Ensayo sobre Inventario de mujer de Buenos Aires, de José Guillermo Ánjel Rendó
Terroristas, locos, fundamentalistas. Así son calificados los islámicos desde Occidente, sobre todo a partir del 11 de septiembre del 2001, cuando los medios masivos de comunicación se encargaron (consciente o inconscientemente) de desplegar toda una campaña de discriminación contra esta religión, propia de varias culturas del desierto.
Y es que razón tienen los pensadores de la Teoría Crítica, al postular que los medios de comunicación son una herramienta tan poderosa, que a través de ellos se alcanza incluso la dominación de las masas, principalmente de aquéllas que están compuestas por personas con un nivel bajo de crítica y conocimiento.
Sin embargo, quedan textos académicos y literarios que se libran de defender posiciones tan radicales y absolutistas, y exponen de una manera más profunda la complejidad de una cultura como el Islam. Uno de ellos es Inventario de mujer de Buenos Aires, de José Guillermo Ánjel, que a través de una disparatada historia que sucede en la capital gaucha en el siglo XX, da pie para hacer un planteamiento, que quizás puede parecer muy contundente, pero que se va a tratar de argumentar en este ensayo: el Islam es Dios y pasiones.
En Inventario de mujer de Buenos Aires, la mujer de Ameghino o Graciela-Celia-no Nélida, su personaje principal, tiene una representación especial y esencial para entender el Islam: encarna el imaginario teológico del Islam, es decir, la mujer de Ameghino es Dios, pero también le da espacio a la existencia del demonio.
Es Dios, porque todos giran alrededor de ella. Ameghino, Alejandro López, Andrés Furnatti, el padre turco, Cardoso, Ambrozzi y hasta Nidia la turca e Isabel viven en función de buscarla, y en ese intento sufren, pero también sienten una inmensa fascinación. Graciela-Celia-no Nélida es esplendor puro como Aláh.
En esa búsqueda eterna de la mujer de Ameghino (de Dios), la tía de Alejandro les decía a su sobrino y a Furnatti: “Yo la conocí a ella cara a cara, por eso sé que existe, que no es una invención”, y agregaba algo más revelador aún de la deidad de la mujer: “Busquenlá, muchachos, así nunca les llegará la muerte”.
Al resto de las mortales, la mujer de Ameghino las hace enloquecer de celos porque es perfecta; pero les hace falta para hacerlas sentir vivas. Y así es Aláh en el Islam; mantiene a su pueblo detrás suyo en un anhelo profundo por alcanzarlo, anhelo que consiste en una admiración tan tremenda que toca los celos, porque Él es quien hace todo. Pero estos celos no trascienden porque el islámico habita en la conciencia de Aláh y sólo ahí, y ¿cómo pelear contra la única dimensión donde puedo existir?
La mujer de Ameghino es Aláh, es lo más hermoso, y al ser así, habita el único espacio apto para lo más hermoso: el cielo. Furnatti mismo dio cuenta de la divinidad de Graciela: “Cómo nos tiene atrapados esa mujer (Dios) que no hemos visto nunca, que cuando la veamos no vamos a creer en ella, porque estamos jodidos de tanto inventariarla”.
De la misma manera lo expresó el López, que tenía la certeza de que esa mujer no era real, pero se podía armar con palabras y buscándola con paciencia y en los libros de Cábala (como a Dios).
Así las cosas, la mujer de Ameghino es Aláh, es “toda la creación en el cuerpo de una mujer”, que camina en las caravanas bajo el cielo ocre del desierto, y en ella y de ella vive el Islam. Y como Dios, Graciela no tiene definición, por lo que se hace necesario imaginarla y seguirla. Esto se explica en la primera acotación rabínica, acoplada al pensamiento islámico: “Todo intento de definir a Dios es un acto de soberbia” (Inventario de mujer de Buenos Aires, página 170). Entonces, basta con creer en ella así no se la defina, como lo dijo la abuela de Nidia la turca: “Tenés que creer mucho en Dios para vivir en Buenos Aires”.
Ahora: Graciela-Celia-no Nélida es Dios, pero también le da espacio a la existencia del demonio. En Inventario de mujer de Buenos Aires, la mujer de Ameghino es comprendida como una dualidad misteriosa, mítica, irresistible y fantástica. Es la divinidad pero también encarna lo pecaminoso y el arrepentimiento que ronda al islámico.
En ese imaginario teológico del Islam que es Graciela-Celia-no Nélida, ella representa un “pecado hermoso”, una tentación que se contiene por el temor infinito a Aláh que está expreso en el Corán. Esta mujer tienta y enloquece a los hombres. Es el cielo pero invita a pasar un ratito en el infierno (pecado); es casa de ángeles y demonios; es Dios pero deja la puerta abierta al deseo; es la tentación prohibida.
Esta dualidad genera un sentimiento de culpa que está siempre presente en la mentalidad del islámico; ese “vivimos en Dios, pero ahí está la tentación y qué bueno sería acceder a ella”. Un claro ejemplo de ello es el padre de Nidia la turca, que vivía en un profundo deseo por la mujer de Ameghino, pero trataba de contenerlo al máximo porque habitaba en la razón de Dios y sabía que renegar de la fe, sería un deshonor para la familia.
Cuando él estaba junto a ella, “se daba por satisfecho pecando en las entrañas” (página 82). No la tocaba, para que el deseo no se le acabara nunca. Y cuando por fin hicieron el amor, Graciela volvió a buscarlo porque ambos quedaron con el arrepentimiento del pecado, con el sentimiento de culpa. Pero mientras era sólo deseo, su familia no se alarmaba porque sabía que esa tentación era una prueba de Aláh para que alcanzara la eternidad.
También está el caso de la calle de los bares de putas, habitada por la tentación y el temor, donde el enano que estaba en la entrada de uno de los bares gritaba: “Entren y pequen que nadie queda ciego”.
Y la misma mujer de Ameghino, que se pudo haber convertido en una adúltera, pero no le gustaba pecar con ella misma; evadía las tentaciones creadas.
Incluso Ameghino, entendía a su mujer como la locura que lo tentaba, un pecado atroz que estaba evadiendo. Pero él no le era del todo fiel a su mujer (Dios); aparentemente se sometía a ella, pero a sus espaldas deseaba a otras mujeres.
En esa realidad de la tentación prohibida, también se llegó a pensar, en referencia a Graciela-Celia-no Nélida, que era pecado detener la fantasía, la magia. Y es que la mujer de Ameghino, como lo dice el autor del libro, “es una gótica”, entendida como arte oscuro.
Degustaba las prohibiciones sin llegar a tocarlas, sintiéndolas cerca. Se la veía amando un libro sobre el diablo o sentada, deseando a los judíos ortodoxos.
“ “Pará, turca, pará, la gente se va a dar cuenta”, y la mujer de Ameghino apretaba las manos para no dejar ir lo que estaba sintiendo. “Hablemos de santos”. La mujer de Ameghino, entre puta y virgen pudorosa, sintiendo que era un volcán” (página 50).
Este apartado del texto refleja el significado del concepto que se ha venido explicando. Pero para efectos de claridad, hay dos frases que resultan perfectas para explicar este planteamiento: (1) “El padre de Nidia la turca es la lucha entre la carne y el espíritu”. (2) “La imaginación es un pecado venial porque nunca se goza plenamente de ella, pero casi se toca y ahí es donde está la delicia”.
Se han tomado estas dos frases porque, aunque en ningún momento se dice en el texto que así es el Islam, desde la posición de este ensayo sí resultan reveladoras para explicar el pensamiento y la vivencia en que se mueve el islámico: vive en la razón de Dios, todo es causa de Aláh, hasta el demonio, la tentación y el pecado, que son creados por Dios para probar al islámico, para que se dé gusto con lo prohibido pero sólo oliéndolo, de lejos, puesto que si accede a esa tentación, el arrepentimiento y el sentimiento de culpa lo apartarán de Aláh, es decir, de la paz, que es su mayor anhelo.
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Además de encarnar el imaginario teológico del Islam, la mujer de Ameghino es terrenal, y en esta condición, representa al ser que, desde Occidente, se dice que es discriminado, pero que en realidad es cuidado y valorado como un tesoro en esta cultura del desierto: la mujer islámica.
En el Islam, la mujer es soberana, y el hombre, un sumiso postrado ante su encanto (como en el texto, la mujer de Ameghino es Dios, y los mortales viven en función de ella). La mujer islámica, como Graciela-Celia-no Nélida, es bella, pero es una belleza no sólo relacionada con su parte física, sino con sus acciones, con sus aptitudes para hacer, lo que hace que la mujer sea inolvidable.
Al igual que Graciela con Nidia la turca, la mujer islámica comparte sus amantes (harem), amantes que son guerreros de Aláh, y por tanto capaces de hacerla tan feliz como si estuviera en el cielo. Por eso a Ameghino le fascinaba estar casado con una mujer que era un harem (Graciela-Celia-no Nélida se sentía una mujer distinta en cada momento y en cada espacio), porque así podía hacer feliz a cada una de las “versiones” de ella.
La mujer de Ameghino es toda una dama islámica, y como tal, no traiciona a su marido ni cuando él se encuentra de viaje. La mujer islámica es una joya preciosa, una gota de agua en una tormenta de arena en el desierto. Por ello se presenta en el hogar islámico lo que desde Occidente es analizado como machismo y discriminación: un cuidado minucioso con la mujer, un trato tan delicado y tan cariñoso que la lleva a permanecer en casa, mientras su marido trabaja y afronta la batalla por la supervivencia. Cómo será de valorada la mujer islámica, que permanece en lo privado, resguardada de los peligros de lo público. Y ese mismo tratamiento se lo da ella a su cuerpo, manteniendo sus partes íntimas en la intimidad: el rostro, los senos, el ombligo.
La mujer islámica, como Graciela-Celia-no Nélida, es vanidosa, se perfuma con esencias de maderas orientales, porque ama la seducción pero con su hombre, le encanta la sensualidad y la busca en el arte de la danza, con el cual le estimula el deseo a su marido. Este deseo, a la hora de tener relaciones sexuales, necesariamente debe ser acompañado por el amor, pues el sexo, en el Islam, es un acto completo que se desarrolla amando y sin ninguna posibilidad de crear dolor.
Es decir, la importancia está en la necesidad de sentirse amado y no sólo en la sensación de la eyaculación. “Son como niños, turca, se untan y babean y después, lloran y se duermen. No están hechos para el amor sino para el desamor. Me da frío con ellos, turca”. Esta frase de la mujer de Ameghino en la página 51 del Inventario de mujer de Buenos Aires, que encuadra perfectamente en la manera como se entiende el sexo en Occidente, a la vez aclara aún más la concepción del sexo en el Islam.
En el Islam el amor es como un sueño, y ese sueño se cumple con el cuerpo, porque en esta cultura todo se puede crear sintiendo el cuerpo y sobre todo, sintiendo la piel: alegrías miedos y esperanzas.
En suma, desde el acto sexual, que es ante todo el acto de sentirse amado, hasta en la muerte, la mujer tiene una dignidad y un respeto muy grandes, a tal punto que, en la muerte, la mujer islámica debe estar elegante, para que esa muerte parezca una salida de viaje.
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Con todo esto, se puede decir que el Islam es una mujer (la mujer de Ameghino) caracterizada por las pasiones, como dirían los griegos, por el pathos, entendido éste como el sentimiento en su máxima expresión.
Como el islámico vive en Aláh (y no Aláh en el islámico), su primera pasión es buscar la paz para gozar de la eternidad que le ofrece Dios. Musulmán, como también se le conoce al islámico, traduce “hombre que busca la paz”. Ese pacifismo lo sintetiza de manera hermosa la mujer de Ameghino: “Basta la libertad para crear el mundo o para destruirlo sin tocar nada, eso es lo que pasa” (página 85).
Otra pasión del islámico es el amor, y a partir de ahí, los celos y el reproche. Se ama con todas las fuerzas, pero de la misma manera se culpa al otro o se le recrimina. Por el amor a Dios, que es el más fuerte que hay en el Islam, se llega incluso a matar o morir. Luego de un proceso espiritual conocido como asolamiento, el islámico se desprende de todo lo material y después deja su propio cuerpo (“hombres bomba”), para demostrarle a Aláh que ha alcanzado un grado de paz y pureza que lo hace merecedor de su amor y eternidad.
Un ejemplo de asolamiento es la práctica de la mujer de Ameghino, que “le gustaba estar sola, para soñar. Y para no sentirse. Y en la soledad pasaba días enteros ordenando sus cosas invisibles” (página 56). Alejandro López la definía como santa y mártir. “Sola ella, inmensamente sola entre la ciudad que se negaba a devorarla”, agrega López (página 78).
En un apartado de sus discursos, Furnatti también dejó entrever su concepción del asolamiento y el amor por Aláh hasta morir por Él: “Había que tener siete muertes para estarse matando por ella (mujer de Ameghino: Dios). Con todos los venenos, con todas las sogas, en todos los ríos. Matarse por ella para encontrarla al fin. Eso lo tenía claro Furnatti, que sabía que la vida era tiempo perdido, mera espera, imposibilidad de vivir todos los sueños” (página 75).
No obstante, así como en el Islam se ama a Dios con todas las fuerzas, también se le culpa y se le responsabiliza de todo lo “inconveniente” que sucede. Por ejemplo, Nidia la turca se volvió atea porque Dios no le había permitido abandonar a su marido. Y alguna vez le dijo a Graciela-Celia-no Nélida: “Negando la posibilidad de dar vida se niega a Dios” (página 165). Es decir, en el Islam, todas las cosas se entienden apasionadamente a través de la idea de Dios.
Otro representante de las pasiones del Islam es el padre turco, a quien se le respeta en su casa porque es severo, fiel seguidor de sus deseos. “Y temible en sus iras, como la espada de Omar” (página 40).
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Ahora: como el Islam es una mujer caracterizada por las pasiones, por el sentimiento, es inevitable que se teja todo un imaginario de lo simbólico, lo irracional, lo ilógico, y Graciela-Celia-no Nélida (al ser Dios, que es la antítesis de la lógica) encarna también este imaginario.
Para explicar este punto, se parte de la dualidad entre Ameghino y Graciela: él es ciencia y pensamiento racional, mientras que a ella le basta lo simple (lo simbólico) para ensimismarse. A la mujer de Ameghino la seduce la magia, lo metafísico, lo simbólico, lo puramente expresivo. Y Alejandro López lo sabía, y por eso le decía enfurecido al jugador dientón de ajedrez: “Donde la volvás un teorema te vuelvo sopa, dejala que habite la ilógica” (página 88). El único teorema que aceptó Alejandro fue el postulado por Furnatti, que equiparó a la mujer de Ameghino con la primavera (en realidad, con Dios).
La mujer de Ameghino es habitada por lo simbólico, por las almas, como cuando le dio por ser una estatua de un parque de Buenos Aires.
Alejandro López, por su parte, piensa en un mito como el mal de ojo, mito que también experimentó la mujer de Ameghino en su niñez, cuando su madre no permitió nunca que fuera mirada por el organillero italiano, porque “hombres así daban mal de ojo” (página 123).
El padre de Nidia la turca, entretanto, es lector del cielo y de la tierra, de los cantos de los pájaros y de las líneas de la mano (magia). Y la abuela turca es lectora de asientos de té.
Otros elementos mágicos del Islam son las aguas de yerbas curativas, las recetas de los desiertos sirios, de cocinas islámicas, proferidas por algún musulmán, y la importancia del blanco (todos los trapos de los apartamentos de la mujer de Ameghino son blancos).
El calor sofocante y angustiante del desierto debió incidir en el surgimiento de este imaginario simbólico, debió llevar a los islámicos originarios a la alucinación, a la creación de “escapes” que chocan con lo racional.
En todo caso, el Islam es un mundo oriental donde el sentido de las cosas es muy distinto al de Occidente.
En esta dicotomía entre simbología y razón, aparece en el texto un personaje que cuestiona al Islam: Cardoso. Él reflexiona el caos creciente y evade el orden limitante, ese “criador” de verdades absolutas que imposibilitan el acceso a otras verdades.
Entonces: el Islam es Dios, y Dios no es caos sino cosmos, orden (tal vez limitante), y en ese orden se sigue la verdad absoluta de Aláh. Pero surgen varias preguntas con respecto al cuestionamiento de Cardoso: ¿Sentirá necesario el Islam acceder a otras verdades, o así vivirá de una mejor manera que Occidente y su razón? ¿El Islam necesita desorden, caos (revolución racional) para avanzar?, pero, ¿avanzar hacia dónde?, ¿abandonar su cultura para vivir como Occidente?
Por ahora sobre el Islam, la cultura del humo del incienso, el comino, la canela, el oro, las flores amarillas de los jardines de La Alhambra, el mar, los cojines y objetos de cobre, las pequeñas alfombras y las estatuillas de marfil, queda propuesto un planteamiento: es Aláh y pasiones. Es una mujer, la mujer de Ameghino, que está descrita en su complejidad en este apartado de la página 73 del Inventario de mujer de Buenos Aires: “Muy hermosa, pero imposible de abordar porque tiene los ojos a la defensiva, dispuesta a mantener su territorio sin nadie cercano, convertida en la niña inicial que tiene la virtud de ser vista pero no tocada”.
Es decir, el Islam tiene un encanto, un halo de misterio que no lo deja descubrir completamente; o quizás no tiene encanto ni misterio alguno, sino que está revelado al mundo, y los errores en la interpretación que se le hace se deben a la pura ignorancia y al desconocimiento. De cualquiera de las dos formas, desde Occidente, sobre todo con la ayuda de los medios masivos de comunicación, al Islam se le sigue inventariando.
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