lunes, 11 de junio de 2007

La Antigua Grecia vive al pie de la Catedral


Por: Juan Carlos Valencia Gil.

Una voz sobresale entre el murmullo del Parque. “¡Vea hombre, no aleguemos más, acepte que los paisas somos los dueños de este país. Claro, es que somos descendientes de judíos. ¿Quiénes embellecieron a Bucaramanga? Los paisas. ¿Quiénes arreglaron El Cartucho? Los paisas. Mire, yo voy a todas partes a vender esto y sé del respeto que nos tienen, y ustedes son trabajadores de nosotros”!, le grita un vendedor de manillas a un chocoano sesentón que, sentado en el muro, sólo lo mira sin pronunciar palabra.

Al lado del chocoano hay cuatro tipos: uno tiene gafas oscuras y camiseta de River Plate, otro es gordo y tiene la cabeza rapada, otro es un “habitante de la calle” que tiene la mirada perdida en el ojo derecho, y el más viejo de todos, que usa un sombrero pequeño y una camisa de botones abierta, dice ser de Liborina. Están en el costado sur al lado de “Bolívar sobre el caballo”.

Son las tres y quince de la tarde de un sábado de marzo y la gente copa lentamente el Parque Bolívar, mientras el brillante Sol hace que las sombras de las acacias, los algarrobos, cauchos, mangos, eucaliptos y crotos se conviertan en las mejores aliadas para los desprevenidos conversadores. “¡Lleve la paleta, el mantecado!”, ofrece el heladero ambulante con su nevera de icopor en la espalda. “¡A mil, a mil, a mil!”, le contesta un tipo que está sentado en una de las bancas de la mitad del Parque. “¿Va a chupar o qué?”, le pregunta el comerciante tratando de quitarse de encima sus charlas.

Desde hace unos cuarenta años, cuando Gonzalo Arango predicaba allí su Nadaísmo, el Parque acoge a los denominados corrillos, grupos de personas que se forman para desarrollar conversaciones, discusiones y hasta polémicas espontáneas.

“Qué va, aquél es muy agrandado. Yo vengo de los africanos, que son el origen de la humanidad”, dice el chocoano después de que el exaltado vendedor de manillas se fue. “Don Chepe, no le pare bolas, ése no es sino bulla. Le apuesto a que no es capaz de decir eso mismo fuera de Medellín”, anota Manuel Antonio Pérez, el viejo de Liborina.

El Parque, cuyos terrenos fueron donados en 1844 por el inglés Tyrrel Stuart Moore, se llamó Plaza Villanueva hasta 1871. A partir de entonces, se conoce como el Parque Bolívar. Cuenta con la Catedral Metropolitana de Medellín, construida en 1875.

Hasta mediados del siglo pasado, las familias con mayor poder económico de la ciudad buscaron vivir en sus alrededores. No obstante, el Parque ha experimentado transformaciones que posibilitan que hoy, diferentes clases sociales y vertientes ideológicas se hayan apropiado de él.
A diario, desde las dos de la tarde generalmente y hasta las diez u once de la noche en algunas ocasiones, se forman los corrillos en el sector sur del Parque. José Gaviria, Cipriano Padilla, Víctor Yépez y Álvaro Acevedo son conocidos en el lugar por ser los más polémicos a la hora de confrontar las ideas.

Según Luis Fernando Zuluaga, quien visita el Parque hace 19 años, estos hombres van hace 30 y 35 años y basta conque uno de ellos irrumpa en un diálogo para que se forme la romería. ¿Y cómo se disuelven los corrillos? Simplemente “cuando el tema y quienes lo debaten estén agotados”, explica.

Usualmente se forman cuatro o cinco corrillos principales en torno a estos personajes. Son grupos que se amplían y se reducen a cada instante según el interés de cada quien. Los integran abogados, profesores, jubilados, mensajeros, vendedores ambulantes, pintores, médicos, habitantes de la calle, poetas, locos, religiosos, filósofos, matemáticos, vagos y transeúntes, por mencionar sólo algunas de las personalidades que les dan vida a los temas que se tratan.

“No, y los africanos siempre son gente muy verraca. Cómo es que son capaces de soportar todas esas hambrunas y esas sequías, mientras que por acá tenemos agua y de todo y nos mantenemos poniendo problema”, agrega el gordo cabecipelado. “¿Agua? ¿No han visto los programas de Discovery en estos días sobre el calentamiento de esos polos?”, pregunta Manuel Antonio.

Y los corrillos están ahí, mezclados con los homosexuales, travestis, prostitutas, drogadictos, curas, ajedrecistas, que recorren la pasarela con más naturalidad y libertad que en otros sitios.

Como en las plazas públicas de la Antigua Grecia, donde los hombres se reunían a discutir los postulados de Sócrates, Platón y Aristóteles sobre los asuntos existenciales, científicos y acerca del buen gobierno de la polis, sucede también en el Parque, donde sólo una que otra mujer se acerca a los corrillos con la curiosidad por saber de qué hablan ellos, pero se aleja en poco tiempo como desconcertada por el transcurrir de las discusiones.

“Claro, es que ya se está viendo lo que dice en el Apocalipsis. No se les haga raro que estemos cerquita del Juicio Final”, responde el de gafas oscuras y camiseta de River Plate mientras abre un libro de la fuerza del Espíritu Santo.

En los corrillos ha habido agresiones físicas. Incluso actualmente se siguen presentando. Sin embargo – aclara Luis Fernando Zuluaga –, suceden esporádicamente, puesto que el trabajo de los agentes de policía del CAI le ha dado mayor seguridad al Parque. La clave para participar en las discusiones – dice – está en tener presente que no se pierde ni se gana nada; sólo se confrontan argumentos.

Precisamente con el fin de organizar esa pasión discursiva de la gente y ofrecer un espacio institucional para el desarrollo de la cultura, Fernando Higuita, junto con otros amigos, crearon hace tres años la Fundación Social y Cultural El Parque Habla.

Con los dineros que recibe de la Administración municipal, la Fundación comenzó con la misión de abrir un espacio en el Parque los viernes, de cuatro a seis de la tarde y los domingos y festivos, de dos a seis, para las diversas manifestaciones culturales de Medellín: la literatura, la música, la danza, la poesía, las charlas de intelectuales y el teatro, dirigidos principalmente a la “población permanente” del lugar.

“Pero recuerden que todo aquél que se arrepiente, por más malo que haya sido, lo acoge Dios”, señala el de gafas oscuras y continúa explicando, con base en los dibujos del libro, que el hombre nace con el corazón bueno y con la libertad para hacer el bien o el mal. “Caballero, perdóneme pero así no son las cosas”, replica Gerardo López, que hace un momento se integró al grupo. “Entonces qué, ¿Hitler se arrepiente y listo, lo acoge Dios? No, ese cuento si no es conmigo”.

“Sabe qué Gerardo, no se crean tan santos, que ustedes los católicos son más pecadores que cualquiera”, alega Álvaro Acevedo, que acaba de llegar y tiene una Biblia en su mano derecha.

Pero después de dos años de trabajo de la Fundación El Parque Habla, apareció otra organización paralela denominada El Ágora, dirigida por Jorge Castañeda, ex socio fundador de aquélla. El problema radica en que los miembros de una y otra, literalmente, no se pueden ni ver.

Según John Jairo Valencia, integrante de la Fundación El Parque Habla, la discordia entre las partes y la creación de El Ágora se deben al despido de Fernando Higuita y Jorge Castañeda por graves faltas contra los estatutos de la Fundación.

Aunque acerca de las de Castañeda no tiene conocimiento, sobre Higuita dice que hacía su radioperiódico El Semanario del Parque sirviéndose de los equipos técnicos, los horarios y la logística de la Fundación y “despotricando del presidente Uribe, cuando nosotros tenemos como regla no hacer apología de política ni de religión”. Además – agrega –, él es comerciante de mármol y “lo negociaba en los pueblos a nombre de la Fundación”.

Paradójicamente, quien aparece hoy como presidente oficial de la Fundación en los registros de la Cámara de Comercio es Fernando Higuita. A Luis José Peñuela, quien ejerce las funciones de presidente, “no lo hemos reportado a la Cámara para poder demandar a Higuita”.

Al respecto, Jorge Castañeda, director de El Ágora, afirma que “nosotros fundamos El Parque Habla, pero mi compañero Luis José Peñuela metió a su novio Edal Monsalve a la Fundación y él se apoderó de todo”.

Entonces la Fundación – explica – cambió su razón social, que “era la utilización de la palabra, para traer artistas de música guasca y carrilera con los que sólo las putas y los gamines gozan. Reciben 40 millones de pesos de la Alcaldía por traer circo al Parque”.

Castañeda anota que artistas como los de la agrupación teatral La Barca de los Locos “llevaban 20 años viniendo y no volvieron por Edal Monsalve”.

Si bien El Ágora aún no cuenta con personería jurídica, su director asegura que van a luchar por conseguirla, puesto que “nos duele lo que pasa aquí porque este Parque es la identidad de Medellín”.

Aduciendo este sentido de pertenencia por el Parque, a las seis de la tarde El Ágora presentará una obra de La Barca de los Locos y un conversatorio titulado “El resurgir de Carabobo a cambio de la muerte de los Parques de Medellín”.

Y es que en el marco del XIII Congreso de la Asociación de Academias de la Lengua Española, “nos da tristeza que no hayan hecho ningún evento aquí”, expresa Castañeda. Pero no sólo es el sentimiento de los miembros de El Ágora. Incluso “La Mona”, una de las mujeres más conocidas y tradicionales del Parque, sumergida en una profunda traba y apenas pudiendo hablar, dice que “los reyes pegaron pa’l Metrocable y pa’ Carabobo, nos tienen olvidados”.

Sin embargo, John Jairo Valencia señala que la gente de los corrillos “le para pocas bolas a estas actividades culturales” y aunque, según él, las voces de apoyo a El Parque Habla y a El Ágora están divididas, no se presenta buena concurrencia a los eventos organizados por una y otra. “Asisten más que todo transeúntes”.

Adicional a esto, sostiene que “el nivel intelectual en el Parque es más bien bajito. A veces vienen personajes muy capacitados y académicos que se ahuyentan al notar la poca calidad del discurso aquí”.

“Vea Álvaro, no me haga hablar, que usted sabe que la mayoría de esos pastores evangélicos han sido ladrones y sicarios”, contesta Gerardo López. “¡Calumniador!”, grita Álvaro. “No señor, ellos mismos lo dicen en sus discursos”, responde Gerardo. “Ah, ¿sí?, ¿me está hablando muy durito?, ¿quiere que hablemos de la Inquisición o qué?, de esas masacres que cometía la Iglesia Católica contra quienes pensaran diferente”.

En el corrillo ya hay unos 30 hombres. Dos de ellos han permanecido en silencio todo el rato como sin saber qué decir.
Uno es Hernando Patiño Gil. Tiene 49 años y 20 de ellos yendo al Parque. Es sacerdote católico de la Diócesis de Santa Rosa de Osos, pero dejó de ejercer porque no se considera digno de ello. Es licenciado en Filosofía e Historia de la Universidad Santo Tomás de Bogotá.

Hace cinco meses le diagnosticaron el VIH positivo. “Después de venirme de Santa Rosa viví dos meses en la calle. Encontré en el pueblo el apoyo que me negaron en mi familia y en el Seminario. Este Parque es lo único que me genera ganas de vivir. Nunca sentí a Dios como lo siento aquí ahora”. Hernando dicta conferencias sin cobrar un solo peso porque “a mí sólo me gusta hablar y que me escuchen”.

El otro es Gonzalo Giraldo. Tiene un chaleco puesto y un casco en la mano. Es mensajero. “Dios es lo perfecto del mundo, y como nada es perfecto, Dios no existe”, sentencia. “Esto aquí es tan tremendo que llega un creyente con pocos fundamentos en su fe y en tres meses se vuelve ateo”.

En diez minutos, Giraldo habla con propiedad de Shakespeare, Kant, Jesucristo, Ortega y Gasset, Nietzsche, Baruch de Spinoza y Yibrán Jalil Yibrán.

“Bueno, bueno, bueno pues viejo, desocúpeme el puesto que aquí no cabemos usted y yo juntos”. “Ése es “Medallo”, el jefe de los paras…, de los parapléjicos del Parque”, explica Gonzalo. Es un tipo de no más de un metro con 60 centímetros, tuso y con una cola en la parte de atrás de la cabeza (al estilo de Pedro El Escamoso), y apoyado en dos muletas viejas de palo.

La discusión en el corrillo se detiene para esperar el desenlace de la escena de la braveada de “Medallo”. El viejo de Liborina saca una moneda de 200 pesos del bolsillo del pantalón. “Tomá pues hombre a ver”, le dice. “Medallo” recibe la moneda y se va feliz. Muchos de los presentes sueltan la carcajada, pero les dura poco.

“Sabe qué Álvaro, usted ha estado en cuanta religión hay, bregando a ver cuál le hace el milagrito de salir de pobre y no ha podido”. “Y usted por qué siempre ha sido católico hombre Gerardo, ¿porque tiene razones o porque su mamá lo metió ahí?” “¿Sabe por qué? Porque me da la gana”. “No viejo, a mí hábleme con argumentos. ¿O es que no los tiene?”.

Suenan las campanas de la Metropolitana convocando para la misa de las seis y media. Falta un cuarto para las seis y el brillante Sol y el cielo despejado que le servían de techo al Parque le dan paso a una inmensa nube gris. El olor a marihuana vence la sobriedad.

Mientras Gerardo busca los argumentos que le exigió Álvaro y Dios está postrado ante las palabras del mensajero, empieza a lloviznar. Hoy los corrillos no durarán hasta las diez u once de la noche y el evento programado por El Ágora deberá hacerse otro día.
La intensidad de la lluvia aumenta y poco a poco la gente desaloja el Parque. Hasta Dios, que así se escapa del castigo del mensajero. Con el aguacero, no queda en el Parque ni el eco de las palabras.

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