“La verdadera educación es liberadora” (Paulo Freire).[1]
Alguna vez el presidente del Polo Democrático Alternativo, Carlos Gaviria Díaz, dijo que gran parte de la problemática social que se vive en Colombia se debe al sistema educativo. Y tiene razón.
El sistema educativo está conformado por instituciones como la familia, el colegio, la universidad, los medios masivos de comunicación y los difusores de la religión, que en el caso colombiano son principalmente la Iglesia Católica y en menor medida las iglesias protestantes.
Lo ideal sería que cada institución trabajara en su labor específica, pero en Colombia históricamente ha habido unas transgresiones que resultan perniciosas en la búsqueda de una verdadera educación, que debe ser liberadora, transformadora, de acuerdo con el concepto de Paulo Freire.
La Iglesia Católica, que debería ser una institución dedicada a la relación íntima de cada ser humano con Dios, históricamente ha estado vinculada con el poder político y el manejo del Estado. Colombia fue por mucho tiempo un Estado confesional, consagrado al Corazón de Jesús, lo que iba en contra de la democracia, porque implícitamente se le indicaba al ciudadano que para ser colombiano había que ser católico.
Afortunadamente para la democracia y para la civilidad misma, Colombia ahora es un Estado laico y la Constitución consagra la libertad de culto. Las iglesias ejercen su labor evangelizadora, aunque a veces se les olvida la separación con el Estado y pretenden seguir influyendo en las decisiones políticas. Con mayor razón lo hacen si el mismo presidente Uribe entona el Rosario después de la liberación de unos secuestrados, cuando se supone que las creencias religiosas son íntimas y no para hacer proselitismo político con ellas.
Así Colombia sea un Estado laico, el caso es que la Iglesia Católica tiene una fuerte presencia en el país y su influencia cultural es muy grande. Sus doctrinas influyen en gran parte de las familias colombianas. Es decir, la familia, siendo una institución educativa, en muchos casos ya está determinada por otra: la Iglesia.
Además la Iglesia permeó también la educación formal. Muchos colegios privados del país son de su propiedad. Y los establecimientos oficiales son dados a realizar ceremonias religiosas en sus instalaciones, y a enseñar solamente la doctrina católica en su cátedra de Religión.
Por otra parte están los medios masivos de comunicación, cuyo deber ser se basa en la independencia, el pluralismo y la responsabilidad social. Pero en Colombia la mayoría de los medios está alineada con los poderes políticos o con las élites económicas, que tienen intereses mercantilistas, dejando en un tercer plano su compromiso social.
Así las cosas, el sistema educativo colombiano se caracteriza por dos modelos. Por la fuerte influencia de la Iglesia en la sociedad, ha primado históricamente la educación “bancaria”, que de acuerdo con Freire consiste en depositar información en el cerebro del estudiante, como quien deposita dinero en su cuenta. Un modelo vertical, donde interesa que el estudiante “aprenda” de memoria sin cuestionar nada.
Y por la tendencia de los medios masivos de comunicación al mercantilismo y a mantener el statu quo, está presente el modelo conductista, efectista o persuasivo, que busca que la persona haga (consuma preferiblemente o siga al régimen gubernamental) sin preguntar por otra alternativa ni por qué debe hacer eso.
A esto se le suma que en muchas familias está el esquema autoritario, es decir el vertical. Es por ello que en la sociedad colombiana predomina la persona “obediente”, la que cuestiona muy poco o nada de lo “políticamente correcto”, pero al mismo tiempo es intolerante con quien se atreve a pensar o hacer algo diferente. Esa persona dice que la guerrilla es terrorista, pero no se pregunta, por ejemplo, por qué existen guerrillas y paramilitares en este país.
Este mantenimiento del statu quo, originado en el sistema educativo, y la intolerancia como reacción defensiva ante cualquier cosa diferente, ayudan mucho para que en Colombia haya tanta violencia e injusticia social. Si cuestionás las políticas del Gobierno, te tildan de guerrillero; y si criticás las actuaciones de las guerrillas, te tratan de uribista o de paramilitar.
La universidad es la única institución que se sale del molde. Su importancia radica en que es el espacio para pensar. Allá podés cuestionar, debatir, refutar incluso a esos profesores que se les conoce como las “vacas sagradas”. Eso sí, siempre en el marco del respeto, la civilidad y la tolerancia.
Incluso las universidades propiedad de la Iglesia, de las que se prejuzga que son cerradas y no dan espacio para el debate, también lo dan y a veces con muchas más libertades y garantías que las oficiales.
El problema es que la universidad ya puede ser una institución tardía, porque una persona que llega de 17 o 18 años ya tiene unas bases de personalidad muy arraigadas, que son difíciles de modificar. No son muchas las personas que logran ese cambio radical de mentalidad en la universidad.
Adicional a la universidad, en la actualidad algunos colegios, familias y medios masivos de comunicación se están saliendo del molde. Las organizaciones protectoras de derechos humanos, el auge de lo que comúnmente se llama “salir del clóset”, y la libertad de expresión en manifestaciones como las tribus urbanas, hacen que hoy la civilidad, la conciencia crítica, la rebelión pacífica, la diversidad y la tolerancia estén cogiendo fuerza.
Ya los pelados de los colegios no tragan entero, mucho menos en las universidades, incluso establecen discusiones con sus padres. Lógicamente son algunos; muchos siguen obedeciendo ciegamente, sobre todo a los medios de comunicación, que es lo más pernicioso, por la manipulación que se ejerce desde éstos.
Habrá que trabajar muy duro para consolidar esta ruptura del molde: el paso a una educación liberadora, transformadora, humanista, como lo plantea Freire, donde el pensamiento, el debate y la praxis reflexiva sean lo más importante para la transformación de la conciencia personal y social del ser humano.
Pero educación liberadora no significa libertinaje. También hay que establecer límites, marcos de acción y normas, pero enmarcados en el respeto y la tolerancia.
Este cambio de paradigmas será difícil, hay mucha gente interesada en conservar el statu quo. Pero ya al menos hay indicios del despertar de la conciencia crítica individual. El ideal es que despierte la conciencia colectiva de la sociedad colombiana; tal vez sea muy útil para salir de este letargo histórico que ha padecido el país, mientras la corrupción y la violencia lo desangran.
Alguna vez el presidente del Polo Democrático Alternativo, Carlos Gaviria Díaz, dijo que gran parte de la problemática social que se vive en Colombia se debe al sistema educativo. Y tiene razón.
El sistema educativo está conformado por instituciones como la familia, el colegio, la universidad, los medios masivos de comunicación y los difusores de la religión, que en el caso colombiano son principalmente la Iglesia Católica y en menor medida las iglesias protestantes.
Lo ideal sería que cada institución trabajara en su labor específica, pero en Colombia históricamente ha habido unas transgresiones que resultan perniciosas en la búsqueda de una verdadera educación, que debe ser liberadora, transformadora, de acuerdo con el concepto de Paulo Freire.
La Iglesia Católica, que debería ser una institución dedicada a la relación íntima de cada ser humano con Dios, históricamente ha estado vinculada con el poder político y el manejo del Estado. Colombia fue por mucho tiempo un Estado confesional, consagrado al Corazón de Jesús, lo que iba en contra de la democracia, porque implícitamente se le indicaba al ciudadano que para ser colombiano había que ser católico.
Afortunadamente para la democracia y para la civilidad misma, Colombia ahora es un Estado laico y la Constitución consagra la libertad de culto. Las iglesias ejercen su labor evangelizadora, aunque a veces se les olvida la separación con el Estado y pretenden seguir influyendo en las decisiones políticas. Con mayor razón lo hacen si el mismo presidente Uribe entona el Rosario después de la liberación de unos secuestrados, cuando se supone que las creencias religiosas son íntimas y no para hacer proselitismo político con ellas.
Así Colombia sea un Estado laico, el caso es que la Iglesia Católica tiene una fuerte presencia en el país y su influencia cultural es muy grande. Sus doctrinas influyen en gran parte de las familias colombianas. Es decir, la familia, siendo una institución educativa, en muchos casos ya está determinada por otra: la Iglesia.
Además la Iglesia permeó también la educación formal. Muchos colegios privados del país son de su propiedad. Y los establecimientos oficiales son dados a realizar ceremonias religiosas en sus instalaciones, y a enseñar solamente la doctrina católica en su cátedra de Religión.
Por otra parte están los medios masivos de comunicación, cuyo deber ser se basa en la independencia, el pluralismo y la responsabilidad social. Pero en Colombia la mayoría de los medios está alineada con los poderes políticos o con las élites económicas, que tienen intereses mercantilistas, dejando en un tercer plano su compromiso social.
Así las cosas, el sistema educativo colombiano se caracteriza por dos modelos. Por la fuerte influencia de la Iglesia en la sociedad, ha primado históricamente la educación “bancaria”, que de acuerdo con Freire consiste en depositar información en el cerebro del estudiante, como quien deposita dinero en su cuenta. Un modelo vertical, donde interesa que el estudiante “aprenda” de memoria sin cuestionar nada.
Y por la tendencia de los medios masivos de comunicación al mercantilismo y a mantener el statu quo, está presente el modelo conductista, efectista o persuasivo, que busca que la persona haga (consuma preferiblemente o siga al régimen gubernamental) sin preguntar por otra alternativa ni por qué debe hacer eso.
A esto se le suma que en muchas familias está el esquema autoritario, es decir el vertical. Es por ello que en la sociedad colombiana predomina la persona “obediente”, la que cuestiona muy poco o nada de lo “políticamente correcto”, pero al mismo tiempo es intolerante con quien se atreve a pensar o hacer algo diferente. Esa persona dice que la guerrilla es terrorista, pero no se pregunta, por ejemplo, por qué existen guerrillas y paramilitares en este país.
Este mantenimiento del statu quo, originado en el sistema educativo, y la intolerancia como reacción defensiva ante cualquier cosa diferente, ayudan mucho para que en Colombia haya tanta violencia e injusticia social. Si cuestionás las políticas del Gobierno, te tildan de guerrillero; y si criticás las actuaciones de las guerrillas, te tratan de uribista o de paramilitar.
La universidad es la única institución que se sale del molde. Su importancia radica en que es el espacio para pensar. Allá podés cuestionar, debatir, refutar incluso a esos profesores que se les conoce como las “vacas sagradas”. Eso sí, siempre en el marco del respeto, la civilidad y la tolerancia.
Incluso las universidades propiedad de la Iglesia, de las que se prejuzga que son cerradas y no dan espacio para el debate, también lo dan y a veces con muchas más libertades y garantías que las oficiales.
El problema es que la universidad ya puede ser una institución tardía, porque una persona que llega de 17 o 18 años ya tiene unas bases de personalidad muy arraigadas, que son difíciles de modificar. No son muchas las personas que logran ese cambio radical de mentalidad en la universidad.
Adicional a la universidad, en la actualidad algunos colegios, familias y medios masivos de comunicación se están saliendo del molde. Las organizaciones protectoras de derechos humanos, el auge de lo que comúnmente se llama “salir del clóset”, y la libertad de expresión en manifestaciones como las tribus urbanas, hacen que hoy la civilidad, la conciencia crítica, la rebelión pacífica, la diversidad y la tolerancia estén cogiendo fuerza.
Ya los pelados de los colegios no tragan entero, mucho menos en las universidades, incluso establecen discusiones con sus padres. Lógicamente son algunos; muchos siguen obedeciendo ciegamente, sobre todo a los medios de comunicación, que es lo más pernicioso, por la manipulación que se ejerce desde éstos.
Habrá que trabajar muy duro para consolidar esta ruptura del molde: el paso a una educación liberadora, transformadora, humanista, como lo plantea Freire, donde el pensamiento, el debate y la praxis reflexiva sean lo más importante para la transformación de la conciencia personal y social del ser humano.
Pero educación liberadora no significa libertinaje. También hay que establecer límites, marcos de acción y normas, pero enmarcados en el respeto y la tolerancia.
Este cambio de paradigmas será difícil, hay mucha gente interesada en conservar el statu quo. Pero ya al menos hay indicios del despertar de la conciencia crítica individual. El ideal es que despierte la conciencia colectiva de la sociedad colombiana; tal vez sea muy útil para salir de este letargo histórico que ha padecido el país, mientras la corrupción y la violencia lo desangran.
[1] Frase tomada de la cátedra de Comunicación y Educación. Universidad Pontificia Bolivariana. 2009.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario