viernes, 31 de octubre de 2008

LA LUNA VERDE DE ATOCHA

COMUNICACIONES Y CATOLICISMO ENMARCADOS EN EL ENCUENTRO DE LAS CULTURAS


La luna verde de Atocha es una obra que toca diversos elementos de la vida humana. Desde las situaciones familiares cotidianas pero a la vez desconcertantes, matizadas con humor pero también desarrolladas dentro de planteamientos filosóficos sobre Dios y sobre la existencia humana, pasando por las actividades económicas de los personajes envueltos en la trama, e incluso dándoles un contexto político, porque la historia se desarrolla en el marco de la Guerra Civil española, en los años 30 del siglo XX.

José Guillermo Anjel logra una novela que bien puede mostrar la vida de unos grupos humanos en una época determinada, pero que por estar cargada de elementos culturales también adquiere carácter intemporal. Además, por reflejar la condición desconcertante y disparatada propia del ser humano, sus tristezas, enamoramientos, celos y envidias, se convierte en una obra prácticamente universal.

Porque si bien es cierto que la historia se desarrolla en España principalmente, con las situaciones de una familia católica en las que intervienen personajes moros, judíos y gitanos, también es cierto que por los sentimientos y las vivencias que se dan a lo largo de la trama, cualquier ser humano se puede ver reflejado allí.

Pero aunque este libro toca diversos aspectos de la vida humana, su énfasis está en el poder de las comunicaciones en sus múltiples formas, y específicamente en el poder de las comunicaciones en el Catolicismo, teniendo como marco para el desarrollo de la historia el encuentro de las diferentes culturas.

La fuerza de la comunicación

Sobre las comunicaciones, el libro toca desde medios masivos y convencionales como los periódicos, las revistas y la fotografía, pasando por formas de comunicación interpersonales más privadas, como la carta, hasta formas de comunicación no verbal, como el cuerpo, los gestos y las miradas.

En la historia se da una forma de comunicación muy común en nuestra tierra, que es el chismorreo. La manera como van surgiendo las opiniones acerca de los diferentes temas (sobre los temas privados principalmente), mediante el “voz a voz” entre los vecinos, los parientes y los conocidos.

Las historias sobre las dos Barcelonas, una abierta para todo el mundo y otra oculta, que contó el tío abuelo Teodoro, también son otra forma de comunicación poderosa dentro de la trama del libro, sobre todo las historias ocultas, que pusieron a Pilar en la tarea de armarlas y a veces descifrarlas. En estas historias Teodoro comunicaba sus alucinaciones, sus tristezas y sus sueños.

En sus historias secretas de Barcelona, el tío abuelo Teodoro muchas veces fabulaba para escapar de sus miedos. Había inventado que un hombre se había levantado tres veces del ataúd como negándose a ser enterrado todavía. Esto lo inventaba como para superar ese miedo a la muerte, por ello en la historia proponía que incluso de la muerte es posible levantarse.

Teodoro escribió estas historias secretas de acuerdo con sus sentimientos. Había historias escritas con letra pequeña, amontonada y casi ilegible, mientras en otras la letra era elegante y de trazos muy finos. Esto evidencia la minuciosidad del personaje para comunicar sus historias.

Eufrasia, la cirquera, había pasado por los lugares que había recorrido su padre y conocía sus historias porque los testigos de estas anécdotas aún las recordaban y se las habían contado. Desde Barcelona y otros lugares, ella se encargó de escribir cartas para sus hermanas solteras, narrando las andanzas de su padre. Estas cartas también constituyen un elemento comunicacional dentro del libro.

Pero Carmina no creía en las historias contadas por Eufrasia. Decía que ella era una puta que odiaba mucho a su padre y por ello inventaba esos cuentos. Esta reacción de Carmina es propia de la tragedia griega, porque muestra lo que sucede cuando se han quebrantado los valores y predomina el caos, la confusión y hasta las agresiones, en este caso entre las hermanas.

Y es que la envidia entre las hermanas es un aspecto evidente en el libro y constituye otra forma de expresión de la tragedia griega, porque agrede el principio del cariño entre hermanas. Por ejemplo, Milagros le tenía envidia a Pilar porque estableció una relación amorosa con Benedicto, y a Carmina porque se casó con Scarli, mientras ella seguía envejeciendo sola y se iba convirtiendo en solterona.

La tragedia y la comedia griegas, formas básicas del teatro, y éste a la vez como poderosa herramienta de comunicación, son tocados en La luna verde de Atocha, lo que refuerza el énfasis que este libro tiene en las múltiples formas de la comunicación.

Otra muestra de la presencia de la tragedia griega en la trama del libro es la actitud de Pilar, cuando sólo esperaba que su padre muriera para contar todas las historias secretas de Barcelona, es decir, para “adueñarse de su padre”, para contar lo que sabía y si era necesario inventar detalles para hacer más fascinantes las historias. Igual ella era la única que las conocía.

Es muestra de la tragedia, porque Pilar sólo esperaba la muerte de su padre, para vivir de cuenta de sus historias secretas de Barcelona. El interés económico de Pilar sobrepasó al amor por su padre, lo que evidencia un rompimiento de los valores.

Ese interés económico tal vez era la motivación de su hermana Dolores para estar al lado de su padre. Dolores era la única que parecía no inmutarse ante los dolores que padecía Teodoro en las piernas. Ella tal vez pensaba que mientras a su padre no le dolieran las manos para darle el dinero que ella le pedía, todo estaba bien.

También son trágicos los cambios radicales en el comportamiento de Benedicto. De ser un soldado católico condecorado, pasó a dedicarse a los bares y a las putas. Llegó un momento en que le resbalaban las bendiciones de su madre. Lo que sucedió con Benedicto fue el rompimiento de sus propios valores católicos, inculcados desde la niñez, y este rompimiento de los valores es propio de la tragedia.

Como también es una clara representación de la tragedia el hecho de que Victorino y su mujer se dedicaran a negociar con reliquias sagradas de la Iglesia Católica, quebrantando sus propios principios morales, pues ellos decían pertenecer a esta religión.

Con respecto a la comedia, hay que decir que ésta fue creada por los griegos como la mejor forma para burlarse de los gobernantes, de las autoridades, o criticar los comportamientos incorrectos de los ciudadanos en general.

En el libro, la comedia está representada, por ejemplo, en que Benedicto, burlándose de sus superiores militares, se dedicó a leer a escondidas y a estudiar los textos sagrados del Judaísmo, cuando esto estaba prohibido en el ejército.

También son cómicos los comentarios que hizo el cura del pueblo acerca de la familia de Teodoro. Dijo que esta familia se iría al infierno, porque era gente que no se confesaba y apenas si iba a la iglesia. Manifestó también que en esta familia las mujeres hacían lo que les daba la gana, incluso andaban con sus amantes y los mostraban en público.

En este sentido, el cura del pueblo estaba criticando lo que para él eran comportamientos incorrectos de la familia de Teodoro. Por ello sus comentarios son una muestra de la comedia en el libro.

El contrabando de telas y otros productos, con los que negocian Benedicto y Abraham Srugo, es un elemento de comedia y tragedia al mismo tiempo. Es cómico porque constituye una burla a las autoridades gubernamentales al evadir sus controles e impuestos. Y es trágico porque demuestra que se han quebrantado valores y principios éticos en la sociedad, como pagarle impuestos al Estado para poder esperar inversiones que contribuyan a mejorar la calidad de vida de la población.

Así, el libro contiene muestras de la tragedia y la comedia griegas, formas básicas del teatro. Y es que el teatro se plantea como una fuerte herramienta comunicacional. Con su enfermedad en la pierna, que a veces se decía que era fingida, Teodoro parecía un actor de teatro. De la misma manera se destaca el oficio de Eufrasia, que trabajaba en un teatro de Buenos Aires.

Las alucinaciones de Teodoro, acompañado algunas veces por su esposa Concepción, de Benedicto y su amigo Abraham Srugo, parecían interpretaciones de libretos de actores de teatro.

Estas alucinaciones e imaginaciones de estos personajes (que aunque la mayoría de los personajes del libro alucinaban, eran ellos cuatro los que más lo hacían) son otro elemento comunicacional fuerte dentro de la trama de la historia. Imaginaciones que surgían cuando “Dios se contraía”, es decir, cuando lo real desaparecía y sólo quedaba el vacío, la nada. Son un elemento comunicacional fuerte porque estas alucinaciones de los personajes llevan a acciones importantes en la historia. Por ejemplo, Teodoro y Concepción fueron todos los días a la estación de Atocha, durante seis meses, a esperar que la luna estuviera verde para poder viajar a Buenos Aires.

Los colores de las manchas de sangre de los calzoncillos de Teodoro también parecían propios de alucinaciones e imaginaciones de sus hijas. Estos colores cambiaban de acuerdo con las emociones de Teodoro: azul, amarillo, verdoso. Las almorranas se le alborotaban cuando se enfurecía. Así, estos colores eran elementos comunicacionales, pues a partir de ellos las hijas de Teodoro interpretaban la situación emocional de su padre.

Y así como los colores, el cuerpo también comunica mucho a lo largo de la historia: que si tal es coja, que la otra es chiquita, que el otro es flaco como un alambre, que la otra es gorda, que la rubia alemana es alta y cuadrada…El cuerpo comunica la personalidad del personaje. Por ejemplo, del profesor de Física que se ennovió con Lucía, que era flaco y “carichupado”, se podía deducir que era débil de carácter y por eso se amedrentaba ante las órdenes de Teodoro para que lo empujara en la silla de ruedas.

Claro que así no quisiera, tenía que empujarlo, porque las palabras de Teodoro eran una sentencia. Todo lo que decía el tío abuelo constituía una herramienta comunicacional muy poderosa. No valía la pena contradecir sus palabras ni buscarles explicación. Lo que decía, así era.

El profesor de Física tuvo que empujarle la silla de ruedas a regañadientes, porque Teodoro se lo ordenó, y como Teodoro le dijo a Concepción que saldrían para Buenos Aires cuando la luna estuviera verde, la mujer le hizo caso y efectivamente todos los días, durante seis meses, fueron a la estación de Atocha a esperar el fenómeno que nunca se dio, pero como el tío abuelo lo había dicho, había que cumplirlo.

Y esta fuerza comunicacional en las palabras también la empleó Lucía, que conocía los pecados de la gente del pueblo y a veces soltaba una que otra frase certera que hacía que los envidiosos que iban al almacén nada más a cuestionar la prosperidad de su familia, se bajaran de sus intenciones y la miraran con odio.

Los contadores de historias sobre la guerra también dominaban el arte de la comunicación a través de las palabras. Estos personajes, que contaban las historias incluso en los hospitales, tenían la habilidad para poner tristes o felices a quienes los escuchaban, mediante historias que a veces eran reales pero en la mayoría de las ocasiones estaban arregladas con invenciones surgidas de los intereses de la guerra y manejadas hábilmente por los contadores.

Los bandos en guerra también comunicaban mediante la propaganda, la imagen y las coplas, pues los dos bandos avanzaban cantando coplas y llevando carteles consigo.
La guerra fue comunicada mediante los periódicos. Así se enteraba Eufrasia, desde Buenos Aires, de los acontecimientos bélicos que sucedían en España.

A su vez, Eufrasia se comunicaba con su familia mediante cartas en las que pegaba fotografías de ella y de su marido, postales de Suramérica y recortes de revistas donde hablaban del espectáculo que representaban.

En este asunto de las cartas, Victorino tenía un método muy particular para comunicarse con su mujer. Los datos secretos sobre el negocio de las reliquias sagradas, negocio prohibido, Victorino los escribía con jugo de limón en las cartas que le enviaba a su mujer. Las cartas había que pasarlas por encima de una llama para que las letras aparecieran. Este método comunicacional se empleaba para burlar la censura.

Victorino escribía estas cartas hasta con un axioma comunicacional: lo que está escrito, así sea mentira, adquiere carácter de verdad. Esto, porque la mujer de Victorino sentía ganas de quemar las cartas porque le daba miedo de que alguien las viera, pues podrían fusilar a su marido. Pero no las quemaba porque en ellas él le decía que la quería y la necesitaba mucho. Y dice el escritor del libro: “Seguro mentiras, pero escritas”.

La carta como medio de comunicación también fue utilizada por el hermano médico de Benedicto, que le escribió a éste invitándolo a visitar a su familia. Benedicto sentía mucho miedo de reencontrarse con una familia que sentía demasiado lejana, pues hay que tener presente que Benedicto fue criado en un orfanato. Lo que revela la reacción de Benedicto es un problema de comunicación entre él y su familia.

Pero el temor de Benedicto a reencontrarse con su familia no era infundado. Después de la guerra, en general las relaciones personales de la gente se habían tornado muy frías, los abrazos y los encuentros ya eran manifestaciones escasas. Cuando Victorino regresó de la milicia, su mujer lo saludó levantando las cejas y bostezando. Era como si en la guerra esas manifestaciones de cariño sí fueran importantes, y ahora que había terminado, no.

Y dentro de estas formas de comunicación caracterizadas por las palabras, también aparecen en La luna verde Atocha los libros que leía Benedicto, como la Cábala y la Filosofía religiosa de los hebreos, libros escritos en hebreo y arameo, lenguas antiquísimas que constituyen elementos comunicacionales poderosos.

Abraham Srugo, judío de origen griego y profesor de hebreo, se convirtió en una gran ayuda comunicacional para Benedicto en la lectura de estos textos. Srugo le ayudó a comprender textos en hebreo como el Zóhar, le enseñó a leer despacio porque no todo se podía comprender leyendo vertiginosamente, y además le ayudó a responderle las cartas a la Insaciable.

Uno de los cinco tomos del Zóhar debía permanecer abierto para que sus letras actuaran como talismanes. El simbolismo de estos libros sagrados comunica su importancia para las diferentes culturas y para la humanidad en general.

Y es que Benedicto deseaba saber cosas nuevas, entender lo que había oculto en las letras de los libros y en la historia de las calles y casas por donde iba. Era un buscador del conocimiento, a pesar de que en su oficio como soldado se le prohibían estas labores intelectuales. Con sus intereses intelectuales descritos anteriormente, bien se podría decir que era un investigador de las comunicaciones.

Comunicaciones que se expresan en sus múltiples formas en La luna verde de Atocha. Además de las ya mencionadas, los gestos también están presentes en el libro como elemento comunicacional. Mediante ellos, la esposa de Teodoro, sentada al pie de la ventana, les daba órdenes a sus hijas, como que organizaran la casa.

La esposa de Teodoro sabía las situaciones que ocurrían en la casa con base en mirarles los ojos a sus hijas y a su marido. Es decir, un detalle que puede parecer tan simple, como una mirada, también le estaba comunicando algo a Concepción.

Una acción como el escupitajo que lanzaba Milagros al suelo en la boda de Carmina y Scarli, cada vez que veía a Benedicto, era una forma de comunicarle a éste quizás la repulsión que le causaba o, por el contrario, él le gustó a ella y ésta era una manera de llamar su atención.

La coquetería es otra herramienta comunicacional dentro de la trama del libro. Pilar les hacía “ojitos” y caras amables a los soldados, pero de ahí no pasaba. Durante la guerra, Pilar se maquilló, se embelleció, se vistió elegantemente, con zapatos de tacón alto y coqueteó.

Esta coquetería era parecida a la vanidad del tío abuelo Teodoro, que se engominaba su bigote y quería pasearse en el coche de Victorino por los lugares donde estaba la gente que lo conocía.

Cuando Dolores entró en la depresión que la llevó a quererse parecer a Cleopatra, Pilar fue su cómplice y se dedicaron a hacer movimientos de baile por toda la casa. Estos movimientos divirtieron a su madre, incluso le sacaron una sonrisa. Es decir, fueron expresiones comunicacionales fuertes, puesto que llevaron a la madre a la sonrisa, acción que casi nunca realizaba.

La madre se la pasaba tejiendo o bordando, y cuando estaba deprimida o molesta con algo, como cuando supo que su marido se iría a Buenos Aires, optaba por estar en un silencio que la hacía casi impenetrable. Así, ese silencio de la madre le comunicaba a su familia su estado de ánimo.

Y además de plasmar la comunicación en múltiples formas, en La luna verde de Atocha se relaciona a la comunicación con el mercadeo y se plantean incluso elementos propios de esta actividad comercial.

La presencia de los militares en el pueblo en los días de la guerra, por ejemplo, fue vista por las hijas de Teodoro como una oportunidad para incrementar las ventas en el almacén de hilos, ampliando la oferta con lencería y bisutería. Es decir, se vio como una oportunidad para diversificar el negocio.

Pensando en aprovechar las comunicaciones y el mercadeo, Victorino recomendó poner a unas mujeres a desfilar las prendas íntimas y Pilar aconsejó proyectarles películas a los militares, en las que no sólo se exhibieran las prendas, sino que pasaran cosas aún más excitantes para ellos.

Efectivamente los militares compraron muchas prendas de lencería supuestamente para llevarles a sus mujeres.

Durante la guerra, Benedicto y Srugo utilizaron en el comercio las estrategias de la batalla. Se dedicaron a vender telas y remedios (que era lo más necesario debido al frío intenso que se daba por esos días) incluso a los rojos, el bando enemigo. “Había que tener amigos en todos los bandos porque la guerra no se gana sino en el último minuto”, le decía la Insaciable a Benedicto.

Sin embargo, la muchacha de Salónica, parienta de Srugo, le recomendó a éste que negociaran con sal y azúcar, elementos que faltaban en las cocinas de las casas. No era un negocio fácil, pues había que entrar en contacto con proveedores móviles y con muchos intermediarios, pero a Abraham Srugo le pareció interesante porque llamaba menos la atención que el de las telas y los remedios, pues en estos productos “las autoridades metían las manos como si fuera una pesca milagrosa”.

Victorino, por su parte, se hizo reclutar, más que para ir a combatir, para aprovechar las oportunidades de negocio que ofrecía la guerra: lencería, licores, perfumes, y hasta reliquias sagradas. Comenzó a comprar y a revender reliquias sagradas que quedaban de las iglesias y conventos destruidos.

Además, Victorino diseñó otras dos estrategias de mercadeo: enganchar los clientes de la lencería fina con la perfumería cara, pues él decía que ésta llevaba a aquélla. Y señalar a Madrid como centro de operaciones de su nuevo negocio en compañía de Pilar, “porque todo debía salir de Madrid para que creyeran más en las mercancías”.

Como estrategia de mercadeo también, Milagros se fue para Argentina, pero no a trabajar en un teatro o en un circo como lo hacía su hermana Eufrasia, sino a ampliar el negocio de la lencería y los perfumes. Así lo había acordado con Pilar y Victorino.

De esta manera, La luna verde de Atocha expone la comunicación en general en múltiples expresiones, inclusive su relación con el mercadeo. Y ya de forma específica, este libro resalta elementos importantes de comunicación que se dan en el Catolicismo.

Una religión con poder comunicacional

El Catolicismo es una religión de gran poder comunicacional. A lo largo de los siglos ha estado profundamente vinculada con la imagen, específicamente con la pintura y la arquitectura. Tantos y tantos cuadros y figuras de yeso que le están recordando constantemente al católico la presencia de Dios, de la Virgen y de todos los santos. Y en cuanto a la arquitectura, la Iglesia Católica se centró en el concepto de la monumentalidad, para comunicar el poder de Dios y de la Iglesia misma con la imponencia de los templos.

La familia de Teodoro, que protagoniza la historia de La luna verde de Atocha, es una familia católica española. Sus integrantes emplean recurrentemente elementos del Catolicismo que están cargados de comunicación y de superstición a la vez: bendiciones, maldiciones, creencias en castigos divinos por los pecados cometidos, remordimientos.

Por ejemplo, para el tío abuelo Teodoro, aguantar que su hija Pilar manejara carro, significó una manera de purgar sus pecados viejos.

La forma como el médico hijo de Bernardino organizó a la mujer que “charlaba” con el Alcalde cuando ella murió, con las manos cruzadas encima de la barriga, es otro elemento comunicacional del Catolicismo.

Como todos los católicos españoles y de los pueblos colonizados por los españoles, los integrantes de esta familia revelan en su comportamiento una fuerte influencia del Islam, porque todo lo que les sucede lo vinculan con Dios y recurren a la bendición en todo momento. Se evidencia esa especie de “fanatismo” que le dio la influencia del Islam al Catolicismo español; caso diferente del Catolicismo francés, por ejemplo, que no es tan apasionado.

De manera recurrente, el autor del libro insinúa la doble moral de los católicos. Por ejemplo, dice que las hijas solteras de Teodoro tenían pensamientos morbosos constantemente. Como quien dice, se bendecían mucho pero también tenían una buena cantidad de pensamientos morbosos.

A modo de especulación, se podría decir que el autor utiliza el nombre Benedicto de manera sarcástica, porque la novela tiene claras alusiones al Catolicismo, y el personaje que lleva este nombre lo pone como hereje. Hay que tener presente que Benedicto es un nombre simbólico para los católicos, puesto que fue el que tomó el cardenal Joseph Ratzinger cuando lo eligieron Papa.

De esta manera entonces, desde la especulación repito, el autor del libro estaría remarcando esa doble moral de los católicos, pues el personaje que lleva el nombre de Benedicto en la novela, siendo católico, es un putero que regala las medallas de la Iglesia en los bares y prostíbulos, y lee los libros sagrados del Judaísmo, con la tentación permanente de convertirse a las creencias del pueblo judío.

Claro que cuando Benedicto sufrió la depresión, la Insaciable, que lo conocía bien, ordenó que para ayudarle a superar esa depresión, era necesario pasearlo por cada calle como si fuera una procesión de Semana Santa. Esto significa que, aunque parecía convertirse poco a poco al Judaísmo, Benedicto era un tipo católico y quería comunicárselo a la gente.

La doble moral de los católicos, incluso de los ministros de la Iglesia, vuelve a ser insinuada cuando el autor dice que Benedicto consideraba un “vicio santo” el hecho de que a los frailes les gustara el vino y lo almacenaran en las bodegas del convento.
Se da a entender esa misma doble moral con el hecho de que el sacristán comprara bragas y sostenes con dinero de la Iglesia.

Además, el cura del pueblo le compraba a Victorino algunas de las reliquias sagradas que éste vendía, y este negocio era un pecado grave “permitido” sólo en tiempos de guerra. Porque se decía que en los días difíciles de la guerra, “los pecados tenían poca penitencia”. Como quien dice, era válido pecar.

Las hijas de Teodoro, junto con Victorino (que representaba todo lo relacionado con el pecado), decidieron vender lencería en el almacén de hilos, cuando la lencería se tenía como algo pecaminoso.

Cuando supo lo de la lencería, el tío abuelo Teodoro dijo que jamás permitiría que se vendiera algo así en el almacén (como buen católico, bastante conservador). Pero sus hijas le desobedecieron y vendieron las prendas íntimas al escondido. Ésta es otra muestra de la doble moral de los católicos.

Y Teodoro también ejerció la doble moral. Cantaleta para sus hijas porque andaban con tales o cuales hombres, pero de él se dijo que se había metido con la mora que lo empujaba en la silla de ruedas a unos olivos a “hacer cosas”. Un grave pecado porque era un hombre casado.

Claro que con Teodoro pasaba lo que pasa con muchos católicos: era muy católico en apariencia, pero en el fondo su fe era poca. Por eso sorprendió el día que despidió a Eufrasia y Milagros para Buenos Aires porque les dio la bendición, y dijo que sus dos hijas necesitaban de la bendición de la madre también.

Algo parecido sucedió con Pilar, que se casó con Benedicto por ella misma, mediante un ritual en la habitación del hotel. Esto demuestra el poco respeto que le tenía Pilar a la Iglesia Católica, a pesar de que ella y su familia aparentaban ser tan católicos y creyentes en Dios (al menos eso se deduce por todas las bendiciones que se daban y por las ansias de Concepción para que todas sus hijas se casaran).

Este asunto de la doble moral de los católicos se puede resumir en la conocida frase “el que peca y reza, empata”. El autor lo explica así en el libro: “Al principio la mujer de Victorino se asustó con el nuevo negocio de las reliquias sagradas, lo que la llevó a oír misa diaria durante casi un mes”. Claro que “al final se le convirtió en otro negocio más, y de utilidades sólo para ella y su marido”.

En La luna verde de Atocha también se expone la creencia de que los muertos se les aparecen a los vivos incluso en los sueños, y que esos sueños comunican ideas importantes. Esta creencia es muy fuerte en los católicos.

También se mencionan conceptos como ánimas, purgatorio, cielo e infierno, conceptos propios del Catolicismo y con gran poder comunicacional. Desde el Catolicismo tradicional español de la época de la novela (años 30 del siglo XX), a quienes tenían otras creencias religiosas (en el caso de la novela a los moros, judíos y gitanos) se les llamaba herejes.

La misma contundencia tenían los pronósticos de guerra que hacía el padre Alirio López, que eran sagrados para Esther, su ama de llaves.

Cuando Benedicto, por no prestarle a su compañero del ejército el libro que estaba leyendo, le dijo que era en latín, el compañero le respondió que si el libro que estaba leyendo era en latín, tenía que ser un misal. Esto significa que se identifica el latín con el Catolicismo, lo que es importante para la Iglesia porque cuenta con una lengua para comunicar sus dogmas y postulados en todo el universo, con lo que se supone que todos los católicos deberíamos poder comunicarnos mediante el latín.

La luna verde de Atocha se centra en el Catolicismo y la historia se desarrolla principalmente en España, pero muchos aspectos parecieran tomados de la vida de los hogares tradicionales antioqueños y de la cultura que en ellos se tiene.

Un reflejo de la cultura antioqueña

La familia que protagoniza la historia es muy similar a la familia tradicional de los pueblos antioqueños: católica, muy creyente en Dios y la Virgen, sus integrantes se dan bendiciones constantemente, creen también en las maldiciones, hay vecinas chismosas que opinan sobre los problemas de la familia, se cree en las brujas (en el libro, sorguiñas), se cree fuertemente en los castigos para los blasfemos, el papá mantiene a las hijas solteronas y también les colabora a las casadas con sus obligaciones, y son bastantes hijas. “Yo puedo criar viudas y locas pero no putas”. Frase pronunciada por Teodoro, típica de los abuelos antioqueños.

Continuando con la relación de esta familia con la familia tradicional antioqueña, hay que decir que al tío abuelo Teodoro le gustaba mirarles la cara a las personas y a partir de ella detectar su personalidad. Esto es propio también de los abuelos antioqueños, que hablan de la necesidad de mirar a las personas siempre a los ojos, “eso es de verracos”, dicen. Puede ser señal de verracos o al menos sí de respeto por la otra persona y de seguridad en la relación con ella, el caso es que tratar de detectar la personalidad del otro con sólo mirarle la cara también es un acto inocente, porque a partir de una cara se puede deducir que la persona es buena, sin serlo.

Teresa Oreja era bruja, y al tiempo que leía las líneas de la mano y el residuo del café, adoraba imágenes de los santos. Así, se mezclan santería y brujería, aspecto propio en los antioqueños tradicionales, porque hay que ver por ejemplo en un pueblo como Belmira cómo se cree en Dios, la Virgen y todos los santos, pero a la vez con qué fuerza se cree en las brujas y los duendes. Es más, cuando una vaca está caída, antes que pensar en el médico veterinario, el ganadero pide que le traigan a una bruja o un duende del pueblo, para que le pare la vaca.

Teodoro pensaba que Ta-Lin era una mujer extraña por no estar bautizada. En algunos pueblos de Antioquia todavía se piensa de esta manera. Es más, si un niño está en peligro de muerte y no ha sido bautizado, en lo primero que se piensa es en bautizarlo, porque sin bautizar, “es un animalito que va a parar al limbo”.

Otro elemento común entre la familia de Teodoro y la cultura antioqueña es la creencia de que las consecuencias de nuestros actos les caen a otras personas. Lucía llegó a creer que sus actos y los de sus hermanas le podían caer a su madre y empeorar su salud. En Antioquia se tiene la creencia de que si un cura maldice a una persona, posiblemente las consecuencias las pagarán descendientes de hasta la quinta generación de esta persona (tataranietos). Esta misma creencia aplica cuando se trata de maldiciones proferidas por el papá o la mamá a alguno de sus hijos.

Antes de partir al frente de batalla de Aragón, Victorino le enseñó a Pilar a manejar su carro. ¡Oh pecado grave!, porque en ese pueblo, en esa cultura tan conservadora, no había nada peor visto que el hecho de que una mujer manejara carro, y peor aún si lo hacía sola.

Esto también tiene relación con la cultura antioqueña. La historia del libro se desarrolla en los años 30 del siglo XX. Y según Isabel Ángel Ángel, de 81 años, habitante del barrio Laureles, en la década de 1950, no más de 20 mujeres manejaban carro en Medellín.

Cuando Benedicto llegó donde su familia, su madre, su hermano y su cuñada (María Teresa, la mujer del hermano médico) le tenían lista una mujer para que se casara: Guadalupe. Esto también se ve en la cultura antioqueña. Cuando un hombre se va haciendo mayor y sigue soltero, en su familia se encargan de buscarle una mujer “que valga la pena”, para que se case con ella.

Por su parte, el tío abuelo Teodoro vendió su ganado: ovejas, cerdos, cabras y mulas. “Lo único que conservó fueron las tierras, ‘que la tierra no se puede vender porque no es de nadie’ ” (cosa rara: no es de nadie, pero él sí la podía tener). Los abuelos antioqueños también son muy aferrados a la tierra.

Otro punto relacionado con la cultura antioqueña es el que tiene que ver con el hijo preferido. Para Teodoro, era Dolores, que le lloraba todo el tiempo para que su padre le diera dinero. Estas preferencias y los consecuentes reclamos por parte de los otros hijos son típicos en los hogares antioqueños.

El gran arrepentimiento de las hijas solteras al ver la enfermedad que tenía su padre en las piernas y que lo había llevado a la silla de ruedas. Ellas lloraban parejo, en especial Milagros, que sentía mucho remordimiento por todo lo que discutía con él. Ese intenso remordimiento también es frecuente en los hogares antioqueños tradicionales.

Lucía, por su parte, charlaba con un profesor de Física, y el tío abuelo Teodoro decía que ese hombre debía ser un “degenerado”. Esta expresión también es típica en los hogares antioqueños tradicionales.

Concepción, entretanto, no descansaría hasta ver que sus siete hijas estuvieran casadas. “Siete hijas parí y siete se van a casar. Cuando case la última, puedo morir en paz”. En los hogares antioqueños también es muy frecuente esta preocupación de las madres por casar a sus hijas. Eso sí, “bien casadas”, es decir con un marido “que valga la pena”.
Y no se podían quedar por fuera de este paralelo entre la familia de Teodoro y la cultura antioqueña las viejas chismosas que cuchichearon cuando vieron que Pilar besó a Benedicto. Estas viejas eran supuestamente muy católicas y se la pasaban criticando a la gente. Esto es común en la cultura antioqueña, tanto en la ciudad como en los pueblos y el campo.

En la cultura antioqueña también es típico que el cura se encargue de juzgar los comportamientos morales de la gente, como lo hizo el padre del pueblo en el que vivía la familia de Teodoro, que trató de hereje a esta familia porque sus integrantes no se confesaban y apenas si iban a la iglesia, y tildó de inmorales a las hijas de Teodoro, por andar con sus amantes y mostrarlos en público.

La envidia general de la gente del pueblo porque a las hermanas les estaba yendo muy bien en el almacén de hilos y los animales de Teodoro se habían multiplicado. La gente iba al almacén y parecía preguntarles mentalmente a las hijas de Teodoro: “Cuéntennos cómo se han enriquecido y de qué se valieron para que los animales se multiplicaran así, claro que lo que digan no lo vamos a creer”. Esta envidia general de la gente también es típica en los pueblos de Antioquia, cuando a alguien le está yendo bien en su vida.

Pero además del Catolicismo – que es tema central en la obra y ahí radica en gran parte la relación de las situaciones de la novela con la cultura antioqueña –, la historia tiene como escenario el encuentro de esta religión con otras culturas: Judaísmo, Islam y Gitanismo.

El baile de las culturas

Benedicto es una muestra del encuentro cultural que se da en La luna verde de Atocha. Siendo un soldado español, católico y condecorado, tenía miedo de que se dieran cuenta de que poco a poco se iba motivando con el Judaísmo (leía la Cábala) y trataba de aprender hebreo y arameo (leyó la Filosofía religiosa de los hebreos).

En la lectura de estos libros contó con la ayuda de Abraham Srugo, que se convirtió en el mejor amigo de Benedicto a pesar de que, por ser judío, éste lo tendría que haber perseguido en la guerra.

Pero también están el Islam y el Gitanismo, representados al mismo tiempo por Mohamed Cortez, un hombre hijo de madre gitana (de ahí el apellido Cortez) y padre moro.

Al ser gitano moro, Mohamed Cortez podía vivir en una continua contradicción: lo gitano le pedía gastar, ser amplio, pero lo moro le pedía ahorrar, ser avaro.

Y es que sobre los moros se tenían prejuicios. Por ejemplo, Carmina les dijo a Lucía y Milagros que no coquetearan con los soldados moros, “son camelleros y lo único que cargan son enfermedades”.

Y Carmina misma se encargó de echar de su casa a la mora que empujaba a Teodoro en la silla de ruedas, pues entre las hermanas se tenía el prejuicio de que a esta mujer islámica se le podía decir “haz esto”, y lo hacía. Ellas insinuaban que si Teodoro le pedía que se acostara con él, ella accedería. Además, las hijas de Teodoro se armaron una película en la cabeza: que la mora se le había metido en la sangre a Teodoro “como una sífilis”, y planeaba llevárselo a América “para certificar allí que era su hija y después envenenarlo para heredarle la fortuna”. Por eso, antes de que ejecutara el supuesto plan, Carmina la echó de la casa.

Pero además de los prejuicios, también se describen algunos elementos culturales de los moros: la caravana, las maderas, las esencias, los cueros curtidos de camellos y ovejas, las botellas con agua de colonia, y las joyas de los zocos del norte de África, que rodeaban a la Insaciable en sus recorridos por el Sahara detrás de Benedicto.

Y el libro también muestra los prejuicios que se tenían sobre los judíos. Los judíos son los que andan por el mundo de un lugar a otro. Al menos así lo dio a entender Teodoro cuando le dijo a Srugo: “Yo no salgo de este país. No soy un judío”. Le dijo esto porque Srugo le había propuesto que fuera a Buenos Aires a visitar a Milagros y Eufrasia.

De esta manera, José Guillermo Anjel logra una obra caracterizada por la comunicación en sus múltiples expresiones, teniendo en el Catolicismo un tema central y enmarcando la historia en el encuentro de las culturas.

En este libro el autor deja ver particularidades de su estilo narrativo, como su habilidad para jugar con los tiempos de la narración. Sobre todo para ir al futuro y adelantar “cositas” de lo que va a suceder, dar pinceladas, y luego volver al presente e irlo desarrollando hasta llegar a ese futuro que había esbozado.

También maneja unos símiles tremendos. Por ejemplo, que en la sala de espera del hotel, Pilar, al ver a Benedicto, se quedó estática como si estuviera dando medio paso en el baile de un tango.

Pero además emplea recursos válidos en la narración pero que hacen que la lectura sea un poco confusa, como que en la mayoría de los diálogos no identifica a la persona que habla.

Así, La luna verde de Atocha aparece como una obra diferente para el medio colombiano, pues se sale de los temas del conflicto armado que predominan en nuestra literatura. Es más, aunque la historia tiene el contexto de la Guerra Civil española, es interesante ver cómo el escritor menciona este acontecimiento pero no se centra en él, sino que se centra en la cotidianidad de una familia, de un pueblo, de unas personas que seguían su vida de manera paralela a la guerra.

Es un texto divertido, ameno para leer, interesante en tanto aborda aspectos de las diferentes culturas, diferentes formas que adopta el ser humano para habitar el mundo. Y su fuerza principal radica en la comunicación, que es “la negación de la guerra”, según una definición muy del gusto del propio escritor del libro.

Y efectivamente en esta novela se aplica esa definición. La comunicación está como la negación de la guerra. Gracias a su presencia permanente, a pesar de que sabemos que se vive la Guerra Civil española, no percibimos sus horrores, porque el autor decide enfocarse en las expresiones de comunicación que se dan entre unos personajes tragicómicos, lo que equivale a centrarse en la fuerza de la vida.

UN GRITO CONTRA EL MACHISMO Y POR LA DIGNIDAD DE LA MUJER



En su Diatriba de amor contra un hombre sentado, Gabriel García Márquez plantea varios aspectos de la cultura del Caribe: el machismo, la relación entre las clases sociales y la situación de la mujer en relación con su nivel intelectual y académico, específicamente, con su participación en la universidad.

De estos aspectos, el machismo y las restricciones contra la mujer para participar en la universidad aplicaron no sólo en la cultura del Caribe, sino en otras regiones de Colombia y de Latinoamérica.

En Colombia está el caso de Antioquia, puntualmente el de Medellín, donde en la época de los años 40 del siglo XX sólo había tres mujeres universitarias. Entre ellas, doña “Marianita” Arango, odontóloga de la Universidad de Antioquia, quien abrió su consultorio en Caracas con Sucre, cerca del Parque de Bolívar. Entretanto, en los años 50 no más de 20 mujeres manejaban carro en la ciudad.

La sociedad paisa se jactaba (y se jacta aún) de honrar mucho a la mujer y sobre todo a la madre. Sin embargo, en la práctica, la mujer sólo estaba destinada a ser ama de casa, a tenerle y a criarle los hijos a su marido. En suma, a satisfacer al hombre de la casa.

Había unos cuantos estudios para las mujeres, es cierto; pero tenían como fin aprender los oficios del hogar. Doña Teresita Santamaría de González instituyó el curso de Orientación Familiar para las mujeres de la high. Mientras que otras mujeres se dedicaban a estudiar en la Facultad de Arte y Decorado de la Universidad Pontificia Bolivariana. Desde la moral y la cultura paisa no se veía con buenos ojos que la mujer se preparara en campos diferentes del manejo del hogar.

Esto, en cuanto a las mujeres de clase alta, porque a la mayoría de las mujeres de clase baja sólo les quedaba como opción meterse de “sirvientas” en las casas de los ricos.

Ya en Latinoamérica está el caso de México, situación bastante parecida a la cultura paisa. En México, el país de los “meros machos”, un ícono de la cultura, como Vicente Fernández, se vanagloria por no haber podido “pasar siete noches en la misma cama”.

Esta infidelidad del hombre con su mujer, y el machismo en general, los retrata García Márquez en su Diatriba de amor contra un hombre sentado.

En este texto, Graciela, una mujer sublevada, le expresa a su marido su hartazgo, porque en 25 años de vida matrimonial, ella lo ha tenido todo, menos el amor.

Esta mujer representa a las mujeres oprimidas que al fin se sublevan contra el machismo de sus esposos. Graciela le va diciendo todo a su marido con un profundo sentimiento: aunque está el amor como trasfondo, salen a relucir la rabia, el desconsuelo, la nostalgia. En todas sus expresiones, sus palabras le nacen desde lo más íntimo de sus sentimientos, desde lo más profundo de su hastío.

Y lo más bello de esta obra de García Márquez es que, si bien hay toda una catarsis emocional de Graciela contra su marido, la mujer también va argumentando el porqué de sus sentimientos: el hombre la sacó de la pobreza, en la que vivía feliz, para llevársela a una vida llena de privilegios pero también de falsedades. Su marido le es infiel, es mentiroso. Es muy poco tierno con ella, hasta el punto de llevar dos años sin hacerle el amor. Le presta poca atención; tan poca, que prefiere leer el periódico que atender sus palabras. Y para ajustar, como buen machista, es muy celoso.

Son las palabras de Graciela entonces, un grito de la mujer caribeña, de la mujer paisa, de la mujer mexicana y latinoamericana en general contra el machismo infame de sus esposos. Graciela es la sublevación contra la opresión. Representa el sueño de la mujer por alcanzar su dignidad, por dejar de ser un medio para los fines de su marido.

A mediados del siglo XX el machismo era exacerbado en las regiones mencionadas en este artículo. Ahora también lo hay, pero ya en menores proporciones.

Para fortuna de nuestra sociedad, la mujer ahora se destaca como empresaria, como académica, como política, como cabeza de hogar, igualando a su marido en el protagonismo económico y dejando de estar dedicada exclusivamente a satisfacerle los deseos sexuales a su esposo, a cocinarle y a criar los hijos.

En estos comienzos del siglo XXI la mujer, en general, goza de dignidad. Ya tenemos a Michelle Bachelet y a Cristina Fernández, como presidentas de Chile y Argentina, respectivamente.

Tenemos en Colombia mujeres verracas, que confrontan la realidad social, política y económica del país. Por citar algunos casos, está Piedad Córdoba, Marta Lucía Ramírez, María Jimena Duzán y Claudia López.

En Antioquia también hemos tenido mujeres que han luchado por la dignidad de la mujer. María Cano, la maestra Débora Arango y Luz Castro de Gutiérrez son algunos ejemplos de mujeres que, desde diversos campos, trabajaron por elevar el papel de la mujer en la sociedad.

Hoy, la dignificación de la mujer es importante no sólo para ella misma, sino para la sociedad, porque con sus capacidades para pensar y para actuar, la enriquece, y a su vez enriquece la democracia, que exige la participación plural de la ciudadanía, la no discriminación por razones de género, y el ejercicio de todas las libertades, con miras a proporcionarle la dignidad al ser humano.

UN MAL NECESARIO


El poder, esa condición propia de todas las sociedades, es un mal necesario. En su definición más general, el poder es la capacidad que tiene el ser humano para hacer que otro u otros le obedezcan.

Y digo que es un mal partiendo de la manera como los antiguos griegos entendieron la política. Para ellos, la mejor forma de gobernar es aquélla en la que el ser humano logra gobernarse por sí mismo.

Teniendo presente esto entonces, lo que hace cualquier tipo de poder con su sola presencia es rebajar la dignidad del ser humano. Sea en lo político, en lo económico o en lo social, quien ejerce el poder inevitablemente está por encima de quienes deben acatar esas ejecutorias del superior. Con ello, así el que tenga el poder busque los mejores fines, los demás quedan como incapaces que no pueden lograr esos fines por ellos mismos.

Sin embargo, hay que aceptar que el ideal de los griegos era bastante alto, pero no por ello menos válido. Al contrario, lo que hace es otorgarle al ser humano la máxima confianza y dignidad, al creer que él es capaz de gobernarse por sí mismo.

Además, el poder es un mal porque en muchos de los casos, quien tiene el poder tiende a abusar de sus subordinados. Es decir, el poder tiene consigo la tentación del abuso y la corrupción.

Tenemos los ejemplos de las dictaduras de las minorías, en las que se ven maltratados los derechos de todo un pueblo. Pero también está el poder de las mayorías en las democracias, donde no siempre las mayorías toman decisiones correctas.

Estos abusos del poder y la corrupción de quien ejerce ese poder los explica Maquiavelo, uno de los teóricos del poder más influyentes de todos los tiempos. Para Maquiavelo, palabras más palabras menos, el fin justifica los medios, y cuando el fin es gobernar al pueblo, no importa si hay que recurrir a métodos como el abuso o las actuaciones hipócritas de los gobernantes.

Sin embargo, a pesar de ser un mal en los términos explicados, el poder es necesario en las sociedades.

Es necesario porque el ideal de los antiguos griegos – y por eso mismo es un ideal – es muy hermoso en tanto le otorga al ser toda su condición humana, pero también yo diría que es imposible de llevar a la realidad.

Ya lo decía Thomas Hobbes: “El hombre es lobo para el hombre”. Es la referencia a esa condición natural del ser humano de tender hacia la destrucción, hacia la guerra, hacia la ambición desmedida.

Esta condición impide la realización del ideal planteado por los antiguos griegos. Teniendo en cuenta ese instinto guerrero del ser humano, la anarquía aparece como una opción poco factible, puesto que las sociedades serían aún más caóticas de lo que son con la presencia del poder. Por ello, se hace necesario establecer un ordenamiento para el desarrollo de las sociedades, y este ordenamiento implica la existencia de los poderes.

El poder entonces, como mal necesario, seguirá presente en la historia mientras haya sociedades y mientras existan necesidades. Son imprescindibles las sociedades porque el poder existe en tanto haya sobre quién ejercerlo, puesto que el individuo solo no puede ejercer ningún poder. Y tiene que haber necesidades puesto que siempre quien tiene el poder actúa frente a otros que tienen unas necesidades y, por ello, se someten a sus ejecutorias.

UNA ANÉCDOTA ÍNTIMA Y FAMILIAR ENMARCADA EN EL ACONTECER HISTÓRICO NACIONAL



El último puerto de la tía Verania es una mezcla entre la anécdota íntima y familiar del autor – Reinaldo Spitaletta –, y su mirada a los hechos que marcaron el transcurrir nacional en la década de los 70 del siglo XX.

La anécdota, que es la esencia del libro, se torna bastante agradable, porque está narrada en un tono sincero, humilde, sin mayores adornos ni ostentaciones retóricas. Y es esa sencillez y ese sentimiento profundo en la narración lo que hace que el texto sea mucho más cercano al lector.

Sea real o ficticia la tía Verania, el autor revela en este libro su gran cariño hacia ella; cariño que, en algunos momentos, pareciera incluso alcanzar el grado del enamoramiento entre ella y su sobrino Pachito.

De esta manera, Pachito va contando su intimidad con respecto a su tía: qué le gusta y qué le molesta de ella; cuál es el encanto de esta mujer que lo acoge con actitudes casi maternales a la vez que lo aconseja sobre las diferentes experiencias de la vida. Además, Pachito va mostrando el ámbito familiar.

Se dibuja en este libro una familia atípica en relación con el estereotipo de la familia tradicional antioqueña. Es una familia de pocos integrantes (se menciona sólo a Pachito, su madre y su tía Verania), contrario a ese modelo tradicional paisa caracterizado por tener diez o quince hijos, los papás, los abuelos y un montón de tías.

Así mismo, la de Pachito da la impresión de ser una familia forastera en esos barrios de Bello. Aunque el jovencito se relaciona con sus amigos y entra en el ambiente de los diferentes barrios, pareciera que su mamá sólo se relacionara con su hermana Verania; no se la muestra en el libro entrando en contacto con sus vecinas como sucede tradicionalmente con las señoras antioqueñas.

Tampoco se menciona en el texto al padre, esa figura patriarcal tan importante por estas tierras y tan propia de las familias tradicionales paisas.

Sin embargo, la familia que expone el libro también tiene algunos rasgos propios de determinadas familias antioqueñas, sobre todo de aquéllas de las zonas mineras y ganaderas del departamento. Por ejemplo, de municipios como Zaragoza, Remedios, Belmira, El Bagre y Segovia.

En estas regiones, al igual que lo que sucede en la familia de Pachito, la gente cree en Dios con la misma intensidad que cree en la brujería y en la existencia del demonio. Es fuerte la creencia en estas regiones de que las brujas y los duendes tienen los poderes para curar el ganado y para proteger a los hombres mientras están dentro de la mina.

Está también la creencia arraigada en los poderes curativos de las diferentes plantas, con las que se elaboran brebajes para tratar desde una simple gripa hasta un cáncer intestinal. Pero también existe la fuerte creencia en los poderes malignos de algunos elementos, como la tierra de cementerio y la sal, que suelen combatirse con agua bendita y con los rezos de un sacerdote.

También comparte la familia de Pachito algo muy intrínseco en la familia tradicional paisa. Se trata de la iconografía, ese montón de cuadros y esculturas de yeso de todos los tamaños que aluden a todo tipo de santos y a las diversas advocaciones de la Virgen María. Cada santo tiene un poder específico: que conseguir novio, que conseguir empleo, que encontrar lo que está perdido, que calmar las tempestades, que ahuyentar de la casa las visitas desagradables…

Además de mostrar su entorno familiar y la intimidad de su relación con Verania, Pachito va describiendo los cambios en su mentalidad y en su comportamiento a través de su infancia, su adolescencia y juventud. Desde ese niño con instinto descubridor, que se asombra con la magia y la fantasía de su tía y con las conversaciones de ésta con su madre, pasando por ese pelado que juega fútbol con los del barrio y se empieza a interesar por las muchachas, hasta ese joven universitario preocupado por las problemáticas sociales y con mentalidad disidente y rebelde.

El último puerto de la tía Verania también retrata ese entorno social cercano: la cuadra, la gallada de amigos, el barrio, las viejas que van a consultar a Verania, los obreros, las fábricas. En este sentido, el texto es profundamente social y humano, dejando ver unos barrios de obreros, de clases populares, de bares y cafés donde se pretende solucionar los conflictos del país. Son barrios donde la gente está consciente de su situación social y económica, barrios que palpitan y son dinámicos en su conciencia política, en su papel de gentes activas e influyentes en el desarrollo del país.

Y todas estas situaciones son narradas con un lenguaje ágil, sencillo, preciso, sin lujos pretenciosos. Sobresale la terminología paisa que utiliza el autor: “mijo”, “malparidos”, “desgraciados”, “se quedarán mamando”, “culicagado”, “vos sí sos muy elevado”, “vea pues”, “cacorros”, “maricas”, “güevones”, “ah, qué pereza”.

También se destaca la forma como el autor va introduciendo los diálogos sobre la marcha, de manera ágil, sin necesidad de cortarle el ritmo a la narración. Además, se emplean metáforas que le dan estética al relato. Por ejemplo: “En las noches donde Verania se escuchaba el canto de las sirenas”.

Este lenguaje es muy adecuado para narrar este tipo de anécdotas personales y familiares. Pero uno de los elementos más fascinantes del texto es que el autor logra que ese lenguaje también funcione muy bien para referirse a hechos que marcaron el acontecer histórico nacional en esa agitada década de los 70.
La agilidad y el ritmo que trae el texto no desentonan cuando el escritor pasa a abordar realidades sociales, políticas y económicas de la época en Colombia.

* * *

Una primera y gran realidad es el Frente Nacional. Aunque Spitaletta sólo alude a Misael Pastrana Borrero (quien figura oficialmente como el último presidente de la República en el período del Frente Nacional) como representante de ese período, lo menciona en el episodio de las elecciones de 1970, en las que presuntamente habría ganado el general Gustavo Rojas Pinilla pero que, mediante un fraude electoral, se habría volteado la torta para poner a Pastrana Borrero, candidato del Frente Nacional, como presidente de la República.

Este episodio lo narra el autor del libro con un tono de denuncia y de crítica a la situación política del país. Y es que realmente el Frente Nacional fue un fenómeno nefasto en la historia de Colombia.

En 1957, tras los cuatro años de dictadura militar de Rojas Pinilla, los jefes del bipartidismo hicieron un acuerdo para gobernar el país alternadamente durante 16 años. Es decir, cuatro períodos presidenciales, ocupados de manera intercambiada y sucesiva por un liberal, un conservador, un liberal, un conservador.

Así, desde 1958 hasta 1974, representados por Alberto Lleras Camargo, Guillermo León Valencia, Carlos Lleras Restrepo y Misael Pastrana Borrero, el Partido Liberal y el Partido Conservador se turnaron el poder.

El Frente Nacional entonces, a modo de partido de coalición, presentaba un candidato a las elecciones, mientras que la oposición, representada en ese entonces fundamentalmente por la Alianza Nacional Popular – ANAPO –, presentaba otro candidato.

Las elecciones se presentaban como un ejercicio democrático en el que, aparentemente, se le permitía participar a los opositores al Frente Nacional. Sin embargo, en el fondo, según lo demuestra la historia, todo estaba arreglado para que siempre ganara el candidato del Frente Nacional. Es por ello que en 1970, cuando Rojas Pinilla tenía un gran apoyo de las masas populares y se perfilaba como ganador en las elecciones, el Frente Nacional no podía permitir que se cambiara la historia y, según lo sigue afirmando mucha gente hoy día, los jefes del bipartidismo omitieron la decisión electoral del pueblo colombiano y pusieron todo como se había planeado, proclamando como ganador a Misael Pastrana Borrero.

De esta manera, el Frente Nacional, tácitamente, anuló la posibilidad de ejercer oposición política en Colombia. Ésta es la principal razón para decir que el Frente Nacional fue un fenómeno nefasto en la historia del país.

Como lo explica William Ospina en su ensayo titulado ¿Dónde está la franja amarilla?, el Frente Nacional, al negar la posibilidad real de hacer oposición política, impidió también el ejercicio de la vigilancia y el control en las decisiones de los gobernantes y en el manejo que éstos le daban a los dineros públicos. Así, se impulsó la corrupción política, una de las principales causas de los grandes problemas sociales y económicos del país en toda su historia.

Además, como la principal excusa para pactar el Frente Nacional fue la necesidad de detener la violencia civil que azotaba al país en la década de los 50, los dirigentes políticos entendieron que la mejor manera de controlar esa violencia y de mantener un orden, era poniendo cada cosa en su lugar. Es decir, los medios de producción y las riquezas, en las oligarquías políticas y económicas, y la mano de obra y el padecimiento de la explotación, en las clases populares y obreras.

Con esto, implícitamente se les negó la posibilidad de acceder a las riquezas a las clases media y baja. De este modo, sobre todo desde la clase media, mucha gente, al no encontrar posibilidades legales de acceder a la riqueza, optó por las ilegales. He ahí una de las principales explicaciones del surgimiento y el auge de fenómenos como el narcotráfico y el contrabando en la década de los 70.

La ecuación de mucha gente fue sencilla: “Si los políticos y los grandes empresarios se enriquecen, nosotros también tenemos derecho a llegar a la riqueza; y si no podemos por las vías legales, lo haremos por las ilegales”. Adicional a esto, ese mal ejemplo de corrupción de la clase política impulsó a la gente de las clases populares a actuar de maneras indebidas también. Muchos dijeron: “Si los más preparados se enriquecen así, ¿nosotros por qué no lo hacemos también?”.

Todas estas razones dan para decir que lo que comenzó como un pacto político para frenar la violencia imperante en el país y mantener el orden, se convirtió en un nido de corrupción y de mal ejemplo por parte de los políticos hacia el pueblo. Es por ello que el Frente Nacional fue uno de los fenómenos más nefastos en la historia de Colombia, puesto que aunque sólo duró oficialmente 16 años, determinó para mucho tiempo posterior el futuro del país. Tanto en lo político, como en lo económico y lo social, el Frente Nacional fue uno de los grandes embriones e impulsores de las profundas problemáticas que han aquejado en los últimos tiempos a Colombia.

Un segundo acontecimiento de la historia nacional que menciona Spitaletta en El último puerto de la tía Verania, es el gobierno de Alfonso López Michelsen (1974-1978) que, aunque se señala históricamente como el primer gobierno después del Frente Nacional, para muchos se trató de la continuación de éste, pero de manera disfrazada.

En este período, el 14 de septiembre de 1977, se dio el Paro Cívico Nacional. Convocados por las cuatro grandes centrales obreras del país, los trabajadores de las empresas, los maestros y los estudiantes pararon sus actividades por 24 horas y se volcaron a las calles a manifestarse en protesta contra los recientes asesinatos de sindicalistas y de estudiantes, y contra el intervencionismo de los Estados Unidos en la política y en la economía colombianas.

Basado en este episodio, el autor del libro hace una denuncia social grave y es la persecución y el ataque de la Policía y el Ejército contra los estudiantes y la gente en general que se manifestaban en las protestas. El mismo Pachito padeció estos ataques militares, que incluso le llegaron a herir un pie.

Como consecuencia del Paro Cívico Nacional y de las protestas callejeras, se registraron alrededor de 50 muertos en todo el país, de los que, la mayoría, fueron estudiantes universitarios y sindicalistas. Hubo muertos en las principales ciudades del país, pero la mayor parte estuvo en Bogotá.

Además de la persecución de la fuerza pública a los manifestantes, el escritor denuncia la explotación obrera que se daba (y se sigue dando) en la época, el desempleo y la profunda intolerancia hacia las ideas diferentes de las establecidas por el sistema imperante. El autor configura, en suma, una posición crítica contra el Establecimiento, desde el punto de vista político, social y económico, enfocado en grupos humanos como los estudiantes, los obreros y las mujeres.

El otro acontecimiento político “grande” de los 70 al que alude el autor es el ascenso de Julio César Turbay Ayala al poder, como presidente de la República en 1978, tras derrotar en las elecciones a Belisario Betancur.

Aunque sobre Turbay Ayala el autor sólo menciona su llegada al poder, hay que decir que a este mandatario le tocó lidiar con el crecimiento del narcotráfico en Colombia antes de alcanzar su auge a mediados de los años 80. En tiempos de Turbay Ayala ya se comenzaban a oír nombres asociados con la producción y comercialización de la droga, como el Cartel de Cali, el Cartel de Medellín, y el Cartel de Cundinamarca.

Esta mezcla de lo íntimo y lo público, de lo personal y lo social, manteniendo el ritmo y la agilidad en el relato, es lo más fascinante de El último puerto de la tía Verania.

Sin embargo, si bien el libro atrapa con esa relación entre lo privado y lo sociopolítico de interés general, hay algunas críticas con respecto al tratamiento que el autor del texto les da a esos asuntos públicos.

En primer lugar, el escritor menciona de manera muy somera aspectos de gran relevancia en la historia política y social de Colombia, como la victoria oficial de Misael Pastrana Borrero sobre Gustavo Rojas Pinilla en 1970. El episodio se menciona como anécdota, como un hecho más, sin enmarcarlo en el contexto del Frente Nacional y sin explicarlo más a fondo.

La producción del autor es una novela y en la literatura él se puede dar muchas libertades. No obstante, teniendo en cuenta el tono de denuncia social y de contenido político que se maneja en el libro, es importante explicar y profundizar más en algunos hechos como el citado.

Por otra parte, aunque se debe criticar lo que está escrito y no lo que se deja de escribir, teniendo presente el contenido político, social e histórico que tiene el texto, es notoria la omisión de datos tan ligados con el argumento de la obra, como la fundación del grupo guerrillero M-19 el 19 de abril de 1974, como respuesta al presunto fraude electoral en el que perdió las elecciones presidenciales el general Rojas Pinilla cuatro años atrás.

Si bien se desconocen las intenciones del escritor y éste tiene toda la libertad del mundo para introducir u omitir elementos en su narración, datos como el mencionado hacen mucha falta en el texto, pues le darían más fuerza a ese contenido social que el autor plantea.

Además, si el escritor desarrolla los temas de la derrota de Rojas Pinilla en las elecciones y de la insurrección estudiantil y obrera, es indudable la conexión de estas situaciones con la fundación del M-19, puesto que muchos de los líderes de este grupo guerrillero pertenecían a la ANAPO y estaban relacionados con el mundo académico y universitario.

En este libro, Spitaletta plantea claramente su posición ideológica. Él es de izquierda, lucha por la reivindicación de las clases populares y proletarias, por la justicia social e igualdad de oportunidades, y eso queda claro en el libro. Sin embargo, – y aquí viene la tercera crítica –, es importante explicar, por ejemplo, por qué se dice que Julio César Turbay representaba a la mafia y Belisario Betancur era un asesino de trabajadores.

Es decir, es legítimo defender una ideología y atacar a la contraria, pero, aunque el libro analizado no es un ensayo ni una tesis académica, sí hacen falta explicaciones acerca de algunos ataques contra esas oligarquías políticas que han gobernado este país. Esto, con el fin de que algunas afirmaciones no queden sueltas en el aire sin ningún peso, sino que, mediante el rigor de la argumentación, adquieran fuerza y mayor contundencia.

Y como cuarto cuestionamiento, hay que decir que, en general, los planteamientos del autor son muy románticos y esto es válido. El error está en que, a partir de ese intenso romanticismo, se niegan algunas realidades. Por ejemplo, es cierto que la Policía y el Ejército son fuerzas estatales que se ven condicionadas a defender los intereses de las clases políticas dirigentes. Pero también es cierto que no siempre es la fuerza pública la que agrede primero a los civiles.

Si en una manifestación, los estudiantes comienzan a tirar papas explosivas y bombas molotov, es lógico que la fuerza pública se va a defender y los va a contraatacar. Esto no lo explica el autor que, por el contrario, “demoniza” a la fuerza pública y, basado en el romanticismo, pone a los estudiantes siempre como las víctimas.

No obstante estos cuestionamientos, en El último puerto de la tía Verania, Reinaldo Spitaletta logra contar su historia íntima de su gran cariño por su tía Verania; contar también sus vivencias en la niñez, en la adolescencia y en la juventud, tanto en el ámbito familiar como en el social.

Retrata también esa sociedad urbana del Valle de Aburrá en las décadas de los 60 y 70. Y logra asociar esto con los grandes hechos que iban determinando la historia nacional. Consigue esta combinación sin que lo privado y lo público se estorben. Por el contrario, haciendo que lo uno ayude a explicar lo otro.

En este sentido, Verania representa a las masas populares colombianas; esas masas que tienen momentos de alegría, pero que normalmente viven es la angustia. Personifica a esas masas explotadas por los grandes empresarios y burladas por sus gobernantes, haciendo que pierdan todo el interés para participar en la vida política del país.

Y es que las masas populares colombianas, al igual que Verania, han padecido históricamente la soledad, el abandono en que las dejan sus dirigentes mientras ellos concentran sus esfuerzos en saquear el país para beneficio particular y para cumplir las órdenes de superpotencias extranjeras.

























ENSAYO SOBRE LA LUCIDEZ



CUANDO LA LUCIDEZ DE UN PUEBLO Y DE UN ESCRITOR DESNUDA LO QUE ES LA SUPUESTA DEMOCRACIA


El Ensayo sobre la lucidez, de José Saramago, muestra de manera magnífica cómo desde la lucidez de un escritor y de un pueblo ficticio pero a la vez tan anhelado, se desnuda lo que es la supuesta democracia, se le quitan todos los velos teóricos y se presenta como se da en la práctica en muchos Estados occidentales.

En este maravilloso libro, para el que no se agotan los adjetivos para calificar su calidad, Saramago analiza cuatro grandes temas: la democracia – eje sobre el que giran los otros tres –, el papel del pueblo, el del Estado, comprendido éste por sus instituciones y sus funcionarios, y el papel de los medios de comunicación.

¿Democracia?

Norberto Bobbio, uno de los principales estudiosos de la democracia, define este fenómeno político y social como “el gobierno del poder público en público”. Además, en teoría, la democracia significa la soberanía del pueblo, el pleno ejercicio de las libertades dentro de un marco normativo de derechos y deberes, el pluralismo ideológico como fundamento para desarrollar el debate político, y, con miras a realizar esta discusión abierta de los diferentes argumentos, la democracia implica la participación de los medios masivos de comunicación, como plataformas para expresar la diversidad de puntos de vista, y como vigilantes permanentes de las actuaciones de los funcionarios del Estado.

Una democracia participativa entonces, exige esto mismo, que se le permita al pueblo expresarse y tomar decisiones libres, como soberano que es – al menos en la teoría – en este modelo sociopolítico. Eso sí, como se señaló anteriormente, el pueblo deberá actuar dentro del marco jurídico, puesto que la ley, expresada en toda su magnitud en la Constitución Política y respaldada por las diferentes instituciones del Estado, constituye el otro elemento fundamental en la democracia.

Éstos son atributos esenciales de la democracia que, por el mismo hecho de ser planteamientos ideales, han logrado que a este modelo de organización política y social se le considere como el menos tiránico y el más apropiado para que el ser humano goce de su dignidad.

No obstante, Saramago logra en este texto desnudar a la democracia que se practica en muchos Estados hoy día. El escritor denuncia el grado de manipulación, sometimiento y apariencia de la democracia, puesto que teóricamente el poder lo tiene el pueblo; sin embargo, cuando éste se manifiesta en contra de lo “normal”, en contra de lo “establecido”, se entiende como algo sospechoso que hay que investigar y, si es necesario, hay que quitarle derechos al pueblo, como castigo, como método de escarmiento para que entienda que el “statu quo” hay que respetarlo.

En la ciudad creada por el escritor suceden cosas “extrañas” para una democracia “normal”. Al menos así lo entendieron los funcionarios del Estado, cuando lo único “extraño” que estaba sucediendo era que el pueblo se estaba expresando libremente mediante su derecho al voto. Es decir, estaba llevando al punto más sublime el concepto de la democracia, ejerciendo su principal libertad política como soberano que es.

En este sentido, el escritor denuncia una realidad común en muchos Estados supuestamente democráticos: el atropello de las libertades humanas y civiles. Basta con recordar el asunto de los espías contratados por el Gobierno en aquel país, para que investigaran la supuesta “conspiración” del voto en blanco. Estos espías simbolizan la pérdida de libertad que padece el ciudadano “del común” en la democracia.

Es más, es tal la desconfianza y el miedo extremo que se viven en muchos Estados que dicen ser democráticos, que incluso las autoridades gubernamentales, como sucede en el libro, tienen que emplear maniobras extremas para no ser escuchadas, para no ser interceptadas. Así, el comisario hablaba por teléfono con el ministro del Interior, y los dos conversaban bajo un código, llamándose con nombres de pájaros. Cualquier parecido con el escándalo de las “chuzadas” de los teléfonos en Colombia es pura coincidencia.

En la democracia entonces, el ciudadano, teóricamente, tiene muchas libertades, pero en la práctica está siempre vigilado y muerto del miedo. “Nada es seguro, nadie está seguro”. Estas palabras del comisario se acomodan perfectamente a la realidad de la democracia.

También se plantea en este libro una disyuntiva: ¿Qué es mejor: la democracia vivida en esas condiciones de atropello, o la anarquía? Esto, porque cuando la ciudad quedó prácticamente sin Dios ni ley, se mantuvo la convivencia entre sus habitantes y el ambiente entre ellos era tranquilo. Es éste un llamado para reflexionar en torno a la posibilidad de la anarquía, ese sistema en el que el ser humano se gobierna por sí mismo, modelo que suele considerarse utópico pero que, ante la crisis del Estado y de la democracia misma, aparece como una opción válida por la que, tal vez, valdría la pena arriesgarse a ver qué sucede.

Claro que para vivir en la anarquía se requiere que el ser humano y el pueblo en su conjunto tengan el grado de madurez política que exhiben los creados por Saramago en su libro. Y el hecho de alcanzar un alto grado de conciencia crítica y de madurez política es uno de los aspectos más ideales pero a la vez más difíciles de lograr en sociedades aletargadas, como la colombiana.

Este papel protagónico del pueblo es otro de los elementos centrales del Ensayo sobre la lucidez. Ese grado de conciencia crítica y el despertar colectivo en función de hacerse sentir, que es lo que le falta al pueblo colombiano, es precisamente el principal atributo del pueblo que presenta Saramago en su obra.

La grandeza de un pueblo

Los ciudadanos de la capital de aquel país imaginado por Saramago – sobre todo ese 83% del electorado que decidió votar en blanco – representan al pueblo lúcido que toda democracia debería tener en sus entrañas. Ese pueblo que plantea el escritor es la mejor muestra del verdadero despertar de la conciencia colectiva de los ciudadanos, para hacerse sentir y, si es necesario, sublevarse ante las opresiones de sus gobernantes.

Ese pueblo presentado en este libro cumple a cabalidad aquella sentencia de que “el pueblo es superior a sus gobernantes”. Estos ciudadanos “blanqueros” alcanzaron la mayoría de edad de la que hablaba Kant, lograron decidir por ellos mismos, sin necesidad de tutores que les delinearan su destino, como el Estado, la Iglesia, el sistema educativo o los medios de comunicación.

La primera manifestación de la madurez política de este pueblo se dio en las elecciones, en las que se presentaron cero abstenciones y cero votos nulos, y un 83% de votos en blanco. Paradójicamente, esa misma cifra del 83% es el apoyo que, según las encuestas, le da el pueblo colombiano a su presidente, Álvaro Uribe.

Se van viendo entonces las diferencias entre aquel pueblo imaginado por Saramago, que se hastió de tantas desilusiones y optó por votar masivamente en blanco, y el pueblo colombiano, que parece enceguecido porque dizque por fin encontró al Mesías que la patria necesitaba. Y este 83% del pueblo colombiano, de acuerdo con las respetadísimas encuestas, le da el apoyo incondicional a un Mesías que se encuentra rodeado por todas partes por los escándalos de la parapolítica, la corrupción, y la poca intervención en graves asuntos sociales, como la situación de los cuatro millones de desplazados por el conflicto armado, y las persecuciones a sindicalistas y a personas que se oponen a sus políticas de gobierno.

Otra muestra de la grandeza de este pueblo que pinta Saramago es que, a pesar de los espías contratados por el Gobierno, a pesar de las retenciones, de las agresiones físicas y psicológicas, estos “blanqueros” guardaron silencio, no se dejaron amedrentar, y cuando les tocó hablar, se pegaron de la ley para decir que su voto era secreto y libre y que, si hubiera sido en blanco, simplemente estaban ejerciendo un derecho.

Pero este pueblo no sólo demostró su grandeza quedándose callado. Cuando se cansó de tantas presiones, decidió salir a las calles con la consigna “yo voté en blanco”.
Las mujeres fueron protagonistas de esta resistencia civil cuando, ante la huelga de los recogedores de basura, decidieron salir de sus casas a barrer las calles, de modo que la basura no constituyera una presión para hacerlas cambiar de posición.

Y los mismos recogedores de basura también encarnaron la resistencia civil. Ellos volvieron a salir a las calles a trabajar, pero salieron vestidos de civil porque, dijeron, los que estaban en huelga eran sus uniformes, no ellos. Es decir, con su actitud, demostraron que no estaban en contra de los ciudadanos sino del Gobierno. Rechazaron una huelga que impulsaba el Gobierno para, mediante la acumulación de basuras, incomodar aún más a los ciudadanos.

El voto en blanco, como símbolo del despertar de la conciencia crítica individual de cada ciudadano, y comportamientos colectivos como los de las mujeres y los recogedores de basura, fueron los métodos del pueblo para expresar su desilusión y rechazo contra el sistema imperante. Son métodos propios de una revolución desde la civilidad, desde el pacifismo, y demuestran también que, en todo momento, este pueblo rechazó la revolución armada.

Fue tanta la nobleza y el pacifismo de los “blanqueros” que, a pesar de tantos inventos en su contra y de tantas agresiones de todo tipo, cuando los ciudadanos que habían tratado de abandonar la capital regresaron a sus casas, los “blanqueros” les ayudaron a bajar sus equipajes de los carros y a meterlos nuevamente en sus viviendas.

“Esta gente habla como si no tuviera nada que esconder”. Estas palabras que el inspector y el agente le dijeron al comisario demuestran que ellos también se percataron de la honestidad de los “blanqueros”. Y es que en realidad los “blanqueros” no tenían nada que esconder. Con su comportamiento, contrario a lo que hacían sus gobernantes, exaltaban aquello del “poder público en público”.

Tan sólidas y tan democráticas eran las convicciones de este pueblo que, después de que el Gobierno hizo explotar una bomba en una de las estaciones del metro, con la que murieron 34 personas, unos quinientos mil ciudadanos marcharon en silencio y pacíficamente hacia el palacete del Primer Ministro y luego hacia el palacio presidencial.

“Un imposible nunca viene solo”. Esta frase pronunciada por el comisario fue terrible en su contexto, porque aludía a la forzosa asociación entre el hecho de que sólo una mujer quedara viendo durante la epidemia de la ceguera colectiva, y que esta misma mujer pudiera impulsar el voto en blanco masivo. Sin embargo, sacada de ese contexto, la frase es maravillosa porque está llena de esperanza. Esta frase del comisario hace pensar en la fuerza de la utopía, en lo importante que es luchar por las utopías para generar los grandes cambios en las sociedades.

Esta frase, la marcha de los quinientos mil ciudadanos que reseñábamos antes, y el fenómeno del voto en blanco masivo se podrían relacionar con el Mayo del 68, una de las grandes utopías del siglo XX.

Esos “imposibles” que nunca vienen solos, como que el 83% del electorado de una ciudad se decida a votar en blanco, que quinientas mil personas marchen silenciosamente en señal de rechazo contra el terrorismo de Estado con el que el Gobierno las quería amedrentar, o que los universitarios de toda una nación se hartaran de la somnolencia de su sociedad, de que ésta sólo pensaba en producir pero había descuidado completamente la satisfacción del espíritu, y llevaran a que más de diez millones de obreros los acompañaran en su causa de llevar “la imaginación al poder”, son muestras de que las utopías, por imposibles que parezcan, son necesarias para sacar a las sociedades de su letargo, y para darle al ser humano satisfacciones diferentes de las materiales, satisfacciones del espíritu, con las que la conciencia del hombre se engrandece y su condición humana se eleva hasta lo más sublime.

Como imposible parecía también que ciudadanos anónimos fotocopiaran miles de veces y repartieran a diestra y siniestra por toda la ciudad el artículo de prensa que contenía las revelaciones del comisario acerca de las verdaderas intenciones del Gobierno con esa investigación que adelantaba en la capital.

Y además de las manifestaciones colectivas de la lucidez del pueblo “blanquero”, como las marchas y el voto en blanco masivo, también se dieron varias expresiones del despertar de la conciencia individual en los ciudadanos. Un ejemplo de ello se dio en uno de los taxis que abordó el comisario. El taxista, personaje que generalmente se mira como poco instruido, interpretó de manera lúcida la situación de los periódicos que le seguían el juego al Gobierno, publicando acusaciones sobre la presunta culpabilidad de la mujer del médico en la “conspiración” del voto en blanco: “Esta historia de la mujer que dicen que no se quedó ciega me parece una trola de marca mayor inventada para vender periódicos. Cuando a la historia se le acabe el jugo, inventarán otra, es lo que pasa siempre”, le dijo el taxista al comisario.

Y el otro ejemplo a destacar del despertar de la conciencia individual lo encarna el comisario. Como funcionario de la Policía, éste naturalmente representaba los intereses del Estado y del Gobierno en particular. Sin embargo, llegó un punto en que se sacudió de su hipnosis, se despertó del letargo en el que había caído cuando sólo pensaba en cumplir su deber como policía y en obedecer las órdenes del ministro del Interior.

Se puede decir que, de pertenecer a una institución estatal, este comisario pasó a hacer parte del pueblo y actuó con la misma madurez, ética y sensatez de la ciudadanía de la capital.

El mérito del comisario es aún mayor que el del resto de los ciudadanos, porque el comisario se sublevó contra su institución. Él pertenecía a un régimen policial pero, llegado el momento, después de una profunda reflexión, cambió radicalmente su manera de pensar y se integró a las filas de la madurez política y humana.

Fue tal la sensatez que adquirió el comisario que, en una de sus conversaciones telefónicas con el ministro del Interior, fue capaz de decirle que la mujer del médico, contrario a lo que se le acusaba, parecía ser sólo una mujer honesta y valiente.

Además, el comisario les reveló a los “sospechosos” de promover la “conspiración” las verdaderas intenciones del Gobierno al adelantar esa investigación.

“Si no hay culpable, no lo podemos inventar”, les dijo el comisario al agente y al inspector, cuando ya veía que esos “sospechosos” no eran más que ciudadanos honestos e inocentes. Y el inspector, exaltando la posición lúcida del comisario, dijo: “Yo no he oído esta frase jamás desde que estoy en la Policía, comisario, y con esto me callo, no abro más la boca”. El comisario les agregó que defendieran siempre la verdad y que no permitieran que el Gobierno impusiera sus mentiras.

En una de sus conversaciones, la mujer del médico le preguntó al comisario por qué hacía lo que hacía, por qué los defendía si él trabajaba para la Policía. A esta pregunta el comisario respondió: “Nacemos, y en ese momento es como si hubiéramos firmado un pacto para toda la vida, pero puede llegar el día en que nos preguntemos ¿quién ha firmado esto por mí?”

Esta frase alude al despertar de la conciencia, despertar individual que generalmente lleva a la movilización colectiva. En el caso del libro sucede al contrario: la movilización colectiva del pueblo llevó al comisario al despertar de su conciencia individual. Pero aquí el orden de cómo se da el fenómeno no importa. Lo importante es el fenómeno mismo, el despertar de las conciencias del individuo y del pueblo, el hecho de que tanto el colectivo como la persona alcancen esa mayoría de edad de la que hablaba Kant.

Pero como sucede en la vida misma, las cosas en el libro no son blancas y negras. Hay puntos grises que matizan las realidades. En el caso del pueblo, aunque en general es brillante su papel y por eso ha sido tan destacado en este trabajo, no faltó el punto gris, el personaje que, siendo del pueblo, decidió traicionar a su gente y hacerse al lado del Gobierno.

Se trata del hombre que mandó la carta al Gobierno, señalando a la mujer del médico como la posible impulsora del voto en blanco masivo. Este hombre, conocido como el primer ciego en la época de la ceguera colectiva, hizo esta canallada sólo por motivos personales. Al parecer, a este hombre no le caía bien la mujer del médico y decidió “tirarse en ella” de esta manera.

Fue una canallada lo que hizo este tipo porque traicionó a la mujer del médico, que, cuatro años atrás, durante la ceguera colectiva, le había salvado la vida, pues ella era la única que veía y se encargaba de guiar a quienes la acompañaban.

Corroborando su canallada, este hombre, en su carta, manifestaba su total respaldo al Presidente y a las acciones del Gobierno en contra de la “amenaza” que había contra la “seguridad nacional”.

Y hablando de actuaciones deprimentes y de canalladas, como la de este hombre, resulta preciso comenzar a hablar del papel del Estado, de sus instituciones y sus funcionarios.

Un Estado sombrío

El Estado que configura Saramago en su Ensayo sobre la lucidez es la antítesis de lo que, en teoría, debería ser el Estado democrático. Aunque esta antítesis del ideal del Estado, como garante de la democracia, no está lejos de la realidad de muchos Estados supuestamente democráticos de hoy.

El Estado que presenta Saramago es opresor, violador de las libertades fundamentales del pueblo, en él se manejan asuntos de manera soterrada, contrario a aquel ideal democrático del “poder público en público”.

Muchos de los funcionarios de este Estado no concibieron que el pueblo se pronunciara libremente votando en blanco, y señalaron este comportamiento como “terrorista” y “antipatriótico”.

Fue tan furiosa la reacción del Estado ante la expresión democrática de su pueblo, que incluso se contrataron espías que usaban cámaras y magnetófonos para tratar de descubrir hasta lo que sentían las personas que iban a votar.

El Presidente incluso declaró el estado de sitio en la capital, bloqueando las fronteras con militares, de modo que los ciudadanos se sintieran aislados y coartados en sus libertades.

La tiranía de este Estado llegó al punto de acudir al terrorismo para amedrentar a los ciudadanos de la capital. Cómo puede llamarse Estado democrático aquel que instala una bomba en una de las estaciones del metro para escarmentar a la gente de la capital, utiliza los medios de comunicación para ejercer el terrorismo mediático, recurre a métodos de tortura psicológica como los interrogatorios mediante el polígrafo, retiene a gente inocente por buscar culpables de un delito que nunca existió, e incluso asesina selectivamente a sus ciudadanos.

Y el Estado hizo todo esto con una sola disculpa: defender la “seguridad nacional”, que se veía “amenazada por una conspiración”, cuya manifestación más evidente, según algunos funcionarios estatales, había sido el voto en blanco masivo.
Esta excusa de defender la seguridad nacional la utiliza hoy la superpotencia del mundo, Estados Unidos, que fue capaz de invadir a Iraq y Afganistán y asesinar a miles de civiles inocentes en estos países de Oriente Medio, so pretexto de defender su seguridad nacional y liberar a estos países de los “regímenes terroristas” que los subyugaban.

Esta misma excusa se utiliza en Colombia, aunque con el nombre de Seguridad Democrática, para invertir la mayor parte del presupuesto nacional en la guerra, olvidando los graves problemas sociales que padece el país.

Durante toda esa persecución contra los “blanqueros”, el Estado se dedicó a especular pegándose de los indicios más ridículos. Incluso llegó a comparar la “extrañeza” del comportamiento de la gente de la capital, con la epidemia de la ceguera colectiva que había sufrido aquel país cuatro años atrás.

Era una persecución que el Estado hacía con un tremendo cinismo. Por ejemplo, el Presidente dijo en un discurso que, en el momento que el pueblo se viera “oprimido por la dictadura”, volvería a llamar a sus gobernantes para que lo salvaran.

Con la misma desvergüenza, dentro del Gobierno se comentaba que el atentado de la bomba había sido ocasionado por terroristas relacionados con los “blanqueros”.

Este cinismo lo utilizó también el ministro del Interior que, en su discurso para que regresaran a sus casas los ciudadanos que intentaban abandonar la capital, incitó a esta gente al patriotismo, a ser “legionarios de la democracia”, a regresar a sus casas que “seguramente estarían siendo saqueadas por los blanqueros”.

Todos estos discursos políticos buscaban la persuasión de los ciudadanos así fuera a punto de mentiras y engaños.

Esta degradación moral del Estado se hizo aún más patente en instituciones como el Ministerio del Interior y la Policía. Desde el Ministerio se le ordenó a la Policía adelantar una investigación que no tenía pies ni cabeza. La orden decía incluso que, si era necesario asesinar a alguien en función de alcanzar buenos resultados en la investigación, se haría. El Ministerio del Interior entonces, pecó por brutalidad, por atrocidad, pero la Policía no se puede excusar en que estaba cumpliendo órdenes, porque también careció de ética al aceptar perseguir física y psicológicamente a ciudadanos inocentes.

De toda esta perversidad que caracterizó al Estado, se destacan principalmente tres personajes nefastos: el ministro del Interior, el Primer Ministro y el Presidente.

El ministro del Interior es realmente el más cruel y antidemocrático de los tres, porque es acelerado, implacable en la toma de decisiones, poco calculador, y esto lo hace poco inteligente también, pero más brutal, más sanguinario, más asesino.

Cuando el comisario le dijo que, para él, las personas acusadas como culpables de la “conspiración” del voto en blanco eran inocentes, el ministro del Interior, en tono amenazante, le preguntó que si había medido las consecuencias de sus palabras.

Este ministro del Interior fue capaz incluso de contratar a un sicario para matar al comisario, a la mujer del médico y al perro de ésta. Y luego, en una conferencia de prensa, el Ministro, en uno de los actos de hipocresía más repugnantes, lamentó el asesinato del comisario, “que fue un mártir de la patria”, y culpabilizó de ello a los mismos culpables de la “conspiración” del voto en blanco, “puesto que la investigación del comisario ya entregaba sus primeros resultados”.

Pero al final, aunque el ministro del Interior creía que tenía mucho poder, quedó al descubierto que sólo era un títere del Primer Ministro. Éste aprovechó la aceleración del ministro del Interior para “quemarlo” con el “chicharrón” más maluco. En suma, al ministro del Interior, el resto del Gobierno prácticamente lo dejó solo en la investigación contra los “sospechosos” de la “conspiración” del voto en blanco.

Además, el ministro del Interior cometió el error de entrar en una disputa política con el Primer Ministro, quien era el que más peso político tenía, incluso por encima del Presidente, si se tiene en cuenta que el Estado era de tipo parlamentario y no presidencial.

Este Primer Ministro es un tipo calculador, amante del poder como ninguno, e igualmente opresor de las libertades del pueblo. Fue capaz de concebir el terrible plan de retirar el Gobierno y las fuerzas militares y policiales de la capital, para dejar a los ciudadanos solos y aislados, de modo que cuando se sintieran “llevados del verraco”, buscaran al Gobierno para pedir ayuda.

Este Primer Ministro – que ejercía también como ministro de Justicia luego de que el encargado de esta cartera renunciara a su cargo – destituyó al ministro del Interior y asumió también esta cartera, con lo que demostraba sus intenciones de concentrar el mayor poder posible en sus manos.

Y era el que más poder tenía, porque el Presidente era sólo una figura formal que no tenía mayor peso político. Sólo amenazaba al Primer Ministro diciéndole que él tenía muchas influencias en el Parlamento que podrían desestabilizar su gestión como Primer Ministro.

Este Presidente también demostró su tiranía cuando, en reunión con los ministros, propuso construir un muro de ocho metros de altura, bordeando toda la capital, para mantener controlados a los ciudadanos. Cualquier parecido con la propuesta del presidente de Estados Unidos, George W. Bush, para la frontera con México, es pura coincidencia.

Tanto el ministro del Interior, como el Primer Ministro y el Presidente, se chocaban entre sí. Al final, todos querían mandar pero no se sabía cuál era el que realmente mandaba.

A propósito, era éste un régimen parlamentario pero el Parlamento no se vio por ninguna parte. ¿Será un mensaje cifrado de Saramago para describir el caos de la democracia en el mundo de hoy y la poca importancia que tiene el poder legislativo ante la magnificencia de los grandes caudillos del ejecutivo?

Pero como en el pueblo no todo era bueno, en el Estado tampoco todo era malo. Hay tres personajes que, siendo funcionarios estatales, tuvieron la suficiente lucidez para corregir sus rumbos y tomar el camino de la madurez política y humana.

Dos de ellos fueron los ministros de Justicia y de Cultura. Ambos renunciaron a sus cargos al ver la degradación moral del Estado. El de Justicia le dijo al resto de los integrantes del Gobierno que próximamente quizás votaría en blanco. Mientras que el de Cultura fue aún más contundente y confesó que había votado en blanco.

Y, paradójicamente, estos dos atributos, la justicia y la cultura, le hacían bastante falta a este Estado. Justicia para al menos medir las decisiones que tomaba. Y mucha cultura democrática para entender la expresión de su pueblo.

Antes de renunciar, el ministro de Cultura había dicho que el fenómeno del voto en blanco no parecía una nueva manifestación de la ceguera, sino todo lo contrario, una magnífica expresión de lucidez. Les dijo a sus compañeros de Gobierno que cuatro años atrás se habían quedado ciegos por unas semanas, pero que ahora parecían continuar ciegos.

La cartera de Cultura fue asumida por el ministro de Obras Públicas. ¿Por qué será que en muchos Estados democráticos el Ministerio de Cultura se lo van asignando a cualquiera?

El otro personaje que, siendo funcionario estatal, corrigió su rumbo y optó por la ética, fue el alcalde de la capital. Él fue capaz de responderle al ministro del Interior que su Alcaldía no sería cómplice de la represión criminal del Gobierno nacional contra los “blanqueros”. A pesar de ser un político de derecha, el Alcalde comprendió los motivos que originaron la mansa insurrección del pueblo, e incluso apoyó el sentimiento de protesta.

Después, en un acto valiente, el Alcalde telefoneó al ministro del Interior y lo acusó de ser el directo responsable de la bomba que había explotado en la estación del metro. En esa misma conversación, el Alcalde, indignado por el grado de barbarie que había alcanzado el Gobierno nacional, le presentó su renuncia al Ministro.

Y es que la posición terrorista del Estado parecía inmodificable. No cedía en su persecución contra los “blanqueros”. Sólo cedió ante las presiones de los empresarios, que presionaron al Gobierno para que dejara salir de la ciudad a los trabajadores a laborar en las fábricas, ubicadas en las afueras de la capital. Como sucede en casi todos los Estados democráticos modernos, los intereses de los empresarios primaron sobre los del Estado.

Pero el Gobierno también cedió ante las presiones de los medios de comunicación. Un canal de televisión protestó porque se sentía relegado por el Gobierno, que había escogido la radio para emitir un discurso. El canal presionó al Gobierno criticándolo por haber dejado abandonada a la gente que no había votado en blanco en una ciudad mayoritariamente “blanquera”. Al final, el Gobierno cedió ante las presiones del canal de televisión y emitió el discurso por la radio y la televisión.

Medios: cómplices del terror

Esta connivencia entre los medios de comunicación y el poder político, tan perversa para la democracia, es uno de los elementos predominantes en el Ensayo sobre la lucidez.

Estos medios de comunicación que pinta Saramago en su libro representan el “no deber ser” del periodismo en la democracia.

Contrario al ideal del periodismo en la democracia, que es vigilar las actuaciones de los funcionarios del Estado y denunciarlos cuando sea necesario, además de trabajar en función de la sociedad, los medios de este país creado por Saramago se arrodillan ante el poder político, se alinean con su ideología y se encargan de perseguir y acusar a los ciudadanos inocentes.

En el fenómeno del voto en blanco masivo, los periodistas se encargaron de presionar a los electores en busca de la respuesta acerca de si habían votado en blanco y por qué lo habían hecho, en vez de cuestionar al sistema imperante que hacía que la mayoría del pueblo se manifestara en las urnas de esa manera.

Sobre sus publicaciones tan alineadas con el poder político, los medios se excusaron diciendo que el Gobierno los censuraba. Incluso siendo esto real, el hecho de publicar acusaciones temerarias contra gente inocente, además de ser antiético, es un acto criminal.

Por este terrible trabajo “desinformativo”, las ventas de los periódicos bajaron mucho. Entonces lo que éstos hicieron fue recurrir al amarillismo, publicando desnudos incluso, lo que también es una grave falta de profesionalismo.

Estos medios, en el afán de complacer al Gobierno, trataron de atemorizar al pueblo mostrando la imponencia de los operativos militares.

Los periodistas que llegaron a la capital a cubrir el acontecimiento del estado de sitio, llegaron desinformados y a hacer preguntas tontas. Por ejemplo, ¿por qué no había habido enfrentamientos entre el 83% y el 17% del electorado?

Los medios de comunicación también dejaron al descubierto su deseo de registrar violencia y sangre. Los periodistas estaban aterrados porque las manifestaciones de los “blanqueros” eran pacíficas y silenciosas. Entre ellos anhelaban que se tiraran piedras o se entonaran coros revolucionarios. Esto corrobora el argumento que expuso Ryszard Kapuscinski en su reflexión titulada ¿Reflejan los media la realidad del mundo? Dijo Kapuscinski: “La selección de las informaciones se basa en el principio ‘cuanta más sangre haya mejor se vende’ ”.

La pérdida de criterio periodístico fue tal, que algunos periódicos, en tono amenazante, se atrevieron a decir que a la mujer del médico más le valía haberse quedado ciega. Ese día, con la publicación de la fotografía en la que aparecía todo el grupo que acompañó a la mujer del médico durante la ceguera colectiva, y se ampliaba el rostro de esta mujer, se vendieron más periódicos que nunca.

“A veces estar demasiado próximo a los centros de decisión provoca miopía, acorta el alcance de la vista”. Esta frase pronunciada por el inspector de policía, refiriéndose a que su jefe, el comisario, parecía “nublado” para decidir cómo empezar a operar en la capital, tal vez resume la razón por la que la labor de los medios de comunicación se degradó tanto durante las circunstancias del voto en blanco masivo.

Pero como sucedió con el pueblo y con el Estado, en los medios de comunicación también hubo excepciones que se salieron de la “norma” del conjunto. Hubo dos periódicos independientes del poder político, que no calumniaron a la mujer del médico.

El comisario decidió llevar una carta a uno de estos dos periódicos, en la que revelaba las verdaderas intenciones del Gobierno con la investigación que adelantaba en la capital. La gente del periódico al que llevó la carta, si bien dijo sentir mucho miedo por las sanciones que se le podrían venir encima al medio debido al estado de sitio, al final se decidió a publicar las denuncias del comisario.

Pero como era de esperarse, este periódico independiente fue multado por el Gobierno, y al día siguiente de que publicó las denuncias del comisario no salió a la venta.

Sin embargo, a pesar de esta injusta sanción que le impuso el Gobierno a este periódico, es de exaltar su papel independiente, el hecho de, en pleno estado de sitio, arriesgarse a publicar una información que perjudicaba al Gobierno. Son medios como éste los que exaltan el valor de la prensa libre como elemento central en la democracia.

La lucidez de un escritor

Y libros como Ensayo sobre la lucidez también constituyen un gran aporte para la democracia porque, desde la posición crítica de un escritor, ayudan a desvelar este modelo de organización social y política, a mostrarlo como realmente es. Quedan graves falencias de la democracia al desnudo, es cierto, pero también es indudable que un libro como éste representa un grito para que las sociedades salgan de su letargo y traten de corregir esas falencias de la democracia o, si es imposible esto, busquen otras formas de organización sociopolítica, como la anarquía.

En este libro, de manera sensacional, Saramago va mezclando la narración de la trama del libro (que es una posición en sí misma) con sus posiciones explícitas sobre los diferentes temas. Dice el escritor, por ejemplo: “Temblamos al pensar lo que mañana le puede suceder a ese inocente si lo interrogan”. De este modo, Saramago hace un adelanto acerca de las presiones que van a venir sobre las personas que fueron espiadas. Esta mezcla de posiciones personales sobre diferentes asuntos es propia de un verdadero ensayo.

Una de las posiciones críticas del escritor es contra los partidos políticos en general, como instituciones paquidérmicas y guiadas por intereses mezquinos y particulares. Después de las elecciones, los partidos políticos trataron de interpretar, cada uno según sus conveniencias, los resultados.

Saramago también se mofa de algunos mitos teológicos, diciendo que si, por ejemplo, Sodoma y Gomorra fueron quemadas como castigo divino ante el mal comportamiento de sus habitantes, por qué la capital seguía con días soleados y tranquilos, cuando la gran mayoría de sus habitantes se había “comportado mal”, al votar en blanco.

El escritor incluso revela en este texto algunos detalles de su escritura que parecerían muy íntimos. Dice Saramago que llegó a un punto en que no sabía hacia dónde iba el relato. Que en este sentido, la discusión entre el Presidente y el Primer Ministro y la posterior ejecución del lanzamiento de los papeles desde el aire fueron determinantes para darle el rumbo a la narración. Saramago llama a esta incertidumbre del escritor la “tortura de la creación”.

Ensayo sobre la lucidez es un libro en el que se manejan muy bien la intriga de la trama y el ritmo del relato. Sólo hasta después de la mitad del libro aparecen la mujer del médico y el comisario, que finalmente serían los protagonistas de la historia. Esto hace que el lector se mantenga en permanente tensión.

El lenguaje utilizado por el escritor es sencillo, aunque a la vez tiene tintes formales, simbolizando los formalismos propios que se manejan en el mundo de la política. Son ejemplos de ello, expresiones como “performance”, “sí señor”, “excelentísimo señor Presidente”.

El narrador utiliza la primera persona del plural, el “nosotros”, que dicho sea de paso, es el pronombre de la política por excelencia.

En este libro Saramago vuelve a recurrir a su particular estilo de no llamar a los personajes con nombres personales. Tal vez la explicación de por qué Saramago hace esto la dio el redactor jefe del periódico que publicó las denuncias del comisario, cuando le dijo a éste: “Un nombre es nada más que una palabra, no explica quién es la persona”.

Y el otro aspecto que desarrolla fuertemente Saramago en este libro es el simbólico. El hecho de que el escritor, en el último párrafo del libro, ponga a un ciego a que diga que menos mal callaron al perro, porque detesta oír los perros aullando, tiene un gran significado: primero, que el tipo está tan ciego, que no se inmuta por lo que hubiera podido pasar con esos tres disparos que escuchó, sino que sólo le importó que el perro, afortunadamente, dejara de aullar.

Y segundo, porque con esta frase parece encarnar a esos gobernantes indignos que detestan que sus pueblos griten. En este caso, Saramago representa ese último grito del pueblo con el aullido escalofriante de un perro. Y a los gobernantes ciegos, que tanto les molesta que los ciudadanos se quieran hacer escuchar, los representa con este ciego, que detesta oír los perros aullando.

Así, en el Ensayo sobre la lucidez, José Saramago deja al descubierto la realidad de la democracia. En este libro brilla la lucidez del pueblo en el acto de votar libremente, de rebelarse de manera pacífica ante la opresión de sus gobernantes; sobresale también la lucidez de personajes que, teniendo presiones estatales encima, supieron sublevarse y corregir sus rumbos a tiempo; y brilla enormemente la lucidez del escritor en su análisis sobre lo “normal” y lo “anormal” en la democracia.