viernes, 8 de febrero de 2008

A la muerte

Inevitable pero incomprensible muerte:


Sé de vos y trato de comprenderte, pero qué angustia generás cuando te manifestás en esta existencia en la que, aunque sos lo único seguro que tengo, sos a la vez lo que me pone más inseguro para dar cada paso.

Conozco gente que dice no temerte, y te digo que los admiro aunque no sé si de verdad creerles. Si es posible eludir esa angustia que me transmitís, dame al menos una señal para ello; de modo que en el momento en que me acojás como tu nuevo invitado, yo no llegue con una resignación forzada, sino con una cierta aceptación tranquila.

Y mi temor es propio pero lo expreso en circunstancias de los demás. Trato de no imaginar el día en que me arrebatés a mi gente, pero es imposible. Llegás en cualquier instante, elegís la forma, tomás a tu invitado y te largás con él; y aquí quedo yo, como un imbécil llorando por los que nunca volverán.

Sé de culturas como la azteca que incluso celebran el día de los muertos, con la certeza de que los que se fueron pasaron a mejor vida. Y creeme que me gustaría adoptar esa mentalidad, pero qué difícil, qué arduo, qué imposible.

Lo paradójico es que como católico que soy, me debería alegrar cuando llegás porque tu señalado estará con el Dios de la vida, pero te confieso que soy un incapaz, un frustrado ante la idea de tu cercanía.

Sólo te pido un favor, dama certera: cuando te encaprichés conmigo, vení vos misma, no pongás intermediarios ni facilitadores que utilicen los más sutiles o perversos métodos para remitirme a tus manos.

Espléndida marcha, pero...

Lunes 4 de febrero de 2008





Un acto de grandeza infinita. Eso fue la marcha del 4 de febrero de 2008 realizada en las principales ciudades y municipios de Colombia y en buena parte de las más grandes urbes del mundo, en la que la sociedad civil de este país tan lacerado por el conflicto armado, de diversas formas concluyó en una misma idea: no más violencia, no más secuestros, queremos la paz.

Y fue un acto grande porque a partir de la convocatoria de unos jóvenes a través de Internet se logró convocar a millones de colombianos en el país y en unas 130 ciudades del mundo. En Bogotá, por ejemplo, se habla de una cifra cercana al millón doscientas mil personas en la manifestación, mientas que en Medellín se dice que unos quinientos mil parroquianos acudieron a la cita.

Una protesta de tal magnitud rara vez se ve en Colombia, país en el que, a raíz de tantas tragedias juntas, la gente parece haber formado una coraza protectora para resistir todo ese dolor. Lo malo es que esa coraza raya en la indolencia y en la indiferencia y ya casi nada parece estremecernos.

En julio de 2007, cuando se conoció que 11 de los 12 ex diputados del Valle del Cauca secuestrados por las Farc habían muerto en cautiverio, sucedió una manifestación civil parecida pero a nivel nacional.

Y estos actos de protesta, aunque se dan de vez en cuando, responden a esa cruda pero certera cuestión que plantea el escritor William Ospina en una de sus obras más célebres: en Colombia hay élites políticas que le han hecho mucho daño al país, hay un intervencionismo extranjero desmedido y contrario a los intereses nacionales, hay decenas de grupos armados imponiendo la ley por su propia cuenta, pero, “¿dónde está la franja amarilla?”, la inmensa mayoría de civiles que estamos en medio de todo este cruce de intereses políticos y económicos.

Sin duda entonces, fue grandioso lo de este lunes en el que se despertó la conciencia colectiva de los colombianos. Sin embargo, no faltaron los peros en esta gran manifestación civil.

La marcha fue convocada originalmente como “Un millón de voces contra las Farc”, pero hubo tergiversaciones y se desvió la idea inicial. Los diferentes grupos políticos y círculos de poder en general trataron de sacar provecho particular con la marcha.

El Polo Democrático Alternativo y el Partido Liberal fueron las primeras colectividades en poner el pero, aduciendo que la convocatoria tenía tintes gobiernistas, guerreristas y que era muy sesgada al dirigirse sólo contra las Farc, dejando a un lado a los paramilitares, la delincuencia común y al mismo terrorismo de Estado.

Luego fueron los uribistas quienes solapadamente dieron a entender que la marcha era un espaldarazo a la trilladísima política de seguridad democrática del presidente Uribe.

Pues bien: tanto opositores como oficialistas actuaron equivocadamente. La convocatoria fue hecha por unos jóvenes que se declararon apolíticos desde un comienzo, aclarando que su idea no era a favor ni en contra de ningún grupo político. Además, precisamente buscando alejarse de todo tipo de pensamiento guerrerista, la marcha aparece como la mejor forma de hacer sentir la voz del pueblo de manera pacífica.

Y en cuanto a que sólo fue contra un grupo específico, me parece que es una idea acertada. Qué tal que hiciéramos una sola marcha para protestar contra todos los violentos, todos los corruptos y todos los intervencionismos extranjeros que tenemos en este país. No la haríamos nunca. Por algún lado había que empezar y les correspondió el turno a las Farc. Ojalá haya otra marcha contra la demencia criminal de los paramilitares, otra contra la corrupción de nuestros dirigentes y otra a favor de la real independencia y soberanía nacionales.

Y para los que dicen que la manifestación fue un apoyo a la política guerrerista del presidente Uribe, hay que decirles que si esa política fuera tan eficaz, los grupos armados al margen de la ley no tendrían tanta fuerza y el pueblo no se vería en la necesidad de salir masivamente a las calles a protestar contra esa violencia que desangra el país.

Esa partición generada por las élites políticas persiguiendo intereses particulares ha sido históricamente una de las principales causas por las que la sociedad civil no logra cohesionarse alrededor de la consolidación nacional y la paz.

Al final, esa pugna desatada por nuestras élites políticas, que pareció más bien una vulgar camorra, alcanzó en cierto grado su objetivo: dividir al pueblo y desviar las fuerzas de la marcha hacia diferentes direcciones.

Después de ese rifirrafe, creo que la mejor decisión fue que quienes asistieran a la marcha, lo hicieran con sus propias convicciones, aunque con una sola consigna final: libertad y paz.

En la marcha por la carrera Carabobo, en Medellín, escuché arengas contra las Farc, por la libertad, contra la senadora Piedad Córdoba y el presidente venezolano Hugo Chávez, e incluso gritos enardecidos a favor del presidente Álvaro Uribe.

Yo marché contra el secuestro, como el método más infame de presión política y tortura humana; contra todas las formas de violencia, y como acto de solidaridad con los más de 3.200 secuestrados colombianos y con sus familias.

Por eso digo que las élites del poder lograron en cierto grado su objetivo. Pero no impidieron lo más importante y lo más grandioso: que millones de colombianos salieran a las calles a protestar, a hacer presencia civil y a sacar de las entrañas un clamor desesperado por una salida negociada a este conflicto que cada vez es más terrible.