En su Diatriba de amor contra un hombre sentado, Gabriel García Márquez plantea varios aspectos de la cultura del Caribe: el machismo, la relación entre las clases sociales y la situación de la mujer en relación con su nivel intelectual y académico, específicamente, con su participación en la universidad.
De estos aspectos, el machismo y las restricciones contra la mujer para participar en la universidad aplicaron no sólo en la cultura del Caribe, sino en otras regiones de Colombia y de Latinoamérica.
En Colombia está el caso de Antioquia, puntualmente el de Medellín, donde en la época de los años 40 del siglo XX sólo había tres mujeres universitarias. Entre ellas, doña “Marianita” Arango, odontóloga de la Universidad de Antioquia, quien abrió su consultorio en Caracas con Sucre, cerca del Parque de Bolívar. Entretanto, en los años 50 no más de 20 mujeres manejaban carro en la ciudad.
La sociedad paisa se jactaba (y se jacta aún) de honrar mucho a la mujer y sobre todo a la madre. Sin embargo, en la práctica, la mujer sólo estaba destinada a ser ama de casa, a tenerle y a criarle los hijos a su marido. En suma, a satisfacer al hombre de la casa.
Había unos cuantos estudios para las mujeres, es cierto; pero tenían como fin aprender los oficios del hogar. Doña Teresita Santamaría de González instituyó el curso de Orientación Familiar para las mujeres de la high. Mientras que otras mujeres se dedicaban a estudiar en la Facultad de Arte y Decorado de la Universidad Pontificia Bolivariana. Desde la moral y la cultura paisa no se veía con buenos ojos que la mujer se preparara en campos diferentes del manejo del hogar.
Esto, en cuanto a las mujeres de clase alta, porque a la mayoría de las mujeres de clase baja sólo les quedaba como opción meterse de “sirvientas” en las casas de los ricos.
Ya en Latinoamérica está el caso de México, situación bastante parecida a la cultura paisa. En México, el país de los “meros machos”, un ícono de la cultura, como Vicente Fernández, se vanagloria por no haber podido “pasar siete noches en la misma cama”.
Esta infidelidad del hombre con su mujer, y el machismo en general, los retrata García Márquez en su Diatriba de amor contra un hombre sentado.
En este texto, Graciela, una mujer sublevada, le expresa a su marido su hartazgo, porque en 25 años de vida matrimonial, ella lo ha tenido todo, menos el amor.
Esta mujer representa a las mujeres oprimidas que al fin se sublevan contra el machismo de sus esposos. Graciela le va diciendo todo a su marido con un profundo sentimiento: aunque está el amor como trasfondo, salen a relucir la rabia, el desconsuelo, la nostalgia. En todas sus expresiones, sus palabras le nacen desde lo más íntimo de sus sentimientos, desde lo más profundo de su hastío.
Y lo más bello de esta obra de García Márquez es que, si bien hay toda una catarsis emocional de Graciela contra su marido, la mujer también va argumentando el porqué de sus sentimientos: el hombre la sacó de la pobreza, en la que vivía feliz, para llevársela a una vida llena de privilegios pero también de falsedades. Su marido le es infiel, es mentiroso. Es muy poco tierno con ella, hasta el punto de llevar dos años sin hacerle el amor. Le presta poca atención; tan poca, que prefiere leer el periódico que atender sus palabras. Y para ajustar, como buen machista, es muy celoso.
Son las palabras de Graciela entonces, un grito de la mujer caribeña, de la mujer paisa, de la mujer mexicana y latinoamericana en general contra el machismo infame de sus esposos. Graciela es la sublevación contra la opresión. Representa el sueño de la mujer por alcanzar su dignidad, por dejar de ser un medio para los fines de su marido.
A mediados del siglo XX el machismo era exacerbado en las regiones mencionadas en este artículo. Ahora también lo hay, pero ya en menores proporciones.
Para fortuna de nuestra sociedad, la mujer ahora se destaca como empresaria, como académica, como política, como cabeza de hogar, igualando a su marido en el protagonismo económico y dejando de estar dedicada exclusivamente a satisfacerle los deseos sexuales a su esposo, a cocinarle y a criar los hijos.
En estos comienzos del siglo XXI la mujer, en general, goza de dignidad. Ya tenemos a Michelle Bachelet y a Cristina Fernández, como presidentas de Chile y Argentina, respectivamente.
Tenemos en Colombia mujeres verracas, que confrontan la realidad social, política y económica del país. Por citar algunos casos, está Piedad Córdoba, Marta Lucía Ramírez, María Jimena Duzán y Claudia López.
En Antioquia también hemos tenido mujeres que han luchado por la dignidad de la mujer. María Cano, la maestra Débora Arango y Luz Castro de Gutiérrez son algunos ejemplos de mujeres que, desde diversos campos, trabajaron por elevar el papel de la mujer en la sociedad.
Hoy, la dignificación de la mujer es importante no sólo para ella misma, sino para la sociedad, porque con sus capacidades para pensar y para actuar, la enriquece, y a su vez enriquece la democracia, que exige la participación plural de la ciudadanía, la no discriminación por razones de género, y el ejercicio de todas las libertades, con miras a proporcionarle la dignidad al ser humano.
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