El último puerto de la tía Verania es una mezcla entre la anécdota íntima y familiar del autor – Reinaldo Spitaletta –, y su mirada a los hechos que marcaron el transcurrir nacional en la década de los 70 del siglo XX.
La anécdota, que es la esencia del libro, se torna bastante agradable, porque está narrada en un tono sincero, humilde, sin mayores adornos ni ostentaciones retóricas. Y es esa sencillez y ese sentimiento profundo en la narración lo que hace que el texto sea mucho más cercano al lector.
Sea real o ficticia la tía Verania, el autor revela en este libro su gran cariño hacia ella; cariño que, en algunos momentos, pareciera incluso alcanzar el grado del enamoramiento entre ella y su sobrino Pachito.
De esta manera, Pachito va contando su intimidad con respecto a su tía: qué le gusta y qué le molesta de ella; cuál es el encanto de esta mujer que lo acoge con actitudes casi maternales a la vez que lo aconseja sobre las diferentes experiencias de la vida. Además, Pachito va mostrando el ámbito familiar.
Se dibuja en este libro una familia atípica en relación con el estereotipo de la familia tradicional antioqueña. Es una familia de pocos integrantes (se menciona sólo a Pachito, su madre y su tía Verania), contrario a ese modelo tradicional paisa caracterizado por tener diez o quince hijos, los papás, los abuelos y un montón de tías.
Así mismo, la de Pachito da la impresión de ser una familia forastera en esos barrios de Bello. Aunque el jovencito se relaciona con sus amigos y entra en el ambiente de los diferentes barrios, pareciera que su mamá sólo se relacionara con su hermana Verania; no se la muestra en el libro entrando en contacto con sus vecinas como sucede tradicionalmente con las señoras antioqueñas.
Tampoco se menciona en el texto al padre, esa figura patriarcal tan importante por estas tierras y tan propia de las familias tradicionales paisas.
Sin embargo, la familia que expone el libro también tiene algunos rasgos propios de determinadas familias antioqueñas, sobre todo de aquéllas de las zonas mineras y ganaderas del departamento. Por ejemplo, de municipios como Zaragoza, Remedios, Belmira, El Bagre y Segovia.
En estas regiones, al igual que lo que sucede en la familia de Pachito, la gente cree en Dios con la misma intensidad que cree en la brujería y en la existencia del demonio. Es fuerte la creencia en estas regiones de que las brujas y los duendes tienen los poderes para curar el ganado y para proteger a los hombres mientras están dentro de la mina.
Está también la creencia arraigada en los poderes curativos de las diferentes plantas, con las que se elaboran brebajes para tratar desde una simple gripa hasta un cáncer intestinal. Pero también existe la fuerte creencia en los poderes malignos de algunos elementos, como la tierra de cementerio y la sal, que suelen combatirse con agua bendita y con los rezos de un sacerdote.
También comparte la familia de Pachito algo muy intrínseco en la familia tradicional paisa. Se trata de la iconografía, ese montón de cuadros y esculturas de yeso de todos los tamaños que aluden a todo tipo de santos y a las diversas advocaciones de la Virgen María. Cada santo tiene un poder específico: que conseguir novio, que conseguir empleo, que encontrar lo que está perdido, que calmar las tempestades, que ahuyentar de la casa las visitas desagradables…
Además de mostrar su entorno familiar y la intimidad de su relación con Verania, Pachito va describiendo los cambios en su mentalidad y en su comportamiento a través de su infancia, su adolescencia y juventud. Desde ese niño con instinto descubridor, que se asombra con la magia y la fantasía de su tía y con las conversaciones de ésta con su madre, pasando por ese pelado que juega fútbol con los del barrio y se empieza a interesar por las muchachas, hasta ese joven universitario preocupado por las problemáticas sociales y con mentalidad disidente y rebelde.
El último puerto de la tía Verania también retrata ese entorno social cercano: la cuadra, la gallada de amigos, el barrio, las viejas que van a consultar a Verania, los obreros, las fábricas. En este sentido, el texto es profundamente social y humano, dejando ver unos barrios de obreros, de clases populares, de bares y cafés donde se pretende solucionar los conflictos del país. Son barrios donde la gente está consciente de su situación social y económica, barrios que palpitan y son dinámicos en su conciencia política, en su papel de gentes activas e influyentes en el desarrollo del país.
Y todas estas situaciones son narradas con un lenguaje ágil, sencillo, preciso, sin lujos pretenciosos. Sobresale la terminología paisa que utiliza el autor: “mijo”, “malparidos”, “desgraciados”, “se quedarán mamando”, “culicagado”, “vos sí sos muy elevado”, “vea pues”, “cacorros”, “maricas”, “güevones”, “ah, qué pereza”.
También se destaca la forma como el autor va introduciendo los diálogos sobre la marcha, de manera ágil, sin necesidad de cortarle el ritmo a la narración. Además, se emplean metáforas que le dan estética al relato. Por ejemplo: “En las noches donde Verania se escuchaba el canto de las sirenas”.
Este lenguaje es muy adecuado para narrar este tipo de anécdotas personales y familiares. Pero uno de los elementos más fascinantes del texto es que el autor logra que ese lenguaje también funcione muy bien para referirse a hechos que marcaron el acontecer histórico nacional en esa agitada década de los 70.
La agilidad y el ritmo que trae el texto no desentonan cuando el escritor pasa a abordar realidades sociales, políticas y económicas de la época en Colombia.
* * *
Una primera y gran realidad es el Frente Nacional. Aunque Spitaletta sólo alude a Misael Pastrana Borrero (quien figura oficialmente como el último presidente de la República en el período del Frente Nacional) como representante de ese período, lo menciona en el episodio de las elecciones de 1970, en las que presuntamente habría ganado el general Gustavo Rojas Pinilla pero que, mediante un fraude electoral, se habría volteado la torta para poner a Pastrana Borrero, candidato del Frente Nacional, como presidente de la República.
Este episodio lo narra el autor del libro con un tono de denuncia y de crítica a la situación política del país. Y es que realmente el Frente Nacional fue un fenómeno nefasto en la historia de Colombia.
En 1957, tras los cuatro años de dictadura militar de Rojas Pinilla, los jefes del bipartidismo hicieron un acuerdo para gobernar el país alternadamente durante 16 años. Es decir, cuatro períodos presidenciales, ocupados de manera intercambiada y sucesiva por un liberal, un conservador, un liberal, un conservador.
Así, desde 1958 hasta 1974, representados por Alberto Lleras Camargo, Guillermo León Valencia, Carlos Lleras Restrepo y Misael Pastrana Borrero, el Partido Liberal y el Partido Conservador se turnaron el poder.
El Frente Nacional entonces, a modo de partido de coalición, presentaba un candidato a las elecciones, mientras que la oposición, representada en ese entonces fundamentalmente por la Alianza Nacional Popular – ANAPO –, presentaba otro candidato.
Las elecciones se presentaban como un ejercicio democrático en el que, aparentemente, se le permitía participar a los opositores al Frente Nacional. Sin embargo, en el fondo, según lo demuestra la historia, todo estaba arreglado para que siempre ganara el candidato del Frente Nacional. Es por ello que en 1970, cuando Rojas Pinilla tenía un gran apoyo de las masas populares y se perfilaba como ganador en las elecciones, el Frente Nacional no podía permitir que se cambiara la historia y, según lo sigue afirmando mucha gente hoy día, los jefes del bipartidismo omitieron la decisión electoral del pueblo colombiano y pusieron todo como se había planeado, proclamando como ganador a Misael Pastrana Borrero.
De esta manera, el Frente Nacional, tácitamente, anuló la posibilidad de ejercer oposición política en Colombia. Ésta es la principal razón para decir que el Frente Nacional fue un fenómeno nefasto en la historia del país.
Como lo explica William Ospina en su ensayo titulado ¿Dónde está la franja amarilla?, el Frente Nacional, al negar la posibilidad real de hacer oposición política, impidió también el ejercicio de la vigilancia y el control en las decisiones de los gobernantes y en el manejo que éstos le daban a los dineros públicos. Así, se impulsó la corrupción política, una de las principales causas de los grandes problemas sociales y económicos del país en toda su historia.
Además, como la principal excusa para pactar el Frente Nacional fue la necesidad de detener la violencia civil que azotaba al país en la década de los 50, los dirigentes políticos entendieron que la mejor manera de controlar esa violencia y de mantener un orden, era poniendo cada cosa en su lugar. Es decir, los medios de producción y las riquezas, en las oligarquías políticas y económicas, y la mano de obra y el padecimiento de la explotación, en las clases populares y obreras.
Con esto, implícitamente se les negó la posibilidad de acceder a las riquezas a las clases media y baja. De este modo, sobre todo desde la clase media, mucha gente, al no encontrar posibilidades legales de acceder a la riqueza, optó por las ilegales. He ahí una de las principales explicaciones del surgimiento y el auge de fenómenos como el narcotráfico y el contrabando en la década de los 70.
La ecuación de mucha gente fue sencilla: “Si los políticos y los grandes empresarios se enriquecen, nosotros también tenemos derecho a llegar a la riqueza; y si no podemos por las vías legales, lo haremos por las ilegales”. Adicional a esto, ese mal ejemplo de corrupción de la clase política impulsó a la gente de las clases populares a actuar de maneras indebidas también. Muchos dijeron: “Si los más preparados se enriquecen así, ¿nosotros por qué no lo hacemos también?”.
Todas estas razones dan para decir que lo que comenzó como un pacto político para frenar la violencia imperante en el país y mantener el orden, se convirtió en un nido de corrupción y de mal ejemplo por parte de los políticos hacia el pueblo. Es por ello que el Frente Nacional fue uno de los fenómenos más nefastos en la historia de Colombia, puesto que aunque sólo duró oficialmente 16 años, determinó para mucho tiempo posterior el futuro del país. Tanto en lo político, como en lo económico y lo social, el Frente Nacional fue uno de los grandes embriones e impulsores de las profundas problemáticas que han aquejado en los últimos tiempos a Colombia.
Un segundo acontecimiento de la historia nacional que menciona Spitaletta en El último puerto de la tía Verania, es el gobierno de Alfonso López Michelsen (1974-1978) que, aunque se señala históricamente como el primer gobierno después del Frente Nacional, para muchos se trató de la continuación de éste, pero de manera disfrazada.
En este período, el 14 de septiembre de 1977, se dio el Paro Cívico Nacional. Convocados por las cuatro grandes centrales obreras del país, los trabajadores de las empresas, los maestros y los estudiantes pararon sus actividades por 24 horas y se volcaron a las calles a manifestarse en protesta contra los recientes asesinatos de sindicalistas y de estudiantes, y contra el intervencionismo de los Estados Unidos en la política y en la economía colombianas.
Basado en este episodio, el autor del libro hace una denuncia social grave y es la persecución y el ataque de la Policía y el Ejército contra los estudiantes y la gente en general que se manifestaban en las protestas. El mismo Pachito padeció estos ataques militares, que incluso le llegaron a herir un pie.
Como consecuencia del Paro Cívico Nacional y de las protestas callejeras, se registraron alrededor de 50 muertos en todo el país, de los que, la mayoría, fueron estudiantes universitarios y sindicalistas. Hubo muertos en las principales ciudades del país, pero la mayor parte estuvo en Bogotá.
Además de la persecución de la fuerza pública a los manifestantes, el escritor denuncia la explotación obrera que se daba (y se sigue dando) en la época, el desempleo y la profunda intolerancia hacia las ideas diferentes de las establecidas por el sistema imperante. El autor configura, en suma, una posición crítica contra el Establecimiento, desde el punto de vista político, social y económico, enfocado en grupos humanos como los estudiantes, los obreros y las mujeres.
El otro acontecimiento político “grande” de los 70 al que alude el autor es el ascenso de Julio César Turbay Ayala al poder, como presidente de la República en 1978, tras derrotar en las elecciones a Belisario Betancur.
Aunque sobre Turbay Ayala el autor sólo menciona su llegada al poder, hay que decir que a este mandatario le tocó lidiar con el crecimiento del narcotráfico en Colombia antes de alcanzar su auge a mediados de los años 80. En tiempos de Turbay Ayala ya se comenzaban a oír nombres asociados con la producción y comercialización de la droga, como el Cartel de Cali, el Cartel de Medellín, y el Cartel de Cundinamarca.
Esta mezcla de lo íntimo y lo público, de lo personal y lo social, manteniendo el ritmo y la agilidad en el relato, es lo más fascinante de El último puerto de la tía Verania.
Sin embargo, si bien el libro atrapa con esa relación entre lo privado y lo sociopolítico de interés general, hay algunas críticas con respecto al tratamiento que el autor del texto les da a esos asuntos públicos.
En primer lugar, el escritor menciona de manera muy somera aspectos de gran relevancia en la historia política y social de Colombia, como la victoria oficial de Misael Pastrana Borrero sobre Gustavo Rojas Pinilla en 1970. El episodio se menciona como anécdota, como un hecho más, sin enmarcarlo en el contexto del Frente Nacional y sin explicarlo más a fondo.
La producción del autor es una novela y en la literatura él se puede dar muchas libertades. No obstante, teniendo en cuenta el tono de denuncia social y de contenido político que se maneja en el libro, es importante explicar y profundizar más en algunos hechos como el citado.
Por otra parte, aunque se debe criticar lo que está escrito y no lo que se deja de escribir, teniendo presente el contenido político, social e histórico que tiene el texto, es notoria la omisión de datos tan ligados con el argumento de la obra, como la fundación del grupo guerrillero M-19 el 19 de abril de 1974, como respuesta al presunto fraude electoral en el que perdió las elecciones presidenciales el general Rojas Pinilla cuatro años atrás.
Si bien se desconocen las intenciones del escritor y éste tiene toda la libertad del mundo para introducir u omitir elementos en su narración, datos como el mencionado hacen mucha falta en el texto, pues le darían más fuerza a ese contenido social que el autor plantea.
Además, si el escritor desarrolla los temas de la derrota de Rojas Pinilla en las elecciones y de la insurrección estudiantil y obrera, es indudable la conexión de estas situaciones con la fundación del M-19, puesto que muchos de los líderes de este grupo guerrillero pertenecían a la ANAPO y estaban relacionados con el mundo académico y universitario.
En este libro, Spitaletta plantea claramente su posición ideológica. Él es de izquierda, lucha por la reivindicación de las clases populares y proletarias, por la justicia social e igualdad de oportunidades, y eso queda claro en el libro. Sin embargo, – y aquí viene la tercera crítica –, es importante explicar, por ejemplo, por qué se dice que Julio César Turbay representaba a la mafia y Belisario Betancur era un asesino de trabajadores.
Es decir, es legítimo defender una ideología y atacar a la contraria, pero, aunque el libro analizado no es un ensayo ni una tesis académica, sí hacen falta explicaciones acerca de algunos ataques contra esas oligarquías políticas que han gobernado este país. Esto, con el fin de que algunas afirmaciones no queden sueltas en el aire sin ningún peso, sino que, mediante el rigor de la argumentación, adquieran fuerza y mayor contundencia.
Y como cuarto cuestionamiento, hay que decir que, en general, los planteamientos del autor son muy románticos y esto es válido. El error está en que, a partir de ese intenso romanticismo, se niegan algunas realidades. Por ejemplo, es cierto que la Policía y el Ejército son fuerzas estatales que se ven condicionadas a defender los intereses de las clases políticas dirigentes. Pero también es cierto que no siempre es la fuerza pública la que agrede primero a los civiles.
Si en una manifestación, los estudiantes comienzan a tirar papas explosivas y bombas molotov, es lógico que la fuerza pública se va a defender y los va a contraatacar. Esto no lo explica el autor que, por el contrario, “demoniza” a la fuerza pública y, basado en el romanticismo, pone a los estudiantes siempre como las víctimas.
No obstante estos cuestionamientos, en El último puerto de la tía Verania, Reinaldo Spitaletta logra contar su historia íntima de su gran cariño por su tía Verania; contar también sus vivencias en la niñez, en la adolescencia y en la juventud, tanto en el ámbito familiar como en el social.
Retrata también esa sociedad urbana del Valle de Aburrá en las décadas de los 60 y 70. Y logra asociar esto con los grandes hechos que iban determinando la historia nacional. Consigue esta combinación sin que lo privado y lo público se estorben. Por el contrario, haciendo que lo uno ayude a explicar lo otro.
En este sentido, Verania representa a las masas populares colombianas; esas masas que tienen momentos de alegría, pero que normalmente viven es la angustia. Personifica a esas masas explotadas por los grandes empresarios y burladas por sus gobernantes, haciendo que pierdan todo el interés para participar en la vida política del país.
Y es que las masas populares colombianas, al igual que Verania, han padecido históricamente la soledad, el abandono en que las dejan sus dirigentes mientras ellos concentran sus esfuerzos en saquear el país para beneficio particular y para cumplir las órdenes de superpotencias extranjeras.
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