COMUNICACIONES Y CATOLICISMO ENMARCADOS EN EL ENCUENTRO DE LAS CULTURAS
La luna verde de Atocha es una obra que toca diversos elementos de la vida humana. Desde las situaciones familiares cotidianas pero a la vez desconcertantes, matizadas con humor pero también desarrolladas dentro de planteamientos filosóficos sobre Dios y sobre la existencia humana, pasando por las actividades económicas de los personajes envueltos en la trama, e incluso dándoles un contexto político, porque la historia se desarrolla en el marco de la Guerra Civil española, en los años 30 del siglo XX.
José Guillermo Anjel logra una novela que bien puede mostrar la vida de unos grupos humanos en una época determinada, pero que por estar cargada de elementos culturales también adquiere carácter intemporal. Además, por reflejar la condición desconcertante y disparatada propia del ser humano, sus tristezas, enamoramientos, celos y envidias, se convierte en una obra prácticamente universal.
Porque si bien es cierto que la historia se desarrolla en España principalmente, con las situaciones de una familia católica en las que intervienen personajes moros, judíos y gitanos, también es cierto que por los sentimientos y las vivencias que se dan a lo largo de la trama, cualquier ser humano se puede ver reflejado allí.
Pero aunque este libro toca diversos aspectos de la vida humana, su énfasis está en el poder de las comunicaciones en sus múltiples formas, y específicamente en el poder de las comunicaciones en el Catolicismo, teniendo como marco para el desarrollo de la historia el encuentro de las diferentes culturas.
La fuerza de la comunicación
Sobre las comunicaciones, el libro toca desde medios masivos y convencionales como los periódicos, las revistas y la fotografía, pasando por formas de comunicación interpersonales más privadas, como la carta, hasta formas de comunicación no verbal, como el cuerpo, los gestos y las miradas.
En la historia se da una forma de comunicación muy común en nuestra tierra, que es el chismorreo. La manera como van surgiendo las opiniones acerca de los diferentes temas (sobre los temas privados principalmente), mediante el “voz a voz” entre los vecinos, los parientes y los conocidos.
Las historias sobre las dos Barcelonas, una abierta para todo el mundo y otra oculta, que contó el tío abuelo Teodoro, también son otra forma de comunicación poderosa dentro de la trama del libro, sobre todo las historias ocultas, que pusieron a Pilar en la tarea de armarlas y a veces descifrarlas. En estas historias Teodoro comunicaba sus alucinaciones, sus tristezas y sus sueños.
En sus historias secretas de Barcelona, el tío abuelo Teodoro muchas veces fabulaba para escapar de sus miedos. Había inventado que un hombre se había levantado tres veces del ataúd como negándose a ser enterrado todavía. Esto lo inventaba como para superar ese miedo a la muerte, por ello en la historia proponía que incluso de la muerte es posible levantarse.
Teodoro escribió estas historias secretas de acuerdo con sus sentimientos. Había historias escritas con letra pequeña, amontonada y casi ilegible, mientras en otras la letra era elegante y de trazos muy finos. Esto evidencia la minuciosidad del personaje para comunicar sus historias.
Eufrasia, la cirquera, había pasado por los lugares que había recorrido su padre y conocía sus historias porque los testigos de estas anécdotas aún las recordaban y se las habían contado. Desde Barcelona y otros lugares, ella se encargó de escribir cartas para sus hermanas solteras, narrando las andanzas de su padre. Estas cartas también constituyen un elemento comunicacional dentro del libro.
Pero Carmina no creía en las historias contadas por Eufrasia. Decía que ella era una puta que odiaba mucho a su padre y por ello inventaba esos cuentos. Esta reacción de Carmina es propia de la tragedia griega, porque muestra lo que sucede cuando se han quebrantado los valores y predomina el caos, la confusión y hasta las agresiones, en este caso entre las hermanas.
Y es que la envidia entre las hermanas es un aspecto evidente en el libro y constituye otra forma de expresión de la tragedia griega, porque agrede el principio del cariño entre hermanas. Por ejemplo, Milagros le tenía envidia a Pilar porque estableció una relación amorosa con Benedicto, y a Carmina porque se casó con Scarli, mientras ella seguía envejeciendo sola y se iba convirtiendo en solterona.
La tragedia y la comedia griegas, formas básicas del teatro, y éste a la vez como poderosa herramienta de comunicación, son tocados en La luna verde de Atocha, lo que refuerza el énfasis que este libro tiene en las múltiples formas de la comunicación.
Otra muestra de la presencia de la tragedia griega en la trama del libro es la actitud de Pilar, cuando sólo esperaba que su padre muriera para contar todas las historias secretas de Barcelona, es decir, para “adueñarse de su padre”, para contar lo que sabía y si era necesario inventar detalles para hacer más fascinantes las historias. Igual ella era la única que las conocía.
Es muestra de la tragedia, porque Pilar sólo esperaba la muerte de su padre, para vivir de cuenta de sus historias secretas de Barcelona. El interés económico de Pilar sobrepasó al amor por su padre, lo que evidencia un rompimiento de los valores.
Ese interés económico tal vez era la motivación de su hermana Dolores para estar al lado de su padre. Dolores era la única que parecía no inmutarse ante los dolores que padecía Teodoro en las piernas. Ella tal vez pensaba que mientras a su padre no le dolieran las manos para darle el dinero que ella le pedía, todo estaba bien.
También son trágicos los cambios radicales en el comportamiento de Benedicto. De ser un soldado católico condecorado, pasó a dedicarse a los bares y a las putas. Llegó un momento en que le resbalaban las bendiciones de su madre. Lo que sucedió con Benedicto fue el rompimiento de sus propios valores católicos, inculcados desde la niñez, y este rompimiento de los valores es propio de la tragedia.
Como también es una clara representación de la tragedia el hecho de que Victorino y su mujer se dedicaran a negociar con reliquias sagradas de la Iglesia Católica, quebrantando sus propios principios morales, pues ellos decían pertenecer a esta religión.
Con respecto a la comedia, hay que decir que ésta fue creada por los griegos como la mejor forma para burlarse de los gobernantes, de las autoridades, o criticar los comportamientos incorrectos de los ciudadanos en general.
En el libro, la comedia está representada, por ejemplo, en que Benedicto, burlándose de sus superiores militares, se dedicó a leer a escondidas y a estudiar los textos sagrados del Judaísmo, cuando esto estaba prohibido en el ejército.
También son cómicos los comentarios que hizo el cura del pueblo acerca de la familia de Teodoro. Dijo que esta familia se iría al infierno, porque era gente que no se confesaba y apenas si iba a la iglesia. Manifestó también que en esta familia las mujeres hacían lo que les daba la gana, incluso andaban con sus amantes y los mostraban en público.
En este sentido, el cura del pueblo estaba criticando lo que para él eran comportamientos incorrectos de la familia de Teodoro. Por ello sus comentarios son una muestra de la comedia en el libro.
El contrabando de telas y otros productos, con los que negocian Benedicto y Abraham Srugo, es un elemento de comedia y tragedia al mismo tiempo. Es cómico porque constituye una burla a las autoridades gubernamentales al evadir sus controles e impuestos. Y es trágico porque demuestra que se han quebrantado valores y principios éticos en la sociedad, como pagarle impuestos al Estado para poder esperar inversiones que contribuyan a mejorar la calidad de vida de la población.
Así, el libro contiene muestras de la tragedia y la comedia griegas, formas básicas del teatro. Y es que el teatro se plantea como una fuerte herramienta comunicacional. Con su enfermedad en la pierna, que a veces se decía que era fingida, Teodoro parecía un actor de teatro. De la misma manera se destaca el oficio de Eufrasia, que trabajaba en un teatro de Buenos Aires.
Las alucinaciones de Teodoro, acompañado algunas veces por su esposa Concepción, de Benedicto y su amigo Abraham Srugo, parecían interpretaciones de libretos de actores de teatro.
Estas alucinaciones e imaginaciones de estos personajes (que aunque la mayoría de los personajes del libro alucinaban, eran ellos cuatro los que más lo hacían) son otro elemento comunicacional fuerte dentro de la trama de la historia. Imaginaciones que surgían cuando “Dios se contraía”, es decir, cuando lo real desaparecía y sólo quedaba el vacío, la nada. Son un elemento comunicacional fuerte porque estas alucinaciones de los personajes llevan a acciones importantes en la historia. Por ejemplo, Teodoro y Concepción fueron todos los días a la estación de Atocha, durante seis meses, a esperar que la luna estuviera verde para poder viajar a Buenos Aires.
Los colores de las manchas de sangre de los calzoncillos de Teodoro también parecían propios de alucinaciones e imaginaciones de sus hijas. Estos colores cambiaban de acuerdo con las emociones de Teodoro: azul, amarillo, verdoso. Las almorranas se le alborotaban cuando se enfurecía. Así, estos colores eran elementos comunicacionales, pues a partir de ellos las hijas de Teodoro interpretaban la situación emocional de su padre.
Y así como los colores, el cuerpo también comunica mucho a lo largo de la historia: que si tal es coja, que la otra es chiquita, que el otro es flaco como un alambre, que la otra es gorda, que la rubia alemana es alta y cuadrada…El cuerpo comunica la personalidad del personaje. Por ejemplo, del profesor de Física que se ennovió con Lucía, que era flaco y “carichupado”, se podía deducir que era débil de carácter y por eso se amedrentaba ante las órdenes de Teodoro para que lo empujara en la silla de ruedas.
Claro que así no quisiera, tenía que empujarlo, porque las palabras de Teodoro eran una sentencia. Todo lo que decía el tío abuelo constituía una herramienta comunicacional muy poderosa. No valía la pena contradecir sus palabras ni buscarles explicación. Lo que decía, así era.
El profesor de Física tuvo que empujarle la silla de ruedas a regañadientes, porque Teodoro se lo ordenó, y como Teodoro le dijo a Concepción que saldrían para Buenos Aires cuando la luna estuviera verde, la mujer le hizo caso y efectivamente todos los días, durante seis meses, fueron a la estación de Atocha a esperar el fenómeno que nunca se dio, pero como el tío abuelo lo había dicho, había que cumplirlo.
Y esta fuerza comunicacional en las palabras también la empleó Lucía, que conocía los pecados de la gente del pueblo y a veces soltaba una que otra frase certera que hacía que los envidiosos que iban al almacén nada más a cuestionar la prosperidad de su familia, se bajaran de sus intenciones y la miraran con odio.
Los contadores de historias sobre la guerra también dominaban el arte de la comunicación a través de las palabras. Estos personajes, que contaban las historias incluso en los hospitales, tenían la habilidad para poner tristes o felices a quienes los escuchaban, mediante historias que a veces eran reales pero en la mayoría de las ocasiones estaban arregladas con invenciones surgidas de los intereses de la guerra y manejadas hábilmente por los contadores.
Los bandos en guerra también comunicaban mediante la propaganda, la imagen y las coplas, pues los dos bandos avanzaban cantando coplas y llevando carteles consigo.
La guerra fue comunicada mediante los periódicos. Así se enteraba Eufrasia, desde Buenos Aires, de los acontecimientos bélicos que sucedían en España.
A su vez, Eufrasia se comunicaba con su familia mediante cartas en las que pegaba fotografías de ella y de su marido, postales de Suramérica y recortes de revistas donde hablaban del espectáculo que representaban.
En este asunto de las cartas, Victorino tenía un método muy particular para comunicarse con su mujer. Los datos secretos sobre el negocio de las reliquias sagradas, negocio prohibido, Victorino los escribía con jugo de limón en las cartas que le enviaba a su mujer. Las cartas había que pasarlas por encima de una llama para que las letras aparecieran. Este método comunicacional se empleaba para burlar la censura.
Victorino escribía estas cartas hasta con un axioma comunicacional: lo que está escrito, así sea mentira, adquiere carácter de verdad. Esto, porque la mujer de Victorino sentía ganas de quemar las cartas porque le daba miedo de que alguien las viera, pues podrían fusilar a su marido. Pero no las quemaba porque en ellas él le decía que la quería y la necesitaba mucho. Y dice el escritor del libro: “Seguro mentiras, pero escritas”.
La carta como medio de comunicación también fue utilizada por el hermano médico de Benedicto, que le escribió a éste invitándolo a visitar a su familia. Benedicto sentía mucho miedo de reencontrarse con una familia que sentía demasiado lejana, pues hay que tener presente que Benedicto fue criado en un orfanato. Lo que revela la reacción de Benedicto es un problema de comunicación entre él y su familia.
Pero el temor de Benedicto a reencontrarse con su familia no era infundado. Después de la guerra, en general las relaciones personales de la gente se habían tornado muy frías, los abrazos y los encuentros ya eran manifestaciones escasas. Cuando Victorino regresó de la milicia, su mujer lo saludó levantando las cejas y bostezando. Era como si en la guerra esas manifestaciones de cariño sí fueran importantes, y ahora que había terminado, no.
Y dentro de estas formas de comunicación caracterizadas por las palabras, también aparecen en La luna verde Atocha los libros que leía Benedicto, como la Cábala y la Filosofía religiosa de los hebreos, libros escritos en hebreo y arameo, lenguas antiquísimas que constituyen elementos comunicacionales poderosos.
Abraham Srugo, judío de origen griego y profesor de hebreo, se convirtió en una gran ayuda comunicacional para Benedicto en la lectura de estos textos. Srugo le ayudó a comprender textos en hebreo como el Zóhar, le enseñó a leer despacio porque no todo se podía comprender leyendo vertiginosamente, y además le ayudó a responderle las cartas a la Insaciable.
Uno de los cinco tomos del Zóhar debía permanecer abierto para que sus letras actuaran como talismanes. El simbolismo de estos libros sagrados comunica su importancia para las diferentes culturas y para la humanidad en general.
Y es que Benedicto deseaba saber cosas nuevas, entender lo que había oculto en las letras de los libros y en la historia de las calles y casas por donde iba. Era un buscador del conocimiento, a pesar de que en su oficio como soldado se le prohibían estas labores intelectuales. Con sus intereses intelectuales descritos anteriormente, bien se podría decir que era un investigador de las comunicaciones.
Comunicaciones que se expresan en sus múltiples formas en La luna verde de Atocha. Además de las ya mencionadas, los gestos también están presentes en el libro como elemento comunicacional. Mediante ellos, la esposa de Teodoro, sentada al pie de la ventana, les daba órdenes a sus hijas, como que organizaran la casa.
La esposa de Teodoro sabía las situaciones que ocurrían en la casa con base en mirarles los ojos a sus hijas y a su marido. Es decir, un detalle que puede parecer tan simple, como una mirada, también le estaba comunicando algo a Concepción.
Una acción como el escupitajo que lanzaba Milagros al suelo en la boda de Carmina y Scarli, cada vez que veía a Benedicto, era una forma de comunicarle a éste quizás la repulsión que le causaba o, por el contrario, él le gustó a ella y ésta era una manera de llamar su atención.
La coquetería es otra herramienta comunicacional dentro de la trama del libro. Pilar les hacía “ojitos” y caras amables a los soldados, pero de ahí no pasaba. Durante la guerra, Pilar se maquilló, se embelleció, se vistió elegantemente, con zapatos de tacón alto y coqueteó.
Esta coquetería era parecida a la vanidad del tío abuelo Teodoro, que se engominaba su bigote y quería pasearse en el coche de Victorino por los lugares donde estaba la gente que lo conocía.
Cuando Dolores entró en la depresión que la llevó a quererse parecer a Cleopatra, Pilar fue su cómplice y se dedicaron a hacer movimientos de baile por toda la casa. Estos movimientos divirtieron a su madre, incluso le sacaron una sonrisa. Es decir, fueron expresiones comunicacionales fuertes, puesto que llevaron a la madre a la sonrisa, acción que casi nunca realizaba.
La madre se la pasaba tejiendo o bordando, y cuando estaba deprimida o molesta con algo, como cuando supo que su marido se iría a Buenos Aires, optaba por estar en un silencio que la hacía casi impenetrable. Así, ese silencio de la madre le comunicaba a su familia su estado de ánimo.
Y además de plasmar la comunicación en múltiples formas, en La luna verde de Atocha se relaciona a la comunicación con el mercadeo y se plantean incluso elementos propios de esta actividad comercial.
La presencia de los militares en el pueblo en los días de la guerra, por ejemplo, fue vista por las hijas de Teodoro como una oportunidad para incrementar las ventas en el almacén de hilos, ampliando la oferta con lencería y bisutería. Es decir, se vio como una oportunidad para diversificar el negocio.
Pensando en aprovechar las comunicaciones y el mercadeo, Victorino recomendó poner a unas mujeres a desfilar las prendas íntimas y Pilar aconsejó proyectarles películas a los militares, en las que no sólo se exhibieran las prendas, sino que pasaran cosas aún más excitantes para ellos.
Efectivamente los militares compraron muchas prendas de lencería supuestamente para llevarles a sus mujeres.
Durante la guerra, Benedicto y Srugo utilizaron en el comercio las estrategias de la batalla. Se dedicaron a vender telas y remedios (que era lo más necesario debido al frío intenso que se daba por esos días) incluso a los rojos, el bando enemigo. “Había que tener amigos en todos los bandos porque la guerra no se gana sino en el último minuto”, le decía la Insaciable a Benedicto.
Sin embargo, la muchacha de Salónica, parienta de Srugo, le recomendó a éste que negociaran con sal y azúcar, elementos que faltaban en las cocinas de las casas. No era un negocio fácil, pues había que entrar en contacto con proveedores móviles y con muchos intermediarios, pero a Abraham Srugo le pareció interesante porque llamaba menos la atención que el de las telas y los remedios, pues en estos productos “las autoridades metían las manos como si fuera una pesca milagrosa”.
Victorino, por su parte, se hizo reclutar, más que para ir a combatir, para aprovechar las oportunidades de negocio que ofrecía la guerra: lencería, licores, perfumes, y hasta reliquias sagradas. Comenzó a comprar y a revender reliquias sagradas que quedaban de las iglesias y conventos destruidos.
Además, Victorino diseñó otras dos estrategias de mercadeo: enganchar los clientes de la lencería fina con la perfumería cara, pues él decía que ésta llevaba a aquélla. Y señalar a Madrid como centro de operaciones de su nuevo negocio en compañía de Pilar, “porque todo debía salir de Madrid para que creyeran más en las mercancías”.
Como estrategia de mercadeo también, Milagros se fue para Argentina, pero no a trabajar en un teatro o en un circo como lo hacía su hermana Eufrasia, sino a ampliar el negocio de la lencería y los perfumes. Así lo había acordado con Pilar y Victorino.
De esta manera, La luna verde de Atocha expone la comunicación en general en múltiples expresiones, inclusive su relación con el mercadeo. Y ya de forma específica, este libro resalta elementos importantes de comunicación que se dan en el Catolicismo.
Una religión con poder comunicacional
El Catolicismo es una religión de gran poder comunicacional. A lo largo de los siglos ha estado profundamente vinculada con la imagen, específicamente con la pintura y la arquitectura. Tantos y tantos cuadros y figuras de yeso que le están recordando constantemente al católico la presencia de Dios, de la Virgen y de todos los santos. Y en cuanto a la arquitectura, la Iglesia Católica se centró en el concepto de la monumentalidad, para comunicar el poder de Dios y de la Iglesia misma con la imponencia de los templos.
La familia de Teodoro, que protagoniza la historia de La luna verde de Atocha, es una familia católica española. Sus integrantes emplean recurrentemente elementos del Catolicismo que están cargados de comunicación y de superstición a la vez: bendiciones, maldiciones, creencias en castigos divinos por los pecados cometidos, remordimientos.
Por ejemplo, para el tío abuelo Teodoro, aguantar que su hija Pilar manejara carro, significó una manera de purgar sus pecados viejos.
La forma como el médico hijo de Bernardino organizó a la mujer que “charlaba” con el Alcalde cuando ella murió, con las manos cruzadas encima de la barriga, es otro elemento comunicacional del Catolicismo.
Como todos los católicos españoles y de los pueblos colonizados por los españoles, los integrantes de esta familia revelan en su comportamiento una fuerte influencia del Islam, porque todo lo que les sucede lo vinculan con Dios y recurren a la bendición en todo momento. Se evidencia esa especie de “fanatismo” que le dio la influencia del Islam al Catolicismo español; caso diferente del Catolicismo francés, por ejemplo, que no es tan apasionado.
De manera recurrente, el autor del libro insinúa la doble moral de los católicos. Por ejemplo, dice que las hijas solteras de Teodoro tenían pensamientos morbosos constantemente. Como quien dice, se bendecían mucho pero también tenían una buena cantidad de pensamientos morbosos.
A modo de especulación, se podría decir que el autor utiliza el nombre Benedicto de manera sarcástica, porque la novela tiene claras alusiones al Catolicismo, y el personaje que lleva este nombre lo pone como hereje. Hay que tener presente que Benedicto es un nombre simbólico para los católicos, puesto que fue el que tomó el cardenal Joseph Ratzinger cuando lo eligieron Papa.
De esta manera entonces, desde la especulación repito, el autor del libro estaría remarcando esa doble moral de los católicos, pues el personaje que lleva el nombre de Benedicto en la novela, siendo católico, es un putero que regala las medallas de la Iglesia en los bares y prostíbulos, y lee los libros sagrados del Judaísmo, con la tentación permanente de convertirse a las creencias del pueblo judío.
Claro que cuando Benedicto sufrió la depresión, la Insaciable, que lo conocía bien, ordenó que para ayudarle a superar esa depresión, era necesario pasearlo por cada calle como si fuera una procesión de Semana Santa. Esto significa que, aunque parecía convertirse poco a poco al Judaísmo, Benedicto era un tipo católico y quería comunicárselo a la gente.
La doble moral de los católicos, incluso de los ministros de la Iglesia, vuelve a ser insinuada cuando el autor dice que Benedicto consideraba un “vicio santo” el hecho de que a los frailes les gustara el vino y lo almacenaran en las bodegas del convento.
Se da a entender esa misma doble moral con el hecho de que el sacristán comprara bragas y sostenes con dinero de la Iglesia.
Además, el cura del pueblo le compraba a Victorino algunas de las reliquias sagradas que éste vendía, y este negocio era un pecado grave “permitido” sólo en tiempos de guerra. Porque se decía que en los días difíciles de la guerra, “los pecados tenían poca penitencia”. Como quien dice, era válido pecar.
Las hijas de Teodoro, junto con Victorino (que representaba todo lo relacionado con el pecado), decidieron vender lencería en el almacén de hilos, cuando la lencería se tenía como algo pecaminoso.
Cuando supo lo de la lencería, el tío abuelo Teodoro dijo que jamás permitiría que se vendiera algo así en el almacén (como buen católico, bastante conservador). Pero sus hijas le desobedecieron y vendieron las prendas íntimas al escondido. Ésta es otra muestra de la doble moral de los católicos.
Y Teodoro también ejerció la doble moral. Cantaleta para sus hijas porque andaban con tales o cuales hombres, pero de él se dijo que se había metido con la mora que lo empujaba en la silla de ruedas a unos olivos a “hacer cosas”. Un grave pecado porque era un hombre casado.
Claro que con Teodoro pasaba lo que pasa con muchos católicos: era muy católico en apariencia, pero en el fondo su fe era poca. Por eso sorprendió el día que despidió a Eufrasia y Milagros para Buenos Aires porque les dio la bendición, y dijo que sus dos hijas necesitaban de la bendición de la madre también.
Algo parecido sucedió con Pilar, que se casó con Benedicto por ella misma, mediante un ritual en la habitación del hotel. Esto demuestra el poco respeto que le tenía Pilar a la Iglesia Católica, a pesar de que ella y su familia aparentaban ser tan católicos y creyentes en Dios (al menos eso se deduce por todas las bendiciones que se daban y por las ansias de Concepción para que todas sus hijas se casaran).
Este asunto de la doble moral de los católicos se puede resumir en la conocida frase “el que peca y reza, empata”. El autor lo explica así en el libro: “Al principio la mujer de Victorino se asustó con el nuevo negocio de las reliquias sagradas, lo que la llevó a oír misa diaria durante casi un mes”. Claro que “al final se le convirtió en otro negocio más, y de utilidades sólo para ella y su marido”.
En La luna verde de Atocha también se expone la creencia de que los muertos se les aparecen a los vivos incluso en los sueños, y que esos sueños comunican ideas importantes. Esta creencia es muy fuerte en los católicos.
También se mencionan conceptos como ánimas, purgatorio, cielo e infierno, conceptos propios del Catolicismo y con gran poder comunicacional. Desde el Catolicismo tradicional español de la época de la novela (años 30 del siglo XX), a quienes tenían otras creencias religiosas (en el caso de la novela a los moros, judíos y gitanos) se les llamaba herejes.
La misma contundencia tenían los pronósticos de guerra que hacía el padre Alirio López, que eran sagrados para Esther, su ama de llaves.
Cuando Benedicto, por no prestarle a su compañero del ejército el libro que estaba leyendo, le dijo que era en latín, el compañero le respondió que si el libro que estaba leyendo era en latín, tenía que ser un misal. Esto significa que se identifica el latín con el Catolicismo, lo que es importante para la Iglesia porque cuenta con una lengua para comunicar sus dogmas y postulados en todo el universo, con lo que se supone que todos los católicos deberíamos poder comunicarnos mediante el latín.
La luna verde de Atocha se centra en el Catolicismo y la historia se desarrolla principalmente en España, pero muchos aspectos parecieran tomados de la vida de los hogares tradicionales antioqueños y de la cultura que en ellos se tiene.
Un reflejo de la cultura antioqueña
La familia que protagoniza la historia es muy similar a la familia tradicional de los pueblos antioqueños: católica, muy creyente en Dios y la Virgen, sus integrantes se dan bendiciones constantemente, creen también en las maldiciones, hay vecinas chismosas que opinan sobre los problemas de la familia, se cree en las brujas (en el libro, sorguiñas), se cree fuertemente en los castigos para los blasfemos, el papá mantiene a las hijas solteronas y también les colabora a las casadas con sus obligaciones, y son bastantes hijas. “Yo puedo criar viudas y locas pero no putas”. Frase pronunciada por Teodoro, típica de los abuelos antioqueños.
Continuando con la relación de esta familia con la familia tradicional antioqueña, hay que decir que al tío abuelo Teodoro le gustaba mirarles la cara a las personas y a partir de ella detectar su personalidad. Esto es propio también de los abuelos antioqueños, que hablan de la necesidad de mirar a las personas siempre a los ojos, “eso es de verracos”, dicen. Puede ser señal de verracos o al menos sí de respeto por la otra persona y de seguridad en la relación con ella, el caso es que tratar de detectar la personalidad del otro con sólo mirarle la cara también es un acto inocente, porque a partir de una cara se puede deducir que la persona es buena, sin serlo.
Teresa Oreja era bruja, y al tiempo que leía las líneas de la mano y el residuo del café, adoraba imágenes de los santos. Así, se mezclan santería y brujería, aspecto propio en los antioqueños tradicionales, porque hay que ver por ejemplo en un pueblo como Belmira cómo se cree en Dios, la Virgen y todos los santos, pero a la vez con qué fuerza se cree en las brujas y los duendes. Es más, cuando una vaca está caída, antes que pensar en el médico veterinario, el ganadero pide que le traigan a una bruja o un duende del pueblo, para que le pare la vaca.
Teodoro pensaba que Ta-Lin era una mujer extraña por no estar bautizada. En algunos pueblos de Antioquia todavía se piensa de esta manera. Es más, si un niño está en peligro de muerte y no ha sido bautizado, en lo primero que se piensa es en bautizarlo, porque sin bautizar, “es un animalito que va a parar al limbo”.
Otro elemento común entre la familia de Teodoro y la cultura antioqueña es la creencia de que las consecuencias de nuestros actos les caen a otras personas. Lucía llegó a creer que sus actos y los de sus hermanas le podían caer a su madre y empeorar su salud. En Antioquia se tiene la creencia de que si un cura maldice a una persona, posiblemente las consecuencias las pagarán descendientes de hasta la quinta generación de esta persona (tataranietos). Esta misma creencia aplica cuando se trata de maldiciones proferidas por el papá o la mamá a alguno de sus hijos.
Antes de partir al frente de batalla de Aragón, Victorino le enseñó a Pilar a manejar su carro. ¡Oh pecado grave!, porque en ese pueblo, en esa cultura tan conservadora, no había nada peor visto que el hecho de que una mujer manejara carro, y peor aún si lo hacía sola.
Esto también tiene relación con la cultura antioqueña. La historia del libro se desarrolla en los años 30 del siglo XX. Y según Isabel Ángel Ángel, de 81 años, habitante del barrio Laureles, en la década de 1950, no más de 20 mujeres manejaban carro en Medellín.
Cuando Benedicto llegó donde su familia, su madre, su hermano y su cuñada (María Teresa, la mujer del hermano médico) le tenían lista una mujer para que se casara: Guadalupe. Esto también se ve en la cultura antioqueña. Cuando un hombre se va haciendo mayor y sigue soltero, en su familia se encargan de buscarle una mujer “que valga la pena”, para que se case con ella.
Por su parte, el tío abuelo Teodoro vendió su ganado: ovejas, cerdos, cabras y mulas. “Lo único que conservó fueron las tierras, ‘que la tierra no se puede vender porque no es de nadie’ ” (cosa rara: no es de nadie, pero él sí la podía tener). Los abuelos antioqueños también son muy aferrados a la tierra.
Otro punto relacionado con la cultura antioqueña es el que tiene que ver con el hijo preferido. Para Teodoro, era Dolores, que le lloraba todo el tiempo para que su padre le diera dinero. Estas preferencias y los consecuentes reclamos por parte de los otros hijos son típicos en los hogares antioqueños.
El gran arrepentimiento de las hijas solteras al ver la enfermedad que tenía su padre en las piernas y que lo había llevado a la silla de ruedas. Ellas lloraban parejo, en especial Milagros, que sentía mucho remordimiento por todo lo que discutía con él. Ese intenso remordimiento también es frecuente en los hogares antioqueños tradicionales.
Lucía, por su parte, charlaba con un profesor de Física, y el tío abuelo Teodoro decía que ese hombre debía ser un “degenerado”. Esta expresión también es típica en los hogares antioqueños tradicionales.
Concepción, entretanto, no descansaría hasta ver que sus siete hijas estuvieran casadas. “Siete hijas parí y siete se van a casar. Cuando case la última, puedo morir en paz”. En los hogares antioqueños también es muy frecuente esta preocupación de las madres por casar a sus hijas. Eso sí, “bien casadas”, es decir con un marido “que valga la pena”.
Y no se podían quedar por fuera de este paralelo entre la familia de Teodoro y la cultura antioqueña las viejas chismosas que cuchichearon cuando vieron que Pilar besó a Benedicto. Estas viejas eran supuestamente muy católicas y se la pasaban criticando a la gente. Esto es común en la cultura antioqueña, tanto en la ciudad como en los pueblos y el campo.
En la cultura antioqueña también es típico que el cura se encargue de juzgar los comportamientos morales de la gente, como lo hizo el padre del pueblo en el que vivía la familia de Teodoro, que trató de hereje a esta familia porque sus integrantes no se confesaban y apenas si iban a la iglesia, y tildó de inmorales a las hijas de Teodoro, por andar con sus amantes y mostrarlos en público.
La envidia general de la gente del pueblo porque a las hermanas les estaba yendo muy bien en el almacén de hilos y los animales de Teodoro se habían multiplicado. La gente iba al almacén y parecía preguntarles mentalmente a las hijas de Teodoro: “Cuéntennos cómo se han enriquecido y de qué se valieron para que los animales se multiplicaran así, claro que lo que digan no lo vamos a creer”. Esta envidia general de la gente también es típica en los pueblos de Antioquia, cuando a alguien le está yendo bien en su vida.
Pero además del Catolicismo – que es tema central en la obra y ahí radica en gran parte la relación de las situaciones de la novela con la cultura antioqueña –, la historia tiene como escenario el encuentro de esta religión con otras culturas: Judaísmo, Islam y Gitanismo.
El baile de las culturas
Benedicto es una muestra del encuentro cultural que se da en La luna verde de Atocha. Siendo un soldado español, católico y condecorado, tenía miedo de que se dieran cuenta de que poco a poco se iba motivando con el Judaísmo (leía la Cábala) y trataba de aprender hebreo y arameo (leyó la Filosofía religiosa de los hebreos).
En la lectura de estos libros contó con la ayuda de Abraham Srugo, que se convirtió en el mejor amigo de Benedicto a pesar de que, por ser judío, éste lo tendría que haber perseguido en la guerra.
Pero también están el Islam y el Gitanismo, representados al mismo tiempo por Mohamed Cortez, un hombre hijo de madre gitana (de ahí el apellido Cortez) y padre moro.
Al ser gitano moro, Mohamed Cortez podía vivir en una continua contradicción: lo gitano le pedía gastar, ser amplio, pero lo moro le pedía ahorrar, ser avaro.
Y es que sobre los moros se tenían prejuicios. Por ejemplo, Carmina les dijo a Lucía y Milagros que no coquetearan con los soldados moros, “son camelleros y lo único que cargan son enfermedades”.
Y Carmina misma se encargó de echar de su casa a la mora que empujaba a Teodoro en la silla de ruedas, pues entre las hermanas se tenía el prejuicio de que a esta mujer islámica se le podía decir “haz esto”, y lo hacía. Ellas insinuaban que si Teodoro le pedía que se acostara con él, ella accedería. Además, las hijas de Teodoro se armaron una película en la cabeza: que la mora se le había metido en la sangre a Teodoro “como una sífilis”, y planeaba llevárselo a América “para certificar allí que era su hija y después envenenarlo para heredarle la fortuna”. Por eso, antes de que ejecutara el supuesto plan, Carmina la echó de la casa.
Pero además de los prejuicios, también se describen algunos elementos culturales de los moros: la caravana, las maderas, las esencias, los cueros curtidos de camellos y ovejas, las botellas con agua de colonia, y las joyas de los zocos del norte de África, que rodeaban a la Insaciable en sus recorridos por el Sahara detrás de Benedicto.
Y el libro también muestra los prejuicios que se tenían sobre los judíos. Los judíos son los que andan por el mundo de un lugar a otro. Al menos así lo dio a entender Teodoro cuando le dijo a Srugo: “Yo no salgo de este país. No soy un judío”. Le dijo esto porque Srugo le había propuesto que fuera a Buenos Aires a visitar a Milagros y Eufrasia.
De esta manera, José Guillermo Anjel logra una obra caracterizada por la comunicación en sus múltiples expresiones, teniendo en el Catolicismo un tema central y enmarcando la historia en el encuentro de las culturas.
En este libro el autor deja ver particularidades de su estilo narrativo, como su habilidad para jugar con los tiempos de la narración. Sobre todo para ir al futuro y adelantar “cositas” de lo que va a suceder, dar pinceladas, y luego volver al presente e irlo desarrollando hasta llegar a ese futuro que había esbozado.
También maneja unos símiles tremendos. Por ejemplo, que en la sala de espera del hotel, Pilar, al ver a Benedicto, se quedó estática como si estuviera dando medio paso en el baile de un tango.
Pero además emplea recursos válidos en la narración pero que hacen que la lectura sea un poco confusa, como que en la mayoría de los diálogos no identifica a la persona que habla.
Así, La luna verde de Atocha aparece como una obra diferente para el medio colombiano, pues se sale de los temas del conflicto armado que predominan en nuestra literatura. Es más, aunque la historia tiene el contexto de la Guerra Civil española, es interesante ver cómo el escritor menciona este acontecimiento pero no se centra en él, sino que se centra en la cotidianidad de una familia, de un pueblo, de unas personas que seguían su vida de manera paralela a la guerra.
Es un texto divertido, ameno para leer, interesante en tanto aborda aspectos de las diferentes culturas, diferentes formas que adopta el ser humano para habitar el mundo. Y su fuerza principal radica en la comunicación, que es “la negación de la guerra”, según una definición muy del gusto del propio escritor del libro.
La luna verde de Atocha es una obra que toca diversos elementos de la vida humana. Desde las situaciones familiares cotidianas pero a la vez desconcertantes, matizadas con humor pero también desarrolladas dentro de planteamientos filosóficos sobre Dios y sobre la existencia humana, pasando por las actividades económicas de los personajes envueltos en la trama, e incluso dándoles un contexto político, porque la historia se desarrolla en el marco de la Guerra Civil española, en los años 30 del siglo XX.
José Guillermo Anjel logra una novela que bien puede mostrar la vida de unos grupos humanos en una época determinada, pero que por estar cargada de elementos culturales también adquiere carácter intemporal. Además, por reflejar la condición desconcertante y disparatada propia del ser humano, sus tristezas, enamoramientos, celos y envidias, se convierte en una obra prácticamente universal.
Porque si bien es cierto que la historia se desarrolla en España principalmente, con las situaciones de una familia católica en las que intervienen personajes moros, judíos y gitanos, también es cierto que por los sentimientos y las vivencias que se dan a lo largo de la trama, cualquier ser humano se puede ver reflejado allí.
Pero aunque este libro toca diversos aspectos de la vida humana, su énfasis está en el poder de las comunicaciones en sus múltiples formas, y específicamente en el poder de las comunicaciones en el Catolicismo, teniendo como marco para el desarrollo de la historia el encuentro de las diferentes culturas.
La fuerza de la comunicación
Sobre las comunicaciones, el libro toca desde medios masivos y convencionales como los periódicos, las revistas y la fotografía, pasando por formas de comunicación interpersonales más privadas, como la carta, hasta formas de comunicación no verbal, como el cuerpo, los gestos y las miradas.
En la historia se da una forma de comunicación muy común en nuestra tierra, que es el chismorreo. La manera como van surgiendo las opiniones acerca de los diferentes temas (sobre los temas privados principalmente), mediante el “voz a voz” entre los vecinos, los parientes y los conocidos.
Las historias sobre las dos Barcelonas, una abierta para todo el mundo y otra oculta, que contó el tío abuelo Teodoro, también son otra forma de comunicación poderosa dentro de la trama del libro, sobre todo las historias ocultas, que pusieron a Pilar en la tarea de armarlas y a veces descifrarlas. En estas historias Teodoro comunicaba sus alucinaciones, sus tristezas y sus sueños.
En sus historias secretas de Barcelona, el tío abuelo Teodoro muchas veces fabulaba para escapar de sus miedos. Había inventado que un hombre se había levantado tres veces del ataúd como negándose a ser enterrado todavía. Esto lo inventaba como para superar ese miedo a la muerte, por ello en la historia proponía que incluso de la muerte es posible levantarse.
Teodoro escribió estas historias secretas de acuerdo con sus sentimientos. Había historias escritas con letra pequeña, amontonada y casi ilegible, mientras en otras la letra era elegante y de trazos muy finos. Esto evidencia la minuciosidad del personaje para comunicar sus historias.
Eufrasia, la cirquera, había pasado por los lugares que había recorrido su padre y conocía sus historias porque los testigos de estas anécdotas aún las recordaban y se las habían contado. Desde Barcelona y otros lugares, ella se encargó de escribir cartas para sus hermanas solteras, narrando las andanzas de su padre. Estas cartas también constituyen un elemento comunicacional dentro del libro.
Pero Carmina no creía en las historias contadas por Eufrasia. Decía que ella era una puta que odiaba mucho a su padre y por ello inventaba esos cuentos. Esta reacción de Carmina es propia de la tragedia griega, porque muestra lo que sucede cuando se han quebrantado los valores y predomina el caos, la confusión y hasta las agresiones, en este caso entre las hermanas.
Y es que la envidia entre las hermanas es un aspecto evidente en el libro y constituye otra forma de expresión de la tragedia griega, porque agrede el principio del cariño entre hermanas. Por ejemplo, Milagros le tenía envidia a Pilar porque estableció una relación amorosa con Benedicto, y a Carmina porque se casó con Scarli, mientras ella seguía envejeciendo sola y se iba convirtiendo en solterona.
La tragedia y la comedia griegas, formas básicas del teatro, y éste a la vez como poderosa herramienta de comunicación, son tocados en La luna verde de Atocha, lo que refuerza el énfasis que este libro tiene en las múltiples formas de la comunicación.
Otra muestra de la presencia de la tragedia griega en la trama del libro es la actitud de Pilar, cuando sólo esperaba que su padre muriera para contar todas las historias secretas de Barcelona, es decir, para “adueñarse de su padre”, para contar lo que sabía y si era necesario inventar detalles para hacer más fascinantes las historias. Igual ella era la única que las conocía.
Es muestra de la tragedia, porque Pilar sólo esperaba la muerte de su padre, para vivir de cuenta de sus historias secretas de Barcelona. El interés económico de Pilar sobrepasó al amor por su padre, lo que evidencia un rompimiento de los valores.
Ese interés económico tal vez era la motivación de su hermana Dolores para estar al lado de su padre. Dolores era la única que parecía no inmutarse ante los dolores que padecía Teodoro en las piernas. Ella tal vez pensaba que mientras a su padre no le dolieran las manos para darle el dinero que ella le pedía, todo estaba bien.
También son trágicos los cambios radicales en el comportamiento de Benedicto. De ser un soldado católico condecorado, pasó a dedicarse a los bares y a las putas. Llegó un momento en que le resbalaban las bendiciones de su madre. Lo que sucedió con Benedicto fue el rompimiento de sus propios valores católicos, inculcados desde la niñez, y este rompimiento de los valores es propio de la tragedia.
Como también es una clara representación de la tragedia el hecho de que Victorino y su mujer se dedicaran a negociar con reliquias sagradas de la Iglesia Católica, quebrantando sus propios principios morales, pues ellos decían pertenecer a esta religión.
Con respecto a la comedia, hay que decir que ésta fue creada por los griegos como la mejor forma para burlarse de los gobernantes, de las autoridades, o criticar los comportamientos incorrectos de los ciudadanos en general.
En el libro, la comedia está representada, por ejemplo, en que Benedicto, burlándose de sus superiores militares, se dedicó a leer a escondidas y a estudiar los textos sagrados del Judaísmo, cuando esto estaba prohibido en el ejército.
También son cómicos los comentarios que hizo el cura del pueblo acerca de la familia de Teodoro. Dijo que esta familia se iría al infierno, porque era gente que no se confesaba y apenas si iba a la iglesia. Manifestó también que en esta familia las mujeres hacían lo que les daba la gana, incluso andaban con sus amantes y los mostraban en público.
En este sentido, el cura del pueblo estaba criticando lo que para él eran comportamientos incorrectos de la familia de Teodoro. Por ello sus comentarios son una muestra de la comedia en el libro.
El contrabando de telas y otros productos, con los que negocian Benedicto y Abraham Srugo, es un elemento de comedia y tragedia al mismo tiempo. Es cómico porque constituye una burla a las autoridades gubernamentales al evadir sus controles e impuestos. Y es trágico porque demuestra que se han quebrantado valores y principios éticos en la sociedad, como pagarle impuestos al Estado para poder esperar inversiones que contribuyan a mejorar la calidad de vida de la población.
Así, el libro contiene muestras de la tragedia y la comedia griegas, formas básicas del teatro. Y es que el teatro se plantea como una fuerte herramienta comunicacional. Con su enfermedad en la pierna, que a veces se decía que era fingida, Teodoro parecía un actor de teatro. De la misma manera se destaca el oficio de Eufrasia, que trabajaba en un teatro de Buenos Aires.
Las alucinaciones de Teodoro, acompañado algunas veces por su esposa Concepción, de Benedicto y su amigo Abraham Srugo, parecían interpretaciones de libretos de actores de teatro.
Estas alucinaciones e imaginaciones de estos personajes (que aunque la mayoría de los personajes del libro alucinaban, eran ellos cuatro los que más lo hacían) son otro elemento comunicacional fuerte dentro de la trama de la historia. Imaginaciones que surgían cuando “Dios se contraía”, es decir, cuando lo real desaparecía y sólo quedaba el vacío, la nada. Son un elemento comunicacional fuerte porque estas alucinaciones de los personajes llevan a acciones importantes en la historia. Por ejemplo, Teodoro y Concepción fueron todos los días a la estación de Atocha, durante seis meses, a esperar que la luna estuviera verde para poder viajar a Buenos Aires.
Los colores de las manchas de sangre de los calzoncillos de Teodoro también parecían propios de alucinaciones e imaginaciones de sus hijas. Estos colores cambiaban de acuerdo con las emociones de Teodoro: azul, amarillo, verdoso. Las almorranas se le alborotaban cuando se enfurecía. Así, estos colores eran elementos comunicacionales, pues a partir de ellos las hijas de Teodoro interpretaban la situación emocional de su padre.
Y así como los colores, el cuerpo también comunica mucho a lo largo de la historia: que si tal es coja, que la otra es chiquita, que el otro es flaco como un alambre, que la otra es gorda, que la rubia alemana es alta y cuadrada…El cuerpo comunica la personalidad del personaje. Por ejemplo, del profesor de Física que se ennovió con Lucía, que era flaco y “carichupado”, se podía deducir que era débil de carácter y por eso se amedrentaba ante las órdenes de Teodoro para que lo empujara en la silla de ruedas.
Claro que así no quisiera, tenía que empujarlo, porque las palabras de Teodoro eran una sentencia. Todo lo que decía el tío abuelo constituía una herramienta comunicacional muy poderosa. No valía la pena contradecir sus palabras ni buscarles explicación. Lo que decía, así era.
El profesor de Física tuvo que empujarle la silla de ruedas a regañadientes, porque Teodoro se lo ordenó, y como Teodoro le dijo a Concepción que saldrían para Buenos Aires cuando la luna estuviera verde, la mujer le hizo caso y efectivamente todos los días, durante seis meses, fueron a la estación de Atocha a esperar el fenómeno que nunca se dio, pero como el tío abuelo lo había dicho, había que cumplirlo.
Y esta fuerza comunicacional en las palabras también la empleó Lucía, que conocía los pecados de la gente del pueblo y a veces soltaba una que otra frase certera que hacía que los envidiosos que iban al almacén nada más a cuestionar la prosperidad de su familia, se bajaran de sus intenciones y la miraran con odio.
Los contadores de historias sobre la guerra también dominaban el arte de la comunicación a través de las palabras. Estos personajes, que contaban las historias incluso en los hospitales, tenían la habilidad para poner tristes o felices a quienes los escuchaban, mediante historias que a veces eran reales pero en la mayoría de las ocasiones estaban arregladas con invenciones surgidas de los intereses de la guerra y manejadas hábilmente por los contadores.
Los bandos en guerra también comunicaban mediante la propaganda, la imagen y las coplas, pues los dos bandos avanzaban cantando coplas y llevando carteles consigo.
La guerra fue comunicada mediante los periódicos. Así se enteraba Eufrasia, desde Buenos Aires, de los acontecimientos bélicos que sucedían en España.
A su vez, Eufrasia se comunicaba con su familia mediante cartas en las que pegaba fotografías de ella y de su marido, postales de Suramérica y recortes de revistas donde hablaban del espectáculo que representaban.
En este asunto de las cartas, Victorino tenía un método muy particular para comunicarse con su mujer. Los datos secretos sobre el negocio de las reliquias sagradas, negocio prohibido, Victorino los escribía con jugo de limón en las cartas que le enviaba a su mujer. Las cartas había que pasarlas por encima de una llama para que las letras aparecieran. Este método comunicacional se empleaba para burlar la censura.
Victorino escribía estas cartas hasta con un axioma comunicacional: lo que está escrito, así sea mentira, adquiere carácter de verdad. Esto, porque la mujer de Victorino sentía ganas de quemar las cartas porque le daba miedo de que alguien las viera, pues podrían fusilar a su marido. Pero no las quemaba porque en ellas él le decía que la quería y la necesitaba mucho. Y dice el escritor del libro: “Seguro mentiras, pero escritas”.
La carta como medio de comunicación también fue utilizada por el hermano médico de Benedicto, que le escribió a éste invitándolo a visitar a su familia. Benedicto sentía mucho miedo de reencontrarse con una familia que sentía demasiado lejana, pues hay que tener presente que Benedicto fue criado en un orfanato. Lo que revela la reacción de Benedicto es un problema de comunicación entre él y su familia.
Pero el temor de Benedicto a reencontrarse con su familia no era infundado. Después de la guerra, en general las relaciones personales de la gente se habían tornado muy frías, los abrazos y los encuentros ya eran manifestaciones escasas. Cuando Victorino regresó de la milicia, su mujer lo saludó levantando las cejas y bostezando. Era como si en la guerra esas manifestaciones de cariño sí fueran importantes, y ahora que había terminado, no.
Y dentro de estas formas de comunicación caracterizadas por las palabras, también aparecen en La luna verde Atocha los libros que leía Benedicto, como la Cábala y la Filosofía religiosa de los hebreos, libros escritos en hebreo y arameo, lenguas antiquísimas que constituyen elementos comunicacionales poderosos.
Abraham Srugo, judío de origen griego y profesor de hebreo, se convirtió en una gran ayuda comunicacional para Benedicto en la lectura de estos textos. Srugo le ayudó a comprender textos en hebreo como el Zóhar, le enseñó a leer despacio porque no todo se podía comprender leyendo vertiginosamente, y además le ayudó a responderle las cartas a la Insaciable.
Uno de los cinco tomos del Zóhar debía permanecer abierto para que sus letras actuaran como talismanes. El simbolismo de estos libros sagrados comunica su importancia para las diferentes culturas y para la humanidad en general.
Y es que Benedicto deseaba saber cosas nuevas, entender lo que había oculto en las letras de los libros y en la historia de las calles y casas por donde iba. Era un buscador del conocimiento, a pesar de que en su oficio como soldado se le prohibían estas labores intelectuales. Con sus intereses intelectuales descritos anteriormente, bien se podría decir que era un investigador de las comunicaciones.
Comunicaciones que se expresan en sus múltiples formas en La luna verde de Atocha. Además de las ya mencionadas, los gestos también están presentes en el libro como elemento comunicacional. Mediante ellos, la esposa de Teodoro, sentada al pie de la ventana, les daba órdenes a sus hijas, como que organizaran la casa.
La esposa de Teodoro sabía las situaciones que ocurrían en la casa con base en mirarles los ojos a sus hijas y a su marido. Es decir, un detalle que puede parecer tan simple, como una mirada, también le estaba comunicando algo a Concepción.
Una acción como el escupitajo que lanzaba Milagros al suelo en la boda de Carmina y Scarli, cada vez que veía a Benedicto, era una forma de comunicarle a éste quizás la repulsión que le causaba o, por el contrario, él le gustó a ella y ésta era una manera de llamar su atención.
La coquetería es otra herramienta comunicacional dentro de la trama del libro. Pilar les hacía “ojitos” y caras amables a los soldados, pero de ahí no pasaba. Durante la guerra, Pilar se maquilló, se embelleció, se vistió elegantemente, con zapatos de tacón alto y coqueteó.
Esta coquetería era parecida a la vanidad del tío abuelo Teodoro, que se engominaba su bigote y quería pasearse en el coche de Victorino por los lugares donde estaba la gente que lo conocía.
Cuando Dolores entró en la depresión que la llevó a quererse parecer a Cleopatra, Pilar fue su cómplice y se dedicaron a hacer movimientos de baile por toda la casa. Estos movimientos divirtieron a su madre, incluso le sacaron una sonrisa. Es decir, fueron expresiones comunicacionales fuertes, puesto que llevaron a la madre a la sonrisa, acción que casi nunca realizaba.
La madre se la pasaba tejiendo o bordando, y cuando estaba deprimida o molesta con algo, como cuando supo que su marido se iría a Buenos Aires, optaba por estar en un silencio que la hacía casi impenetrable. Así, ese silencio de la madre le comunicaba a su familia su estado de ánimo.
Y además de plasmar la comunicación en múltiples formas, en La luna verde de Atocha se relaciona a la comunicación con el mercadeo y se plantean incluso elementos propios de esta actividad comercial.
La presencia de los militares en el pueblo en los días de la guerra, por ejemplo, fue vista por las hijas de Teodoro como una oportunidad para incrementar las ventas en el almacén de hilos, ampliando la oferta con lencería y bisutería. Es decir, se vio como una oportunidad para diversificar el negocio.
Pensando en aprovechar las comunicaciones y el mercadeo, Victorino recomendó poner a unas mujeres a desfilar las prendas íntimas y Pilar aconsejó proyectarles películas a los militares, en las que no sólo se exhibieran las prendas, sino que pasaran cosas aún más excitantes para ellos.
Efectivamente los militares compraron muchas prendas de lencería supuestamente para llevarles a sus mujeres.
Durante la guerra, Benedicto y Srugo utilizaron en el comercio las estrategias de la batalla. Se dedicaron a vender telas y remedios (que era lo más necesario debido al frío intenso que se daba por esos días) incluso a los rojos, el bando enemigo. “Había que tener amigos en todos los bandos porque la guerra no se gana sino en el último minuto”, le decía la Insaciable a Benedicto.
Sin embargo, la muchacha de Salónica, parienta de Srugo, le recomendó a éste que negociaran con sal y azúcar, elementos que faltaban en las cocinas de las casas. No era un negocio fácil, pues había que entrar en contacto con proveedores móviles y con muchos intermediarios, pero a Abraham Srugo le pareció interesante porque llamaba menos la atención que el de las telas y los remedios, pues en estos productos “las autoridades metían las manos como si fuera una pesca milagrosa”.
Victorino, por su parte, se hizo reclutar, más que para ir a combatir, para aprovechar las oportunidades de negocio que ofrecía la guerra: lencería, licores, perfumes, y hasta reliquias sagradas. Comenzó a comprar y a revender reliquias sagradas que quedaban de las iglesias y conventos destruidos.
Además, Victorino diseñó otras dos estrategias de mercadeo: enganchar los clientes de la lencería fina con la perfumería cara, pues él decía que ésta llevaba a aquélla. Y señalar a Madrid como centro de operaciones de su nuevo negocio en compañía de Pilar, “porque todo debía salir de Madrid para que creyeran más en las mercancías”.
Como estrategia de mercadeo también, Milagros se fue para Argentina, pero no a trabajar en un teatro o en un circo como lo hacía su hermana Eufrasia, sino a ampliar el negocio de la lencería y los perfumes. Así lo había acordado con Pilar y Victorino.
De esta manera, La luna verde de Atocha expone la comunicación en general en múltiples expresiones, inclusive su relación con el mercadeo. Y ya de forma específica, este libro resalta elementos importantes de comunicación que se dan en el Catolicismo.
Una religión con poder comunicacional
El Catolicismo es una religión de gran poder comunicacional. A lo largo de los siglos ha estado profundamente vinculada con la imagen, específicamente con la pintura y la arquitectura. Tantos y tantos cuadros y figuras de yeso que le están recordando constantemente al católico la presencia de Dios, de la Virgen y de todos los santos. Y en cuanto a la arquitectura, la Iglesia Católica se centró en el concepto de la monumentalidad, para comunicar el poder de Dios y de la Iglesia misma con la imponencia de los templos.
La familia de Teodoro, que protagoniza la historia de La luna verde de Atocha, es una familia católica española. Sus integrantes emplean recurrentemente elementos del Catolicismo que están cargados de comunicación y de superstición a la vez: bendiciones, maldiciones, creencias en castigos divinos por los pecados cometidos, remordimientos.
Por ejemplo, para el tío abuelo Teodoro, aguantar que su hija Pilar manejara carro, significó una manera de purgar sus pecados viejos.
La forma como el médico hijo de Bernardino organizó a la mujer que “charlaba” con el Alcalde cuando ella murió, con las manos cruzadas encima de la barriga, es otro elemento comunicacional del Catolicismo.
Como todos los católicos españoles y de los pueblos colonizados por los españoles, los integrantes de esta familia revelan en su comportamiento una fuerte influencia del Islam, porque todo lo que les sucede lo vinculan con Dios y recurren a la bendición en todo momento. Se evidencia esa especie de “fanatismo” que le dio la influencia del Islam al Catolicismo español; caso diferente del Catolicismo francés, por ejemplo, que no es tan apasionado.
De manera recurrente, el autor del libro insinúa la doble moral de los católicos. Por ejemplo, dice que las hijas solteras de Teodoro tenían pensamientos morbosos constantemente. Como quien dice, se bendecían mucho pero también tenían una buena cantidad de pensamientos morbosos.
A modo de especulación, se podría decir que el autor utiliza el nombre Benedicto de manera sarcástica, porque la novela tiene claras alusiones al Catolicismo, y el personaje que lleva este nombre lo pone como hereje. Hay que tener presente que Benedicto es un nombre simbólico para los católicos, puesto que fue el que tomó el cardenal Joseph Ratzinger cuando lo eligieron Papa.
De esta manera entonces, desde la especulación repito, el autor del libro estaría remarcando esa doble moral de los católicos, pues el personaje que lleva el nombre de Benedicto en la novela, siendo católico, es un putero que regala las medallas de la Iglesia en los bares y prostíbulos, y lee los libros sagrados del Judaísmo, con la tentación permanente de convertirse a las creencias del pueblo judío.
Claro que cuando Benedicto sufrió la depresión, la Insaciable, que lo conocía bien, ordenó que para ayudarle a superar esa depresión, era necesario pasearlo por cada calle como si fuera una procesión de Semana Santa. Esto significa que, aunque parecía convertirse poco a poco al Judaísmo, Benedicto era un tipo católico y quería comunicárselo a la gente.
La doble moral de los católicos, incluso de los ministros de la Iglesia, vuelve a ser insinuada cuando el autor dice que Benedicto consideraba un “vicio santo” el hecho de que a los frailes les gustara el vino y lo almacenaran en las bodegas del convento.
Se da a entender esa misma doble moral con el hecho de que el sacristán comprara bragas y sostenes con dinero de la Iglesia.
Además, el cura del pueblo le compraba a Victorino algunas de las reliquias sagradas que éste vendía, y este negocio era un pecado grave “permitido” sólo en tiempos de guerra. Porque se decía que en los días difíciles de la guerra, “los pecados tenían poca penitencia”. Como quien dice, era válido pecar.
Las hijas de Teodoro, junto con Victorino (que representaba todo lo relacionado con el pecado), decidieron vender lencería en el almacén de hilos, cuando la lencería se tenía como algo pecaminoso.
Cuando supo lo de la lencería, el tío abuelo Teodoro dijo que jamás permitiría que se vendiera algo así en el almacén (como buen católico, bastante conservador). Pero sus hijas le desobedecieron y vendieron las prendas íntimas al escondido. Ésta es otra muestra de la doble moral de los católicos.
Y Teodoro también ejerció la doble moral. Cantaleta para sus hijas porque andaban con tales o cuales hombres, pero de él se dijo que se había metido con la mora que lo empujaba en la silla de ruedas a unos olivos a “hacer cosas”. Un grave pecado porque era un hombre casado.
Claro que con Teodoro pasaba lo que pasa con muchos católicos: era muy católico en apariencia, pero en el fondo su fe era poca. Por eso sorprendió el día que despidió a Eufrasia y Milagros para Buenos Aires porque les dio la bendición, y dijo que sus dos hijas necesitaban de la bendición de la madre también.
Algo parecido sucedió con Pilar, que se casó con Benedicto por ella misma, mediante un ritual en la habitación del hotel. Esto demuestra el poco respeto que le tenía Pilar a la Iglesia Católica, a pesar de que ella y su familia aparentaban ser tan católicos y creyentes en Dios (al menos eso se deduce por todas las bendiciones que se daban y por las ansias de Concepción para que todas sus hijas se casaran).
Este asunto de la doble moral de los católicos se puede resumir en la conocida frase “el que peca y reza, empata”. El autor lo explica así en el libro: “Al principio la mujer de Victorino se asustó con el nuevo negocio de las reliquias sagradas, lo que la llevó a oír misa diaria durante casi un mes”. Claro que “al final se le convirtió en otro negocio más, y de utilidades sólo para ella y su marido”.
En La luna verde de Atocha también se expone la creencia de que los muertos se les aparecen a los vivos incluso en los sueños, y que esos sueños comunican ideas importantes. Esta creencia es muy fuerte en los católicos.
También se mencionan conceptos como ánimas, purgatorio, cielo e infierno, conceptos propios del Catolicismo y con gran poder comunicacional. Desde el Catolicismo tradicional español de la época de la novela (años 30 del siglo XX), a quienes tenían otras creencias religiosas (en el caso de la novela a los moros, judíos y gitanos) se les llamaba herejes.
La misma contundencia tenían los pronósticos de guerra que hacía el padre Alirio López, que eran sagrados para Esther, su ama de llaves.
Cuando Benedicto, por no prestarle a su compañero del ejército el libro que estaba leyendo, le dijo que era en latín, el compañero le respondió que si el libro que estaba leyendo era en latín, tenía que ser un misal. Esto significa que se identifica el latín con el Catolicismo, lo que es importante para la Iglesia porque cuenta con una lengua para comunicar sus dogmas y postulados en todo el universo, con lo que se supone que todos los católicos deberíamos poder comunicarnos mediante el latín.
La luna verde de Atocha se centra en el Catolicismo y la historia se desarrolla principalmente en España, pero muchos aspectos parecieran tomados de la vida de los hogares tradicionales antioqueños y de la cultura que en ellos se tiene.
Un reflejo de la cultura antioqueña
La familia que protagoniza la historia es muy similar a la familia tradicional de los pueblos antioqueños: católica, muy creyente en Dios y la Virgen, sus integrantes se dan bendiciones constantemente, creen también en las maldiciones, hay vecinas chismosas que opinan sobre los problemas de la familia, se cree en las brujas (en el libro, sorguiñas), se cree fuertemente en los castigos para los blasfemos, el papá mantiene a las hijas solteronas y también les colabora a las casadas con sus obligaciones, y son bastantes hijas. “Yo puedo criar viudas y locas pero no putas”. Frase pronunciada por Teodoro, típica de los abuelos antioqueños.
Continuando con la relación de esta familia con la familia tradicional antioqueña, hay que decir que al tío abuelo Teodoro le gustaba mirarles la cara a las personas y a partir de ella detectar su personalidad. Esto es propio también de los abuelos antioqueños, que hablan de la necesidad de mirar a las personas siempre a los ojos, “eso es de verracos”, dicen. Puede ser señal de verracos o al menos sí de respeto por la otra persona y de seguridad en la relación con ella, el caso es que tratar de detectar la personalidad del otro con sólo mirarle la cara también es un acto inocente, porque a partir de una cara se puede deducir que la persona es buena, sin serlo.
Teresa Oreja era bruja, y al tiempo que leía las líneas de la mano y el residuo del café, adoraba imágenes de los santos. Así, se mezclan santería y brujería, aspecto propio en los antioqueños tradicionales, porque hay que ver por ejemplo en un pueblo como Belmira cómo se cree en Dios, la Virgen y todos los santos, pero a la vez con qué fuerza se cree en las brujas y los duendes. Es más, cuando una vaca está caída, antes que pensar en el médico veterinario, el ganadero pide que le traigan a una bruja o un duende del pueblo, para que le pare la vaca.
Teodoro pensaba que Ta-Lin era una mujer extraña por no estar bautizada. En algunos pueblos de Antioquia todavía se piensa de esta manera. Es más, si un niño está en peligro de muerte y no ha sido bautizado, en lo primero que se piensa es en bautizarlo, porque sin bautizar, “es un animalito que va a parar al limbo”.
Otro elemento común entre la familia de Teodoro y la cultura antioqueña es la creencia de que las consecuencias de nuestros actos les caen a otras personas. Lucía llegó a creer que sus actos y los de sus hermanas le podían caer a su madre y empeorar su salud. En Antioquia se tiene la creencia de que si un cura maldice a una persona, posiblemente las consecuencias las pagarán descendientes de hasta la quinta generación de esta persona (tataranietos). Esta misma creencia aplica cuando se trata de maldiciones proferidas por el papá o la mamá a alguno de sus hijos.
Antes de partir al frente de batalla de Aragón, Victorino le enseñó a Pilar a manejar su carro. ¡Oh pecado grave!, porque en ese pueblo, en esa cultura tan conservadora, no había nada peor visto que el hecho de que una mujer manejara carro, y peor aún si lo hacía sola.
Esto también tiene relación con la cultura antioqueña. La historia del libro se desarrolla en los años 30 del siglo XX. Y según Isabel Ángel Ángel, de 81 años, habitante del barrio Laureles, en la década de 1950, no más de 20 mujeres manejaban carro en Medellín.
Cuando Benedicto llegó donde su familia, su madre, su hermano y su cuñada (María Teresa, la mujer del hermano médico) le tenían lista una mujer para que se casara: Guadalupe. Esto también se ve en la cultura antioqueña. Cuando un hombre se va haciendo mayor y sigue soltero, en su familia se encargan de buscarle una mujer “que valga la pena”, para que se case con ella.
Por su parte, el tío abuelo Teodoro vendió su ganado: ovejas, cerdos, cabras y mulas. “Lo único que conservó fueron las tierras, ‘que la tierra no se puede vender porque no es de nadie’ ” (cosa rara: no es de nadie, pero él sí la podía tener). Los abuelos antioqueños también son muy aferrados a la tierra.
Otro punto relacionado con la cultura antioqueña es el que tiene que ver con el hijo preferido. Para Teodoro, era Dolores, que le lloraba todo el tiempo para que su padre le diera dinero. Estas preferencias y los consecuentes reclamos por parte de los otros hijos son típicos en los hogares antioqueños.
El gran arrepentimiento de las hijas solteras al ver la enfermedad que tenía su padre en las piernas y que lo había llevado a la silla de ruedas. Ellas lloraban parejo, en especial Milagros, que sentía mucho remordimiento por todo lo que discutía con él. Ese intenso remordimiento también es frecuente en los hogares antioqueños tradicionales.
Lucía, por su parte, charlaba con un profesor de Física, y el tío abuelo Teodoro decía que ese hombre debía ser un “degenerado”. Esta expresión también es típica en los hogares antioqueños tradicionales.
Concepción, entretanto, no descansaría hasta ver que sus siete hijas estuvieran casadas. “Siete hijas parí y siete se van a casar. Cuando case la última, puedo morir en paz”. En los hogares antioqueños también es muy frecuente esta preocupación de las madres por casar a sus hijas. Eso sí, “bien casadas”, es decir con un marido “que valga la pena”.
Y no se podían quedar por fuera de este paralelo entre la familia de Teodoro y la cultura antioqueña las viejas chismosas que cuchichearon cuando vieron que Pilar besó a Benedicto. Estas viejas eran supuestamente muy católicas y se la pasaban criticando a la gente. Esto es común en la cultura antioqueña, tanto en la ciudad como en los pueblos y el campo.
En la cultura antioqueña también es típico que el cura se encargue de juzgar los comportamientos morales de la gente, como lo hizo el padre del pueblo en el que vivía la familia de Teodoro, que trató de hereje a esta familia porque sus integrantes no se confesaban y apenas si iban a la iglesia, y tildó de inmorales a las hijas de Teodoro, por andar con sus amantes y mostrarlos en público.
La envidia general de la gente del pueblo porque a las hermanas les estaba yendo muy bien en el almacén de hilos y los animales de Teodoro se habían multiplicado. La gente iba al almacén y parecía preguntarles mentalmente a las hijas de Teodoro: “Cuéntennos cómo se han enriquecido y de qué se valieron para que los animales se multiplicaran así, claro que lo que digan no lo vamos a creer”. Esta envidia general de la gente también es típica en los pueblos de Antioquia, cuando a alguien le está yendo bien en su vida.
Pero además del Catolicismo – que es tema central en la obra y ahí radica en gran parte la relación de las situaciones de la novela con la cultura antioqueña –, la historia tiene como escenario el encuentro de esta religión con otras culturas: Judaísmo, Islam y Gitanismo.
El baile de las culturas
Benedicto es una muestra del encuentro cultural que se da en La luna verde de Atocha. Siendo un soldado español, católico y condecorado, tenía miedo de que se dieran cuenta de que poco a poco se iba motivando con el Judaísmo (leía la Cábala) y trataba de aprender hebreo y arameo (leyó la Filosofía religiosa de los hebreos).
En la lectura de estos libros contó con la ayuda de Abraham Srugo, que se convirtió en el mejor amigo de Benedicto a pesar de que, por ser judío, éste lo tendría que haber perseguido en la guerra.
Pero también están el Islam y el Gitanismo, representados al mismo tiempo por Mohamed Cortez, un hombre hijo de madre gitana (de ahí el apellido Cortez) y padre moro.
Al ser gitano moro, Mohamed Cortez podía vivir en una continua contradicción: lo gitano le pedía gastar, ser amplio, pero lo moro le pedía ahorrar, ser avaro.
Y es que sobre los moros se tenían prejuicios. Por ejemplo, Carmina les dijo a Lucía y Milagros que no coquetearan con los soldados moros, “son camelleros y lo único que cargan son enfermedades”.
Y Carmina misma se encargó de echar de su casa a la mora que empujaba a Teodoro en la silla de ruedas, pues entre las hermanas se tenía el prejuicio de que a esta mujer islámica se le podía decir “haz esto”, y lo hacía. Ellas insinuaban que si Teodoro le pedía que se acostara con él, ella accedería. Además, las hijas de Teodoro se armaron una película en la cabeza: que la mora se le había metido en la sangre a Teodoro “como una sífilis”, y planeaba llevárselo a América “para certificar allí que era su hija y después envenenarlo para heredarle la fortuna”. Por eso, antes de que ejecutara el supuesto plan, Carmina la echó de la casa.
Pero además de los prejuicios, también se describen algunos elementos culturales de los moros: la caravana, las maderas, las esencias, los cueros curtidos de camellos y ovejas, las botellas con agua de colonia, y las joyas de los zocos del norte de África, que rodeaban a la Insaciable en sus recorridos por el Sahara detrás de Benedicto.
Y el libro también muestra los prejuicios que se tenían sobre los judíos. Los judíos son los que andan por el mundo de un lugar a otro. Al menos así lo dio a entender Teodoro cuando le dijo a Srugo: “Yo no salgo de este país. No soy un judío”. Le dijo esto porque Srugo le había propuesto que fuera a Buenos Aires a visitar a Milagros y Eufrasia.
De esta manera, José Guillermo Anjel logra una obra caracterizada por la comunicación en sus múltiples expresiones, teniendo en el Catolicismo un tema central y enmarcando la historia en el encuentro de las culturas.
En este libro el autor deja ver particularidades de su estilo narrativo, como su habilidad para jugar con los tiempos de la narración. Sobre todo para ir al futuro y adelantar “cositas” de lo que va a suceder, dar pinceladas, y luego volver al presente e irlo desarrollando hasta llegar a ese futuro que había esbozado.
También maneja unos símiles tremendos. Por ejemplo, que en la sala de espera del hotel, Pilar, al ver a Benedicto, se quedó estática como si estuviera dando medio paso en el baile de un tango.
Pero además emplea recursos válidos en la narración pero que hacen que la lectura sea un poco confusa, como que en la mayoría de los diálogos no identifica a la persona que habla.
Así, La luna verde de Atocha aparece como una obra diferente para el medio colombiano, pues se sale de los temas del conflicto armado que predominan en nuestra literatura. Es más, aunque la historia tiene el contexto de la Guerra Civil española, es interesante ver cómo el escritor menciona este acontecimiento pero no se centra en él, sino que se centra en la cotidianidad de una familia, de un pueblo, de unas personas que seguían su vida de manera paralela a la guerra.
Es un texto divertido, ameno para leer, interesante en tanto aborda aspectos de las diferentes culturas, diferentes formas que adopta el ser humano para habitar el mundo. Y su fuerza principal radica en la comunicación, que es “la negación de la guerra”, según una definición muy del gusto del propio escritor del libro.
Y efectivamente en esta novela se aplica esa definición. La comunicación está como la negación de la guerra. Gracias a su presencia permanente, a pesar de que sabemos que se vive la Guerra Civil española, no percibimos sus horrores, porque el autor decide enfocarse en las expresiones de comunicación que se dan entre unos personajes tragicómicos, lo que equivale a centrarse en la fuerza de la vida.