sábado, 14 de marzo de 2009

La función educativa del periodismo

Margarita Rivierte propone: “La educación mediática es una educación que dura toda la vida”.
De acuerdo con el planteamiento de Rivierte, lo primero que se me viene a la mente es la gran responsabilidad que tengo como periodista, porque así yo no tenga una intención educativa, las informaciones que elaboro siempre van a educar a mis lectores.

Ya teniendo presente esto, elaboraría contenidos para un ser humano inteligente, que necesita informaciones útiles para tomar decisiones en su vida diaria. Un lector pensante, no un imbécil al que puedo embolatar y manipular con farsas y maquillajes.

Para escribirle a ese lector debo estar untado de su realidad y escuchar sus planteamientos frente a la vida, de modo que haya diálogo en ese proceso de comunicación – educación. Para ello es imprescindible dejar el escritorio y meterse al barro.

Mi sueño es poder plasmar en esas informaciones los valores democráticos: la diversidad de puntos de vista para generar el debate y la reflexión, la independencia, la veracidad y la primacía de la vida, teniendo como base el respeto hacia el lector y la responsabilidad con la sociedad.

Esto implica llamar las cosas por su nombre. Me refiero a que en Colombia hasta los hechos más atroces fueron convertidos en shows por algunos medios de comunicación. Rivierte habla de “un gran nuevo género hegemónico, aun en los medios escritos: el del espectáculo”
[1].

Entonces tenemos el show de la parapolítica, el show de la yidispolítica, el show de las pirámides, el show de las “chuzadas” telefónicas, el show de los “falsos positivos”, y el show de las liberaciones de secuestrados, entre muchos otros. Todos acontecimientos de suma importancia, pero que son abordados por la mayoría de los medios con ese eufemismo, esa ligereza, ese descaro con los afectados por cada uno de ellos.

Los denominados “falsos positivos” son en realidad asesinatos de civiles a manos de la Fuerza Pública, pero se les llama todos los días con ese descaro tal vez por dos razones: para que todo se vaya volviendo “normal” en este país y para que las audiencias no se percaten de la gravedad del asunto. Entonces no se dice “destituyeron a tal General porque sus hombres masacraron a 15 campesinos para presentarlos como guerrilleros muertos”, sino que con una tranquilidad pasmosa se habla de que “lo destituyeron por los ‘falsos positivos’ ”.

Esta clase de información educa a la audiencia, pero la educa en la insensibilidad y en la infamia. La señora desprevenida que ve la noticia se queda pensando “qué será esa cosa de ‘falsos positivos’, suena como enredado, como gracioso”.

Por ello hago referencia a la necesidad de llamar las cosas por su nombre si se tiene en cuenta que están en juego la educación del lector y la responsabilidad con la sociedad, en este caso con las víctimas. Con esas patrañas para manipular, un lector inteligente probablemente le pierda la credibilidad a ese medio de comunicación.

Todas estas condiciones a tener en cuenta para educar a mis lectores, deben tener como base el conocimiento de los derechos y obligaciones del ciudadano en la sociedad, con miras a fomentar el ejercicio de su conciencia crítica en el escenario democrático.


[1] RIVIERTE, Margarita. El malentendido. Madrid, Icaria: 2003. p. 129.

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