno en un cuarto diferente, y se ensimismen días y noches enteros al pie de un computador, un televisor, un ipod o un play station, y ni siquiera tengan tiempo para sentarse un momento en la mesa a comer con el resto de la familia.
* * *
Un segundo elemento fundamental de la cultura de la distancia, y muy conectado con el anterior, es el trabajo.
El trabajo es importante, primero que todo porque, como en el caso del profesor Derlach (historia 32), sirve para “evadir” la soledad, la vejez, los problemas y el sentimiento de culpa. Es por ello que Derlach, si bien ya estaba jubilado, seguía trabajando en lugar de irse a descansar. Si no trabajaba, por ejemplo, no le podía enviar dinero a su hija y, por lo tanto, se sentiría culpable de las peleas de ésta con el marido.
Y es que pese a los problemas, lo importante es el trabajo. Como el pizzero (historia 6), que sabía de antemano que el hombre con el que tenía casado un pleito, en cualquier momento iría a la pizzería a golpearlo, y sin embargo decidió ponerse al frente de la elaboración de las pizzas.
Además porque el trabajo se presenta como la principal salida a uno de los grandes problemas: la necesidad económica, la consecución del dinero para subsistir. Esa falta de dinero, sumada a la soledad, es otro de los problemas existenciales de Rajél, la oyente de ópera.
Está pues, la necesidad apremiante que lleva a trabajar en lo que sea. Gropius (historia 30), por ejemplo, siendo un contrabajista, trabajó en el bar del autor de este libro como mesero e incluso, a partir de esa necesidad, alcanzó un grado de frialdad que lo llevó a ofrecérsele al escritor para matar a su esposa, si así lo disponía.
Es la misma necesidad la que hace que el portero coma, fume, orine y reciba mujeres al escondido, pues de lo que se trata es de mantener el puesto a toda costa. Mientras que en Sandoval (historia 42), hace que se debata entre la alegría y la tristeza. Él tiene la sencillez, la alegría y el sabor del Caribe, pero también vive en la tristeza porque Monika, su mujer, quien ha sostenido económicamente el hogar casi siempre, está enferma y a él no le está yendo bien con su clarinete.
El trabajo entonces, es relevante, y dentro de él, un elemento bien significativo para la cultura de la distancia: la rutina.
En la historia 11, un hombre arregla la casa y la cocina en las mañanas, abre la ventana de la cocina y espera el aplauso de la mujer de enfrente. Así, todos los días. Y la mujer parece programada y aplaude incluso cuando el hombre no ha hecho nada. Es decir, el hombre ejemplifica la rutina, y la mujer, la máquina que mide el tiempo en que se ejecuta esa rutina.
La importancia de la rutina también queda en evidencia en la historia 23, donde un hombre pequeño, bastante viejo, sólo se mantiene vivo, prácticamente, por la rutina de subir y bajar las escaleras de su edificio.
Pero la rutina del trabajo, como elemento básico de la cultura de la distancia, también genera estrés y cansancio, lo que produce cambios notorios en el comportamiento cotidiano de la gente.
En el personal de embajada (historia 28), por ejemplo, se nota el estrés: una mujer bien presentada y sonriendo, pero con un aliento horrible; gente que no sabe ni qué hace ahí, y sin embargo habla por hablar, como tratando de botar escape para no reventar por la tensión; e incluso algunos se emborrachan para liberarse un poco de tanto estrés.
También el conductor de bus (historia 38), que llegó a un estado de histeria por el estrés. El hombre gritaba sin parar porque quería un billete de alto valor, y el de cincuenta euros, que le había ofrecido una mujer negra, no le había servido. Eran las ocho de la noche y el tipo llevaba todo un día de trabajo, por lo que el estrés y el cansancio se habían apoderado de él. Cansancio que también derrumbó a los pasajeros de un tren de Berlín (historia 25), al punto de que todos iban dormidos en una ocasión.
La histeria por el estrés se ha vuelto tan común, que a la pareja le pareció muy extraño que el autor no reaccionara brutalmente ante sus ofensas (historia 27).
En la cultura de la distancia, esta relevancia del trabajo haría que una pareja de casados, que tienen tres niños menores de 12 años, los manden para el colegio en la mañana y los dejen con la empleada del servicio el resto del día. Y a las nueve de la noche, cuando la pareja vuelve cansada a casa, se enoje al ver que los niños, en lugar de estar haciendo las tareas, están viendo telenovelas con la empleada o durmiendo.
* * *
El tercer elemento básico de la cultura de la distancia es la importancia de la apariencia, la imagen, la estética, pero de “lejos”, enmarcadas dentro de una cierta timidez. Es decir, hacerse notar pero con mucha discreción.
En la historia 18, por ejemplo, una mujer gorda subió las escaleras casi muriéndose hasta el apartamento del autor de este libro y no quiso volver a bajar. De la escalera sólo se sabe que no se cambia porque es muy bella en sus labrados y detalles y valoriza el edificio. La reacción del autor fue de extrañeza porque la mujer no había dicho nada del hecho de que atravesó una obra de arte.
Este significado de la imagen y la apariencia también se nota en una especie de gusto por ser mirado. Los vecinos del autor se turnan para “ser” el vecino del edificio de enfrente que llama la atención sentado con un periódico (historia 3), y al que todos miran.
Y como buena imagen o apariencia, la elegancia debe estar presente. Los vecinos de Martín (historia 29) no se alarmaban porque los invitados del hombre al apartamento no eran mujeres ni gente sospechosa, sino gente de la familia, elegante. Con ello entonces, se puede inferir que lo elegante no es sospechoso.
Elegancia hasta para sostener una sonrisa, aunque por dentro se esté podrido (historia 28). El personal de embajada sonríe, pero no ríe. Es propio de las relaciones públicas, del manejo de la imagen, la apariencia, la diplomacia. Como el grupo de chiflados presente en esa reunión; precisamente son chiflados por la necesidad de aparentar a como dé lugar.
Son chicaneros como Filnkenstein (historia 36), que decía que todas las mujeres las conseguía mientras cambiaba el semáforo. Chiflados como la pareja que hizo alarde de sus conocimientos en el tren, mientras los demás pasajeros estuvieron pendientes de ellos (historia 39). En su nuevo vagón, en cambio, que se llenó de bicicletas y pasajeros escuchando discman o durmiendo, la pareja se vio derrotada. En este caso, la actitud de chiflados va de la mano con la atención prestada.
De todos modos, la apariencia es tan importante, que con base en ella se prejuzga. Una muestra de ello es que el autor pensó que la mujer que salió del tren con las bolsas pequeñas no tenía dinero y tal vez era una ladrona, sólo porque “la chaqueta que llevaba era demasiado pobre” (historia 5).
La imagen tiene tanta relevancia, que incluso la música no se escucha; se ve. Cuando Grandjouan (historia 40) digitaba las teclas de su computador, no se escuchaban los sonidos de las notas musicales, sino que se veían proyecciones de luz en diferentes intensidades.
Pero si bien en todos los casos, está la intención de hacerse notar, de aparentar, no se dice abiertamente, quedando en el ambiente cierto halo de timidez. El más claro y bello ejemplo de esto está en la historia 4, donde un hombre está dispuesto a entregar tanto amor que escribe cartas, pero sin dirección y sin nombre, y las reparte al azar. Es la misma timidez de la mujer que llega a un bar restaurante con entrada por delante y por detrás (propicio para no ser descubierta) y busca a alguien (con quien tal vez tiene pactada una cita) entre las mesas (historia 22).
En la cultura de la distancia, la importancia de la apariencia, enmarcada dentro de la timidez, haría que de un grupo de jóvenes que salen a rumbear, los hombres y las mujeres estén afuera del establecimiento público (bar, discoteca). Ellos, con las manos en los bolsillos, recostados en sus carros, que tienen las puertas abiertas; y ellas, paradas enfrente, conversando muy contentas y hasta bailando entre ellas mismas.
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El cuarto elemento esencial de la cultura de la distancia es la intolerancia.
Por la intolerancia, por las miradas y los comentarios de la gente, un matrimonio gay se sume en la tristeza (historia 2), hasta que la “hembra” se baja del tren y deja al cuarentón (“macho”) con ganas de un beso.
También es muestra de la intolerancia, el hecho de que una mujer sufra un pequeño accidente (historia 14) en bicicleta con una amiguita de su nieta, y el hijo y la nuera de la mujer se dediquen a recriminarla. Al final, la mujer se puso feliz porque iba a estar sola una semana. De pequeños altercados entonces, se forman grandes problemas, y siempre se están buscando culpables.
Como en el caso de la inundación (historia 19), en el que, por causa del baño del apartamento del autor de este libro, se inundó el del apartamento de Herr K. Después de discutir con el afectado, el autor pagó los fontaneros para que le solucionaran el problema. Luego, la esposa del autor lo recriminó (le echó la culpa) porque, al regresar a su apartamento, habían encontrado todo el sistema de aguas sellado con soldadura.
Y la intolerancia también afecta a la vejez. Un hombre pequeño, bastante viejo, es cuidado por una mujer grande (más grande se vuelve al lado de la vejez) que lo trata con dureza (historia 23). En la mesa del comedor de su apartamento, sólo hay botellas de vino vacías (evidencia de la tristeza del viejo). Así, la vejez se vuelve “pequeña”, es maltratada y sólo la mantiene viva la rutina (el hombre pequeño mantiene la rutina de subir y bajar escaleras).
El mismo autor estuvo afectado por la intolerancia (historia 27), ante una pareja de esposos que odiaba a los judíos. El hombre no era capaz de decirle de frente que le chocaban los judíos y ponía a su mujer. Pero el autor continuó visitándolos a pesar del maltrato y la sarta de ofensas que proferían contra su pueblo.
No obstante, el autor no sólo estuvo afectado por la intolerancia; la practicó. El autor vivió por un tiempo a costillas del cuñado (historia 34), recibía dinero de su parte y, sin embargo, lo tenía como alguien insignificante, gozaba cuando su hermana se le enojaba y “si no fuera porque me tuvo hospedado en su casa, por mí podría no existir”.
Intolerancia la que invadió a Anna por un momento (historia 35). Ella no esperó al hombre hasta el domingo sino que viajó el sábado en la tarde a Bremen, donde su madre. Tomó esta decisión, para no estar con su progenitora sólo un día, pero sobre todas las cosas, porque el hombre no la había invitado a Wolfsburg. Y viajó a Bremen triste. Anna no toleró que el hombre no la hubiera tenido en cuenta para su viaje.
Hasta Grandjouan, el vecino francés que había sido cordial con el autor (historia 40), tuvo su arrebato de intolerancia. Había sido muy amable con el autor y le regaló mucha comida, pero al final el escritor no quería más pan, a lo que el francés reaccionó enojado, diciéndole que quién era él para rechazarle el pan. Incluso el vecino de la planta baja terció diciendo que el autor no podía decidir por sí solo rechazar el pan, puesto que vivían en comunidad.
En la cultura de la distancia, la intolerancia haría que un pueblo invada a otro con el argumento de buscar liberarlo, cuando posiblemente de lo que se trata es de un intento por imponerle su cultura.
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Un quinto elemento básico de la cultura de la distancia, y muy ligado al anterior, es la exclusión.
Un caso dilucidador de este asunto es el de Kestenbaum (historia 20). Él es de malas en su trabajo y hasta con su mujer porque es muy ilustrado; se le excluye y se le margina. Este ejemplo pone presente el peligro que representa quien tiene el conocimiento, al punto que se llega al miedo, a la exclusión contra él. Y muestra además una dicotomía interesante: ilustración – oscuridad. Ilustración, porque él tiene la luz del conocimiento; y oscuridad, porque es rechazado.
Lo anterior demuestra también que el desconocimiento lleva al miedo, como en el caso de un vecino que no conoce a la gente de su edifico (historia 16), lo que lo lleva a vivir armado por lo que ocurra. Le gusta ver a sus vecinos, pero que no lo vean a él.
En la exclusión hay un elemento importante: el prejuicio, y a partir de él, la incoherencia en que se cae al mirar la paja en el ojo ajeno y no en el propio. La mujer que escuchaba al hombre parlante sin parar (historia 24), hasta invadirle la casa al autor, eran tan raros como el autor mismo, que pedía sopa de tomate con café. Esto, porque el autor estaba muy extrañado por lo que hacía la pareja, sin percatarse de que “la rareza de ellos es igual a mi rareza”, por lo que el prejuicio es peligroso.
Esto lo que deja en evidencia es que cuando la exclusión se hace a partir de prejuicios, generalmente es una exclusión sin argumentos. Como judío, al autor, la pareja de esposos le dijo malo en todos los tonos (esperando su reacción brutal), pero el escritor permaneció apacible y la pareja no tuvo argumentos para demostrárselo (historia 27).
Con la actitud del escritor, se puede inferir algo: mientras más exclusión y marginación haya, más se nota el marginado. Al muchacho negro se le excluye en Berlín (historia 21), pero su presencia allí se nota como ninguna.
En la cultura de la distancia, la exclusión haría que los homosexuales sean señalados y apartados cada vez con más fuerza, mientras ellos cada tanto “salen más del clóset”.
También pasaría que los islámicos, por el sólo hecho de serlo, generen un miedo terrible y se les denomine como fundamentalistas y terroristas, al punto de aislarlos como palmeras en el desierto, en un aeropuerto o en cualquier espacio público.
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El sexto elemento fundamental de la cultura de la distancia es el miedo.
La primera manifestación de ese miedo es el miedo al olvido, una especie de trauma causado por el peso de la historia. Influidas por ese miedo, las tres mujeres (la gitana, la flaca y la del perfil vulgar) esperaban a que la mujer de la maleta grande tropezara (historia 15), se abriera la maleta y saliera un niño achicharrado (en la Segunda Guerra Mundial, se dice que pasaba esto), pero lo que salió fueron trapos de colores y una guitarra.
Pero el ejemplo más claro y estremecedor de este asunto es la historia 37. El muro, aunque no se ve, sigue existiendo en Berlín. La gente de esta ciudad es una mezcolanza, algo indefinible (capitalismo-comunismo, Estados Unidos-URSS), que mantiene en su imaginario ese muro, y con él, cierta división. Berlín se identifica por el muro, más que por su gente. Ese muro pesa mucho en el imaginario del berlinés.
Sin embargo, el miedo no sólo se remite a lo pasado, a lo histórico. Hay también un miedo del presente (aunque no se podría afirmar que el miedo del presente no sea efecto del pasado). El autor le preguntó a la mujer del paraguas verde dónde estaba tal calle (historia 25), y ella se asustó tremendamente porque se encontraban en esa misma calle, por la cual el escritor preguntaba.
Este miedo genera desconfianza, la misma que mostraba la mujer que, en el tren donde todos iban dormidos, abría y cerraba los ojos, cerciorándose de que todo estuviera bien (historia 25). Y la hermana del autor, que mientras su marido estuvo haciendo una vuelta, lo llamó por celular cada veinte minutos para saber dónde estaba y si andaba con otra mujer (historia 34).
Y no sólo genera desconfianza; además, paranoia. El tren se detuvo quizás por algún daño y una mujer, acosada y desesperada por el calor, infundió el pánico general, hasta llegar a pensar que podría tratarse de un atentado terrorista. En este caso, es una paranoia surgida de la impaciencia y de un miedo primario. Pero también está la paranoia por hacer lo “prohibido”: el autor y Ethel se gustaron pero el (presunto) marido de ella lo supo (historia 33). Así que el autor no tuvo paz al sentir que este tipo lo seguía por todas partes.
En la cultura de la distancia, el miedo haría que una tendencia política de izquierda bien estructurada sea prejuzgada y rechazada por la gran mayoría de los habitantes de un país, sólo porque las generaciones recientes identifican la izquierda con los grupos guerrilleros que han protagonizado la historia de ese país.
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El séptimo elemento esencial de la cultura de la distancia es el concepto de que la religión “mata”.
Leah salió feliz de la sinagoga (historia 41) y se encontró con una pareja joven y un niño: la pareja eran sus abuelos y el niño era su padre, pero lo extraño es que, en realidad, tanto aquéllos como este último ya habían muerto. Es decir, de la sinagoga, Leah salió muerta y se encontró con sus muertos. Algo parecido le sucedió al autor, que había ido a la sinagoga en compañía de Leah. Él salió del lugar completamente alucinado, viendo muertos en las calles como los había visto Leah. Esto es, el autor salió de la sinagoga muerto y, en esta condición, anduvo por calles muertas habitadas por gente muerta.
En la cultura de la distancia, el concepto de que la religión “mata” haría que la distancia no sea sólo entre seres humanos, sino también entre el ser humano y Dios. Así, el hombre se adentraría en sí mismo y en lo suyo, y se alejaría cada vez más de los de su propia especie y de la idea de un Dios creador de todo lo existente. Las iglesias, entonces, perderían fieles, mientras otros ámbitos como el consumo los ganarían.
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El octavo elemento básico de la cultura de la distancia es la orientación al logro de los sueños del ser humano.
En este sentido, es importante el concepto de superación para aprovechar las nuevas oportunidades que, a modo de revancha, ofrece la vida. Así lo entendió la mujer que baila tango (historia 7), que al principio fue despreciada e ignorada por todos, pero luego fue pretendida también por todos para que bailara con ellos, a lo cual se negó.
En esta orientación al logro de los sueños, Silveira (historia 9) llegó al alcance de los suyos, que representan también algunos de los máximos ideales de todo ser humano: Silveira sabía volar y nunca necesitó dinero en el bolsillo para hacer ninguna compra.
Lo interesante de esta intención del ser humano de realizar sus sueños está en que el individuo quiera ser “diferente” haciendo lo mismo que los demás, como el hombre que quería salirse de lo “normal” en su vecindario (historia 8) entrando y saliendo de su casa por la ventana trasera, cuando ya sus vecinos hacían lo mismo. El hombre entonces, tuvo que volver a recurrir a lo “normal” (la puerta).
En la cultura de la distancia, la orientación al logro de los sueños del ser humano haría que el consumo represente uno de los sueños alcanzados por Silveira, mientras que el hecho de nunca necesitar dinero en el bolsillo para hacer ninguna compra (ideal alcanzado también por Silveira) sea un ideal que aún se persigue.
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Por último, el noveno elemento es fundamental para la cultura de la distancia, pero no en el sentido de que la constituye, sino en tanto se presenta como lo alternativo, lo que le lleva la contraria a esa corriente predominante. Ese noveno elemento es la contracultura.
Basados en esta contracultura, el autor y sus hijas decidieron vivir en Friedenau, contrario a la señora de la casa, que prefería vivir en Wielandstrass 18, en Charlottenburg (historia 43).
Y el autor y sus hijas tomaron esa decisión por cuestión de ambiente, de calidez, de tener a quién saludar, de contar con un lugar donde dejar razones. Es decir, por condiciones opuestas a los elementos predominantes en la cultura de la distancia.
En la cultura de la distancia, la contracultura haría que la paz, tanto interior como exterior de cada ser humano, se sitúe como uno de los paradigmas más importantes en la sociedad.
Así pues, se ha querido explicar, a través de nueve símbolos clave, cómo sería una cultura configurada desde las 43 historias de Berlín contadas en El tren de los dormidos, de José Guillermo Ánjel. Sería la cultura de la distancia. Una cultura donde cada ser humano está distante de los demás seres humanos, de Dios, de la naturaleza, y así no pareciera, de sí mismo; una cultura que a su vez propone la paz como su contracultura, su alternativa para orientar el comportamiento de sus miembros.
A través de sus 43 historias de Berlín, El tren de los dormidos, de José Guillermo Ánjel, entrega nueve símbolos clave, con los que, perfectamente, se podría configurar una cultura: la cultura de la distancia.
La cultura de la distancia tiene como primer símbolo o elemento esencial la soledad.
La soledad que lleva a un tipo a que alucine con que una mujer lo visita cada tanto a su apartamento, con la misma rutina de ir hasta la ventana de su cuarto a mirar el patio y se va (primera historia); la misma que es uno de los problemas de Rajél, la oyente de ópera (historia 10); que lleva al doctor en teología (historia 12) a la desesperación, y que genera problemas de mala comunicación, como el de la historia 13, donde una mujer les muestra a varios judíos un diente y una estrella de seis puntas que, según ella, había encontrado en un campo de concentración, pero los judíos no le piden una explicación, sino que se dedican a especular sobre la verdad del comentario de la mujer y sus intenciones para hacerlo.
Esa soledad que, junto a su enfermedad, pretende ser combatida por el pianista (historia 17) con un disco, disco que el músico le regaló al autor de El tren de los dormidos con el fin de que lo recordara, lo mantuviera cerca y a la vez, mediante el objeto, poder aconsejar y conversar con el escritor en todo momento. Soledad que acompaña a Martín en su encierro (historia 29). Él vive solo y encerrado, pero trata de que su soledad no sea absoluta, invitando a sus familiares muertos al apartamento.
Es también la misma soledad la que, junto al aguante y el olvido, genera en el portero (historia 31) una desesperación que lo lleva a comer, fumar, orinar y hasta recibir la visita de tres mujeres, a las que manosea, al escondido.
Esta soledad, en la cultura de la distancia, se evidenciaría en que en una misma casa tres hermanos se encierren, cada uno en un cuarto diferente, y se ensimismen días y noches enteros al pie de un computador, un televisor, un ipod o un play station, y ni siquiera tengan tiempo para sentarse un momento en la mesa a comer con el resto de la familia.
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Un segundo elemento fundamental de la cultura de la distancia, y muy conectado con el anterior, es el trabajo.
El trabajo es importante, primero que todo porque, como en el caso del profesor Derlach (historia 32), sirve para “evadir” la soledad, la vejez, los problemas y el sentimiento de culpa. Es por ello que Derlach, si bien ya estaba jubilado, seguía trabajando en lugar de irse a descansar. Si no trabajaba, por ejemplo, no le podía enviar dinero a su hija y, por lo tanto, se sentiría culpable de las peleas de ésta con el marido.
Y es que pese a los problemas, lo importante es el trabajo. Como el pizzero (historia 6), que sabía de antemano que el hombre con el que tenía casado un pleito, en cualquier momento iría a la pizzería a golpearlo, y sin embargo decidió ponerse al frente de la elaboración de las pizzas.
Además porque el trabajo se presenta como la principal salida a uno de los grandes problemas: la necesidad económica, la consecución del dinero para subsistir. Esa falta de dinero, sumada a la soledad, es otro de los problemas existenciales de Rajél, la oyente de ópera.
Está pues, la necesidad apremiante que lleva a trabajar en lo que sea. Gropius (historia 30), por ejemplo, siendo un contrabajista, trabajó en el bar del autor de este libro como mesero e incluso, a partir de esa necesidad, alcanzó un grado de frialdad que lo llevó a ofrecérsele al escritor para matar a su esposa, si así lo disponía.
Es la misma necesidad la que hace que el portero coma, fume, orine y reciba mujeres al escondido, pues de lo que se trata es de mantener el puesto a toda costa. Mientras que en Sandoval (historia 42), hace que se debata entre la alegría y la tristeza. Él tiene la sencillez, la alegría y el sabor del Caribe, pero también vive en la tristeza porque Monika, su mujer, quien ha sostenido económicamente el hogar casi siempre, está enferma y a él no le está yendo bien con su clarinete.
El trabajo entonces, es relevante, y dentro de él, un elemento bien significativo para la cultura de la distancia: la rutina.
En la historia 11, un hombre arregla la casa y la cocina en las mañanas, abre la ventana de la cocina y espera el aplauso de la mujer de enfrente. Así, todos los días. Y la mujer parece programada y aplaude incluso cuando el hombre no ha hecho nada. Es decir, el hombre ejemplifica la rutina, y la mujer, la máquina que mide el tiempo en que se ejecuta esa rutina.
La importancia de la rutina también queda en evidencia en la historia 23, donde un hombre pequeño, bastante viejo, sólo se mantiene vivo, prácticamente, por la rutina de subir y bajar las escaleras de su edificio.
Pero la rutina del trabajo, como elemento básico de la cultura de la distancia, también genera estrés y cansancio, lo que produce cambios notorios en el comportamiento cotidiano de la gente.
En el personal de embajada (historia 28), por ejemplo, se nota el estrés: una mujer bien presentada y sonriendo, pero con un aliento horrible; gente que no sabe ni qué hace ahí, y sin embargo habla por hablar, como tratando de botar escape para no reventar por la tensión; e incluso algunos se emborrachan para liberarse un poco de tanto estrés.
También el conductor de bus (historia 38), que llegó a un estado de histeria por el estrés. El hombre gritaba sin parar porque quería un billete de alto valor, y el de cincuenta euros, que le había ofrecido una mujer negra, no le había servido. Eran las ocho de la noche y el tipo llevaba todo un día de trabajo, por lo que el estrés y el cansancio se habían apoderado de él. Cansancio que también derrumbó a los pasajeros de un tren de Berlín (historia 25), al punto de que todos iban dormidos en una ocasión.
La histeria por el estrés se ha vuelto tan común, que a la pareja le pareció muy extraño que el autor no reaccionara brutalmente ante sus ofensas (historia 27).
En la cultura de la distancia, esta relevancia del trabajo haría que una pareja de casados, que tienen tres niños menores de 12 años, los manden para el colegio en la mañana y los dejen con la empleada del servicio el resto del día. Y a las nueve de la noche, cuando la pareja vuelve cansada a casa, se enoje al ver que los niños, en lugar de estar haciendo las tareas, están viendo telenovelas con la empleada o durmiendo.
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El tercer elemento básico de la cultura de la distancia es la importancia de la apariencia, la imagen, la estética, pero de “lejos”, enmarcadas dentro de una cierta timidez. Es decir, hacerse notar pero con mucha discreción.
En la historia 18, por ejemplo, una mujer gorda subió las escaleras casi muriéndose hasta el apartamento del autor de este libro y no quiso volver a bajar. De la escalera sólo se sabe que no se cambia porque es muy bella en sus labrados y detalles y valoriza el edificio. La reacción del autor fue de extrañeza porque la mujer no había dicho nada del hecho de que atravesó una obra de arte.
Este significado de la imagen y la apariencia también se nota en una especie de gusto por ser mirado. Los vecinos del autor se turnan para “ser” el vecino del edificio de enfrente que llama la atención sentado con un periódico (historia 3), y al que todos miran.
Y como buena imagen o apariencia, la elegancia debe estar presente. Los vecinos de Martín (historia 29) no se alarmaban porque los invitados del hombre al apartamento no eran mujeres ni gente sospechosa, sino gente de la familia, elegante. Con ello entonces, se puede inferir que lo elegante no es sospechoso.
Elegancia hasta para sostener una sonrisa, aunque por dentro se esté podrido (historia 28). El personal de embajada sonríe, pero no ríe. Es propio de las relaciones públicas, del manejo de la imagen, la apariencia, la diplomacia. Como el grupo de chiflados presente en esa reunión; precisamente son chiflados por la necesidad de aparentar a como dé lugar.
Son chicaneros como Filnkenstein (historia 36), que decía que todas las mujeres las conseguía mientras cambiaba el semáforo. Chiflados como la pareja que hizo alarde de sus conocimientos en el tren, mientras los demás pasajeros estuvieron pendientes de ellos (historia 39). En su nuevo vagón, en cambio, que se llenó de bicicletas y pasajeros escuchando discman o durmiendo, la pareja se vio derrotada. En este caso, la actitud de chiflados va de la mano con la atención prestada.
De todos modos, la apariencia es tan importante, que con base en ella se prejuzga. Una muestra de ello es que el autor pensó que la mujer que salió del tren con las bolsas pequeñas no tenía dinero y tal vez era una ladrona, sólo porque “la chaqueta que llevaba era demasiado pobre” (historia 5).
La imagen tiene tanta relevancia, que incluso la música no se escucha; se ve. Cuando Grandjouan (historia 40) digitaba las teclas de su computador, no se escuchaban los sonidos de las notas musicales, sino que se veían proyecciones de luz en diferentes intensidades.
Pero si bien en todos los casos, está la intención de hacerse notar, de aparentar, no se dice abiertamente, quedando en el ambiente cierto halo de timidez. El más claro y bello ejemplo de esto está en la historia 4, donde un hombre está dispuesto a entregar tanto amor que escribe cartas, pero sin dirección y sin nombre, y las reparte al azar. Es la misma timidez de la mujer que llega a un bar restaurante con entrada por delante y por detrás (propicio para no ser descubierta) y busca a alguien (con quien tal vez tiene pactada una cita) entre las mesas (historia 22).
En la cultura de la distancia, la importancia de la apariencia, enmarcada dentro de la timidez, haría que de un grupo de jóvenes que salen a rumbear, los hombres y las mujeres estén afuera del establecimiento público (bar, discoteca). Ellos, con las manos en los bolsillos, recostados en sus carros, que tienen las puertas abiertas; y ellas, paradas enfrente, conversando muy contentas y hasta bailando entre ellas mismas.
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El cuarto elemento esencial de la cultura de la distancia es la intolerancia.
Por la intolerancia, por las miradas y los comentarios de la gente, un matrimonio gay se sume en la tristeza (historia 2), hasta que la “hembra” se baja del tren y deja al cuarentón (“macho”) con ganas de un beso.
También es muestra de la intolerancia, el hecho de que una mujer sufra un pequeño accidente (historia 14) en bicicleta con una amiguita de su nieta, y el hijo y la nuera de la mujer se dediquen a recriminarla. Al final, la mujer se puso feliz porque iba a estar sola una semana. De pequeños altercados entonces, se forman grandes problemas, y siempre se están buscando culpables.
Como en el caso de la inundación (historia 19), en el que, por causa del baño del apartamento del autor de este libro, se inundó el del apartamento de Herr K. Después de discutir con el afectado, el autor pagó los fontaneros para que le solucionaran el problema. Luego, la esposa del autor lo recriminó (le echó la culpa) porque, al regresar a su apartamento, habían encontrado todo el sistema de aguas sellado con soldadura.
Y la intolerancia también afecta a la vejez. Un hombre pequeño, bastante viejo, es cuidado por una mujer grande (más grande se vuelve al lado de la vejez) que lo trata con dureza (historia 23). En la mesa del comedor de su apartamento, sólo hay botellas de vino vacías (evidencia de la tristeza del viejo). Así, la vejez se vuelve “pequeña”, es maltratada y sólo la mantiene viva la rutina (el hombre pequeño mantiene la rutina de subir y bajar escaleras).
El mismo autor estuvo afectado por la intolerancia (historia 27), ante una pareja de esposos que odiaba a los judíos. El hombre no era capaz de decirle de frente que le chocaban los judíos y ponía a su mujer. Pero el autor continuó visitándolos a pesar del maltrato y la sarta de ofensas que proferían contra su pueblo.
No obstante, el autor no sólo estuvo afectado por la intolerancia; la practicó. El autor vivió por un tiempo a costillas del cuñado (historia 34), recibía dinero de su parte y, sin embargo, lo tenía como alguien insignificante, gozaba cuando su hermana se le enojaba y “si no fuera porque me tuvo hospedado en su casa, por mí podría no existir”.
Intolerancia la que invadió a Anna por un momento (historia 35). Ella no esperó al hombre hasta el domingo sino que viajó el sábado en la tarde a Bremen, donde su madre. Tomó esta decisión, para no estar con su progenitora sólo un día, pero sobre todas las cosas, porque el hombre no la había invitado a Wolfsburg. Y viajó a Bremen triste. Anna no toleró que el hombre no la hubiera tenido en cuenta para su viaje.
Hasta Grandjouan, el vecino francés que había sido cordial con el autor (historia 40), tuvo su arrebato de intolerancia. Había sido muy amable con el autor y le regaló mucha comida, pero al final el escritor no quería más pan, a lo que el francés reaccionó enojado, diciéndole que quién era él para rechazarle el pan. Incluso el vecino de la planta baja terció diciendo que el autor no podía decidir por sí solo rechazar el pan, puesto que vivían en comunidad.
En la cultura de la distancia, la intolerancia haría que un pueblo invada a otro con el argumento de buscar liberarlo, cuando posiblemente de lo que se trata es de un intento por imponerle su cultura.
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Un quinto elemento básico de la cultura de la distancia, y muy ligado al anterior, es la exclusión.
Un caso dilucidador de este asunto es el de Kestenbaum (historia 20). Él es de malas en su trabajo y hasta con su mujer porque es muy ilustrado; se le excluye y se le margina. Este ejemplo pone presente el peligro que representa quien tiene el conocimiento, al punto que se llega al miedo, a la exclusión contra él. Y muestra además una dicotomía interesante: ilustración – oscuridad. Ilustración, porque él tiene la luz del conocimiento; y oscuridad, porque es rechazado.
Lo anterior demuestra también que el desconocimiento lleva al miedo, como en el caso de un vecino que no conoce a la gente de su edifico (historia 16), lo que lo lleva a vivir armado por lo que ocurra. Le gusta ver a sus vecinos, pero que no lo vean a él.
En la exclusión hay un elemento importante: el prejuicio, y a partir de él, la incoherencia en que se cae al mirar la paja en el ojo ajeno y no en el propio. La mujer que escuchaba al hombre parlante sin parar (historia 24), hasta invadirle la casa al autor, eran tan raros como el autor mismo, que pedía sopa de tomate con café. Esto, porque el autor estaba muy extrañado por lo que hacía la pareja, sin percatarse de que “la rareza de ellos es igual a mi rareza”, por lo que el prejuicio es peligroso.
Esto lo que deja en evidencia es que cuando la exclusión se hace a partir de prejuicios, generalmente es una exclusión sin argumentos. Como judío, al autor, la pareja de esposos le dijo malo en todos los tonos (esperando su reacción brutal), pero el escritor permaneció apacible y la pareja no tuvo argumentos para demostrárselo (historia 27).
Con la actitud del escritor, se puede inferir algo: mientras más exclusión y marginación haya, más se nota el marginado. Al muchacho negro se le excluye en Berlín (historia 21), pero su presencia allí se nota como ninguna.
En la cultura de la distancia, la exclusión haría que los homosexuales sean señalados y apartados cada vez con más fuerza, mientras ellos cada tanto “salen más del clóset”.
También pasaría que los islámicos, por el sólo hecho de serlo, generen un miedo terrible y se les denomine como fundamentalistas y terroristas, al punto de aislarlos como palmeras en el desierto, en un aeropuerto o en cualquier espacio público.
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El sexto elemento fundamental de la cultura de la distancia es el miedo.
La primera manifestación de ese miedo es el miedo al olvido, una especie de trauma causado por el peso de la historia. Influidas por ese miedo, las tres mujeres (la gitana, la flaca y la del perfil vulgar) esperaban a que la mujer de la maleta grande tropezara (historia 15), se abriera la maleta y saliera un niño achicharrado (en la Segunda Guerra Mundial, se dice que pasaba esto), pero lo que salió fueron trapos de colores y una guitarra.
Pero el ejemplo más claro y estremecedor de este asunto es la historia 37. El muro, aunque no se ve, sigue existiendo en Berlín. La gente de esta ciudad es una mezcolanza, algo indefinible (capitalismo-comunismo, Estados Unidos-URSS), que mantiene en su imaginario ese muro, y con él, cierta división. Berlín se identifica por el muro, más que por su gente. Ese muro pesa mucho en el imaginario del berlinés.
Sin embargo, el miedo no sólo se remite a lo pasado, a lo histórico. Hay también un miedo del presente (aunque no se podría afirmar que el miedo del presente no sea efecto del pasado). El autor le preguntó a la mujer del paraguas verde dónde estaba tal calle (historia 25), y ella se asustó tremendamente porque se encontraban en esa misma calle, por la cual el escritor preguntaba.
Este miedo genera desconfianza, la misma que mostraba la mujer que, en el tren donde todos iban dormidos, abría y cerraba los ojos, cerciorándose de que todo estuviera bien (historia 25). Y la hermana del autor, que mientras su marido estuvo haciendo una vuelta, lo llamó por celular cada veinte minutos para saber dónde estaba y si andaba con otra mujer (historia 34).
Y no sólo genera desconfianza; además, paranoia. El tren se detuvo quizás por algún daño y una mujer, acosada y desesperada por el calor, infundió el pánico general, hasta llegar a pensar que podría tratarse de un atentado terrorista. En este caso, es una paranoia surgida de la impaciencia y de un miedo primario. Pero también está la paranoia por hacer lo “prohibido”: el autor y Ethel se gustaron pero el (presunto) marido de ella lo supo (historia 33). Así que el autor no tuvo paz al sentir que este tipo lo seguía por todas partes.
En la cultura de la distancia, el miedo haría que una tendencia política de izquierda bien estructurada sea prejuzgada y rechazada por la gran mayoría de los habitantes de un país, sólo porque las generaciones recientes identifican la izquierda con los grupos guerrilleros que han protagonizado la historia de ese país.
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El séptimo elemento esencial de la cultura de la distancia es el concepto de que la religión “mata”.
Leah salió feliz de la sinagoga (historia 41) y se encontró con una pareja joven y un niño: la pareja eran sus abuelos y el niño era su padre, pero lo extraño es que, en realidad, tanto aquéllos como este último ya habían muerto. Es decir, de la sinagoga, Leah salió muerta y se encontró con sus muertos. Algo parecido le sucedió al autor, que había ido a la sinagoga en compañía de Leah. Él salió del lugar completamente alucinado, viendo muertos en las calles como los había visto Leah. Esto es, el autor salió de la sinagoga muerto y, en esta condición, anduvo por calles muertas habitadas por gente muerta.
En la cultura de la distancia, el concepto de que la religión “mata” haría que la distancia no sea sólo entre seres humanos, sino también entre el ser humano y Dios. Así, el hombre se adentraría en sí mismo y en lo suyo, y se alejaría cada vez más de los de su propia especie y de la idea de un Dios creador de todo lo existente. Las iglesias, entonces, perderían fieles, mientras otros ámbitos como el consumo los ganarían.
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El octavo elemento básico de la cultura de la distancia es la orientación al logro de los sueños del ser humano.
En este sentido, es importante el concepto de superación para aprovechar las nuevas oportunidades que, a modo de revancha, ofrece la vida. Así lo entendió la mujer que baila tango (historia 7), que al principio fue despreciada e ignorada por todos, pero luego fue pretendida también por todos para que bailara con ellos, a lo cual se negó.
En esta orientación al logro de los sueños, Silveira (historia 9) llegó al alcance de los suyos, que representan también algunos de los máximos ideales de todo ser humano: Silveira sabía volar y nunca necesitó dinero en el bolsillo para hacer ninguna compra.
Lo interesante de esta intención del ser humano de realizar sus sueños está en que el individuo quiera ser “diferente” haciendo lo mismo que los demás, como el hombre que quería salirse de lo “normal” en su vecindario (historia 8) entrando y saliendo de su casa por la ventana trasera, cuando ya sus vecinos hacían lo mismo. El hombre entonces, tuvo que volver a recurrir a lo “normal” (la puerta).
En la cultura de la distancia, la orientación al logro de los sueños del ser humano haría que el consumo represente uno de los sueños alcanzados por Silveira, mientras que el hecho de nunca necesitar dinero en el bolsillo para hacer ninguna compra (ideal alcanzado también por Silveira) sea un ideal que aún se persigue.
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Por último, el noveno elemento es fundamental para la cultura de la distancia, pero no en el sentido de que la constituye, sino en tanto se presenta como lo alternativo, lo que le lleva la contraria a esa corriente predominante. Ese noveno elemento es la contracultura.
Basados en esta contracultura, el autor y sus hijas decidieron vivir en Friedenau, contrario a la señora de la casa, que prefería vivir en Wielandstrass 18, en Charlottenburg (historia 43).
Y el autor y sus hijas tomaron esa decisión por cuestión de ambiente, de calidez, de tener a quién saludar, de contar con un lugar donde dejar razones. Es decir, por condiciones opuestas a los elementos predominantes en la cultura de la distancia.
En la cultura de la distancia, la contracultura haría que la paz, tanto interior como exterior de cada ser humano, se sitúe como uno de los paradigmas más importantes en la sociedad.
Así pues, se ha querido explicar, a través de nueve símbolos clave, cómo sería una cultura configurada desde las 43 historias de Berlín contadas en El tren de los dormidos, de José Guillermo Ánjel. Sería la cultura de la distancia. Una cultura donde cada ser humano está distante de los demás seres humanos, de Dios, de la naturaleza, y así no pareciera, de sí mismo; una cultura que a su vez propone la paz como su contracultura, su alternativa para orientar el comportamiento de sus miembros.
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